En el artículo anterior hacía un gran preámbulo para referirme a la jornada de reflexión a la cual asistimos un grupo de compatriotas intelectuales revolucionarios, quienes fuimos convocados de manera abierta, tanto por los medios de comunicación, como por nuestros correos personales. Espacio ¡por el que hago votos! por ser necesario e imprescindible en este momento revolucionario. Este momento fue altamente celebrado por todos los asistentes, nosotros como telón de fondo del lugar al que fuimos convocados sólo a escuchar, tanto como los que fueron convocados a participar.
Al respecto de la “asistencia” y la “participación” refería una de las participantes en la Jornada que “la participación es poder”; digo, pero ese poder del pueblo no es un poder que debe ser otorgado o concedido displicentemente por nadie en especial, ni por alguna institución oficial/oficializante, sino conquistado, construido ¡a viva voz! en esos mismos espacios. Sin ánimos destructivos, sólo desconstructivos, para construir lo que aun parece retórica en algunos ámbitos e instituciones, “la participación protagónica del pueblo”. Es propicio que en eventos como este, la participación de los asistentes sea mínima y regulada, pero no negada esto no es comprensible en un evento como este.
Los intelectuales revolucionarios semos, todos aquellos que estamos trabajando en esta construcción revolucionaria, sin distingo, es decir, aquellos que levantan temprano y llegan muy tarde, aquellos que laboran en el campo, en la faena de la tierra y en la faena de la casa, la escuela, obreros, profesores, estudiantes, es decir, el hombre y mujer común, aquellas que habiendo estudiado formalmente, o no, tienen algo que decir, aquellos que siguen sin voz, en ciertos eventos, invitados, convocados “de palo” excluidos por un método inflexible que no da cuenta de la realidad.
Por ahora, cada quien a su trinchera, a estudiar, reunirse con sus estudiantes, consejos comunales, partido etc. y hacer praxis luego de esta experiencia, en principio, bien gratificante, ya que nos deja la esperanza renovada, actualizada, porque como somos intelectuales revolucionarios, fuimos capaces de reconocer y atisbar, en nuestro andar, la sombra, lo oscuro de ese andar, ¡eso sí! avanzar, con más ímpetu. Dice la teoría psicoanalítica, que reconocer e integrar la sombra o lo oscuro, es sano aunque no fácil para la psique, al reconstituirse el ser como totalidad y energizarse, en este caso, por la integración dialéctica de los contrarios.
Quedan en el tintero tantos y tantas luces y sombras, identificadas por los asistentes y participantes al evento, entre otras, los pasos significativos en la politización del pueblo, que sedimenta en emancipación de la conciencia, “la dictadura de la coyuntura” que nos conduce al tareísmo incontrolado, la internacionalización del proceso bolivariano, que fortalece nuestro compromiso, la integración latinoamericana, la reflexión crítica sobre los referentes teóricos que nutren la revolución, el ejercicio investigativo en torno a “la caracterización de las clases sociales” desde nuestra propia realidad, el cierre de los medios nefastos de incomunicación, o su neutralización a través de una política de comunicación coherente, la crítica al partido PSUV que en proceso dialéctico va construyéndose, la esquizofrenia del Estado, el poder corporativo detrás del poder, en fin… mucha tela…
A 10 años de revolución de “luces y sombras”, aunque no hubo debate, vale oro esta posibilidad de reflexión crítica constructiva interpretada como praxis revolucionaria, sobre todo, ahora que todos semos intelectuales.
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