Cita en Córdoba

    En un momento trascendental para la definición del rumbo de América Latina, tendrá lugar en Córdoba, el 21 de julio, una reunión de presidentes del Mercosur.
    Antes, el 4 de ese mes, los presidentes de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay firmarán, en Caracas, la incorporación formal de Venezuela, aprobada el mes pasado.
    Mientras se gestaban estas decisiones ocurrieron hechos significativos de otro género: el presidente uruguayo Tabaré Vázquez cambió de tono respecto del conflicto con Argentina (y por tanto con el Mercosur mismo), y el ex ministro de Economía de Argentina, Roberto Lavagna, lanzó una andanada de gruesas declaraciones contra el ingreso de Venezuela al Mercosur. En cada uno de esos acontecimientos puede observarse el movimiento, confuso, a menudo contradictorio y cada día más vertiginoso, en el que están inmersos los países de Suramérica.
    Dos fuerzas, de signo contrario, han gravitado simultánea y fuertemente sobre el Mercosur en el último medio año, más precisamente desde que en noviembre de 2005 este bloque se plantó en la Cumbre de las Américas contra Estados Unidos y le hizo morder el polvo a George W. Bush en su intento de imponer el Alca. Allí llegó a su punto máximo la dinámica de convergencia suramericana predominante en los cinco años anteriores.
    Luego vino la previsible contraofensiva del gigante humillado. En rara coincidencia, como caído del cielo apareció el dilema de las papeleras que Finlandia edifica en Uruguay; los antiguos conflictos por disputa de mercados entre Brasil y Argentina se agravaron; Chile propuso una «alianza estratégica» a Argentina a la vez que rechazaba el Mercosur y pregonaba el Alca; tres gobiernos suramericanos se dispusieron a firmar TLCs con Estados Unidos; voces del gobierno uruguayo multiplicaron declaraciones contra el Mercosur y a favor de un TLC…
    Fueron otros tantos éxitos relativos de la contraofensiva estadounidense, magnificados hasta la falsificación por la prensa comercial, que se apresuró a dar por revertida la tendencia unificadora en Suramérica.
    El pronóstico falló. Los gobiernos de Cuba, Venezuela y Bolivia dieron un paso cualitativamente diferente al formalizar acuerdos según la filosofía del Alba (Alternativa Bolivariana para las Américas), una estrategia de integración ajena y contraria a las leyes del mercado y el imperativo del lucro. Simultáneamente Hugo Chávez respaldó con su presencia una reunión de presidentes de Uruguay, Paraguay y Bolivia, donde se discutió y aprobó un plan de integración energética entre esos tres países, con apoyo técnico y financiero de Venezuela.
    La ausencia de los gobiernos de Brasil y Argentina en aquel encuentro en Asunción, así como las declaraciones fuertemente críticas de Tabaré Vázquez y Nicanor Duarte contra los socios grandes del Mercosur, mostraron la multiplicidad y gravedad de las tensiones internas. Para colmo, Chávez anunció en ese escenario la salida de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones, equivalente al estallido del bloque constituido hasta entonces por Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. La firma de TLCs con Estados Unidos por los gobiernos de Bogotá y Lima mató a la CAN, explicó Chávez, quien simultáneamente convocó a Lula y Kirchner a sucesivas reuniones en las que se recompondría la dinámica convergente y se aceleraría la incorporación de Venezuela al Mercosur como miembro pleno.

Constante prueba de fuerza

    Las tensiones y zigzagueos no terminan allí. La consolidación definitiva de un «Mercosur formateado», según la expresión de Chávez, supondrá cuando ocurra una derrota estratégica en todos los planos para Estados Unidos. Es obvio entonces que la Casa Blanca apelará a todos sus recursos para impedirlo. Algunos ejemplos del constante bombardeo diplomático desde las cañoneras estadounidenses son el reciente acuerdo –una suerte de TLC- firmado por Argentina con México (quien a su vez forma parte del Nafta, el tratado de libre comercio de ese país con Estados Unidos y Canadá), y una batería de propuestas económicas y estratégicas de Chile hacia Argentina.
    Los gobiernos de Duarte, Vázquez y Kirchner son en estas semanas objeto de presiones de todo orden para que contribuyan a neutralizar los pasos positivos dados hacia una reconstrucción cualitativamente superior del Mercosur.
    El caso del ex ministro de Economía Roberto Lavagna, es revelador. En representación de un conjunto de grandes grupos económicos locales, respaldado por la Unión Europea y muy específicamente por el Vaticano, con el sostén de los restos del PJ y la UCR y luego de una sugestiva gira por Estados Unidos programada desde dentro del propio gobierno de Kirchner, Lavagna irrumpió en el escenario político haciendo eje en «el peligro del ingreso de Venezuela al Mercosur». No hace falta decir que para llevar a cabo esta operación, Lavagna tuvo además el apoyo estruendoso de toda la prensa comercial en Argentina. Simultáneamente, el ministro de Economía de Uruguay, Danilo Astori, tocaba la misma melodía al otro lado del Río de la Plata, presionando más allá de todo decoro a favor de la ruptura de su gobierno con el Mercosur y la firma de un TLC con Washington.
    Tal vez fue el descaro brutal de este juego combinado de presiones lo que decidió a Vázquez y Kirchner a modificar una conducta suicida, que transformó la construcción de dos plantas papeleras en eje de una confrontación fuera de control para ambos gobiernos.
    Como quiera que sea, los citados encuentros en Caracas y Córdoba, en las próximas semanas, son instancias cruciales para que este complejo entramado de fuerzas encontradas se resuelvan en uno u otro sentido

Del Cordobazo al siglo XXI

    De este cuadro, trazado a pinceladas de brocha gorda, surge con claridad que la cumbre del Mercosur en Córdoba tiene un carácter poco menos que decisivo para el curso de la región durante el próximo período. Un factor de singular peso estará dado por el hecho de que Bolivia sea o no invitada a participar del cónclave para que se sume al bloque. Otro dato clave se conocerá a medida que se vaya aclarando la viabilidad del conjunto de gasoductos (de Venezuela a Argentina, atravesando todo Brasil; y de Bolivia a Uruguay, cruzando Paraguay), destinados a constituir la base material de un enérgico programa de integración.
    Sin embargo el factor de mayor gravitación es, en esta particular coyuntura, la voluntad política de cada país. No hace falta insistir respecto de las vacilaciones, contradicciones y debilidades de la mayoría de los gobiernos a la hora de definir bases sólidas para la soberanía de cada nación y de la región en su conjunto. Con la excepción de Venezuela, las definiciones netas y la determinación para llevarlas a cabo están ausentes en las demás administraciones.
    De allí que es preciso que los trabajadores y los pueblos de cada país tomen la cuestión en sus manos. El futuro de América Latina no puede ni debe quedar en manos vacilantes o timoratas. Entre otras razones, porque las vacilaciones y el temor se potencian cuando un gobierno no siente que su pueblo está dispuesto y movilizado para llevar a cabo la histórica tarea de emancipación antimperialista.
    En esta oportunidad la responsabilidad mayor recae sobre los trabajadores, las juventudes y el conjunto de la sociedad argentina, específicamente en Córdoba, donde se realizará el encuentro presidencial. Hay ya en esta provincia una marcada expectativa por la posibilidad de que Chávez y Evo tengan la oportunidad de explicar directamente a decenas de miles de trabajadores y estudiantes lo que está ocurriendo en Venezuela y Bolivia. Muchos ven la presencia de Chávez en Argentina como oportunidad para que la desperdigada y desnortada militancia sindical y política encuentre un punto de encuentro y de acción común.
    Desde un muy amplio arco de posiciones ideológicas y políticas hay coincidencia en la necesidad de avanzar hacia la creación de una confederación suramericana de naciones. Hay coincidencia en la necesidad de conquistar la soberanía y, como condición ineludible para ello, recuperar la propiedad y el manejo de los recursos naturales del país, en primer lugar el petróleo y el gas, como lo han hecho Venezuela y Bolivia.
    Hay desde luego muchos otros puntos programáticos en los que concuerdan organizaciones, personalidades y activistas de un espectro muy amplio. Pero basta con un conjunto de definiciones antiimperialistas para impulsar y realizar una movilización masiva que en todo el país explique, difunda y defienda las revoluciones en curso en Venezuela y Bolivia mostrando que es el único camino para Argentina y América Latina.
    El movimiento obrero cordobés y la legendaria figura de Agustín Tosco, el luchador socialista respetado y seguido por todos, la memoria vigente del Cordobazo, son el mejor terreno imaginable para plasmar en la Córdoba heroica un frente único antimperialista en los hechos, que con una movilización de masas les haga sentir a los presidentes del Mercosur hacia dónde quiere marchar Argentina. Córdoba supo hendir en dos la Historia argentina con la rebelión de obreros y estudiantes aquel recordado 29 de mayo de 1969. Mucho antes, en 1919, supo proyectarse a América Latina y el mundo con la reforma universitaria. Hoy, en los albores del siglo XXI y en un momento histórico de graves amenazas para la humanidad, tiene la responsabilidad de poner el puntal de un frente antimperialista capaz de aunar a las mayorías en Argentina y en toda la región.

Córdoba, 13 de junio de 2006





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Luis Bilbao

Escritor. Director de la revista América XXI

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