“Muerte de Cano trae esperanza de paz”

No pocas veces grandes y pequeños medios de comunicación, especialmente escritos, recurren a los titulares espectaculares o de enorme tamaño amarillista para vender mucho más que informar. El titular, ciertamente, debe llamar la atención de la audiencia pero, en muchísimos casos, nada tiene que ver con el contenido que le sigue. Me llamó la atención de un periódico que tituló así: “Fin de Alfonso Cano trae esperanza de paz”. Luego, me dediqué a leer detalladamete las opiniones dadas por tres exrehenes de guerra que tuvieron en poder de las FARC y fueron liberados sin exigir nada material a cambio. Fueron ellos: Jorge Géchem Turbay, Consuelo González de Perdomo y Luis Eladio Pérez. Lo cierto es que no  se corresponde el titular con las opiniones de los entrevistados, lo que demuestra la intención en contribuir a expandir una política de incentivar, por un lado, la desmoralización en las fuerzas insurgentes y, por el otro, empujar al Estado colombiano para que continúe con operaciones militares en busca de producir más muertes y lograr una derrota militar total dela guerrilla para poder complacer a los altos funcionarios de la Casa Blanca y los personeros de la oligarquía colombiana y los monopolios extranjeros o imperialistas.

En verdad, más bien, Jorge Géchem Turbay y Consuelo González de Perdomo fueron muy respetuosos en sus análisis sobre la muerte del camarada Alfonso Cano. Como todo político, siempre tirando a favorecer el ideal en que cree, añora que la muerte del comandante Cano haga comprender a la insurgencia que ésta no tiene vida y lo mejor es llegar a la desmovilización y desarme para que se haga realidad la paz que necesita todo Estado burgués no sólo para afianzar sus intereses sino, igualmente, para que los pocos oligarcas incrementen su riqueza sobre el aumento de la pobreza y el dolor de los muchos explotados y oprimidos. Por lo menos, no se burlaron ni hicieron fiesta derrochando epítetos grotescos y denigrantes sobre el cadáver del camarada Cano.

Mientras que el señor Luis Eladio Pérez le dio rienda suelta a sus insultos, sus criterios bochornosos, sus descalificaciones mal intencionadas, sus opiniones dantescas no sólo contra el camarada Cano sino contra toda la insurgencia. Este señor piensa, especulando –cree él- a Maquiavelo que las FARC, lógicamente hay que incluir al ELN, van a terminar desintegrados, convertidos en bandas de delincuentes vulgares, desbandados sus mandos medios disfrutando del dinero proveniente del narcotráfico, la extorsión y el secuestro. En verdad, el juicio que hace el señor Luis Eladio Pérez sobre las FARC –en general- y de Cano –en lo particular- está embarrado de odio personal, es un desfase histórico, es un acto fallido digno de ser estudiado por Freud. Nadie puede negarle su derecho a ser resentido por los años que duró en cautiverio como rehén de las FARC. Sin embargo, el político no debe respirar por las heridas en las plantas de los pies sino por la nariz. Que las FARC sea, como lo dice el señor Luis Eladio Pérez, un movimiento político ortodoxo, es respetable y vale la pena que la misma orgaización insurgente lo analice, lo discuta entre su militancia y lo reflexione, esencialmente, su Estado Mayor incluso escuchando opiniones de otras instancias políticas o personas con las cuales tenga a bien intercambiar ideas. Pero que le acuse de ser una organización retrógrada sin relevos generacionales y anquilosados en el tiempo es una forma muy apresurada y vengativa de apreciar la lucha política –en general- y la historia de las FARC –en lo particular-. Bueno, en todo caso, cada quien puede opinar lo que crea conveniente sin que eso signifique sean  verdades irrefutables. Cada quien es, igualmente, dueño de sus propias mentiras.

Pero echemos una mirada o un paseíto hasta corto para determinar si el fin o muerte del camarada Alfonso Cano trae esperanza de paz. Si la lucha política fuese una cosa exclusiva de caudillismo primitivo, tal vez con la muerte del camarada Manuel Marulanda se hubieran dado todas las condiciones subjetivas para que las FARC, casi por consenso unánime, hubiesen buscado apresuradamente un diálogo para desmovilizarse y entregar las armas llegando resignados a la paz con que sueña todo explotador y opresor: esa que le garantiza un orden público sin desobediencia alguna de parte de los explotados y oprimidos. Si eso fuese así, quizás, ya no existiera imperialismo estadounidense debido a que más de un Presidente ha sido asesinado pera la realidad ha demostrado que se ha vuelto más belicoso y más intervencionista en los asuntos internos de otras naciones. Más bien hay muertes que influyen poderosamente en la lucha política para derrotar el poder de sus asesinos. Quieran Dios y el pueblo colombiamo la muerte del camarada Cano contribuya a que las fuerzas revolucionarias le arrancaran el poder político a la oligarquía pero, en este momento de la historia de Colombia, eso no es posible.

Con la muerte del Mono Jojoy se especuló, de acuerdo a opiniones recogidas de altos militares y funcionarios de la política, que las FARC quedaban sin capacidad para operar militarmente. Esos mismos personeros, con la muerte del camarada Cano, especulan que Timochensko (Timoleón) es militarista tanto como el Mono Jojoy y tiene posibilidad de sustituir el vacío dejado por el camarada Cano, aunque ya han hecho campaña para ver si esa responsabilidad queda en el camarada Iván Márquez, como diciendo que con éste si es posible plantearse la desmovilización y el desarme sin condiciones. Se están cayendo de un coco quienes así piensen y no van a poder repararse del golpe producido en la caída que será tan fuerte como falsas sus creencias.

Una organización político-militar como las FARC o el ELN, por mucha tecnología que tengan sus enemigos, no podrán ser derrotadas militarmente con la experiencia que tienen y con la capacidad de combate que poseen. Para ser derrotadas tiene que ser en el campo de la política que es harina de otro costal. Si el Estado colombiano cree que con matar a miembros de la dirección de la insurgencia va a obligar a ésta a presentar batallas (como la de Watwerloo, Boyacá, Santa Inés, Carabobo o Ayacucho) se quedarán todos sus componentes con sus trajes militares o fluxes de palacios de gobiernos para vestir santos y nada más. Lo que sí es completamete seguro es que todo Estado burgués (con sus fuerzas armadas, policiales, de seguridad y legión de políticos a su imagen y semejaza) está destinado irremediablemente no sólo a la derrota sino, más importante aún, a su destrucción completa acompañando el proceso de extinción del Estado socialista o proletario.

La muerte del camarada Alfonso Cano debe, es lógico pensarlo y decirlo, conducir a una profunda reflexión tanto en lo político como en lo militar, en lo táctico como en lo estratégico pero jamás para una desmovilización y desarme de la insurgencia como producto de las muertes de sus máximos comandantes. Por el contrario, eso eleva el compromiso de la lucha y alimenta el espíritu para el combate aunque, una que otra vez, se produzcan deserciones que, seguramente, no dejen apreciar las nuevas incorporaciones a la insurgencia. Decir que las FARC y el ELN son azotes de comunidades no es sólo farsear la realidad sino, peor aún, no querer reconocer que los territorios bajo la influencia de la insurgencia gozan de mayor seguridad y paz que aquellos donde las fuerzas públicas del Estado colombiano cometen crímenes y violaciomes de los derechos humanos hasta el punto que actualmente no encuentran manera alguna de taparlos. Si guerrilleros violaran a niñas menores de edad, los escándalos llegarían a la luna y hasta Júpiter en fracciones de segundos pero si son militares y, especialmente, oficiales como en muchos casos ha sucedido hasta matan o intimidan no sólo a los jueces que investigan esos crímenes de lesa humanidad sino, también, a los familiares de las víctimas. ¿Acaso esto es mentira?

El Presidente Juan Manuel Santos, como si los insurgentes fuesen borregos de caudillismos esporádicos y localistas, lanzó la perla siguiente: “Desmovilícense; de lo contrario, como hemos dicho tantas veces y como hemos comprobado, terminarán o en una cárcel o en la tumba”. Esto último es lo que más le agrada al hacedor de guerra de la Casa de Nariño. El Presidente Santos y toda su máquina de guerra no se han paseado por las probabilidades de cambios que se producen en el tiempo y en el espacio. Ellos también son propensos a que los espere una cárcel o una tumba. Así es la lucha de clases y, especialmente, cuando la armada es la forma principal de la lucha política. La respuesta que dio el Secretariado de las FARC a las bravuconadas y amenazas del Estado colombiano recogen el espíritu de todos los pueblos que anhelan la redención social: “La paz en Colombia no nacerá de ninguna desmovilización guerrillera, sino de la abolición definitiva de las causas que dan nacimiento al alzamiento…”. Pero eso no lo quieren entender quienes gobiernan en favor de los monopolios económicos, de la oligarquía, de la usura y la especulación, del tráfico de influencias y del amor por el burocratismo. Pues, el Presidente Santos abadonará, en cuatro u ocho años, el palacio de Nariño sin poder desplazarse por la geografía colombiana sin una brigada que le cuide las espaldas. Jamás, mientras sea un servidor fiel al capitalismo perverso y degenerado, podrá decirle al pueblo colombiano: “He cumplido con mi deber: he exterminado a la in surgencia y reina la paz del Señor (Señor que será quien gobierne en ese momento desde la Casa Blanca y no en Colombia). Dejo los cementerios llenos de cadáveres de guerrilleros, de bandidos, de delincuentes, de terroristas, de fareanos y de elenos que no nos dejaban vivir en santa paz y armoníaOligarcas hermanos, ya no tembléis, podéis explotar y oprimir como vosotros queráis a sus esclavos, porque ya éstos no tendréis quienes los defiendan alzándose en armas contra el Estado”. Lo que desconoce el Presidente Santos es que siempre ondeará una pancarta que le recuerde sus crímenes y el haber incrementado las razones de la violencia social en Colombia en nombre del pueblo y todos saben que es a favor de los oligarcas… Nadie mejor que el Presidente Santos conoce lo que internamente, pagando sus culpas, el expresidente Uribe. Y ay… ay… del día en que los huesos de los insurgentes muertos caminen por la geografía colombiana como guerrilleros de resfuerzo.

Nota: ya las FARC anunciaron que Timochensko ocupará la vacante dejada por el comandante Alfonso Cano.



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Freddy Yépez


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