Enfermos sin remedio

En este país jamás podremos decir que ya lo hemos visto todo. La dramática situación vivida en La Planta durante las últimas semanas, no dejó espacio para posiciones cuerdas, racionales, en las cuales privara el interés colectivo por encima de las pasiones políticas.

Desde el afán opositor de enrostrarle la culpa de lo que está sucediendo en las cárceles a la ministra que tan poco tiempo tiene en el cargo, hasta el discurso del candidato que repite frases, como ésa de que lo que ocurre en los retenes es una expresión del “fracaso” del gobierno, en el ínterin hubo de todo.

Pero ninguno fue capaz, al final del día jueves, de alegrarse porque, pese a las apuestas que apuntaban al fracaso de la operación desalojo, los presos fueron sacados con el mínimo de bajas. Debe quedar para la historia, registrada como expresión de ese malévolo periodismo del que nos sentimos tan abochornados quienes abrazamos la misma profesión, la descarada incitación que desde el canal de costumbre se hacía por sacarle lágrimas de los familiares de los presos y presentarle al mundo una visión distorsionada del asunto. Quien los oía y veía podía fácilmente llegar a la conclusión de que aquí el gobierno estaba “atacando” un colegio de monjas.

Lo menos que esos perpetradores del periodismo querían era que los detenidos salieran con las manos en alto. La apuesta por un fin sangriento, no funcionó. Qué rabia deben haber tenido de ver a Iris Varela asumiendo tremendo compromiso, con serenidad, arrojo y entrega. Bien por ella. Ojalá y las desdichadas circunstancias que rodean el mundo de porquerías con el que tiene que lidiar, no la amilanen. Con verdadero espanto leemos todas las semanas de un nuevo asesinato de un periodista en Honduras. Ya van 23 desde que la derecha allá tumbó a Zelaya.

No hemos visto en ninguna parte un comunicado del Colegio de Periodistas nuestro, o de ellos, porque la suscrita se da por excomulgada de allí, donde se condene la barbarie contra los colegas centroamericanos. Probablemente dirán que no se pueden ocupar de los otros porque aquí son perseguidos y no se les deja hacer su trabajo. Pobrecitos estos. Cada vez que una colega pierde una pestaña postiza en una carrera, o que un camarógrafo recibe un empujón de un policía porque no se quiere quitar de donde no debe estar, tiene un ejército de defensores de derechos humanos prestos a tomarles declaraciones para llevar la denuncia ante la Corte de La Haya.

Lo que sucede con los comunicadores en Honduras, en México o en Colombia es una pendejada. La verdadera batalla por la comunicación libre y veraz se da aquí, dirigida desde Miami o Bogotá. Esos pobrecitos nuestros ejercen su necroperiodismo entre mensajito y mensajito, con las laptops, los blackberry, los grabadores digitales y los micrófonos ultrasensibles, terriblemente amenazados de que les salpique una gota del copioso sudor que agobia a los desprotegidos “colegas”. No dudo que haya alguna excepción que realmente haya pasado trabajo.

A nadie le gusta tragar gases lacrimógenos. La diferencia entre éstos y los de antes es que aquéllos, los de antaño, cogían palo por estar en el medio del conflicto, es decir entre el suceso y la gente. Los de ahora no. Estos están empeñados en ser la noticia, pero no quieren asumir las consecuencias de jugar un rol que no les corresponde. Mlinar2004@yahoo.es



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Mariadela Linares


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