Descalificar es propio del autoritarismo burocrático

¡Vamos a debatir ideas, concepciones y procesos!

Me refiero a la carta-artículo publicada en Kaosenlared a nombre de Ernesto Escobar Soto. 

www.kaosenlared.net/noticia/carta-a-narciso-isa-conde-1

Es cierto que las revoluciones no se hacen en laboratorios y quizás por eso el último laboratorio donde trabajé fue cuando en los finales de los 50’ y principio de los 60´ estudiaba en la Facultad de Medicina de la universidad estatal, luego autónoma del Estado, de mi país. 

De ahí en adelante –y antes también- he pasado por muchas movilizaciones callejeras, muchas tomas de tierra, muchas huelgas, cárceles, exilio, confrontaciones con la policía y con las fuerzas armadas regulares, revolución y guerra patria (en abril-septiembre de 1965), tramas criminales e intentos de asesinarme, sometimientos judiciales, organizaciones sociales, militancia comunista, trabajos organizativos, ediciones de periódicos y revistas, columnas en diarios nacionales y en diversas publicaciones en el exterior… libros, seminarios, congresos, piquetes, confrontaciones, debates… 

Y en eso estoy todavía, al tiempo de leer, estudiar, reflexionar, auto-criticarme y auto-corregirme, escribir, evaluar procesos, producir programas de TV y radio, participar en la Coordinadora Continental Bolivariana, reforzar la militancia latinoamericana e internacionalista y reafirmar y enriquecer mis convicciones socialistas y comunistas. 

En ese quehacer no tengo fronteras y pongo la soberanía de la Patria Grande y la emancipación del planeta – sin dejar de defender las soberanías nacionales- por encima de cualquier nacionalismo estrecho, por lo que no considero “intromisión en los asuntos internos” ni ofensivo a los derechos soberanos de otros pueblos y procesos revolucionarios, la incursión teórica, política, militante y solidaria en otras luchas y proyectos transformadores inspirados en la necesidad del socialismo y enfrentados al capitalismo y al imperialismo. Como no considero pecado alguno diferir y evaluar críticamente otros procesos revolucionarios desde la propia trinchera de la revolución nacional, continental y mundial. 

Así he sido y sigo siendo, y no veo porque quien dice haberme “respetado siempre”, tiene que no hacerlo ahora, y menos aun poner en duda la intención de mis ideas sobre el curso de la revolución cubana, cuestionándose sobre “a quienes pueden ayudar” mis valoraciones y ubicándome de entrada en los litorales de los enemigos de la revolución cubana; llegando a afirmar categóricamente, en referencia a mi persona, que “de amigo como éste, líbrame Dios”. 
 
 
 

  • ¿Que es lo que está en juego en este debate?
 

No creo conocer por ese nombre a Ernesto Escobar Soto, pero de todas maneras respeto su persona y sus ideas, aunque no comparta su visión sobre el socialismo y, sobre todo, su defensa considerablemente acrítica del modelo estatista-burocrático que predomina en Cuba y que en gran medida fue trasplantado de la URSS y de Europa Oriental.  

Con él me puedo poner de acuerdo en las adversidades que ha tenido que enfrentar esa revolución, así como en el extraordinario valor de sus principales conquistas e incluso en el valor relativo de ciertos reajustes institucionales, superación de prohibiciones absurdas, reordenamientos presupuestarios, énfasis desarrollistas y sistemas de control puesto en práctica recientemente. 

No creo en Dios porque Dios no existe, y si existiera jamás le pediría que me libre de Ernesto Escobar. Con las diferencias de lugar, debatiendo con altura, lo prefiero como amigo y en buena salud. 

En mi país, y donde quiera que me ha tocado participar en tareas revolucionarias, he defendido –y defiendo- como el que más las esencias y el sentido histórico-liberador de la revolución cubana. 

En este debate no están en juego ni la postura frente a los adversarios y enemigos de esa revolución; mucho menos la ponderación de los daños ocasionados por los factores hostiles a su curso y realidad, ni los logros históricos y aportes trascendentes de ese proceso, los cuales Ernesto menciona con apego a la verdad. 

Tampoco cuestiono lo positivo de ciertos movimientos, tendencias y medidas adoptadas (a eso me he referido en diversas oportunidades)...en el contexto del inmovilismo estructural de un modelo caracterizado por el peso abrumador del estatismo, la hipertrofia burocrática, la fusión del partido y el Estado, de la política exterior del partido y del gobierno, y la falta de autonomía de las organizaciones sociales.  

Además ese modelo estatista se caracteriza por significativas restricciones a la democracia y las libertades, por el predominio de la representación y/o delegación sobre la participación y la democracia directa; por el sistema de la censura mediática, la corrupción burocrática recurrente, las trabas al relevo generacional dada la tendencia a la perpetuación de los cuadros en las funciones más relevantes del partido y del Estado; se caracteriza por la gestión altamente centralizada, el verticalismo, el escaso desarrollo de la propiedad social, el predominio del trabajo asalariado al servicio del Estado y la falta de control de la ciudadanía sobre las instituciones y empresas. 

En el centro de este debate, que trasciende mis escritos sobre el tema y el contenido de la respuesta de Ernesto Escobar Soto, que involucra a numerosos cuadros políticos, jóvenes talentosos e intelectuales cubanos de diferentes generaciones,  está determinar si lo que corresponde en medio del prolongado estancamiento y la crisis estructural que afecta el tránsito al socialismo en Cuba, es “institucionalizar” o sustituir el modelo vigente.  

Esta en discusión, en caso de reconocer la necesidad del cambio estructural, si el reemplazo apropiado debe consistir en auspiciar un modelo parecido al chino (que a mi entender podría ser la vía menos traumática hacia la restauración capitalista), o si se acoge el paso directo al nefasto modelo capitalista occidental y a su “democracia representativa”; o si contrario a estas dos opciones ajenas al socialismo, se emprende la vía de una nueva democracia y un nuevo socialismo.  

Esta última –la cual comparto- sería la vía de las transformaciones hacia la socialización de lo estatal, hacia la erradicación del trabajo asalariado subordinado a la propiedad estatal y a la burocracia, hacia la autogestión y cogestión de las empresas, hacia el cooperativismo y otras formas asociativas socialistas. 

Sería el camino hacia el predominio de la democracia participativa con un fuerte componente de democracia directa; hacia la separación de los roles del Estado, el partido y las organizaciones sociales y, en fin, hacia el predominio de lo social sobre lo estatal y lo privado, con democracia en todos los aspectos de la vida en sociedad: relaciones de propiedad y producción, vínculos entre géneros, relaciones inter-generacionales, inter-raciales, seres humano naturaleza, opciones sexuales… 

  • Más allá  de lo secundario
 

El principio socialista no es que el trabajador(a) “reciba de acuerdo a su trabajo” (ya sabemos –el viejo Marx lo demostró- que la fuerza del trabajo produce valores muy por encima de cualquier paga asalariada); el principio socialista es eliminar el trabajo asalariado, convertir a los/as trabajadores/as en dueños de los medios de producción, distribución y servicios, imprimirle carácter social a la economía y a todos los factores del poder, y extinguir paulatinamente, gradualmente, el Estado. 

Que los ministros sean 7 o sean 25, que los vicepresidentes sean dos o sean seis, puede hacer más o menos eficaz la gestión dentro de un contexto determinado, pero eso no es lo fundamental. Lo fundamental es valorar si el contexto general, el modelo, las estructuras y superestructuras vigentes posibilitan crear socialismo o no; si ese cuadro estructural permite generar las condiciones para detener y revertir la corrupción, la indisciplina y la ineficiencia; si basta solo con remendar las instituciones y estructuras vigentes, con tratar de reordenar y normar mejor su gestión y/o administración, o si es realmente imprescindible reemplazarlas para evitar el colapso. 

Muchas veces he escuchado hablar en Cuba de reestructurar ministerios, exigir disciplina, elaborar nuevas normas de funcionamiento productivo, impulsar rectificaciones, estimular la cultura productiva, sembrar áreas ociosas, redefinir funciones de organismos, reducir burocracia, quitar impuestos, poner impuestos, prohibir y autorizar el acceso a bienes y servicios…y mas allá de pequeños y temporales logros , el modelo estatista-burocrático termina imponiendo su lógica, su lentitud, su ineficiencia y los intereses de la “clase imprevista” en detrimento del pueblo. 

Esa no es la movilidad que reclamamos los(as) partidarios de un nuevo socialismo en Cuba. Más bien proponemos, sugerimos y debatimos acerca de la necesidad de mover la situación en dirección a un nuevo modelo que rescate los principio del socialismo científico, que se distancie del llamado “Socialismo de Estado”, que incorpore las reflexiones que permitan construir un socialismo participativo, autogestionario, profundamente democrático e inclusivo. Un “socialismo diferente” como han dicho Pablo Milanés e incluso Mariela Castro, sumándose a no pocos intelectuales, artistas, militantes, cuadros del partido y combatientes internacionalistas. 

En mi caso, tratando el tema en sentido general y en el sentido particular de Cuba, también he incorporado, junto a la idea general de la socialización de lo estatal  y de la transición a un socialismo profundamente democrático-participativo, los valores socialistas contenidos en los nuevos movimientos feministas, indigenistas, ambientalistas y anti-adulto-céntrico. 

Así como la libertad de opción sexual, la superación de todas las vertientes de la cultura racista y el rescate a plenitud del internacionalismo revolucionario, considerablemente afectado por los intereses de Estado y la inexorable lógica diplomática-gubernamental en los casos en que se funden y confunden los roles del los partidos, las organizaciones sociales y las instituciones estatales y gubernamentales. 

  • Internacionalismo e “intervención”, posibilismo  o voluntad revolucionaria.
 

Ernesto Escobar me quiere descalificar para hablar de todo esto en relación con la Cuba actual, esgrimiendo una variante de chovinismo y un concepto de soberanía inapropiado para los revolucionarios marxistas, internacionalistas por definición. 

A veces incluso, parece que me quiere prohibir participar en el debate sobre el socialismo en  Cuba, en nuestra América y mas allá; olvidando que el socialismo o será mundial o no será, y obviando a la vez que para todo revolucionario/a de verdad es imposible desconocer el carácter internacionalista de la revolución y de las ideas que la impulsan, lo que incluye el análisis más allá de nuestras fronteras de todas las experiencias, errores y aciertos vividos. Algo imperioso, sobretodo después del colapso del “socialismo real”,  cuyo impacto negativo intervino en todos los países por encima de las soberanías nacionales formales y/o reales. 

La diplomacia no es válida en la relaciones de solidaridad y cooperación entre las fuerzas del cambio. 

La censura y la autocensura le han hecho demasiado daño a nuestro movimiento como para persistir en ellas. 

El posibilismo, además (“la política –dice Ernesto- es el arte de lo posible”), no es propio de los(as) partidarios(as) de la revolución y el socialismo. El propio Che nos habló de hacer “posible lo imposible”, o –diría yo- lo aparentemente imposible. Al cambio histórico hay que ponerle una alta dosis de voluntad revolucionaria. 

Con las señales de agotamiento que presenta el presente modelo cubano no es una “quimera” ni son simples “deseos” propugnar por abrirle camino a “las nuevas transformaciones socializantes y democratizadoras”; ni es ilusionismo afirmar “que si no se convierte al pueblo trabajador en real dueño y gestor de los medios de producción, distribución y servicios, si no se pasa del “ordeno y mando” a una auténtica participación colectiva en la toma de decisiones, sería imposible salir del estancamiento, generar esperanza y potenciar nuevos entusiasmos liberadores”. 

Entender imposible esos necesarios propósitos equivale a refrendar el “status quo” y asumir incluso una actitud muy alejada de aquella frase de Fidel: “hay que cambiar todo lo que halla que cambiar”. 

La clave es ponernos de acuerdo en lo que hay que cambiar y en eso hay importantes diferencias a debatir seriamente; sin tabúes, sin estigmatizaciones, sin canibalismo ideológico, sin represiones, sin censura… 

  • ¿Quienes deben decidir: las cúpulas revolucionarias o los pueblos?
 

No dudo, ni niego, ni afirmo… que la dirección revolucionaria cubana -como dice Ernesto- “estudia los resultado del extraordinario y original debate, en el que se recogieron mas de tres millones de intervenciones, con el fin de ejecutar aquellas que se consideren necesarias, útiles y en el momento posibles”. 

Estoy si en desacuerdo con esa concepción mesiánica y elitista de conducción defendida apasionadamente por él. 

¿Quienes establecen cuáles son las propuestas más necesarias, útiles y oportunas? 

¿Por qué no darlas a conocer a todos/as para que se debatan horizontalmente y se logren los nuevos consensos? 

¿Por qué limitar la discusión a la jurisdicción de cada núcleo, organismo, pequeños encuentros, sin que uno y otros conozcan lo que los/as demás piensan y proponen? 

¿Por qué no poner en conocimiento de toda la sociedad el conjunto de propuestas y opiniones? 

¿Por qué la dirección es la única que puede seleccionar y decidir? 

¿Por qué no superar el verticalismo y el control absoluto sobre los medios masivos de comunicación? 

¿Cuáles son los temas considerados estratégicos y quienes los seleccionarían para llevarlos al Congreso del partido? 

No dudo, ni niego, ni afirmo sobre si se va o no a hacer tal o cual cosa en el futuro, sencillamente me parece que esa metodología conduce a reforzar la centralización y a negar la participación democrática. Así ha sido históricamente en todas las experiencias revolucionarias y proyectos de orientación socialista en los que se han producido suplantaciones de este tipo. 

  • A propósito del endurecimiento.
 

Calificando de “superficiales, injustas y falsas” mis valoraciones, para luego negarme el derecho a plantearlas y después concluir en que soy algo parecido a un “enemigo”, no se contribuye a una discusión seria y profunda sobre cuestiones bien complejas, respecto a las cuales nunca he pretendido el monopolio de la verdad y admito la posibilidad de equivocarme parcial o totalmente. Esa forma de polemizar de Ernesto es muy funcional al dominio burocrático, y siempre ha sido útil para reprimir y excluir, aunque no todos los que la utilizan tengan esas intensiones. 

No critico el estilo de conducción militar, en el que generalmente gravitan con fuerza el mando y las órdenes, dentro de los cuerpos castrenses; aunque ciertamente en su funcionamiento dentro de una revolución popular es posible y conveniente incorporar simultáneamente concepciones y métodos participativos como los que formuló el gran estratega vietnamita Guyen Giap en su libro “Guerra del pueblo, ejército del pueblo”. 

Critico esos métodos sobre todo cuando se incorporan a la conducción política, a la gestión de las instituciones civiles del Estado y al funcionamiento de las organizaciones políticas y sociales.  

Además no considero ofensivo decir que quienes han ejercido durante décadas los métodos militares de dirección al interior de las Fuerzas Armadas regulares, tienden a trasladar esos métodos a la esfera política. Y es lógico que Raúl y todo el personal militar incorporado ahora en mayor escala a la esfera civil, introduzcan una mayor impronta militar dentro del Estado cubano, lo que no quiere decir que no existiera esa situación en grado considerable antes de su gestión. Esto es sencillamente un problema a reflexionar y solucionar, separando roles. 

De las restricciones, de las limitaciones, del endurecimiento del poder, no ha hablado solo quien escribe estas líneas. 

He leído bastante y con mucha atención lo que han escrito sobre ese y otros temas que revelan restricciones, no pocos revolucionarios(as) cubanos, incluso en Kaosenlared: me refiero a Félix Guerra, Félix Sautié, Pedro Campos, Aurelio Alonzo, Roberto Cobas Avivar, Pablo Milanes, Jorge Luis Aconde González, Carlos Ignacio Pino, Leonel González, Carlos C. Díaz, Crispín, Graciela Pogolatti, Fernando López de la Voz, El Francotirador del Cauto, Rafael Martín, Miguel Arencibia y paro de nombrar para no alargar mas el tema. 

Conozco el caso de Miguel Arencibia, cuyos escritos nadie en justicia puede calificar de contrarrevolucionarios y antisocialistas, si no todo lo contrario. Sin embargo, fue  cancelado de su empleo y sancionado en el partido por el simple hecho de usar la computadora de su trabajo para publicar sus artículos y participar en los debates por las redes digitales, dado lo prohibitivo económicamente que resulta operar desde los centros públicos de Internet y las restricciones que en ese orden afectan a los(as) ciudadanos(as) cubanos. 

Arencibia, militante comunista de varias décadas, coronel retirado, revolucionario con muchos méritos, está sobreviviendo haciendo de “parqueador” de vehículos, por haberse expresado a favor de un socialismo diferente; colocado en esa engorrosa y precaria situación se le hace muy difícil aportar al debate lo que estaba aportando. Esta es una expresión  del endurecimiento señalado y no es un caso único en vista de la manera como el Estado aborda esta vertiente de la tecnología de la comunicación. 

De Sautié, cristiano-socialista, revolucionario de toda una vida, he leído consistentes críticas a ese afán persecutorio y represor. De Cobas Avivar, la denuncia de una marcada tendencia a calificar como “enemigos del pueblo” a quienes desde la izquierda no comparten el discurso único oficial, caricaturizado además por apasionados subalternos dedicados a denostar a quienes critican la situación desde su incontrovertible militancia en la revolución. Y podría citar innumerables señalamientos innumerables señalamiento de otros articulistas revolucionarios que periódicamente denuncian limitaciones a las libertades individuales y colectivas.

Las sanciones políticas y administrativas, por demás, están cargadas de secretismos innecesarios y no pocos casos –como se evidenció en las recientes destituciones- son tratados con métodos de inteligencia militar, lo cual enturbia su contenido. 

Del llamado de Raúl a debatir todo, a la manera secreta como se ha  manejado el producto de ese debate y como se estigmatizan las críticas formuladas en Kaosenlared y en otras publicaciones digitales desde posiciones de izquierdas, media un proceso de endurecimiento. 

Los defectos reales o supuestos de los/as camaradas con opiniones propias y posiciones críticas se tapan cuando hay coincidencia y salen a la superficie solo cuando se desarrollan contradicciones políticas o metodológicas. Las virtudes desaparecen y el respeto se convierte en cosa del pasado. 

Ernesto no logra percibir que su carta está impregnada de ese endurecimiento cuando le atribuye “ayudar” a los enemigos de la revolución a una persona que durante toda su vida, y sobre todo en los tiempos más duros, ha asumido su defensa en los temas más complejos y riesgosos, por el hecho de propugnar por el cambio de modelo que como otros parecidos tiende a agotarse y colapsar. Así también han sido -y son- maltratados otros militantes comunistas y socialistas revolucionarios, cubanos y de otras nacionalidades, que han adoptados posiciones similares. 

Y lo peor es que esa concepción se traduce en estigmatizaciones, exclusiones, desprecios e intolerancias desde los aparatos del Estado y del partido, ya no solo como expresión individual sino institucionalizada. 

  • Debatir sin estigmatizar ni reprimir.
 

¿Cuáles de esas críticas formuladas por militantes comunistas y combatientes anti-imperialistas y anti-capitalistas insobornables, que propugnan por un socialismo diferente, podrían “engrosar el arsenal de los enemigos de la revolución”? 

¿Cuáles son las críticas que ayudan y cuáles no? 

¿Quiénes tienen el medidor, el detector de la verdad y la certeza, de lo que hace daño y de lo que hace bien? 

¿Quiénes dañan a la revolución: los que ocultan sus fallas o los que valientemente las señalan, los que actúan como burócratas incondicionales o los que dicen con sinceridad lo que piensan? 

No sabemos, por demás, cuál es el calendario aprobado para los cambios dentro de la revolución cubana, ni quienes lo han decidido, ni si este ha sido realmente diseñado o no. Esa alusión de Ernesto puede ser tanto una verdad oculta como un recurso retórico. 

Sería muy útil conocerlo algo imposible si no se publicita y cuanto me alegraría que antes de que la crisis sea mayor, además de existir, ese calendario contemple más socialismo, más poder popular y más democracia. 

A Ernesto lo felicito por debilitar la conspiración del silencio, por decir lo que siente y lo que piensa. 

Sus reacciones represivas las entiendo parte consustancial de la cultura autoritaria reciclada constantemente por el “socialismo de Estado”; dado que detrás de cada acusación sobre mi supuesta “ayuda” a los enemigos de la revolución y mi supuesta manera de “engrosar su arsenal” y “hacerle daño” a ese proceso, y detrás de considerarme un “amigo” del cual “Dios debe librarlo”, hay una vocación punitiva y penalizadora.  

Pero todo esto no me impide invitarlo a dejarnos de fanatismo, a pesar reflexivamente y con cabeza propia, y a atrevernos a equivocarnos o a acertar, ejerciendo la crítica frente a resultados y evoluciones de las luchas y procesos de orientación socialista que en el siglo XX se separaron bastante de las propuestas originales de los fundadores y continuadores del socialismo científico.  

Procesos que ignoraron además los nuevos aportes  y las necesarias negaciones de las concepciones y las malas prácticas que han conducido a confundir estatización con socialización y a negar las nuevas y necesarias herejías revolucionarias que posibilitarían superar en el sentido socialista esta lamentable situación.  

La actitud de Ernesto no me limita, en fin, para invitarlo a reflexionar e investigar desapasionadamente cuanto de esa lamentable realidad contaminó la revolución cubana y cuánto es posible y necesario superar antes que sea tarde. A debatir sin estigmatizar. A debatir para lograr los nuevos consensos y las soluciones  que posibiliten avanzar mucho más de lo alcanzado. 
 

5 de agosto de 2009

Santo Domingo. República Dominicana 


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Narciso Isa Conde


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