Fin del Imperio Español en América

Guerra de Cuba o estupidez congénita española

Guerra en Cuba, hacia el abismo. En Cuba (1868) la guerra por la libertad cobraba amplios vuelos ante la incomprensión de los gobiernos de España y aún más de sus militares y funcionarios en las Antillas. Los cubanos eran ayudados por los yanquis, a los que les interesaba la isla por estar enfrente del valle del Mississipi y del futuro canal de Panamá y ser estratégicamente la llave del golfo de México. Desde 1869 los yanquis habían gestionado que España reconociese la autonomía. Las reclamaciones de los yanquis, continuaron. Pretendieron comprar la isla, pero los gobiernos de España no se atrevieron a venderla y prefirieron perderla. Los intereses creados, el imperialismo yanqui del “Manifest Destiny” y la inhabilidad (estupidez congénita para la política) de los gobiernos españoles para enfocar correctamente asunto tan grave, acarrearon la perdida de Cuba. “A Cuba iban los altos funcionarios españoles a enriquecerse y a jugar al sátrapa, haciéndose servir por esclavos negros”. El movimiento liberador tenía por jefe a Carlos Manuel de Céspedes, y su capital provisional fue establecida en el poblado de Sibanien, donde funcionó un Congreso nacional revolucionario cubano. El “Alzamiento de Yara”, fue la señal para el pueblo cubano de luchar por su libertad. Cuando el nuevo capitán general, Domingo Dulce, se hizo cargo del mando, los patriotas cubanos, al grito de ¡Viva Cuba independiente!, habían logrado grandes progresos. Bajo su gobierno se crearon bandas de “voluntarios” armados que cometían toda clase de desmanes contra el pueblo cubano. Uno de los crímenes de mayor resonancia, fue el fusilamiento de varios estudiantes de la Facultad de Medicina de La Habana, el año de 1871, acusados, sin ningún género de pruebas, de profanación de sepulturas. Fue entonces cuando el capitán Estébanez “rompió ostensiblemente su espada” para significar que no confundía su amor a España con la defensa de las instituciones colonialistas.

No era empresa fácil para España mantener los restos del imperio colonial. La “Paz del Zanjón” (10 de febrero 1878) no había sido tal, pues fue seguida de la llamada “guerra chiquita”, dirigida principalmente por José Maceo y Guillermo Moncada. Aunque el general Polavieja dominó esta fase de las hostilidades, comprendió ya entonces que el final ineluctable de los acontecimientos sería la independencia de la Isla. España, después de la paz del Zanjón y no sin complicados debates parlamentarios, se abolió definitivamente la esclavitud en Cuba, completando las primeras disposiciones en dicho sentido de 1870 (ley Moret). La supresión del patronato en octubre de 1888 (ley Gamazo) dio libertad a unos 25.000 “patrocinados”. Patriotas cubanos como Bonaechea, Limbano Sánchez y otros pagaron con su vida los diversos intentos de levantamiento. En 1878, Martinez Campos logró llegar a un acuerdo con las fuerzas insurrectas cubanas, que se comprometían a deponer las armas a cambio de que Cuba obtuviese el mismo régimen que Puerto Rico y de una amnistía general. El hecho de que Estrada Palma, presidente provisional de Cuba, hubiera caído prisionero (octubre 1877) y de la disolución de la Cámara de Representantes cubana (8 de febrero 1878) precipitó los acontecimientos. Máximo Gómez tuvo una entrevista con Martinez Campos y fue autorizado a abandonar la Isla, como así lo hizo a primeros de mayo. Por lo contrario, un núcleo de patriotas cubanos dirigidos por Antonio Maceo no admitió esa capitulación, paz o tregua llamada del Zanjón, que había sido firmado el 10 de febrero. Una entrevista de Martinez Campos con los jefes insurrectos no dio ningún resultado. Un año más tarde estalló en Oriente la llamada “Guerra Chiquita”, dirigida principalmente por José Maceo y Guillermo Moncada en el interior y Calixto García en el exterior. Al mismo tiempo, uno de los mejores valores del pueblo cubano, José Martí, evadido de España donde se encontraba deportado; en 1881 pasó a Tampa (USA), formó el Partido Revolucionario Cubano y se convirtió en el guía e inspirador del movimiento de emancipación dentro y fuera del país. De incansable actividad, recorrió la Florida, Santo Domingo, Costa Rica, etc., aunando voluntades y organizando las fuerzas cubanas. El partido “autonomista” de Cuba envió diputados a Cortes (en 1879) después de hallarse privada de este derecho. Uno de ellos Montoro, propuso al Congreso Español que se concediese “la autonomía colonial en toda su pureza”, pero su propuesta fue rechazada por 217 votos contra 17. En Madrid sólo se pensaba en sacar jugo a las colonias.



El 24 de febrero de 1895 marcó el comienzo de un nuevo y decisivo esfuerzo insurreccional: El Grito de Baire. Un mes después se manifestaban también los primeros síntomas en Filipinas.

Mientras tanto, los Estados Unidos acechaban la ocasión. Ya en 1890 Mr. Blaine, secretario de Estado, no se había recatado en declarar a la prensa: “Cuba caerá como una manzana madura en nuestras manos”. Pero la ceguera y la estupidez congénita de los gobiernos españoles era tanta que cuando, ese mismo año, el diputado reformista cubano Sr. Labra pidió la simple autonomía para la Isla; España no aceptó. El historiador Don Rafael Altamira dijo: “Se continuó escatimando derechos a los antillanos, recelando de todo movimiento liberal y empleando, cuando la situación se agravaba, procedimiento de fuerza”. En mayo de 1895 Cánovas, jefe del Gobierno, no tuvo mejor respuesta que esta: “España empleará la sangre de su último hombre y quemará su último cartucho y gastará su último céntimo en conservar aquellas provincias”. Para comprender el interés que los Estados Unidos tenían por las islas antillanas, damos a continuación los siguientes datos: La producción azucarera cubana en 1892 había sido de 1.054.214 toneladas. De ellas fueron exportadas a los Estados Unidos el 94%. El tabaco iba también a Estados Unidos. En cuanto a las importaciones, en general, si España colocaba productos por 92 millones de francos, Estados Unidos lo hacían por valor de 81 millones.



El 2 de abril de 1895, desembarcaba Maceo en las playas de Cuba. Las guerrillas se extendían por todo el país. Según cifras –muy por debajo de la realidad, pues eran dadas bajo censura española- del diario autonomista de Cuba “La Lucha”, había 6000 hombres armados en la manigua. Una celebre carta de Martínez de Campos a Cánovas, que lo había nombrado capitán general de la Isla, en julio de 1895, es el mejor exponente de la situación: “Cuando se pasa por los bohíos del campo no se ven hombres y las mujeres, al preguntarlas por sus maridos e hijos, contestan con una naturalidad aterradora, “en el monte con fulano”; y si ven pasar a una columna nuestra, la cuentan, y pasan los avisos con una espontaneidad y una velocidad pasmosa”. Martinez Campos no se atreve a intensificar más la represión y se niega a crear campos de concentración para las familias de los sublevados. Y añade: “Vencidos en el campo o sometidos los insurrectos, como el país no nos quiere pagar ni nos puede ver, con reformas o sin reformas, con perdón o con exterminio, mi opinión leal y sincera es que dentro de poco tenemos otra guerra...” Los sucesos más importantes durante la campaña de Martinez Campos habían sido la muerte de José Martí, titulado presidente de la República de Cuba, en la llamada Acción de Dos Ríos, y el combate de Peralejo.

En los primeros días de 1896, los patriotas llegaron hasta Marianao, a 12 Km. de La Habana. Entonces Cánovas destituyó a Martinez Campos y, decidido a hacer “la guerra cruel”, nombró al general Weyler capitán general de Cuba. Weyler entró en la Historia con el triste distintivo de establecer los campos de concentración y emplear el terror como método de guerra. Dedicóse a operar contra el grueso de la partida que acaudillaba Antonio Maceo, a quien derrotó en San Antonio de las Vegas, y dos días después en Chimborazo la columna Linares. También fue derrotada la partida de Máximo Gómez en Moralito. La persecución de ambos jefes era continuada y tenaz; Maceo consiguió acercarse a la Habana. Weyler no cesaba en acorralarle. Al fin, le redujo en la provincia de Pinar del Río. Forzó el cerco Maceo, a pesar de toda la vigilancia, en la noche del 4 al 5 de diciembre, y, uniéndose a varias partidas que en junto sumarían 2.000 hombres, se encontró con las fuerzas españolas, entablándose duro combate en Punta Brava. Maceo murió en la acción, y su ayudante, un hijo de Máximo Gómez, no queriendo sobrevivir a su jefe, se suicidó junto a su cadáver. Al finalizar el año 1896, con la muerte de Maceo y la de su sucesor Rius Rivera. La Habana y Matanzas estaban casi pacificadas. Dominada la insurrección en occidente, procuró el general proseguir la campaña con el aniquilamiento de los otros dos jefes de la rebelión, Máximo Gómez y Calixto García, consiguió que a mediados de 1897 la situación general de la isla mejorase mucho. La política de Weyler dio pretexto para que los Estados Unidos reconocieran la beligerancia a los insurrectos cubanos. La operación estaba en marcha. El 4 de abril, Mr. Ilney, secretario de Estado, entregaba una nota al ministro español en Washington, proponiendo los “buenos oficios” de su gobierno. En dicha nota se decía: “El objeto de la presente comunicación no es discutir la intervención, ni proponer la intervención, ni preparar el camino de la intervención...lo que los Estados Unidos desean... es cooperar con España para la inmediata pacificación de la Isla, bajo una base que dejando a España sus derechos y deberes del gobierno propio local que razonablemente pueda pedirse”. La nota pedía que España cesase su política de “hacer frente a la insurrección con la espada en la mano”.



Para situar históricamente la cuestión antillana, conviene no olvidar que desde 1873 se sucedían los desembarcos yanquis en la zona colombiana del Istmo de Panamá. El mar Caribe debía ser “Mare nostrum” para la flota de los Estados Unidos. En cuanto a Filipinas, era una avanzada al otro lado del Pacifico, enfilando hacia el nuevo poder, el Japón, y hacia el vasto mercado chino. El esfuerzo liberador de Cuba coincidía con una época en que los Magnates Imperialistas de las Riquezas (léase FINANZA INTERNACIONAL) estaban acabando de Repartirse el Botín, y buscaban aquellos puntos donde podían instalar su Poderío Económico. En 1897, Mac Kinley sucedió a Cleveland en la presidencia de los Estados Unidos. Como se ve, la situación no podía ser más grave. El 19 de mayo, Sagasta declaraba: “Después de haberse enviado 200.000 hombres y de haberse derramado tanta sangre, no somos dueños en la Isla de más terreno que el que pisan nuestros soldados”. Pi y Maragall, más clarividente, declaraba que si la cuestión de Cuba no podía arreglarse por medios pacíficos habría que ir al reconocimiento de su independencia, así como de la autonomía de Filipinas. En febrero de 1898, el general Blanco, enviado por el gobierno a reemplazar a Weyler, informaba a Sagasta del siguiente modo: “El ejército, agotado y anémico, poblando los hospitales, sin fuerzas para combatir ni apenas para sostener las armas; más de trescientos mil concentrados agonizantes o famélicos pereciendo de hambre y de miseria alrededor de las poblaciones...”

La guerra estaba perdida para España y ganada virtualmente por los cubanos. En Washington se estimó que había llegado el momento de ganarla para los Estados Unidos. El cónsul yanqui en la Habana, Lee, solicitó el envío de barcos de guerra que protegiesen el consulado. El gobierno yanqui envió el crucero Maine. Un imprevisto suceso precipitó los acontecimientos. En el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898, a las diez de la noche, mientras la oficialidad del Maine asistía, “por rara coincidencia”, a una fiesta que se daba en otro barco, una explosión abrió el casco del crucero norteamericano. Los yanquis acusaron a España, aunque, en enero de 1911, en que, puesto a flote el buque y examinado cuidadosamente, se vio que la explosión fue generada internamente. El presidente MacKinley, envió a la reina de España un emisario extraordinario “cuya secreta misión consistía en plantear, con todos los caracteres de un ultimátum, este severo dilema: o la inmediata venta de Cuba o la también fulminante intervención armada de los Estados Unidos, para acabar allí con su soberanía.” Todo lo tenían los yanquis dispuesto: un ejército de cien mil hombres en su costa frontera a Cuba, y la escuadra del almirante Sampson; que aparecieron sus navíos a la vista de Cuba, estableciendo el bloqueo y bombardeando Matanzas el (9 de mayo) e intentando un desembarco en Pinar del Río.

En España, los ministros de Guerra y Marina son más audaces que los jefes militares de Ultramar. Uno de éstos, el almirante Cervera, había escrito al ministro de Marina, general Bermejo, el 26 de febrero de 1898: “Me pregunto si me es lícito callarme y hacerme solidario de aventuras que causarán, si ocurren, la total ruina de España, y todo por defender una isla que fue nuestra y ya no nos pertenece, porque aunque no la perdiésemos de derecho con la guerra la tenemos perdida de hecho”. Se fue a la guerra y la primera escuadra española que se hundió fue la de Filipinas, en Cavite, el primero de mayo de 1898. La opinión en España estaba extraviada: a impulso de un mal patriotismo, se pedía que la escuadra que estaba en Cabo Verde donde se hallaba fondeada en 19 de abril, fuera a luchar con la de los Estados Unidos. El gobierno ordenó su salida para Cuba. El almirante de la escuadra (Cervera) le comunica en (22 de abril 1998) al ministro de Marina: “La sorpresa y estupor que ha causado a todos estos comandantes la orden de a Cuba, es imposible de pintar, y en verdad tienen razón, porque de esta expedición no se puede esperar más que la destrucción total de la Escuadra, o su vuelta atropellada y desmoralizada”. Pero en Madrid una junta de generales decidió que la escuadra se situara en el mar de las Antillas. Cervera obedeció, haciendo constar antes de su salida que “iba al sacrificio, sin explicarse el voto unánime de los generales de Marina, alguno de los cuales debía haber ido a Cabo Verde a encargarse del mando de la escuadra, quedando él, como había propuesto, de segundo jefe de la misma”. Salió, pues, la armada de Cabo Verde, sin elementos de guerra y sin el carbón necesario para el viaje. Burlando la vigilancia de la armada yanqui, consiguió llegar a Santiago de Cuba, de haber tenido carbón suficiente, la escuadra hubiera podido llegar a la Habana, donde fácilmente se hubiera situado al abrigo de los cañones de la plaza. Ante Santiago presentóse la armada yanqui, bloqueó el puerto y bombardeó la ciudad. Dos meses después el Almirante Cervera pide instrucciones al Gobierno desde Santiago de Cuba. Bloqueado por la escuadra yanqui, ofrece la alternativa de destruir la escuadra española dentro del puerto o perderla en altamar. El Gobierno le ordena salir. En Santiago, como en Cavite, las frágiles embarcaciones españoles, con cañones que no alcanzaban a los navíos yanquis, sucumbieron acribillados por éstos. Después de aquel segundo Trafalgar el Almirante Cervera, prisionero, telegrafiaba a Madrid. “Hemos perdido todo”. Con los viejos buques se había hundido el Imperio que durante siglos permitió vivir en Inconsciente “Molicie” a las clases dirigentes Españolas. Como ha dicho José Carlos Mariategui: “El Imperio español tramontaba por no reposar sino sobre bases militares y políticas y, sobre todo, por representar una economía superada. España no podía abastecer abundantemente a sus colonias sino de eclesiásticos, doctores y nobles”. Esa era la triste realidad de la España que durante tres siglos no había Aprovechado su Imperio para Cimentar una Producción Nacional y que, al Perderlo, Sumaba su Atraso a su Pobreza.

Cien días de guerra habían liquidado las posibilidades bélicas de España en sus colonias. El 10 de diciembre de 1898 se firmaba en París el tratado de paz entre España y Estados Unidos. Montero Ríos, en nombre del gobierno español, tenía que firmar aquella sentencia de muerte del viejo imperio que, desgraciadamente, era mucho más “traspaso de dominación a otra potencia” que reconocimiento de la libertad de un pueblo. El Tratado de París concedía a los Estados Unidos el dominio sobre las colonias de Puerto Rico y Filipinas vendidas por 20 millones de Dólares. En cuanto a Cuba, se le otorgaba una independencia muy precaria. Su Constitución de 1901, copiada de la norteamericana, tuvo que sufrir la Enmienda Platt, votada por el Senado norteamericano en junio de 1901, en virtud de la cual la soberanía cubana quedaba mediatizada por la fiscalización norteamericana, y con ello se apoderaron de Guantamano. (Y así la mantuvieron, hasta la llegada del Comandante Fidel Castro Ruz y la Revolución). ¡Viva Cuba Independiente!

El presidente Mac-Kinley explicó crudamente el sentido de esa guerra: “Las Filipinas, lo mismo que Cuba y Puerto Rico, nos han sido confiadas por la Providencia”. ¿Cómo iba a sustraerse el país a semejante deber?... Las Filipinas son nuestras para siempre. Inmediatamente detrás de ellas se encuentran los mercados ilimitados de China. Nosotros no renunciaremos ni a lo uno ni a lo otro. No fue fácil para Washington instaurar su poder en Filipinas. Su jefe nacional, Aguinaldo, proclamó la república independiente, el mismo ejército que había luchado contra los españoles se batió durante dos años contra los nuevos ocupantes. Sólo después de la captura de Aguinaldo pudo el ejército Yanqui dominar el archipiélago a fuerza de fusilamientos y detenciones. Los Estados Unidos se vieron obligados a mantener en Filipinas un ejército de ocupación de 150.000 hombres.

¿Adonde vas España, donde vas... triste de ti? Vas en busca de la virginidad perdida: asociada con tus verdugos de ayer, que te llevaron a la miseria más cruel; encompinchada con Bush el mayor genocida de la historia de la humanidad, acompañándolo en sus correrías, invadiendo países, saqueándoles sus riquezas, destruyendo, masacrando, asolando, asesinando inocentes y secuestrando a sus gentes. ¡Hay madre, como me duele tú España!, tú, que toda tu vida siempre fuiste Socialista y Republicana.

¿Adónde vas Zapatero, donde vas... triste de ti?, voy de gancho con el narco-paraco Uribe, por las calles de Madrid. De compinche con un faszzista, asesino de profesión, operador de moto sierra, y descuartizador de su pueblo... vas apoyándolo por los caminos verdes de la droga, y defendiendo los intereses de los rapaces empresarios españoles, que saquean las naciones latinoamericanas que España llama hijas. ¡Hay madre, como me duele el PSOE de Pablo Iglesias, en el cual militaste y has defendido!

SALUD CAMARADAS CUBANOS.

HASTA LA VICTORIA SIEMPRE.

PATRIA. SOCIALISMO O MUERTE ¡VENCEREMOS!

¡VIVA FIDEL!

manueltaibo@cantv.net


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Manuel Taibo


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