Hacia un totalitarismo capitalista

El capitalismo ha establecido un control férreo sobre las piezas claves para el funcionamiento de la sociedad. En primer término la económica, donde su dominio es avasallador, la planifica en cada momento conforme a sus intereses, crea euforia, genera crecimiento o recesión a conveniencia. El instrumento público de referencia es controlar la circulación del dinero que pertenece al capitalismo, las masas solo lo tienen temporalmente y al final acaban entregándoselo sin condiciones a cambio de ir prolongando su bienestar. Expande y contrae el capital, siguiendo un ciclo para recoger las ganancias de la inversión. Para el control de la información y de la comunicación dispone de la propiedad de los medios de difusión, lo que permite sacar a la luz solamente lo conveniente a sus intereses y tener activado permanentemente el ojo que todo lo observa y el oído que todo lo oye. El control político viene desde la permanente vigilancia de las masas para prever que no se salgan de los cauces marcados, lo que se entiende como una situación permanente en estado de excepción, que se trata de disfrazar postulándolo como normalidad legal. Finalmente, el propio Estado es rehén del capitalismo, a través del partido único que dirige la política, y el Derecho que le asiste se mueve al dictado del interés del dinero produciendo normas a su medida.

No obstante, ¿es extrapolable el totalitarismo político convencional al caso del capitalismo?.Visto desde un plano general la idea de totalitarismo es la de un sistema político dirigido a controlar todos los aspectos de la vida de los individuos que caen bajo su dominación. En este sentido el capitalismo a través de sus empresas, animando su crecimiento, está orientado a la misma actividad, consistente en reorientar la conducta de las masas para que se comporten dócilmente en interés del mercado.

Hoy dispone de capacidad suficiente para hacerla realidad, ya que cuenta con el monopolio de los avances científicos y tecnológicos, junto con el de los medios de información y comunicación, con lo que muy pocos hechos escapan a su conocimiento. Lo sabe casi todo de los individuos porque, en su ingenuidad, no dudan en contarlo abiertamente, incluso sus intimidades, con el afán de destacar entre la masa —por ejemplo, llevar sus proezas en forma de imágenes a los medios de difusión para salir del anonimato por unos instantes—. No se respeta la intimidad porque a lo que aspira el capitalismo es a ganar dinero con la vida de las personas, utiliza medios para obtener información de opiniones, preferencias, gustos y luego empaquetarlo como datos y venderlo al mejor postor. A ello contribuyen los ordenadores y teléfonos móviles conectados a internet, desde los que ya es posible establecer un control de individuos y masas por las empresas que se dedican al negocio, y para completar el proceso están las redes sociales. La intimidad se resiente gravemente y lo que queda está a punto de desaparecer.

Pero no solo las empresas conocen extremos de la vida de todos, sino que luego la dirigen en la dirección que conviene a los intereses de mercado, no adaptándose este a los gustos, sino los gustos al mercado, a través de instrumentos como las modas, los iconos, los influenciadores y cualquier otro producto de similares características. En ello es decisivo cultivar el espíritu mimético y, una vez más, entra en escena la publicidad, todo queda previamente decidido en las estrategias de mercadotecnia. Las empresas disponen en su sector de los medios para controlar parcelas de la vida de los ciudadanos y el capitalismo monopoliza todo en su conjunto.

Aquí existe una sensible diferencia en el método de dominación respecto a los totalitarismos clásicos, porque el control de las personas no responde a métodos expeditivos impuestos desde arriba para doblegar voluntades, sino que se utiliza la confianza, la ingenuidad, el arranque espontáneo de los individuos que se sienten animados a confesar sus cosas abiertamente, sin asumir que suelen estar permanentemente vigilados y cuanto digan va ser utilizado comercialmente. A veces los ciudadanos se encuentran con que su mentalidad aparece dirigida y no hay libertad, con lo que ha desaparecido la posibilidad de elección y la persuasión se convierte en imposición. Pero apenas existe consciencia del problema, porque se impone una forma de vida caracterizada por el espectáculo permanente. Asumida la fórmula se sigue dirigiéndola a cada paso, diciendo lo que se tiene que hacerse aprovechando la tendencia a la imitación como guía de conducta para continuar siendo consumista.

Al adquirir relevancia, el consumismo, aunque parece un producto inocente, pasa a ser el instrumento que permite esclavizar a las masas, pero no como opción, sino como forma de vida impuesta por el capitalismo.

Así pues, se cambia el método al aparcar la violencia física, propia de los totalitarismos convencionales, pero solamente se trata de reemplazarla por la violencia psíquica que crea carácter dependiente y es más enérgica y efectiva, puesto que viene a decir lo que tienes que pensar y hacer. En este caso la sumisión de las masas a la doctrina capitalista es inevitable y tiene el mismo efecto que el sometimiento doctrinal y en ocasiones violento del totalitarismo político convencional.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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