Ecuador 2

Bailando con lobos

Acabo de regresar de las Islas Galápagos. Un viaje que me surgió por insistencia de amigos y amigas de Quito. Nunca les agradeceré bastante su insistencia. Lauren me dijo “si vienes a Ecuador y no vas a las islas Galápagos, es como desaprovechar el viaje. Son únicas”. En efecto, esas fueron las palabras que encontró también Charles Darwin para describirlas. Y lo mismo digo yo.

Galápagos es un lugar único en el mundo. La convivencia entre animales, plantas y seres humanos ha hecho de este lugar el verdadero paraíso. El paraíso que perdimos, el de la armonía entre todo tipo de vida, el del equilibrio, el de la vida feliz.

El aterrizaje ya produce la primera impresión, con cactus y plantas adaptadas a un suelo volcánico. Inmediatamente la cercanía de los pájaros pinzones, su descaro, sus juegos alrededor de los turistas que llegamos, nos indica que estamos en un mundo desconocido, raramente tranquilo, sin miedos.

En este paraíso he podido encontrar casi todas las especies que Darwin encontró. He visto las fragatas, cuyos machos hinchan sus globos de color rojo brillante para atraer las hembras. Sus polluelos que introducen su cabeza hasta el estómago de su madre para comer. Cómo anidan sus huevos las hembras durante largas horas a pleno sol, encima de un arbusto donde ponen un frágil nido.

He visto también algunos boobys, los simpáticos pájaros de patas azules, con sus ojos saltones, su andar desgarbado. He visto muchas tortugas terrestres, los galápagos que dan nombre al archipiélago. También tortugas marinas, que nadan en pareja o incluso...en trío. He visto cómo copulan en el mar, aunque rápidamente se hundieron para no ser  molestadas. He llegado a ver a lo lejos un par de ballenas, muy raras en esa época ya que el agua está muy caliente.

Los pinzones son la especie de pájaros más extendida. Pero para mí lo apasionante de ellos ha sido comprobar cuán exactos eran los dibujos que hizo Darwin en su expedición de los diferentes tipos de pinzones, del diferente color del plumaje, del tamaño, de la forma de sus picos. Y cómo hizo sus deducciones de esos pequeños animalitos que le llevaron a desarrollar la teoría de la evolución. Verlos ahí, delante mío, danzando, evolucionando sin miedo, recogiendo las migas que se nos caían a mi amiga y a mí, me producía la emoción de revivir el viaje del joven explorador.

En el mar he podido hacer snorkel y ver muchas especies de peces de todos los colores y tamaños. Brillantes peces azules, con manchas fluorescentes más claritas. Grandes peces con una graduación de color que va desde el naranja hasta el azul pálido. Peces a rayas. Pequeñísimos pececitos que parecían burbujas desplazándose juntas a la vez. En el muelle de Santa Cruz, por la noche, aparecían pequeños tiburones que se desplazaban suavemente por parejas, como dando vueltas e inspeccionando el lugar. Ahí mismo vi por la tarde un grupo de pequeñas rayas dando siempre vueltas, en grupo, como de patrulla.

Pero el contacto que más me emocionó fue el que tuve con pequeños lobos marinos en el mar, cerca de las rocas. Habíamos bajado para hacer snorkel y, al acercarnos en grupo hacia las rocas, apareció un grupo de cuatro pequeños lobos, danzando delante de nosotros, mirándonos, observándonos. No sabría decir quien estaba más sorprendido o quien más curioso. Era como si estuviéramos delante de un espejo: nosotros los mirábamos y ellos igual. Subían, cogían aire, daban vueltas, sacaban aire por la nariz, mirándonos, a un metro, a menos incluso, y no se iban, les fascinaba ver esos seres tan blanquitos que tenían delante. Fueron unos minutos intensos, de compenetración con aquellos animalitos, de sentirlos tan próximos a mí, como mis hermanos marinos. Cuando salí le dije a mi amiga “he estado bailando con lobos”.

Los lobos marinos son una especie que no emigra, siempre están allí. Están tan habituados al ser humanos que te los encuentras por todas partes: en los puertos, en las barcas, encima de los bancos de sentarse, debajo, en medio de los pasos... Y no se apartan. Los habitantes de las islas los tratan como si fueran sus mascotas, con cariño. En el muelle vimos como los pescadores que cortaban y preparaban el pescado para los restaurantes, les daban de comer a toda la fauna que había alrededor atraída por el olor y por que saben la hora que llega el pescado. Pelícanos, gaviotas, lobos, todos competían para ver quien se llevaba el bocado. El más descarado era un viejo y enorme lobo, que se encaraba incluso sobre sus patas traseras para tratar de acercar su nariz al pescado que estaban cortando. Pero en las islas los animales son amigos, son parte de la familia, son queridos. Todo el mundo habla de ellos con cariño.

Las islas Galápagos son visitadas cada año por unos 200.000 visitantes. El responsable de comunicación de la fundación Charles Darwin nos decía que esa era una cifra sostenible. También nos dijo algo que me sorprendió muy gratamente: se conserva el 95% de las especies que Darwin encontró cuando desembarcó. En realidad la vida salvaje es sostenible por el trabajo que realizan los numerosos guías que acompañan a los visitantes y también por el previo trabajo realizado de educación y concienciación de la población de las islas. Toda la población se sostiene gracias a los visitantes. Pero también saben que todo ese equilibrio depende del respeto de las condiciones de vida naturales de los animales, de mantener su hábitat limpio.

Hablar de las Galápagos podría llevarme mucho, mucho tiempo. Estuve sólo seis días. No fueron suficientes. Volveré. Pero, vuelva pronto o más tarde, la impresión que me han dejado estas islas será duradera. No sólo por la belleza de la naturaleza, de sus animales, de sus paisajes, realmente bellísimo todo. Lo que me ha llenado de satisfacción, de esperanza, es ver que es posible recuperar el paraíso. Que si la humanidad dedicara su inteligencia, su tesón, su gusto por la vida sencilla y feliz... ¡podríamos recuperar tantos espacios y tantas especies! Los pioneros de esta recuperación, en la fundación Darwin, estaban convencidos de ello ya que ellos recuperaron muchas especies, entre ellas los galápagos gigantes, que estaban amenazados de extinción en muchas islas por la caza descontrolada, por la introducción de especies exóticas como cerdos, cabras, ratas, perros, gatos, hormigas. Y han conseguido repoblarlas y asegurar su futuro.

Cuando la humanidad se dedique a vivir la vida felizmente, en lugar de amasar dinero, de amasar propiedades, de “asegurarse futuros”. Cuando deje de explotarse los seres humanos, la tierra y los animales para beneficio de algunos particulares...entonces, podremos hacer algo similar a lo que hoy se vive en las islas Galápagos. Mientras tanto, estas islas serán el paraíso reencontrado donde los más privilegiados que lleguen hasta allí podrán ver con sus ojos que otro mundo es posible. Escuchad relajadamente “Imagine” de Lenon y vislumbrareis que sí, que es posible. Las Galápagos son el ejemplo vivo.

Alfons Bech

30 enero 2014



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Alfons Bech

Militante obrero, y revolucionario marxista. Miembro de de la CCOO, la federación sindical más grande de España. Activista político de L?Aurora y EUiA.

 albech12@gmail.com      @alfonsbech

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