La burguesía argentina sin partidos

Desarmado por la coyuntura electoral, el frente único del capital que sostiene a Macri en todas sus fracciones, busca recomponer un sistema partidario y bordea el colapso a cada minuto.

“Es más fácil ganarle las elecciones a Macri que llamar a un nuevo paro general” explicó a la prensa Héctor Daer, uno de los tres secretarios generales de la Confederación General de Trabajadores (CGT), semanas después de la huelga del 6 de abril. Es el único saldo real de aquella jornada, tan distante de las verdaderas huelgas en la historia del movimiento obrero argentino.

Otras fracciones sindicales dirán lo contrario y es probable que haya apelaciones a la huelga, aunque en todos los casos por motivos electorales ajenos a los trabajadores. De hecho, el 18 de mayo la reunión del Consejo Directivo de la CGT resolvió retornar al diálogo con el Gobierno. Se inicia así un proceso dual: por un lado se multiplican pequeños conflictos salariales –está a pleno el período de discusiones paritarias– y por otro Gobierno y CGT pactan un tope para los aumentos.

Daer hacía aquella confesión al tiempo que saltaba del deshilachado Frente Renovador (intento exangüe de neo-peronismo) a un no-partido que, en torno a dirigentes sin dirigidos, busca rearmar el PJ dejando por fuera a Cristina Fernández y sus escasos seguidores. La telenovela de esas peleas internas no merece espacio. Pero el sindicalista tiene parte de razón: las masas populares no confían en ellos y no quieren otra huelga sin objetivos propios. Resta saber si les irá mejor en la confrontación electoral por cargos legislativos. Es seguro en cambio que el gran capital insta a los sindicalistas a recomponer el Partido Justicialista (PJ, peronismo) en torno a algunos gobernadores de Provincia y abandonar antigüedades tales como la huelga.

Para las clases dominantes urge recomponer el entramado político. Saben que el tiempo es fugaz. Y con pasos de beodo tratan de recomponer sus diezmadas y desprestigiadas estructuras partidarias. El capital carece de instrumentos estables para ejercer su poder de manera institucional a mediano plazo. Por eso todas sus tendencias internas ven en el presidente Mauricio Macri el único eje ordenador a corto plazo. Ahora, dicen, es el momento de ocupar espacios garantizando la gobernabilidad de Cambiemos. En 2019 se verá, murmuran sin entusiasmo.

En año electoral y dominada por una economía aletargada, la burguesía busca afirmarse en torno a dos variantes de una misma corriente: la alianza socialdemócrata-socialcristiana con signo liberal conservador y el mismo conjunto, con tinte populista.

Aquélla está agrupada en Cambiemos. Ésta, fragmentada en multitud de capillas del PJ. Variantes menores buscan migajas del fin de fiesta y contribuyen a la apariencia de una democracia multipartidaria. Pero la orfandad política del capital es peor que la revelada en Brasil. Cuentan con una única ventaja: nadie los desafía desde la vereda de enfrente. Por ahora.

Saneamiento

Acicateado por el colapso brasileño Mauricio Macri parece dispuesto a lanzar una ofensiva interna dispuesta a limpiar el aparato del Estado de formas extremas de corrupción. Es presumible que ese ímpetu provenga más de asesores del Departamento de Estado que del propio equipo presidencial. Las embestidas de Elisa Carrió, titular de un minúsculo partido, fundadora clave de Cambiemos y especie de pitonisa oficial, podrían estar reflejando precisamente esa decisión estratégica que nada tiene que ver con la nueva administración Trump.

Como sea, no es preciso ser un lúcido observador para comprender que un país sin partidos, con sindicatos sin capacidad de conducción efectiva, con la iglesia desprestigiada y dividida, con mafias incontables encastradas en cada nivel del Estado, con el poder judicial, las policías y los aparatos políticos penetrados por el narcotráfico, es imposible para la burguesía relanzar el crecimiento económico en la mejor de las hipótesis o, en la que más la asusta, afrontar la rebelión espontánea y generalizada en caso de tener que practicar sin crecimiento el saneamiento económico indispensable para el funcionamiento del capital. En otras palabras: la limpieza del establo de Augias en que se ha convertido el sistema político burgués en Argentina es una precondición para llevar a cabo, de manera institucional, el reordenamiento económico en el marco del sistema.

Si ha de darse crédito a los últimos misiles lanzados por Carrió, Macri parece dispuesto a emprender esa cruzada. Como detonante obra el caso Odebrecht, que en Brasil inició la demolición del mecanismo político aparentemente más poderoso de América Latina y se extiende hacia toda la región. En Argentina, aseguran los arrepentidos brasileños, entregaron 35 millones de dólares de coima. “Esto atraviesa horizontalmente a todos los partidos”, Carrió dixit. Las balas silban cerca de los tobillos del propio Presidente, pero al parecer hay una malla de contención suficiente para protegerlo, a condición de que caigan los principales responsables del latrocinio sistemático. Eso implica no sólo poner en la picota al ex ministro de Planificación Julio De Vido, sino también lanzar a los leones a una cantidad de grandes y decisivos empresarios de diferentes áreas, pero sobre todo de la construcción y la obra pública. Aquí cuenta el propio padre del Presidente –inhabilitado por enfermedad- algunos de sus familiares y, por tanto, sus propios intereses empresarios. Personas de su entorno íntimo aseguran que Macri estaría dispuesto a pagar ese costo. “Prefiere el bronce en lugar del oro”, afirman. “Teme el destino de Cristina Fernández”, señalan otras voces.

Reestructurar el poder judicial

A la par de una dinámica política que todo lo judicializa (un ignoto fiscal puede trabar decisiones claves del poder Ejecutivo), creció en los últimos años la degradación y manipulación del funcionariado judicial. El protagonismo de personas con cargo de jueces ostensiblemente corruptas e inmorales, ajenas a cualquier principio, rebajó hasta hacer desaparecer el mínimo de respeto social por quienes en otros tiempos, se hacían llamar “su señoría”. Dinero del narcotráfico compró voluntades en número por demás elevado. Alineamientos políticos arbitrarios y desembozados completaron la labor de desmantelamiento del poder supuestamente con mayor autoridad moral.

Mientras Macri alude directamente a la procuradora general de la Nación exigiendo su salida del cargo, Carrió multiplica apariciones públicas en las que califica como delincuente nada menos que al presidente de la Suprema Corte de Justicia. Más indicativo es que la mayoría de la opinión pública informada e interesada en estos temas, coincide con el Presidente y la Diputada. Pero el Consejo de la Magistratura, órgano en teoría encargado de velar por la majestad de jueces y altos funcionarios judiciales, vegeta en estado de parálisis. Analistas y comentaristas explican, como la cosa más natural del mundo, que los jueces comenzaron a investigar a altos funcionarios del gobierno anterior cuando estos abandonaron sus cargos. Y que ahora han frenado los procesos iniciados –algunos de extraordinaria resonancia– a la espera de los resultados de las elecciones de octubre próximo: “no sea que los reos de hoy sean ministros mañana”.

Sólo una marcada voluntad política del poder Ejecutivo, en primer lugar del Presidente, podría romper esa inercia. Sin embargo, tal decisión choca con una barrera difícil: la principal figura entre cientos de imputados y procesados es la ex presidente Cristina Fernández. A meses de una elección de medio término, tomar las medidas que el mero trámite judicial indica significaría entregarle a Fernández una invalorable arma de agitación.

Macri está entre la pared de los gradualistas y la espada de los ortodoxos. Entre estos últimos se cuentan los enviados del Departamento de Estado, a los cuales el Presidente calma con una moneda de cambio práctica pero cada día más dificultosa: actuar como adelantado en la guerra de calumnias y acoso contra el gobierno de Venezuela.

Opciones

Ahora que la burguesía venezolana apela a la violencia y el terrorismo para impedir la realización de la Asamblea Constituyente, Cambiemos corre el riesgo de alinearse con líderes de inequívoca filiación fascista, capaz de matar a sus propios partidarios con francotiradores e incendiar –literalmente: rociarlos con gasolina y prenderlos fuego– a jóvenes a los que considera chavistas. Semejante conducta tendría inmediata repercusión fronteras adentro. En Argentina hay yacimientos impensables de violencia latente. Cambiemos corre el riesgo de estallar y dejar al gobierno de Macri al borde del precipicio. Y todo esto, antes de que la morosa marcha de la economía ponga en pie de resistencia a millones de trabajadores afectados por la superexplotación, la escalada de precios y la desocupación. Tanto más ahora que la desintegración de Michel Temer deja sin D’Artagnan a los tres mosqueteros y a dos de ellos sin espada: Macri está prácticamente solo en la avanzada contrarrevolucionaria continental.

Nadie debería extrañarse si el pragmatismo oficial determina un giro a medias conciliador del cofrade de Uribe y Aznar. Su frente interno le niega margen para obrar ahora mismo como punto de apoyo efectivo para el eje contrarrevolucionario Washington-Buenos Aires.


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Luis Bilbao

Escritor. Director de la revista América XXI

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