A propósito del insistente fascismo

Walter Benjamin y la revolución fallida

¿Le sirve al alma la razón,

y al corazón las buenas intenciones,

si por todo el Estado arde una fiebre y el mal se multiplica con el mal?

Uno alardea de ignominias y crimen.

Otro encuentra en sus cómplices apoyo.

Y se oye sentenciar: ¡culpable! Donde se defendía sola la inocencia.

Johann W. Goethe, Fausto.

Actualmente, es prácticamente obligatorio en cualquier reunión o asamblea escuchar largas deliberaciones sobre los peligros del fascismo; de igual forma, extensas disertaciones son escuchadas en radio y televisión sobre el mismo tema, ni que hablar de la gran red de pódcast y productos virtuales que dedican largas horas a la disensión de sus características y a describir a los promotores de su aparición en el escenario político…

Luego de casi 88 años, la palabra fascismo aparece en nuestra prensa nacional como lo hiciera en la columna "Relieves" de Enrique Bernardo Núñez en septiembre de 1936, con afán de preocupación y desconcierto. En aquella época, se la consideraba una palabra que encerraba una significación foránea y exótica en un país apasionado por las ideologías extranjeras, pero que hoy, y más aún después del 28 de julio, parece haberse convertido en una identidad política endógena y activa, al menos para las autoridades oficiales.

Con lo anterior no pretendo ni banalizar el fascismo ni reducir su peligrosidad. Quien escribe puede hablar con mucha propiedad sobre el fascismo pinochetista del sur con la propia experiencia y las correspondientes cicatrices; en parte por eso no uso el término a la ligera. En Venezuela no hay cuatro millones de fascistas, ni un ejército de camisas negras supremacistas con ganas de marchar sobre la capital, pero sí existe un campo propicio para otros tipos de extremismo de derecha.

Cuando se habla de fascismo se suele citar una famosa frase atribuida a Walter Benjamin, según la cual: "Detrás de cada fascismo, hay una revolución fallida". Generalmente se interpreta "revolución fallida" con aquella que no logra sostenerse en el poder por sus divisiones y fracasos electorales; al menos esa es la interpretación silenciosa post 28 de julio. Esto daría como resultado el imperativo de defender a toda costa y contra todo cuestionamiento, la victoria electoral de la "revolución" como pretexto del peligro del fascismo.

Sin embargo, al igual que con la realidad, el pensamiento de Benjamin no suele ser tan mecánico y poco dialéctico. Lo cierto es que la famosa frase escrita arriba resulta ser apócrifa; no existe como tal en ningún escrito de Benjamin; lo que sí existe son reflexiones más extensas y ciertamente dialécticas sobre el problema. En específico, me refiero al epílogo de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica y la tesis X y XI de la versión francesa de Sobre el concepto de historia.

Más allá del aire de erudición que puedan tener estas referencias y a la segura crítica que pueda desarrollarse entre mis amigos descoloniales, es necesario comentarlas, en primer lugar, para entender el fenómeno del fascismo más allá del proceso electoral, y, en segundo lugar, para entender la "escenario" en el marco estratégico y situacional, como decía el maestro Carlos Matus.

La tesis X dice lo siguiente:

[En tanto que] los políticos que eran la esperanza de los adversarios del fascismo yacen por tierra y confirman la derrota traicionando la causa que hasta hace poco era suya, estas reflexiones se dirigen a los hijos del siglo que han sido abrumados por las promesas que prodigaban estos hombres de buena voluntad. En cuanto a nosotros, partimos de la convicción que los vicios profundos de la política de izquierda se mantienen. Y de estos vicios denunciamos ante todo tres: la confianza ciega en el progreso, la confianza ciega en la fuerza, en la justicia y en la prontitud de las reacciones que se forman en el seno de las masas; una confianza ciega en el partido. Será preciso extirpar seriamente los hábitos más caros a nuestros espíritus. Sólo a este precio se concebirá un concepto de historia que no se preste a ninguna complicidad con las ideas de aquellos que, incluso en esta hora, no han aprendido nada.

Revisemos uno por uno los tres vicios de la izquierda de los que nos habla Benjamin en su tesis. Primero, "la confianza ciega en el progreso". Permítaseme en esta parte citar un extracto de la tesis XI que nos puede dar más luz sobre esta idea:

Nada hay que haya corrompido tanto a la clase trabajadora… como la opinión de que ella nadaba a favor de la corriente… De allí no había más que un paso a la ilusión de que el trabajo fabril, que se hallaba en la corriente del progreso técnico, representaba [por sí solo] una acción política…. no se detenían largamente en la pregunta de cómo han de contar los obreros con el producto del trabajo mientras no puedan disponer de él.

Uno de los elementos que le abre las puertas al fascismo es la confianza desmesurada en el desarrollo económico, en la fórmula de separar a la economía de la política, en considerar que el crecimiento económico por sí mismo puede exhibirse como una política y que las relaciones sociales de producción y su inherente condición de explotación en el capitalismo pueden superarse sin abolir el régimen de propiedad de los medios de producción que hace ajeno y alienado el trabajo de cualquier obrero.

Segundo vicio: "La confianza ciega en la fuerza, en la justicia y en la prontitud de las reacciones que se forman en el seno de las masas". Analicemos esta frase un tanto oscura mediante un pasaje del epílogo de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.

Las masas tienen derecho a la transformación de las relaciones de propiedad; el fascismo intenta darles una expresión en la conservación de las mismas. El fascismo conduce en consecuencia a una estetización de la vida política, a la violación de las masas, a la postre, en el culto de un líder.

Se le abren las puertas al fascismo si no logramos empoderar más al pueblo, si no se logra encausar sus energías en las transformaciones de las relaciones de propiedad, si expulsamos de su hacer el protagonismo y la participación que son sus fundamentos, y si, permanentemente, lo relanzamos por los mesianismos y caudillismos de antaño. El pueblo no será más que una masa pasiva si en escalada no se le otorga cada vez más poder real.

Por último, el problema de la confianza ciega en el partido, siempre que se piensa en el partido viene a la mente de cualquier militante aquella máxima que reza: denn die Partei hat immer Recht [porque el partido siempre tiene la razón], no cabe duda de que desde el momento en que esa frase estaba de moda hasta el día de hoy, ha pasado mucha agua por debajo de los puentes. Desde Lenin sabemos que la tarea fundamental del partido se puede dividir en tres: profesionalizar los cuadros, organizar las luchas y clarificar las líneas tácticas y estratégicas mediante el debate ideológico. Esto significa que el partido revolucionario siempre será constituyente y deliberativo, sea centralizado o no; es decir, la esencia del partido es la deliberación y los debates para esclarecer permanentemente los caminos. En tal sentido, tendrá siempre la razón si es capaz de recoger el conjunto de las razones de sus militantes de forma dialéctica.

Si, por el contrario, el partido se convierte en un buró constituido y ejecutivo donde el juego de órdenes que descienden de las jefaturas sea su única razón, podemos decir con propiedad que la confianza en ese partido es ciega para la gran mayoría de sus militantes y que las tareas simplemente reproducen la inercia de una organización muerta. Por lo tanto, abrimos las puertas al fascismo si acostumbramos a nuestros militantes a confundir el tareismo con la militancia y la razón deliberativa con la ceguera.

Tras este análisis podemos concluir que las razones de una "revolución fallida" no están necesariamente en las pérdidas de unas elecciones o el cuestionamiento de sus resultados; muy por el contrario, están en la desorientación de sus fundamentos y principios.

Mientras retrocedamos en las aspiraciones de transformar las relaciones de producción y con este retroceso dejemos como están las relaciones de propiedad de nuestra sociedad; mientras desmayemos en nuestra aspiración de otorgarle más poder al pueblo y brindarle mayor autonomía en sus decisiones; mientras consideremos que la lealtad a una línea política debe acatarse por un acto de fe y no por un ejercicio deliberativo y asambleario; y ante todo, mientras nuestras organizaciones sigan siendo el refugio de espíritus caudillescos y mesiánicos, nuestra revolución tiene el riesgo de convertirse en una revolución fallida.

Para muchos este análisis puede parecer radical y finalmente así lo es, porque los problemas que afrontamos para defender al país del tan mencionado fascismo, no es una tarea coyuntural, parcial o periódica, es una tarea que se incrusta en la propia raíz de la revolución.

No cabe duda de que hay más actores en esta historia, como, por ejemplo, el imperialismo y algunos apátridas, además de millones de venezolanos que expresaron su apoyo a los aparentes furibundos representantes del fascismo; y decir que fueron víctimas de un acto de influencia cognitiva, de las maniobras del capitalismo de la vigilancia o de los poderes mágicos de los crucifijos, me parecen afirmaciones poco serias y algo demagógicas.

Prefiero admitir el descontento, la inconformidad y reconocer la necesidad de cambiar muchas cosas, recordando siempre a Marc Bray y su Antifa: el manual antifascista: "No podemos esperar derrotar a un proyecto electoral de este tipo del mismo modo que lo haríamos con un movimiento fascista de calle. En vez de eso, tenemos que presentar mejores propuestas políticas que las suyas".



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