Llegada a puerto

El viaje de la democracia representativa parece ser que ha concluido, al menos, en algunos países. Ha llegado a puerto en malas condiciones, afectado por el desgaste de la larga travesía y por los manejos de las distintas tecnologías económicas y políticas que han contribuido a su deterioro, y solo le espera el desguace. A cambio hay que hacerla un monumento virtual para que perdure. Es la exigencia que marcan los nuevos tiempos, al resultar que como cualquier otro producto del mercado, en este caso político, se ve también afectada por la obsolescencia programada. No obstante, como tributo a sus pasados éxitos, queda en la escena su nombre, como si estuviera viva, debido al interés comercial de quienes se alimentan del negocio.

Posiblemente, lo que ha sucedido sea un proceso natural, ya previsto cuando la burguesía revolucionaria de su tiempo puso en escena su modelo de democracia alejado del pueblo para tomar directamente el poder político, que estaba en manos de un sistema en decadencia. Tras un recorrido de más de dos siglos, en los países en los que se ensayó y consolidó, siguiendo la ruta marcada por el nuevo mercado capitalista, ha acabado por demostrase que ya no es necesaria. Se la ha desprovisto de la careta representativa para entregarla directamente al personalismo del que resulta agraciado en el sorteo y gobierna a conveniencia. Basta con citar su nombre, hablar de derechos, de libertades de papel, de practicar de cuando en cuando el voto y poco más, para que los mercaderes y sus peones políticos puedan presumir de democracia, aunque sea de nombre. Con todo eso, las masas se contentan, los ejercientes del poder también y los que manejan en último término el negocio, mucho más. La razón es que se ha conseguido el propósito de que el modelo de poder capitalista se imponga plenamente, tras haber ganado la voluntad de las gentes consumidoras y permitir que se las conduzca sin complicaciones al cercado del mercado. La política, reducida a pura burocracia, atenta a las consignas de sus mandantes, queda como guardián del orden de manera efectiva, asistida por el arsenal jurídico, por si las gentes tratan de desmandarse. Sus peones dan vida, teniendo en cuenta su condición de asalariados, a ese aparato de perfiles administrativos que llaman Estado para que todo quede bien atado.

Tras practicar la democracia de la representación ciudadana a través de los partidos, se han venido agrupando las ideologías para que no incordien saliéndose del marco fijado. Se juega con ellas, encasilladas con calificativos de malas y buenas, según sople el viento del negocio, para procurar entretenimiento mediático a la muchedumbre. Por otro lado, se ofrece a las gentes el material electoral debidamente envasado de procedencia foránea. El progresivo alejamiento de la democracia representativa de su papel original, su plena entrega al juego de partidos, ha llevado el modelo a lo de siempre. El personalismo de quien haya sido aupado como líder del partido gobernante ha tomado la escena y asume la condición de monarca local ocasional, pero con otros nombres más acordes con los tiempos que corren. Parecería la vuelta al pasado, sin embargo, hay que señalar una notable diferencia, los que realmente mandan no son los que gobiernan, solamente lo son de manera efectiva quienes tienen la llave del poder, y este no puede ser otro que el poder económico. En esencia, el viejo capitalismo ha cumplido propósito inicial, atar debidamente a las gentes a la base de su negocio —el mercado— con total sumisión, inicialmente a base de caramelos democráticos y más tarde con el consumismo alienante y el ocio dependiente. Pese a la deriva política, del otro lado, en una manifestación de pragmatismo, dicen las masas, votar votamos, pero que gobierne quien ofrezca la mejor anestesia para sobrellevar dignamente la existencia, porque si no nos la proporciona el panorama se le complicará.

Queda por añadir que, aunque ya en dique seco, la democracia representativa hace su papel y sirve eficazmente a los intereses de los que controlan el mercado. En este panorama local reinante en algunas de las zonas geográficas más aventajadas en materia económica, la democracia ha pasado a ser solamente un símbolo de progreso debidamente utilizado, aunque carezca de valor real. La democracia se ha asociado al progreso, una y otro sirven de eslogan de atracción debidamente explotado por los señores del mercado, que animan a que acudan a aquellas zonas las personas que están en desventaja económica, practicando el nuevo invento de las políticas de puertas abiertas, lo del woke, las ocurrencias ocasionales y el cachondeillo generalizado. Lo que representa mayor negocio, además de para los traficantes, para los mercaderes, puesto que permite construir un gran mercado sin demasiadas inversiones, corriendo en parte la factura a cargo de los contribuyentes que sostienen su Estado, solo benefactor para con los que no cotizan, pero consumen.

Definitivamente, el barco de la democracia ha llegado al puerto de destino y, apartando su obsolescencia, ya no necesita navegar, puesto que el mercado que domina el panorama político, económico y social tiene controlada la situación. Basta con que permanezca en tierra como monumento virtual haciendo valer su valor simbólico. Quedaría pendiente lo de del voto, pero para encarrilarlo es suficiente con utilizar oportunamente las herramientas que vienen aportando las nuevas tecnologías. De esta manera los señalados por el poder económico se sitúan como los legítimos nuevos monarcas locales para guardar el orden que exige el mercado; quedando claro que son inofensivos para el gran poder, dada su condición de empleados de los realmente mandantes. En cuanto a esos ciudadanos que en un tiempo pasado integraron lo que se llamaba un país, disueltos entre las nuevas masas, anestesiados o reprimidos, ya no plantean problemas. Por lo que se refiere a los agobiados por las penurias crecientes, situados más allá de los límites del cercado de los llamados países ricos, que acuden a la llamada del bien-vivir, problema resuelto, en cuanto se les tiene por útiles, revitalizan el ambiente y dan empuje al mercado. Respecto a lo que resta de la imagen de la democracia representativa todavía se le encuentra cierta utilidad, porque aplicando este bálsamo virtual puede decirse que un país, en apariencia, camina sobre ruedas.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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