Colombia: ¿Habrá caído el último reducto?

La victoria electoral del presidente Juan Manuel Santos en los
comicios del pasado domingo, considerados por muchos politólogos e
historiadores como los más disputados en la historia de Colombia,
trasciende a esa nación para convertirse en un probable punto de
viraje en los anales de América Latina.

Pese a su legendaria tradición de indomable rebeldía, Colombia se
había convertido en reducto principal del dominio imperialista de
Estados Unidos en Latinoamérica.

Puede decirse, sin temor a exageración, que los colombianos han
librado y han ganado una batalla crucial contra la injerencia
estadounidense en el continente.

Cuando en los años finales de la década de los 50 la lucha
guerrillera popular en Cuba culmina con el derrocamiento de la
tiranía del general Fulgencio Batista, aquello no fue visto por los
pueblos humiles latinoamericanos como un accidente histórico sino la
culminación exitosa de una lucha común necesaria con la que se sentían
identificados.

Hartos de tan humillante enajenación de sus soberanías por la potencia
imperial, que consideraban fuente principal de sus males, muchos
pueblos del continente generaron patrióticos líderes decididos a
entregar sus vidas luchando por un éxito para sus países similar al
que había logrado Cuba.

Ese fue el contexto histórico en el que nacieron en enero de 1960 las
Fuerzas Armadas de Liberación Nacional de Colombia encabezadas por el
comandante Manuel Marulanda Vélez.

Contra el levantamiento casi simultáneo en muchas tierras del
continente, Washington, que a la sazón controlaba a su antojo los
mandos militares de Latinoamérica, reaccionó con violencia.

Decenas de miles de los mejores hijos de muchos pueblos del continente
fueron víctimas de asesinatos sin juicio previo, torturas en prisión
o exilio en un período caracterizado por los golpes de Estado y las
dictaduras militares. La imposición de una paz de los sepulcros de
peligroso pronóstico y, en buena medida, la negativa de muchos
militares pundonorosos a continuar la masacre contra sus propios
pueblos, condujeron a una época de “democracia representativa” en los
términos de las oligarquías y el imperialismo.

Pero, quizás para sorpresa de los propios promotores del nuevo clima,
tan pronto como los pueblos comenzaron a tener acceso a un sistema de
participación en la elección de sus líderes, comenzaron a ser elegidos
los candidatos más progresistas y más partidarios de la independencia
nacional y la integración de Latinoamérica.

Salvo en contados casos en que Washington ha podido impedirlo mediante
sucias manipulaciones, varios de los antiguos dirigentes de las
guerrillas rurales o urbanas que encabezaron antes las luchas
revolucionarias, resultaron electos presidentes o en otros cargos de
alta envergadura, acreditados precisamente por sus patrióticas
historias de vida y acción. En cualquier caso, se hizo evidente que la
adhesión a los dictados de Washington por parte de cualquier candidato
a cargo electivo de gobierno ejercía influencia negativa en sus
posibilidades de victoria.

En el caso de Colombia, la lucha revolucionaria guerrillera no pudo
ser liquidada como en otras naciones. Por la intensidad de su
fundamentación popular, el imperialismo se vio obligado a librar, por
intermedio de la oligarquía nacional e involucrándose directamente,
una guerra larga de más de medio siglo que ha dejado más de 200 mil
muertos y millones de desplazados.

Por mucho que los gobiernos de turno, con falsas excusas de acabar con
el bandolerismo o con el narcotráfico, mediante agentes encubiertos y
paramilitares, mataban gente en el marco de una supuesta guerra
preventiva contra el comunismo, las fuerzas guerrilleras organizaban
la “autodefensa de masas”.

Pero el apoyo directo Estados Unidos en forma suministro de armas y
otros recursos materiales, financiamiento, entrenamiento y dirección
táctica y estratégica, incluso con envío de tropas desde bases
militares ubicadas en el territorio colombiano, convirtió esta guerra
en interminable por lo inagotable de los recursos financieros y
materiales de una parte, y los recursos morales y patrióticos de la
otra.

El reelecto presidente Juan Manuel Santos no representa una opción de
izquierda, pero el discurso por la paz y su patrocinio de las
conversaciones de paz con la guerrilla en La Habana le valió el apoyo
de la izquierda electoral y otras fuerzas populares que le llevaron al
triunfo comicial contra el candidato patrocinado por el ex presidente
Alvaro Uribe, reconocido recadero y punta de lanza de Estados Unidos
en America Latina, “mérito” que durante algunos años compartió con el
ex presidente mexicano Vicente Fox.

Por lo pronto, los colombianos están viviendo, desde lo que pudiera
ser el último reducto de la dominación imperialista en America Latina,
algo así como un nuevo amanecer de inserción, como uno más, en la
Patria Grande.


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Manuel Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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