Con un pie en propia trampa

El año 2025 será recordado como el año en que el imperio de los EEUU emprendió su camino de no retorno, un punto de inflexión hacia el declive de su hegemonía, y además con la velocidad de un edificio demolido a partir de una carga interna. En un gesto tan desesperado como errático, EEUU, con el aval silencioso de los países europeos y presionado por el lobby del sionismo internacional, ha perpetrado uno de los actos más infames de la historia reciente de la civilización humana. El espantoso crimen que se llevó a cabo contra tres plantas nucleares en Irán es un acto de guerra desproporcionado, unilateral, ilegal e irracionalmente peligroso para la preservación de la humanidad. Catorce bombas anti bunkers GBU fueron repartidas sobre las instalaciones de Fordow y Natanz, mientras que los Tomahaw´s llovieron contra la planta nuclear de Isfahan. Esta vil agresión imperialista se lleva a cabo contra un país que suscribe el tratado de no proliferación de armas nucleares, que abrió sus puertas a las inspecciones de la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) y que además se encontraba en medio de un proceso de negociación, finalmente boicoteado por el estado sionista y genocida de Israel, a través de una ataque unilateral e injustificado en el que asesinan gran parte del alto mando militar en una sola operación, cuyo objetivo era quebrar la voluntad del pueblo iraní, promoviendo una implosión social y por tanto un cambio de régimen, pero a pesar de las maniobras de la inteligencia militar para infiltrar algunas instancias del gobierno y el ejército esto no se cumplió, puesto que no contaban con la respuesta digna y el respaldo irrevocable del pueblo persa al líder espiritual de la nación, el ayatolá Alí Jamenei.

Estas acciones, lejos de ser un ejercicio de contención al programa nuclear de Irán, han puesto en evidencia la desesperación y las debilidades del estado de Israel y ahora de su país mentor EEUU, dinamitando la hegemonía desde sus cimientos, revelando una vez más que los imperios no caen por las acciones externas de sus enemigos tanto como por las trampas que sus propias ansias de dominación les imponen. De esta forma, Irán pasa a ser más que un objetivo de dominación, el anzuelo.

Las recientes agresiones de EEUU sobre la república persa se inscriben en un tablero global donde el imperialismo norteamericano ya ha sido derrotado moral, económica y militarmente en varios frentes y que además da muestras de profundos quiebres internos, acompañado en su ejercicio autoritario por una OTAN empantanada en la guerra de Ucrania y la unipolaridad desplazada por la influencia económica de China y a la que Rusia le ha arrebatado la iniciativa estratégica con una precisión quirúrgica. El sionismo, acostumbrado a operar con impunidad desde Tel Aviv y en complicidad con Washington, presiona de forma irresponsable el botón rojo de la guerra al entender que ya no puede sostener su control regional y su ejercicio genocida sobre Palestina donde han masacrado a toda una civilización por hacerse del control del territorio, en una práctica tan atroz como retrógrada propia del nazismo.

El ataque a las instalaciones nucleares de Irán, pretendía, en apariencia, ser una demostración de poder inigualable. Pero en el fondo, es una muestra evidente de debilidad estratégica, ya que buscando corresponderse con la mentira difundida, ponen en riesgo al mundo entero ante una posible escalada nuclear. Estados Unidos se convierte ahora en un hegemón que se esfuerza por confirmar su hegemonía, pues ya no actúa como potencia segura, sino como entidad nerviosa, acosada, lanzando golpes sin control como un boxeador agotado al borde del nocaut. Irán, lejos de responder con histeria, ha sabido leer el momento. Su respuesta no ha sido aislada ni inmediata, sino tejida con paciencia, con la certeza de que no está solo, pues cuenta con el respaldo político y militar de Rusia, con el apoyo estratégico de China, con la articulación del eje de la resistencia que se extiende desde el Líbano hasta Yemen, con el respaldo de Pakistán (vecino táctico) y la disposición de Corea del Norte para brindar un apoyo militar que se redimensiona tras cada agresión y que pudiese estar representando la pronta adquisición de armas nucleares.

Tras la caída de Siria como un bastión del eje de la resistencia, China, Rusia e Irán como principales actores de la multipolaridad se prepararon para la inevitable intervención de los EEUU y sus representantes sionistas, pues le han tomado el pulso al sistemático plan de agresión global que ejecutan en un esfuerzo por recomponer sus fuerzas y su influencia en el mundo. El bloque de la resistencia se anticipó, entendiendo que con el derrocamiento de Bashar al Ásad el imperialismo había edificado las condiciones para forzar su avance en la región y así provocar un cambio de régimen favorable a su anhelo de controlar las reservas de los recursos energéticos.

Los líderes de la nación persa, esperando el ataque, dispusieron de una serie de señuelos logrando finalmente confundir al enemigo, sin embargo Israel alcanzó a dar un duro golpe contra la dirección militar del país, lo que provocó que el liderazgo reposara inmediatamente sobre el ayatolá, asumiendo los nuevos nombramientos militares y provocando que el presidente Masoud Pezeshkian, que hasta entonces había mantenido una postura favorable al entendimiento con Occidente, asumiera ahora una posición firme y unificada en torno al liderazgo espiritual y contra el intervencionismo. Desde entonces Irán ha proporcionado una respuesta que ha ido orientada a debilitar las capacidades militares del sionismo, propinándole golpes sensibles a los cuarteles del Mossad, del Aman, al cuartel general, a centros para el desarrollo científico militar, a aeródromos, bases militares, pero sobre todo golpear el sistema de defensa antiaérea, saturando y mermando la capacidad de su tan famoso domo de hierro.

La configuración de un mundo multipolar ya no es una aspiración teórica sino un proceso real, tangible, que se acelera cada vez que el imperio actúa con saña y no con diplomacia. Con este último ataque, Estados Unidos no ha hecho más que facilitar el nacimiento de una nueva correlación geopolítica que no solo cuestiona su poder, sino que comienza a sustituirlo activamente. China quien tiene por práctica política observar desde la distancia y la ventaja, se posiciona como un actor clave del conflicto, burlando el cerco de Israel al dejar caer sobre territorio palestino contenedores con alimentos, proporcionándole armamento a Irán y posicionando elementos de su flota naval en las cercanías del mar iraní como una posible maniobra de disuasión. Rusia gana autoridad diplomática mientras que adelanta a la OTAN en la carrera militar tras cada error cometido en territorio ucraniano. Irán al absorber los golpes de Israel y EEUU se planta como un actor de primer nivel, ya no únicamente como un integrante de la lista de sancionados ni como el líder del eje de la resistencia, sino como un país beligerante capaz de poner en jaque a las potencias nucleares con inteligencia táctica.

Israel, por su parte, ya no puede esconderse detrás de su retórica defensiva. El ataque a Irán ha sido coordinado y planificado desde hace meses entre Tel Aviv y Washington. La narrativa de "respuesta preventiva" se desmorona frente a la evidencia de un acto de guerra deliberado que viola el derecho internacional y amenaza con desatar una conflagración de consecuencias incalculables. El gobierno sionista juega con fuego y lo hace, como siempre, con gasolina estadounidense. Pero esta vez, las llamas no se limitan a los márgenes de Gaza o los suburbios de Damasco. Esta vez, arden en el corazón mismo de la credibilidad imperial, y sin embargo, el mayor impacto no será el militar sino el simbólico. La acción de EEUU destruye su narrativa de "garante del orden", de "protector de la paz" y de "líder del mundo libre". Ha perdido la iniciativa, la superioridad moral y el monopolio de la fuerza legítima. Cada bomba lanzada sobre Irán ha destruido también un fragmento de la ficción que sostenía su hegemonía. Al actuar como agresor unilateral, se ha colocado en la posición que tanto denuncia: la de un país que utiliza la violencia para esconder su decadencia. Además entra en una confrontación directa que salta de forma inconveniente el esquema de la guerra proxy para luchar frontalmente contra una potencia mundial de ochenta y nueve millones de habitantes.

Las reacciones no se han hecho esperar. En Eurasia, América Latina, África y Asia, los movimientos sociales, los gobiernos alternativos y los pueblos en resistencia ven en esta escalada un nuevo motivo para acelerar los procesos de autonomía y soberanía. No será casual que las monedas locales se fortalezcan frente al dólar, que las alianzas de los BRICS se profundicen, o que la diplomacia alternativa, liderada por Beijing y Moscú, se imponga con fuerza renovada. El mundo ya no gira alrededor de Washington, y eso, en última instancia, es lo que desespera al Pentágono.

Estados Unidos ha caído en una trampa diseñada con la paciencia y la astucia de los grandes actores de la multipolaridad, pues sus métodos se han fortalecido tras haber resistido colonizaciones, invasiones y bloqueos. Rusia ha tendido el velo estratégico. China ha ofrecido el marco económico. Irán ha encarnado la dignidad de los pueblos en lucha y asume ahora el rol protagónico contra el imperialismo. El imperio que tardó días en planificar su participación ahora no sabe cómo salir sin desgarrarse. La pregunta ya no es si Estados Unidos puede ganar la guerra, sino cuánto está dispuesto a perder para no aceptar que ya la ha perdido.

En este contexto, no cabe neutralidad ni equidistancia. Hay que señalar con claridad: Israel no es víctima, es agresor; Estados Unidos no es defensor de la democracia, es agente del caos. Y el mundo no está siendo "llevado a la guerra", está intentando sobrevivir al desespero de un imperio en ocaso.

La historia es cíclica, pero también implacable. El viejo orden ya no puede sostenerse con amenazas, y mucho menos con misiles. La hegemonía anglo-sionista se resquebraja en todos los frentes, y su caída no será lenta ni noble. Será la consecuencia inevitable de haberse creído invencible, de haberse apropiado del título de amo del planeta. Hoy, el imperio ha puesto un pie en propia trampa y no parece saber cómo zafarse.



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