El Ecuador tras su hora

El pueblo ecuatoriano, buscador constante de caminos de liberación, acaba de dar otra muestra de su madura rebeldía al sacudirse la trampa con que la oligarquía proimperialista pensaba volver a burlarlo.

Heredero de las luchas de sus etnias originarias contra la avasallante expansión quechua --incluidas en el Tahuantinsuyo pero jamás reducidas--, mezcla en el cronicario de sus combates de resistencia nombres de adversarios como Atahualpa, Huáscar y otros incas famosos con los de altivos conquistadores españoles, y tras el mestizaje y la sujeción colonial, los levantamientos independentistas, cuya principal clarinada ocurrió en Quito el 10 de agosto de 1809 --antes de nuestro 19 de abril-- con la deposición del Presidente de la Audiencia y la designación de una Junta Soberana desconocedora del monarca de Madrid. Pronto derrotada, claro, pero generadora de una brasa de donde emergería el fuego que en manos de Bolívar, Sucre, Flores, Abdón Calderón y Manuelita Sáenz se transformaría en llamarada triunfal.

Triunfo, como el de todas nuestras patrias, confiscado por la oligarquía surgente de la guerra y a la postre productor de sólo un cambio de amos. “¿Para esto serví yo al lado de un libertador? ¿Para esto hicimos la independencia, don Simón?”, exclamaría la inmortal quiteña en su solitaria ancianidad.

Justo es, no obstante, señalar que Quito no traicionó a Bolívar, que no buscó ni quiso la disolución de Colombia, la grande. En carta calzada con la firma de Juan José Flores, nuestro y suyo, y con la de cuarenta de sus principales prohombres de la época, invita al héroe máximo a residir allí. Invitación conmovedora cuya transcripción no resisto: Excmo. Señor Libertador Presidente: Los suscritos padres de familia del Ecuador han visto con asombro que algunos escritores exaltados de Venezuela se han avanzado a pedir que V. E. no pueda volver al país donde vio la luz primera; y es por esta razón que nos dirigimos a V. E., suplicándole se sirva elegir para su residencia esta tierra que adora a V. E. y admira sus virtudes. Venga V. E. a vivir en nuestros corazones, y a recibir los homenajes de gratitud y respeto que se deben al genio de la América, al Libertador de un mundo. Venga V. E. a enjugar las lágrimas de los sensibles hijos del Ecuador y a suspirar con ellos los males de la Patria. Venga V. E., en fin, a tomar asiento en la cima del soberbio Chimborazo, a donde no alcanzan los tiros de la maledicencia, y a donde ningún mortal, sino Bolívar, puede reposar con una gloria inefable. Quito, a 17 de marzo de 1830. ¡Cuánta calidad humana, cuán distintos de quienes lo condujeron a las puertas del sepulcro!

De 1830 acá el pueblo ecuatoriano ha combatido con bravura por rescatar su soberanía e independencia, por hacerse dueño de sus decisiones y encontrar vías de felicidad posible. Caudillos militares y civiles y pretendidos “líderes modernos” se le ofrecieron para guiarlo y “abusaron de su credulidad”, pero no lo rindieron, y hoy por hoy se siente la caducidad de todos los señuelos. La manera como acaba de deshacerse del candidato oligarca, repleto de riqueza obscena con que trató de comprarlo, parece decirnos que está frente a su hora.

Es la hora coincidente de los pueblos de la América morena, la hora de construir la patria grande, la hora pospuesta de los libertadores, la hora reencontrada de Bolívar.

¡Rafael Correa, joven y sin ataduras con el pasado, dueño de un discurso enhebrado a la gran corriente histórica del continente, tu pueblo espera, los pueblos de Latinoamérica esperan, que sea también tu hora!


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Freddy J. Melo


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