Zelensky y la paz imposible: ¿Miedo a la rendición o al juicio de la historia?

La prolongación del conflicto entre Ucrania y Rusia ha generado múltiples interrogantes sobre los verdaderos intereses detrás de las posiciones adoptadas por los líderes implicados.

Mientras la guerra arrastra ya varios años de destrucción, miseria y muerte, una verdad incómoda empieza a emerger con fuerza: Volodímir Zelensky no quiere la paz. No porque no sea posible, ni porque Rusia se niegue a dialogar, sino porque sabe que una paz negociada lo dejaría expuesto ante su propio pueblo, ante la historia y, quizá, ante la justicia.

Las conversaciones llevadas a cabo en Turquía revelan que existen espacios para el entendimiento, incluso con un enemigo tan brutal como el Kremlin. Pero del lado ucraniano, la voluntad real de negociar parece haber sido sustituida por una obsesión: sostener el conflicto a toda costa, aunque eso signifique más sangre, más exilio y más ruina para una nación ya devastada. ¿Por qué? Porque la guerra es el último escudo de Zelensky para evitar su propio colapso.

El escenario político ucraniano antes de la guerra ya presentaba complejidades significativas. Zelensky, quien llegó al poder como un outsider político en 2019, enfrentaba un marcado declive en su popularidad. Las promesas de lucha contra la corrupción y de mejora económica se habían diluido gradualmente, y su administración mostraba signos de desgaste.

La guerra transformó radicalmente su imagen, convirtiéndolo en un símbolo de resistencia internacional. Pero esta metamorfosis plantea un dilema fundamental: la paz podría significar el retorno a la normalidad institucional y, con ello, el fin de las circunstancias extraordinarias que han sostenido su liderazgo.

La legislación ucraniana establece claramente que, en tiempos de paz, deben celebrarse elecciones regulares. El mandato de Zelensky debería haber concluido mediante un proceso electoral que las circunstancias bélicas han impedido. La firma de un acuerdo de paz activaría inevitablemente el cronómetro institucional para llevarlas a cabo.

Sin embargo, las posiciones ucranianas han mantenido exigencias que, aunque comprensibles desde una perspectiva nacional, resultan prácticamente imposibles de aceptar para la contraparte rusa. Esta intransigencia negociadora podría interpretarse como una estrategia deliberada para evitar acuerdos definitivos que conduzcan al cese del conflicto, manteniendo así el estado de excepción que justifica la continuidad del actual liderazgo sin someterse al escrutinio electoral.

En este contexto, surgen preocupaciones legítimas sobre la responsabilidad política por las decisiones tomadas durante el conflicto. Los cuestionamientos podrían centrarse en:

  • La preparación militar previa al conflicto

  • Las estrategias diplomáticas fallidas

  • La gestión de los recursos internacionales

  • Las consecuencias humanitarias y materiales del enfrentamiento

  • Y el más argüido: la corrupción

Este es precisamente el temor de Zelensky. La firma de un alto al fuego obligaría a Ucrania a retomar la normalidad democrática y convocar elecciones presidenciales. Y ahí es donde el presidente enfrenta su mayor amenaza: no desde Moscú, sino desde Kiev. Una paz negociada lo obligaría a rendir cuentas no solo por la guerra, sino también por su gestión política, económica y social.

¿Se rehúsa a ceder por principios... o por miedo al ocaso político y judicial? Es una pregunta que ya se hacen muchos observadores, y cuya respuesta, aunque políticamente incorrecta, no puede seguir ignorándose.

Sectores críticos dentro de Ucrania y de la diáspora ucraniana ya hablan de responsabilidades penales por decisiones que condujeron al país a una catástrofe sin precedentes. La represión a la oposición, la censura a medios disidentes y la concentración de poder han generado paralelismos inquietantes con regímenes autoritarios, lo que erosiona su imagen tanto interna como internacionalmente.

En un escenario democrático, su popularidad se desmoronaría como un castillo de naipes. El relato épico del "presidente héroe" no resiste el peso de la realidad: corrupción creciente, represión política, medios silenciados, persecución a opositores, colapso económico y una gestión de guerra sin horizonte claro de victoria.

Zelensky ya no gobierna: se atrinchera. No lidera: se protege. Mantiene suspendidos los procesos electorales bajo el pretexto de un estado de guerra que él mismo se niega a terminar. Y cada vez que se habla de negociación, aparece la misma táctica: radicalización, victimismo internacional y nuevas demandas imposibles. No está buscando salvar a Ucrania; está buscando salvarse a sí mismo.

Zelensky entiende que con la paz viene el día después. El día en que el pueblo ucraniano, hastiado y empobrecido, querrá saber por qué se prolongó tanto una guerra que pudo haberse detenido antes. El día en que deberá responder por los errores que convirtieron una crisis en tragedia. El día en que se acaben los aplausos de Occidente y lleguen los tribunales internos. Ese día, Zelensky no será un símbolo: será un acusado.

Incluso se habla, cada vez con menos timidez, de un posible juicio por traición o negligencia criminal. No sería la primera vez que un líder, cegado por su propio mito, arrastra a su país al abismo para evitar su propio fin. Y algunos en Kiev ya murmuran lo que hasta hace poco era impensable: que, si la justicia ucraniana actúa con la severidad que ha mostrado con otros, Zelensky podría terminar no solo preso… sino frente a un paredón.

El tiempo corre, y cada día sin paz es un día ganado para el régimen de Zelensky, no para Ucrania. Si realmente quisiera salvar a su pueblo, estaría negociando con firmeza, sí, pero también con pragmatismo. En lugar de eso, ha optado por atrincherarse en el poder y utilizar a su nación como escudo humano de su propia ambición.

La historia juzgará. Pero Ucrania no puede esperar a que los libros se escriban. Debe abrir los ojos ahora, mientras aún queda algo por salvar. ¿Surgirá un superhéroe que ame a Ucrania y la libere de Zelensky? Estoy convencido de que ese será el camino, si Zelensky no firma la paz.

NO HAY NADA MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE.



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Ricardo Abud

Estudios de Pre, Post-Grado. URSS. Ing. Agrónomo, Universidad Patricio Lumumba, Moscú. Estudios en Union County College, NJ, USA.

 chamosaurio@gmail.com

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