Se acerca un nuevo proceso electoral el próximo 25 de mayo y de nuevo un grupo de dirigentes políticos que se dicen opositores llaman a la abstención. Dada la historia del último cuarto de siglo uno termina preguntándose de qué va esta cosa de la abstención, pues las repetidas experiencias abstencionistas de estos grupos políticos en el país sólo han logrado consolidar una y otra vez el poder del partido de gobierno. En sus últimos años Teodoro Petkoff hablaba de una izquierda borbónica, aludía con esta expresión a una izquierda que como los borbones ni aprende ni olvida. Cabe hablar también de una oposición borbónica que tampoco olvida y mucho menos aprende, una oposición que, como bien ha señalado Fernando Mires en un artículo reciente, permanece en un eterno retorno.
La dirigencia opositora abstencionista presenta, cómo no, sus razones. Dice que no vale la pena participar en los comicios pues no se elige y el fraude está a la orden del día, que participando sólo se hace comparsa para legitimar al "régimen". A ello se puede replicar que si no se participa pues nunca hará falta fraude alguno y que la experiencia del país en las tres últimas décadas como de la inmensa cantidad de casos abstencionistas en el mundo nada han deslegitimado exitosamente, que esa gran cantidad de casos nada han logrado a menos que la abstención forme parte de una estrategia política debidamente consensuada, robusta y con una propuesta subsiguiente. Es decir, la abstención si para algo puede servir será como medio en el marco de una estrategia que tenga un plan A, B, C, etc. Pero dado lo ocurrido con la propuesta abstencionista en Venezuela en 2005, en 2018 y en otras ocasiones ha parecido más un fin en sí mismo que medio. Cuando siempre a esta dirigencia se le ha preguntado por el día después nada tiene para responder, nada que no sea alguna aventura poco probable.
La aventura, por cierto, forma parte de nuestra mitología latinoamericana a partir de 1492. Piénsese que lo que Colón trajo en sus carabelas eran unos aventureros "a juro". Sacados de prisiones algunos, otros voluntarios echados pa’lante se montaron en la muy riesgosa empresa del Almirante. Cuando algunos de ellos sobrevivieron y regresaron con las noticias a la península ibérica muchos otros se sumaron en busca de resolver aventuradamente sus vidas con una ínsula, como Don Quijote prometió a Sancho. Desde entonces y hasta hoy la aventura, el echaos pa’lante, el voluntarismo en lenguaje más académico, nos persigue. Si nos concentramos en Venezuela, ¿qué otra cosa fue la expedición del Falke? ¿Y las múltiples andanzas de caudillos durante el siglo XIX? Por lo menos el Falke pretendió invadir Cumaná, pero hemos conocido recientemente otras invasiones de unos cuantos aventureros por todo el centro de Macuto. Y hasta hemos conocido revoluciones con plátanos en un distribuidor de autopista, comandadas por un dirigente político que logró pasearse con carita de arrecho por la avenida Francisco de Miranda antes de escabullirse sigilosamente en una embajada a la mano. El mismo dirigente que llamó en dos oportunidades a sendas "Salidas" lanzando como vanguardia de las mismas a unos chamos armados con piedras. En fin, la aventura ha predominado sobre el trabajo de hormiguita, el trabajo de organización política, el trabajo de tejer vínculos desde las bases y establecer alianzas con distintas fuerzas, el trabajo de seducir con un proyecto integrador de país escuchando a ese país. Cuando en la historia de Venezuela se ha hecho ese trabajo, como lo hizo Acción Democrática hasta los años ochenta o el chavismo después, se han logrado los objetivos planteados por los partidos de cara a la conquista del poder. Otra cosa es lo que resultó de esas conquistas.
La aventura seduce a muchos, sin duda. ¿Y si la pegamos como de repente se pega un cuadro único de 5 y 6? Un toque de locura y el cielo será nuestro, se dice. Y es que a veces la aventura sale bien, como le salió a los Castro y compañía en la expedición del Gramma. Pero de seguro son más las veces que no sale lo esperado. La aventura seduce en medio de la desesperación, pues la aventura es la apuesta de quien carece de fuerza suficiente para hacer valer su decisión, su voluntad. La aventura es el oficio del apostador más arriesgado. La Venezuela del último siglo ha fortalecido ese oficio y la mitología de la aventura. La obtención de una riqueza no asociada directamente con nuestro trabajo productivo, con nuestro esfuerzo, sino apenas con el trabajo de menos del 1% de la población económicamente activa, como es el caso de la industria petrolera, refuerza la imagen mágica de la realidad. Es a lo que se refería Cabrujas en aquella famosa entrevista, "El Estado del disimulo". Es a lo que se ha referido ese monumental libro de la historia venezolana del siglo XX que es "El Estado Mágico", de Fernando Coronil Ímber. De un país palúdico, como decía Uslar, en pocos años surgió casi que como arte de gracia, la Venezuela modernizada, con sus aviones, aeropuertos, edificios, urbanizaciones y las autopistas con sus distribuidores, como aquel de la "Revolución de los Plátanos" al frente de La Carlota. Todo eso más que resultado de un prolongado trabajo nuestro lo montó el Estado con los recursos obtenidos de la "renta" petrolera a partir de 1934, fecha de los convenios cambiarios Tinoco. A partir de ahí se "pegaron" también los reclamadores de renta, como muy bien los ha llamado Diego Bautista Urbaneja ("La Renta y el Reclamo"), la camarilla de una época, la cogollocracia en otra, los enchufados después. Es decir, aquellos que se han pegado a la "teta del Estado" exitosamente a partir de algún privilegio como lo puede ser pertenecer con fidelidad a un dirigente político que llega al poder o tener ciertos dineritos para apoyar al dirigente en su llegada al poder y después compartir con él comisiones a cambio de ciertos negociados. En otras palabras, la burguesía parasitaria engordada desde el Estado, las cúpulas políticas y las cúpulas del partido armado se han beneficiado de un gigante con pies de barro llamado Estado, muy poderoso económica y militarmente, muy débil en sus raíces sociológicas. Pues bien, los hijos de parte de esa burguesía parasitaria un día quisieron ser políticos para ser presidente o presidenta de la República. Sus padres desde chiquitos los incentivaron. "Querubín, tú naciste para ser Presi", les decían. Se lo creyeron. Pero aquella burguesía parasitaria se acostumbró a lo fácil. Gobernó por "outsourcing" por años con los partidos y luego, hechos los realitos, los quisieron desplazar. Entonces los querubines ya habían crecido. Pero querían también llegar al poder fácilmente. Eso de una casa del partido en cada pueblo no iba tanto con ellos. Para eso estaban las redes sociales. Y así llegamos a un tipo de dirigencia opositora que va de aventura en aventura, que llama a votar y luego a abstenerse, después a votar de nuevo para volverse a abstener; que invade con una veintena de locos bien pagados un país; que se lanza revoluciones vegetales y frutales, quizá pronto llegue la de los mangos; que lanza drones con bombas, quizás recordando el aeromodelismo que quisieron practicar de niños cuando papá los llevaba a comprar los avioncitos caros a Mr. Hobbys en Bello Campo; que espera que el Mussolini de la Casa Blanca invada y los ponga en el poder. Se trata de una oposición mágica, que quiere lograr las cosas por arte de magia y no por el esfuerzo de construir grandes organizaciones y alianzas políticas. Ciertamente no se lo han puesto fácil, tampoco se lo pusieron a la generación del 28 o a la del 57.
Abstenerse o votar son ejercicios de libertad. En la Introducción de su "Filosofía del Derecho" Hegel conceptualizó la libertad de la voluntad como síntesis de dos momentos que llama "libertad negativa" y "libertad positiva"; en ese mismo orden, pues la libertad empieza como un acto del entendimiento de la conciencia que se reconoce como oprimida y quiere emanciparse, liberarse de aquello que la oprime. Por eso el primer momento es negativo, es un liberarse de… Pero seguidamente Hegel señala que no puede quedarse en la mera negación, que tiene que poner algo, determinarse. La negación es sólo indeterminación y si no pone nada, si no entra en el momento positivo, si se queda sólo en la negación, entonces, como poéticamente dice el filósofo: es la nada que nada quiere, porque nada puede querer. Triste historia. Los llamados a la abstención de ciertos dirigentes opositores de las últimas décadas sólo han sido eso, impotentes como la nada, simple negar y no poner nada, a menos que sea la apuesta de una aventura poco probable en su éxito, innecesariamente violenta, o que sea otro quien haga el trabajo. Votar al menos es un momento positivo de mi voluntad ciudadana, un acto que quiere negar algo y poner algo, que no se queda viendo la tele en casa o yendo a la playa, o viajando al norte a agarrar "mejores aires". Llegar al derecho al voto ha costado mucho. ¿Cuántas mujeres y antes hombres dieron su vida por ese derecho aquí y en otras latitudes? ¿Cuántos pueblos han sufrido los peores vejámenes para lograr ese derecho? Hablamos de varias generaciones, hablamos de la historia de la humanidad. Ciertamente votar no siempre es elegir y de seguro la democracia es irreducible al voto. La democracia es participación, reconocimiento de las diferencias y voluntad de acordar mínimos de paz en esa participación. La democracia es saberse miembro de una sociedad plural y diversa. Y cuando la democracia, en cuanto eticidad y en tanto que sistema político, se encuentra fascistamente amenazada de norte a sur y de este a oeste me aferro al último aliento que de ella quede a la par que me resisto a renunciar a mis derechos, aquellos que me legaron mis antepasados. Si hay un ladrón de derechos que ese sea otro, pero no seré yo mi propio ladrón.