España ¡Delenda est monarchia!

Es increíble en España el empeño en adoptar la monarquía como forma de Estado cuando tantas razones hay para ser republicana. En la historia de la institución de los últimos trescientos años no ha habido ningún monarca sobresaliente, ninguno ha destacado por su grandeza ni por su altura de miras; ninguno ha tenido ni el atractivo ni la inteligencia suficientes para encandilar a la población. A menos que esa parte considerablemente beneficiada por el régimen monárquico; es decir, la aristocracia, el estamento social encargado de sostenerlo contra viento y marea porque sus privilegios y su riqueza dependen de la monarquía, el resto no ha podido encontrar alicientes para sostener a un monarca de por vida ccon todo el coste que la monarquía comporta. Lo único que ha explicado la persistencia de la monarquía ha sido la historia, y por consiguiente la inercia y el respaldo de la Iglesia católica que asimila la forma piramidal de su jerarquía en cuya cúspide está representada el papa, con el monarca, sus prebendas y la recua de sus respectivos séquitos...

En 1978, por designio del dictador, que contaba no sólo con la adhesión sino con la determinación extrema del ejército de entonces que era más radical que el propio sátrapa, se reinstauró de nuevo, arteramente, la monarquía en España a través de una Constitución pergeñada. No hubo posibilidad de que el pueblo lo evitase: eran, o ella, la Constitución y la monarquía incrustada, o el caos.

A partir de entonces, si el monarca hubiese dado la medida esperada del siglo que vivía; si hubiese sido consciente de su importancia, de su conducta como paradigma para el pueblo, probablemente la monarquía hubiera adquirido, que no recuperado, la utilidad que en realidad nunca tuvo. Pero ya sabemos qué ha sucedido con el ahora llamado emérito, sus correrías, su desprecio por la figura de su reina consorte, su rapiña, su altanería -que no altivez- disfrazada de una campechanía artificiosa e impostada que le ha hecho todavía más detestable. Por otra parte, su mérito ficticio: haber salvado al país de un imaginario golpe de Estado aunque la causa fuese con toda probabilidad un abominable montajismo, y por eso pocos creen que no haya ha empeorado su imagen, la monarquía ha ido perdiendo fuste a medida que el pueblo se ha ido dando cuenta del engaño y de la clase de individuo que es el emérito. Todo lo que ha ido haciendo cada vez más deseable la República.

Ahora buscan al malhadado emérito los periodistas, como la policía el paradero de los delincuentes reclamados por busca y captura. Tiene 82 años. Mi edad. Fuimos compañeros ocasionales en la Facultad. Ambos sabemos que nos queda un corto recorrido. La diferencia es que este tipo, en España, salvo sus turiferarios, mamporreros y beneficiarios, será recordado como un monarca indecente execrable. Mientras que yo seré olvidado, como toda persona común de recta conciencia, aunque también cargue con las sombras que acompañan a todo ser humano normal.

Espero y deseo como, estoy seguro, millones de españoles y españolas, que el futuro cercano consiga, con legalismos y sin violencia que España dé un paso adelante y borre para siempre una forma de Estado que sólo está justificado en los países donde los monarcas han cumplido su cometido y su realeza ha estado a la altura de los aspectos nobles que ha justificado su historia En España la monarquía y sus monarcas siempre han sido una calamidad o una vergüenza. ¡Delenda est monarchia!



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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