Las decadentes democracias capitalistas

Según datos históricos la democracia data del año 507 a.C, cuando Clístenes, un maestro de la estafa y la trampa, además de oportunista y codicioso, utilizó esta arma (la demokratia) para acabar con la hegemonía de las familias Alcmeónidas y los Filaidas. Pasado más dos mil quinientos años, todavía los políticos pretenden hacernos creer que un gobierno impuestos por aquel ambicioso, en un territorio donde existía la esclavitud, es un modelo perfectible. No creo que pueda perfeccionarse lo creado por entes tan imperfectos como los seres humanos.

Con la llegada de la revolución industrial y una vez extintas las monarquías imperiales, la burguesía retoma la democracia como modelo de gobierno, no para darle poder al pueblo, sino para afianzar a los burgueses en control del aparato del estado y como consecuencia, el manejo de la economía de los países arropado bajo este modelo. Es así como la democracia representativa, que encarna los dueños del dinero, se convierte en el prototipo de gobierno del mundo occidental.

Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial con la destrucción de Europa, el mundo toma un nuevo giro: a lo largo del planeta comienzan a moverse los capitales de las empresas transnacionales. Como consecuencia de estos lúgubres eventos la democracia burguesa se transforma en la democracia capitalista. Esta tiene una particularidad: las empresas capitalistas explotadoras operan a través de sus agentes ubicados en la cámara de diputados, o en la de los senadores o en las cámaras de los lores o en la de los comunes, que solo defienden los intereses de los magnates del dinero. Ni en el poder legislativo, ni en el poder ejecutivo, ni tampoco en el judicial de las democracias capitalistas están representados los intereses del pueblo, ni tampoco el de los excluidos y muchos menos el de la mayoría de los trabajadores.

Esta forma de gobierno perversa, la democracia representativa, es la que ha consentido que el mundo padezca lo que estamos viviendo en estos momentos. Para nadie es un secreto que la elección de un senador de EEUU cuesta casi cien millones de dólares y la de un presidente, casi mil millones de dólares. Obviamente, como el dinero no tiene partida de nacimiento ni olor, en el financiamiento de las campañas electorales estadounidenses intervienen todo tipo de sabandijas, desde la cruenta mafia (se debe recordar a J.F Kennedy), narcotraficantes, hasta los señores de las industrias de armamentos, los dueños de las empresa tabacaleras, los propietarios de laboratorios farmacéuticos, los fabricantes de alimentos como la Monsanto, los inversores de la industria espacial, sin dejar de lado los accionistas de la banca y de las empresas energéticas, entre tantos de los que aportan inmensas fortunas para las gestas electorales. No cabe duda, una vez que triunfe su candidato a los financistas les tocará cobrar dichos favores, por lo general en jugosos contratos.

Las campañas electorales capitalistas son fiestas de muchos billetes y por eso en ciertos poderes legislativos como en el caso de Colombia, los narcos y los paracos tienen sus diputados y senadores. No solo representantes en el poder legislativo, también gobernadores y alcaldes. Es la depravación de un modelo político que facilita que el capital pervierta los estratos de una sociedad para corromperla. Este tipo de democracia es la que consiente la corrupción, es el caso del reino de España. Por esto actualmente se debate el agotamiento del modelo político debido a la aviesa inmoralidad que lamió los lujosos portones de la Casa Real. La hermana del rey y su marido (tremendos linajudos) están imputados por manejos dolosos de los bienes pertenecientes al pueblo. Y qué decir de los numerosos alcaldes y funcionarios del reino, que según juzgo fueron elegidos para prevaricar y no para resolver los complejos problemas de la comunidad que los premió con el sufragio.

Ciertamente, no existe ningún mecanismo en la democracia representativa capitalista para conocer la índole de un aspirante a un cargo de elección. Lo peor, que una vez finalizado su mandato el prevaricador exhibe insolentemente su riqueza mal habida y los tribunales incompetentes permiten tales vagabunderías. Por allí andan muchos expresidentes, exministros, exgobernadores y escaldes blasonando de sus fortunas en las mejores urbanizaciones en alguna ciudad del EEUU y de Europa. El Che expresó que “cuando lo extraordinario se convierte en ordinario, estamos en revolución”; lo recíproco, cuando lo ordinario parece extraordinario, es porque algo anda mal. Cuando un presidente termina su mandato con el mismo capital de cuando entró a gobernar (debe ser lo ordinario), esto nos parece extraordinario.

Lo que está sucediendo en México, la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa, no es un problema de la elección de un alcalde ligado al narcotráfico, ni tampoco la de un gobernador comprometido con fuerzas oscuras, ni tampoco del presidente Peña Nieto representantes de grandes corporaciones internacionales y nacionales, esto ya es normal en la democracia capitalista. El problema de México, es el mismo de EEUU, el de España, Colombia, Francia, Italia (Recuerda Berlusconi), Portugal, Atenas, Reino Unido y de muchos países occidentales, donde el modelo de democracia representativa capitalista está agotado. Es el mismo que tolera la corrupción de forma descarada en todos los estratos del gobierno. El mismo que no representa a la mayoría, ni a los obreros, ni a los campesinos, mucho menos a la clase media asalariada, ni tampoco a las mujeres, ni a los miembros de la diversidad sexual, ni a las minorías étnicas. El poder ejecutivo, legislativo y judicial de los países nombrados están al servicio de los grandes capitales transnacionales.

Las democracias representativas capitalistas inventaron organismos internacionales como la ONU, la OEA, la OMC, entre otras, simplemente para que las mismas estén al servicio de los poderosos. Para muestra un botón: la ONU en varias oportunidades ha condenado el bloqueo a Cuba y para EEUU la resolución no es más que papel con utilidad escatológica, lo mismo ocurre con la censura de la invasión de Israel a Palestina. En este caso, la sentencia tiene el mismo uso que el anterior. Asombra como las democracias capitalistas occidentales si se ponen de acuerdo para invadir a Irak, Siria, Afganistán, Libia, entre tantas arremetidas, sin importarles un carajo el derecho internacional.

Por desgracia la revolución industrial llegó tardíamente a Latinoamérica y cuando arribó ya el comercio mundial estaba repartido entre las grandes potencias imperiales. Estas impusieron sus reglas de juego y las leyes que los países del tercer mundo deben acatar, de acuerdo con las decisiones de los organismos internacionales que ellos crearon y están a sus servicios. Es imposible alcanzar el desarrollo bajo este brutal sistema. Estamos condenados a ser naciones en vías de desarrollo sin posibilidad de alcanzar tal anhelado progreso, y mucho más, si nos empeñamos en mantener la democracia impuesta por las explotadoras potencias imperiales.

No vislumbro cuál es el mejor gobierno para los países suramericanos, asiáticos y africanos. Mi mente enmohecida no me da para inventar un modelo político productivo para abandonar de una buena vez el rentismo petrolero. Todavía arrastramos las alcaldías y los cabildos que datan de la monarquía española, nos empeñamos en mantener los burócratas del poder (legislativo, judicial y ejecutivo) concebidos por las democracias capitalistas. Debemos inventar, tal como lo recomendaba Simón Rodríguez, estamos obligados a impulsar el poder popular y crear nuevas estructuras de gobierno al servicio del pueblo y no a favor de una élite. Para eso debemos educar e instruir (dos cosas diferentes) a los campesinos, a los obreros, a los estudiantes, a las amas de casa, a la clase media asalariada, a los militares, a los artesanos, entre tantos de los que deben ayudar para edificar una patria socialista. Se debe impedir, como sea, que Venezuela caiga en manos de los viejos tramposos de la cuarta república y de los nuevos chulos y mercenarios de la política.

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Enoc Sánchez


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