Adulancia y Autocritica

Dante Alighieri, de forma poética, describe en su Divina Comedia el lugar designado a los aduladores. Se trata de Malebolge, el octavo círculo del infierno; en él reposan todos aquellos lisonjeros cuya lengua jamás cesó de alagar a los ineptos y malos gobernantes hundidos en un foso de estiércol.

Condenados a ser cubiertos por el estiércol que en vida salió de sus bocas, los aduladores sufren la fatiga que causaron, no poder oír ni ver por la ceguera y sordera que causó el denso y maloliente líquido creado por ellos.

Esta metáfora literaria permea la realidad y le otorga una imagen crítica y tensa. Después de todo, ¿no es el peor mal de la política la adulación para con los líderes? ¿No es la peor fatiga para la potencia creativa de una revolución las actitudes condescendientes con ella? ¿No es la falta de autocrítica y la solidaridad automática el cambio del bolo alimenticio por el bolo procesado?

Hoy en día pareciera muy común el desplazamiento de lo doctrinal e ideológico por el eslogismo, es decir, la configuración de los discursos políticos desde las líneas políticas no reflexivas. Prácticamente, el militante no delibera, solo ejecuta órdenes; desarrolla su ejercicio político más como un funcionario institucional que como un cuadro partidista.

Lo dicho arriba pareciera una afirmación arriesgada y nociva; sin embargo, de una u otra forma ha sido ratificada por los altos dirigentes de nuestra revolución. Los contantes llamados a superar el burocratismo, la negligencia, la falta de empatía y el despotismo institucional sirven como muestra del reconocimiento del problema.

En muchos de los espacios partidistas e institucionales, la adulación se ha convertido prácticamente en el ejercicio común que formula la relación entre el liderazgo y los liderados, dibujándose con esto un campo político caracterizado por lo que Enrique Dussel llama el fetichismo del poder, una forma evidente de corrupción en la subjetividad política.

Bajo esta configuración, la relación dialéctica entre militancia y liderazgo termina consolidando estados de dominación (intercambio desigual de influencia y poder), petrificando relaciones de poder claramente nocivas para los liderados; fenómenos como el caudillismo y el mesianismo son frutos de este cierre del campo político.

Claramente, este tipo de prácticas son parte de la ejecución alienada del poder, donde el ejercicio de lo político se convierte en la búsqueda de beneficios individuales, tantos materiales (condiciones económicas exigidas por el modelo burgués de vida) como subjetivos (adulación o estatus). Bajo estas exigencias, los proyectos colectivos ceden al ímpetu individualista neoliberal, donde las prácticas del cinismo y la adulación refuerzan la alienación. Siguiendo a Dante, podríamos afirmar sobre estas líneas que el aumento del excremento hunde aún más al condenado.

Con el objetivo de lograr una buena contextualización del problema, debemos señalar dos elementos que no puede escapar al análisis, el primero de ellos corresponde a los efectos de la guerra cultural e ideológica que se fomenta en los grandes aparatos de ingeniería social (redes sociales y medios 2.0) dirigidos a dibujar en nuestros aparato afectivo y emotivo las relaciones mercantiles del capitalismo, dentro del marco de este mensaje la hipocresía , el cinismo y la adulación son mercancía de cambio para lograr estatus y beneficios materiales, estas herramientas de ingeniería social tiene un alcance global y Venezuela no escapa a los mismo; por eso, y siguiente esta línea, hoy más que nunca resulta necesario e inminente el desarrollo de una contracultura, como en algún momento lo planteo en filosofo Ludovico silva,  que logre resarcir los valores emancipadores de la cultura , anclados claro está en las luchas populares.

El segundo elemento propio de esta discusión corresponde al problema del asedio imperial y la autocrítica. Es sabido nacional e internacionalmente los estragos causados por las sanciones imperiales, por el robo de recursos en bancos extranjeros, por el cierre del mercado financiero a nuestras necesidades y, más recientemente, por la amenaza directa a la compra de nuestras mercancías por medio de aranceles por parte del propio presidente de EE.UU.

Sin duda alguna, estos ataques han causado profundas cicatrices en nuestras realidades sociales, políticas y económicas, generando desmovilización, desafiliación y cierto tipo de despolitización. Sin caer en anacronismo ni en determinismo, es necesario decir que la crisis económica fue seguida por una crisis política.

Los mecanismos institucionales del estado venezolano fueron llevados al límite en múltiples ocasiones en la última década. Fuimos testigos de un gobierno interino que, aunque derrotado, lesionó de una u otra forma la normalidad institucional. Como resultado de esto, el gobierno constitucional desarrolló mecanismos herméticos decisorios (Memorando Circular 2792, Ley Antibloqueo), profundizando, aunque quizá sin intenciones de hacerlo, la crisis institucional. A eso debemos sumar los escándalos de corrupción revelados entre 2021 y 2023 que salpicaron todos los poderes del estado.

Es evidente que todo lo descrito en el párrafo anterior podría ser asumido como una interpretación sesgada de nuestra reciente historia política. Al margen de esa discusión, mis críticos más acérrimos podrán concederme el hecho de que una parte considerable de la población venezolana ha reducido su confianza en el aparato institucional vigente y en los liderazgos políticos de todo el espectro político venezolano, cosa por demás evidenciada en los recientes porcentajes de participación de las últimas elecciones.

El desgaste, la frivolización y el radical pragmatismo de nuestra política pueden leerse desde esas coordenadas. Hoy un cómic y un piropo televisado parecen tener tanta importancia formativa como un debate sobre socialismo y mercado. El sistema democrático burgués es criticado radicalmente y, al mismo tiempo, los mecanismos decisorios de la realidad económica venezolana, como la mesa superior de economía, siguen estando cerrados para las agendas de las grandes mayorías.

Esto nos lleva al necesario desarrollo del contenido de la autocrítica. Nuestra revolución surgió bajo los pilares de la democracia participativa y protagónica, de las amplias formas de intervención en el ejercicio de autogobierno, y aunque hoy las comunas aparecen como banderas de este camino, estas siguen pendulando entre la cooptación y ciertas prácticas de adulación. De igual modo, la debilidad de sus estructuras y la poca actualización de sus instancias reflejan la misma crisis de credibilidad que describimos arriba.

Moisés Moleiro afirmaba que “el descuido de la autocrítica llevaba a reinventar la política todos los días, y a no entenderse y asumirse a través de una historia concreta, sino partiendo de generalidades en cada caso distintas”, siguiendo estas líneas ,hoy la política pareciera escapársele a la gente ordinaria, por no decir a las grandes mayorías, nuevos encuentros son instalados todos los días, líneas políticas van y vienen , programas y planes son remplazados por nuevos programas y nuevos planes, somos una revolución cristiana humanista un día y al siguiente una revolución socialista-productiva-empresarial, pareciera que los discursos cada vez alcanzan más brillo retorico y las bases y sus catacumbas cada vez más oscuridad.

La autocrítica abierta, participativa, protagónica, reconocida y transparente es el único antídoto que tenemos ante el desate de la adulación, frente al caudillismo y su fetichismo del poder; frente a la corrupción de la subjetividad política y el consecuente cierre del campo político. Ante los desafíos que afronta la revolución en esta nueva etapa, debemos decidir entre la excreta adulancia y la necesaria y vital autocrítica, no para debilitar la unidad y su liderazgo, sino para enriquecerlos.

 


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Carlos Dürich

Escritor


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