Salto de garrocha dio la Unidad popular en el Cuarto congreso del Polo democrático. Se superan viejas enemistades y rivalidades politicas en la izquierda democrática. Es la alternativa a la unidad nacional de las oligarquias que encarnan Santos y Uribe.
El proceso de paz tiene un impacto indiscutible en toda la sociedad y su sistema político. La justicia, la economía, la iglesia, la educación, los partidos políticos, las relaciones internacionales, la cultura, los medios de comunicación y los movimientos sociales, son influidos intensamente por los fenómenos de la violencia y la superación de la misma mediante los diálogos de La Mesa de La Habana.
Acaba de reunirse el Cuarto Congreso del Polo Democrático en Bogota y el aspecto de mayor envergadura de sus deliberaciones fue el de la unidad popular. Todos los sujetos presentes en tal evento le dieron prioridad a las coincidencias y puntos comunes haciendo a un lado las viejas enemistades, discrepancias y antagonismos sectarios que afectaban la potencia de la convergencia democrática de la izquierda. Los principales líderes del Polo (Clara López, Jorge Robledo, Cepeda, Niño, Castilla, Alexander López, etc) dieron muestras de gran lucidez planteando un discurso con sentidos de unidad para alcanzar el poder que transforme a profundidad a Colombia.
La derecha se quedó con los crespos hechos y seguramente, en los días que vienen, arreciaran sus campañas de intrigas para fomentar la división y ruptura, en la perspectiva de las elecciones locales del 25 de octubre.
La unidad popular avanza y se consolida en Colombia. No se trata de la unidad nacional oficialista de la oligarquía dominante que se agoto en su capacidad legitimadora del poder político de las elites tradicionales.
La unidad popular es el gran desafío del Polo Democrático y la izquierda en su lucha por conquistar el poder en las elecciones regionales, en las presidenciales del 2018 y en la convocatoria de la Constituyente por la paz.
Mujeres y hombres, activistas, líderes sociales y políticos, líderes indígenas y afros, han hecho posible unir a la izquierda, organizar amplios frentes democrático-populares, y hacerlo al calor de los movimientos y las luchas sociales.
El objetivo es claro: construir la alternativa al oficialismo santouribista y gobernar para transformar.
En ese sentido la unidad popular se debe entender como la suma de varias políticas dirigidas, orientadas, a la construcción de una sociedad de mujeres y hombres libres e iguales, liberados de la explotación, del dominio y la discriminación.
Estamos hablando de una unidad que recoge propósitos políticos que operan como principios, como conceptos reguladores, que permiten criticar radicalmente el presente y esbozan las líneas maestras del futuro democrático a construir entre todos.
En tales términos, la unidad democrática de los sectores populares que plantea el Polo Democrático en su Congreso y demanda el resto de la izquierda es, ante todo, una estrategia, es decir, un modo de hacer y organizar la política concebida como acción consciente, colectivamente realizada.
Llegar a esa conclusión implica hacer una incursión sobre el poder en nuestra nación.
En la sociedad capitalista y feudal colombiana, el poder es el de los grandes cacaos del capital y la tierra; lo que significa que es el capital, los terratenientes, organizados en sus maquinarias electorales y en sus instituciones de violencia y financieras, quienes disponen de un poder estructural y que este se encuentra repartido desigual y asimétricamente por toda la sociedad. Este es el mayor obstáculo objetivo de todo proceso de democratización en nuestro país.
El estado, su gobierno y su régimen político, es la garantía del sometimiento y subalternidad de las mayorías sociales y es la garantía de la cohesión de la formación económico-social, desde el uso exclusivo de la violencia legítima e ilegal.
El Estado oligárquico es, necesariamente, el campo contradictorio donde se dan los conflictos básicos, se dirimen las contradicciones entre fuerzas políticas y sociales y, esto es lo fundamental, allí se organiza y reproduce la elite política dominante. Ni es neutro desde el punto de vista de los conflictos básicos ni un simple instrumento-máquina de las clases económicamente dominantes; su autonomía es siempre relativa, y cambia según circunstancias. Ahora, en la actual crisis económica (es señal inequívoca de la misma), la autonomía es más débil y su carácter de clase, más notorio en la rapiña de las facciones burguesas. Acá conviene recordar que es en los periodos de estabilidad política (generalmente asociados a la estabilidad económica) cuando los discursos hegemónicos son casi intocables, pero cuando se presentan crisis orgánicas como la actual, se abre la oportunidad de cuestionar, mediante la guerra de trincheras o de maniobra, los relatos dominantes y de que se produzcan cambios políticos
Considerando esa realidad del poder en nuestra sociedad, se comprende más claramente lo que es la unidad popular como estrategia política para la emancipación.
Acceder al poder es trascendental, trazárselo como objetivo es muestra clara de la seriedad, la consistencia y coraje de un movimiento político, pero es necesario enfatizar igualmente que gobernar con una plataforma transformadora implica, hoy más que ayer, algo más que acceder electoralmente al poder ejecutivo; es necesario sumar potencia social organizada para intentar recomponer el faltante estructural de poder presente en nuestra sociedad. Como eje, el Estado, y al pie, el conjunto de entidades formales e informales de lo que conocemos como sociedad civil.
La tarea es combinar, en el largo y corto plazo, la democratización de las entidades del Estado con la articulación y desarrollo de poderes sociales. Las dos cosas, trabajo institucional y constitución de poderes de base en nuestra sociedad, tiene una prioridad local-territorial. En ese sentido es válido plantearse la ‘territorialidad del poder’, es decir, ubicarse sólidamente en el espacio, crear vínculos sociales solidarios, y promover formas alternativas de producción y comercialización que aseguren el buen vivir y bienestar de las personas, nuevas relaciones sociales respetuosas y en paz con el medio ambiente, volcadas hacia el futuro, uniendo dignidad y autogobierno de las personas con la apropiación colectiva del territorio.
En la línea del planteamiento de Boaventura de Sousa Santos: de Democratizar la democracia, lo que quiere decir combinar una acción seria y sistemática en las instituciones (gestionar de forma alternativa es crucial) con la creación paciente, tenaz, contracorriente (la normalidad es casi siempre pasividad, subalternidad y dejar hacer al mercado, a los empresarios, al capital) de diversas formas de autoorganización social, prácticas sociales e institucionales alternativas, como lo propone Monereo.
La clave: una gestión institucional que genere conflicto y no paz social, que fomente la autoorganización de sujetos sociales fuertes; poderes sociales que ayuden a democratizar las instituciones, que socialicen la política y cambien la sociedad desde abajo, enfatiza Monereo.
Lo nacional-popular es la otra cara de la moneda, el contenido que hace posible la transformación social. Ser parte de la gente, ser gente, implicarse y aprender enseñando. Lo que hay detrás es un viejo asunto que tiene que ver con la vida comun de las personas. La sociedad emancipada, lo que hemos llamado socialismo, implicaba una democratización sustancial de la política, del poder, de la cultura, de la economía. Es la democracia de la vida cotidiana, es decir, nuevas relaciones sociales entre los hombres y las mujeres, entre los empresarios y los trabajadores, entre los servicios públicos y la ciudadanía, entre los seres humanos y la naturaleza de la que somos estructuralmente parte. En definitiva, reabsorber, por los intelectuales, la historia de las grandes palabras y de los hechos trascendentales en una cotidianidad liberada.
Por eso, los intelectuales tradicionales, engreídos, dogmaticos, dueños de la verdad absoluta y anquilosados en su provincialismo deben ser omitidos por otros que sean capaces de partir de las demandas populares, defendiendo y transformando los ‘sentidos comunes’, construyendo una nueva alianza con las clases populares. El objetivo es preciso: una nueva cultura que dé vida a un nuevo poder, a un nuevo Estado, a una nueva nacion protagonizada por los de abajo, fundada en la hegemonía política de las clases trabajadoras, de las clases populares.
La unidad popular, hay que remarcarlo una y otra vez, es hoy obligatoria, particularmente en momentos en que la paz gana cada día mas espacio y es sometida al ataque del militarismo ultraderechista.
Sin una mayoría social organizada, sin un pueblo convencido y movilizado, sin unas fuerzas políticas y sociales unidas, no habrá paz ni transformación posible en Colombia y seremos, una vez más, derrotados, todo ello para mayor gloria de la oligarquía dominante.
Para que tal cosa suceda, será muy importante un equipo dirigente audaz, inteligente y radical.
Se dirá que todo es demasiado gaseoso y que los ciudadanos de a pie no lo entenderán. Error. Los sondeos y encuestas sirven para lo que sirven, con restricciones. Hay, al menos, dos actitudes posibles: quedarse en lo que dicen las gentes sin más o partir de ellas, para ir más allá. Por lo que sabemos, digámoslo con humildad, nuestra gente tiene ideas claras y enemigos de carne y hueso: los banqueros, los grandes empresarios, los latifundistas, la casta politiquera, los paramilitares… Saben con bastante precisión que los poderosos secuestraron el Estado y lo han puesto a su servicio, y que los responsables de esta inmensa involución social y política son los dos grandes partidos oficialistas, santistas y uribistas.
Lo que procede, como lo ha demostrado el Polo en su Cuarto Congreso, es transformar la enemistad política en proyecto alternativo de país. La diferencia entre transformación y transformismo es, muchas veces, una delgada línea. La unidad popular servirá, también, para que esta no se traspase en el caldo de cultivo armado con la revolución pasiva de la Tercera vía santista de la que hacen parte conocidos peones de la oligarquía, que en el pasado hicieron de demagogos sindicales.