Santos saltó el Palanquero

Cuando nosotros, mal pensados que somos, creíamos que la elección de
Juan Manuel Santos como Presidente de Colombia acarrearía la
consolidación de la presencia militar gringa en las siete bases
ofrecidas por su antecesor al Comando Sur de los Estados Unidos, ¡oh
sorpresa!, vea pues que el contubernio no llegó a consumarse.

A estas alturas los estrategas del Pentágono consideraban que en
torno a cada una de las susodichas abundarían los burdeles y las
timbas para distribuir equitativamente la prosperidad que se genera
cuando un país cede en comodato su soberanía para que el complejo
industrial militar le derrame el cuerno de su abundancia, dicho sea
sin alusiones cochambrosas.

No solo los soldados estadounidenses deberían usufructuar el
privilegio de ser inmunes ante las autoridades locales, sino, de
manera especial, los asesores civiles, duchos en vainas raras,
estarían desplegando su parafernalia para detectar guerrilleros con
botas ‘envenenadas’, amén de otros portentos que permite realizar la
tecnología de punta.

Pero, como reza el refrán, del dicho al hecho hay mucho trecho y
hasta pudiéramos añadir que cachicamo trabaja pa’ lapa, lo cual
mencionamos con el debido respeto hacia los jerarcas, nuevos y añejos,
del partido de la U, que algunos tildan como el partido de la United.

Así pues, dejando de lado las cuchufletas, pues la cosa estuvo a
punto de ponerse peluda, lo cierto es que el nuevo mandatario
colombiano no solo le negó al imperio las bases por bola, sino que,
además, hecho el pendejo, le metió las nueve arepas en lo que se
exclama ¡Ave María!

Tampoco es que la cosa está como para que Chávez cancele el pedido de
los tanques y los cohetes antiaéreos, pues uno nunca sabe cuando
pueden cambiar de opinión los vecinos, sea motu propio o por alguna
cizaña que les metan.

Por lo pronto, sin embargo, vamos a ligar que el Espíritu de Santa
Marta siga haciendo de las suyas y permita que ciertas iniquidades
queden el pasado y no vuelvan a enturbiar una relación bilateral
basada en la buena fe.

No en balde los que saben de altares y de capillas suelen pregonar
que, cuando hay santos nuevos, los viejos no hacen milagros.

augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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