La interrogante más frecuente de los interlocutores conservadores está referida a una definición del socialismo del siglo XXI aplicable a Venezuela. Es una pregunta equivalente a la que se le hiciese a un individuo a quien se le pidiese una enunciación de su plan de vida. Ciertamente, si la contestase, ello no sería sino una mera especulación. Al día siguiente de exponerlo podría ser que un accidente, una enfermedad, un cambio del paisaje geográfico o del contexto social lo echara por tierra, obligándolo a rectificarlo o rehacerlo totalmente. Esa duda es simplemente la expresión de sus necesidades psicológicas de seguridad que los obliga hasta el sacrificio de su libertad. De allí su culto a las leyes como si efectivamente éstas fuesen la representación de la realidad y no una referencia que expresa un contrato social utilizable únicamente para intervenir en las situaciones de conflicto, dentro de las cuales también se toman en cuenta los patrones de comportamiento consuetudinarios que con mayor exactitud manifiestan la conducta de la materialidad. Ello explica sus carencias de capacidades homeostáticas que le impiden adaptarse a un ambiente cambiante y su tendencia a conductas paranoides. La imposibilidad de desarrollar su plan los lleva a la frustración permanente, que es la variable dominante para explicar la agresión. Por ello sus comportamientos políticos están marcados por su inclinación al uso de la violencia. Ellos esperan que se cumpla la profecía de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia.
Son incapaces de entender que el socialismo es una tesis de naturaleza científica, aun cuando su planteamiento original hubiese tenido un sentido finalista: la sociedad comunista. Su formulación inicial se realizó dentro del paradigma científico determinístico vigente para el momento. No se conocía el fenómeno de la entropía que imposibilita la existencia de la máquina perfecta por los residuos desordenados producidos en cada cambio de estado de la materia, ni mucho menos la teoría del quantum que modificó ese paradigma transformándolo en posibilista. Es decir, que lo que se ofrece ante nosotros como prospectiva es un conjunto de escenarios probables, donde la incertidumbre es el rasgo dominante del comportamiento de la realidad. De allí que el problema humano relacionado con la seguridad consiste en la creación de habilidades (estrategias) para manejar esa condición.
En ese marco la finalidad de la acción política en el país, encuadrada en el socialismo, es la búsqueda de una sociedad equitativa en la cual todos tengan la posibilidad de realizarse de acuerdo con sus capacidades.
Una finalidad que al establecerse dentro de cada coyuntura histórica seguramente tendrá una forma de concreción diferente. Una manera de expresarse que estará en función de las relaciones dialécticas entre los actores sociales internos y externos del pueblo venezolano y entre éste y los comportamientos de los distintos componentes de la realidad física del país.
No obstante, las demandas de estos sectores insisten en obtener doctrinas y normas que les garanticen un comportamiento constante del gobierno de la sociedad conducido dentro de la praxis socialista, de modo que se le asegure la persistencia de su status social. Lo cual es un imposible incluso dentro de un gobierno de orientación conservadora. No entienden que esa función social de dirección de la comunidad organizada es de naturaleza estratégica y depende de las relaciones de poder que en una sociedad democrática con un comportamiento racional está en función de las aspiraciones de la mayoría.
Una mayoría que hoy en Venezuela prefiere la libertad para labrarse su propio destino, obstaculizada hasta hace poco por una estructura de poder represiva que le garantizaba la seguridad a una minoría privilegiada, excluyendo a la mayor parte de la población de los beneficios del progreso humano.
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