La boda de los reales

Los príncipes y princesas pertenecen a los cuentos clásicos que
relatan cómo aparece el gallardo heredero real y estampa un beso en
los labios de la bella durmiente o le calza el zapato a la asustada
cenicienta, tras lo cual se casan, son felices y comen perdices.

Los reyes y las reinas son más épicos, nos remontan a la guerra de
Troya o a la Guerra y la Paz y a las Mil y Una Noches. Los reyes, las
princesas, las sílfides y los nenúfares también figuran en versos de
Rubén Darío, donde aparecen personajes y cosas muy cursis, dignas de
cuentos para los que creen en pájaros preñados.

Hace algunos años el rey Farouk, de Egipto, antes de que lo
destronara Gamal Abdel Naser, auguraba en el Casino de Mónaco, donde
pasaba su tiempo, que en el siglo XXI solo existirían los cuatro reyes
de la baraja y el de Inglaterra.

De hecho se peló por uno, pues la ‘moderna’ España, luego del
caudillismo franquista, reestreno la monarquía con el rey Juan Carlos,
que compite de tú a tú con los integrantes de la familia real inglesa
como ícono para atraer turistas.

Los demás reyes y monarcas del mundo, al estilo de los escandinavos,
son sencillamente burócratas que pasan desapercibidos en sus propias
capitales y apenas logran salir retratados en la revista “¡Hola!”,
cuando les nace un vástago o les ponen cuernos, siendo lo segundo más
frecuente que lo otro.

En este sentido merecen capítulo aparte las princesas de Mónaco, más
rocheleras que la mayoría.

La novedad actual es la boda del príncipe William de Inglaterra con
la plebeya Kate. William es hijo de Lady Di y del Príncipe de Gales y
no sabemos a quién salió, si al deslechado Felipe o a Diana, la
cazadora. En el primer caso la nueva princesa Kate se encargará de
tomar las medidas necesarias. En el segundo gozarán una bola.

Los invitados a la boda incluyen deportistas, gays, ex primeros
ministros y ministras, actores, la realeza europea y otras familias
con reales, exceptuando millonarios gringos.

William será rey algún día si la reina Isabel II muere antes de los
120 años, luego Felipe morirá de fastidio, viéndole la cara a Camilla,
que, además de fea, es la mala de la película.

augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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