Un virus en la democracia representativa

No resulta sorprendente que en la época de los virus de diseño, incluso la política se vea infectada, a su manera, por estos productos, resultado de los avances científicos. Uno de ellos ataca directamente a la democracia representativa y se conoce como el virus dictadura. Lo de la dictadura no es nada nuevo, se trata de un fenómeno que, asumiendo distintas variantes, ha estado presente en política a lo largo de la historia y se resiste a desaparecer La época presente no iba a ser una excepción, y la dictadura sigue ahí. Incluso la llamada democracia —aunque solo sea formal— no ha podido evitar que este fenómeno de naturaleza personalista continúe funcionando, porque el hecho es que el virus dictadura se ha instalado en la democracia al uso. El problema de fondo reside en que, en tanto una minoría dominante —la elite— se imponga a la mayoría dominada —las masas—, la dictadura, ya sea en su modelo original o modificada por el virus, seguirá presente de alguna forma, porque de esa minoría tratará de emerger un personaje que tome el protagonismo político absoluto y dirija el destino de todos, en parte, según su voluntad y los intereses del grupo al que representa. Hoy, el virus dictadura suele infectar algunas democracias representativas de países políticamente avanzados, haciendo de ella, en tales casos, una nueva forma de dictadura. No obstante, previamente conviene distinguir entre los dos modelos de dictadura que actualmente coexisten, las tradicionales y las nuevas dictaduras afectadas por el virus.

Prácticamente en proceso de extinción, porque están demasiado afectadas por las nuevas formas impuesta por el poder mundial, las dictaduras a las que se puede adjudicar el modelo tradicional se sostienen en el soporte de fuerza, más o menos camuflado, de una minoría de carácter local. En síntesis, agrupa a los situados en la escala dominante de un país, que consideran conveniente permanecer bajo el paraguas de un personaje, que emerge de la oportunidad que le ofrece el momento político, y asume el protagonismo para marcar oficialmente el ritmo de gobierno. Le dejan hacer en tanto convenga a sus intereses de clase y se repartan entre los miembros del grupo soporte los dividendos del negocio político. Colocar en la cima del poder local al personaje que marca al dictado la marcha de la política, se vino realizando anteriormente a través de actos de fuerza carentes de legitimidad. Hoy, las dictaduras a lo tradicional solapan la fuerza, generalmente usando las urnas, porque los viejos procedimientos están mal vistos y, a nivel internacional, repudiados. Desde que se inventó la democracia en términos representativos, desplazado su sentido original por el simple ejercicio del voto ciudadano, cualquier dictadura que se precie tiene que pasar por el trámite de las urnas para consolidarse. Acudir al voto, pudiera entenderse como un riesgo para el proyecto de la minoría dominante local, pero no lo es tanto, porque el voto, al que se ha dado un valor político que no tiene, puesto que en realidad responde a la ley de la oferta y la demanda económica, el que más ofrezca es el que obtiene la mayoría. A este ofrecimiento basta con darle un barniz atractivo más o menos ideológico, algo de utopía y muchas promesas. Con eso ya suele ser suficiente para inclinar la voluntad de los votantes del lado de los intereses dominantes. Aunque resulte que bajo el panorama de apariencia generalizada solo se muevan intereses de poder, de influencia, de naturaleza económica o de prestigio para el candidato. Finalmente, si semejante estrategia fracasa es el momento de acudir al pucherazo abiertamente o de forma solapada.

En el caso las democracias representativas, infectadas por el virus dictadura, que resulta ser un fenómeno que ha tomado posiciones incluso en algunos países que se ofertan políticamente como avanzados, si bien la gobernanza se ejerce localmente, en el fondo, ya no es de carácter local, sino de carácter universalista. En este caso el virus dictadura ha sido diseñado para realizar su labor con la finalidad de favorecer los intereses sinárquicos. Por un lado, deja a la vista la democracia al uso, solo como algo formal, mientras en su interior el virus ha tomado posiciones y la democracia es infectada y pasa a ser dictadura. La nueva dictadura ha transformado la democracia representativa conservando de ella la envoltura externa y convirtiendo el cuerpo en dictadura real. Hay algunas novedades a señalar con respecto al modelo tradicional. En este caso, el grupo minoritario dominante no es el que reside en el país, sino que proviene de fuera de sus fronteras, y es el que se ocupa de situar al personaje que la define localmente; esta sería la primera novedad. Por otra parte, el grupo de poder clásico, para enlazarlo con el sistema del voto, es sustituido por el partido político, pero en disputa abierta y real con otros partidos, de manera que permita cierto grado de competitividad política, reconducida a considerar quién ofrece más a la ciudadanía desplegando distintos rótulos ideológicos. El punto de confluencia son las urnas, el método de captación del voto es una mezcla de ideología y de negocio solapado. Si en modelo tradicional de dictadura, el voto de hecho tiene que estar obligadamente dirigido a colocar al beneficiado del grupo dominante, sin posibilidad de que exista oposición, en la nueva dictadura, los distintos partidos pueden competir, usando diferentes argumentos de captación del voto. En este caso se suele hablar de que hay pluralidad y competencia, cuando bajo cuerda realmente todos sirven al mismo patrón, frente al modelo tradicional, en que solo hay abiertamente unidad y concierto. Así resulta que con el nuevo modelo, se habla de democracia como fachada, mientras la dictadura se instala o instalará dentro en todo momento. Resultando que, se vote al partido que se vote, siempre triunfará más o menos abiertamente la dictadura que establece el líder del partido gobernante siguiendo instrucciones del poder foráneo, quien mueve los destinos del país en cuestión y que ha colocado en él a sus peones políticos. El elegido por los votantes, manejado por análogos intereses que en la dictaduras tradicionales, evidentemente algo más disimulados porque para tal fin están las nuevas tecnologías, representa la dictadura del país, pero en este caso atendiendo prioritariamente a los intereses superiores, secundariamente a los suyos y a los del grupo que formalmente le ha colocado en la cima del poder local. En tales condiciones, lo que es simple dictadura se etiqueta como democracia, aunque obviando en lo posible que ha sido contaminada por el virus de la dictadura.

La clave del avance de la nueva dictadura es la estabilidad política que permite el sistema personalista, porque está avalada por una democracia representativa homologada por quien tiene el poder real, la sinarquía económica dominante. La dictadura tradicional precisa mantener al señalado líder del grupo dominante, porque con su desaparición, si no es sustituido por otro con similar carisma, que permita atraer a las masas, el negocio político de la minoría local se hunde arrollado por la anarquía, ya que, en este caso, carece de la cobertura política que supone contar con el respaldo de la sinarquía internacional. Y no lo tiene porque su democracia del voto, si es que está presente, no ha sido homologada, por la exclusiva razón de que no se permite a la sinarquía intervenir en los asuntos políticos locales. Sin embargo, no sucede así en el modelo de esta nueva dictadura, porque el poder real viene directamente de la sinarquía dominante. La cuestión formal reside en que el soporte democrático ha sido homologado. Lo que permite en ese caso hablar de democracia representativa, mientras el virus de la dictadura la infecta y acaba por transformarla en dictadura con nombre de partido, pero en realidad de su líder. Esto sucede porque hay una tendencia, que va tomando forma actualmente y afecta a la democracia al uso. Se trata de que el situado en la cúspide del partido gobernante acaba por hacerse con la voluntad del partido y pasa a ser el partido. Con lo que el personalismo se impone en toda su dimensión, contado con el beneplácito de sus superiores foráneos, porque les interesa que se opere fielmente conforme a sus dictados. Resulta evidente que es más fácil llegar a entenderse con uno que con muchos. Esta es la clave del éxito de la nueva dictadura. De manera que la nueva forma de dictadura, que crece a la sombra de la democracia del voto, acaba por instalarse representada por un determinado personaje, hasta que por las circunstancias pierda el favor de los que realmente mandan y su lugar pase a ocuparlo el peón de repuesto, sea del mismo partido o de otro. La dictadura de fondo permanece intacta, aunque con un nuevo rostro, mientras a la vista continúa vigente la democracia homologada. Con lo que las llamadas democracias avanzadas, afectadas por el virus de la dictadura personalista, alimentada por el poder económico internacional, se consolidan por razones de utilidad sistémica, en cuanto que con ese método se posibilita una mayor fidelidad a la doctrina, y los mandatos superiores se cumplen con absoluta fidelidad, dado que todo se hace depender de un único personaje que gobierna, legitimado por la llamada voluntad popular, siguiendo el modelo de la democracia homologada.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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