La reactualización de la “época de crisis, guerras y revoluciones” y las perspectivas para una izquierda revolucionaria internacionalista

Los días 13 y 14 de mayo se realizó la sesión virtual de la XII Conferencia de la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional (FT-CI). Una versión del documento que presentamos a continuación sirvió como base para el debate –junto con otros artículos y contribuciones–, para su publicación hemos incorporado los aportes y conclusiones resultado de las discusiones de la Conferencia.

Como venimos definiendo, se ha abierto un período en el que las tendencias profundas de la época imperialista de guerras, crisis y revoluciones (Lenin) están nuevamente en primer plano. En el terreno militar y geopolítico se expresan en la guerra de Ucrania, en las crecientes tensiones entre EE. UU. y China, en la tendencia a la conformación de bloques de potencias enfrentados, etc. En el terreno económico, en las perspectivas inciertas de la economía internacional –con amenazas de nuevas crisis bancarias y de deuda–. En lo que respecta a la lucha de clases, en un nuevo ciclo alentado por las consecuencias de la pandemia, la guerra y el endurecimiento de la burguesía y sus estados. A continuación abordaremos uno por uno estos ejes.

[PARTE 1]

TENDENCIAS A LA CRISIS

Un panorama económico incierto

En su última actualización sobre las perspectivas de la economía mundial (abril 2023) el FMI vuelve a plantear un escenario de incertidumbre, con tendencias a un crecimiento bajo –de alrededor del 3 por ciento– para los próximos cinco años (la proyección de mediano plazo más baja desde 1990).
El FMI enumera una serie de elementos que explicarían lo que llama “perspectiva anémica”: 1) la inflación –y las políticas monetarias de suba de tasas para bajarla–; 2) las turbulencias bancarias y financieras puestas de manifiesto con los quebrantos de Silicon Valley Bank y otros bancos medianos; 3) las consecuencias de la guerra de Ucrania, en particular el impacto de las sanciones económicas; 4) la creciente fragmentación o tendencia a bloques regionales como consecuencia de la crisis de la globalización y de las cadenas de suministro, y sobre todo la disputa entre Estados Unidos y China.

Esto sin contar factores “extraeconómicos” como la disputa interna entre demócratas y republicanos en Estados Unidos en torno al techo del endeudamiento, que reactivó las discusiones sobre un posible default y parálisis del estado norteamericano por falta de financiamiento.

En el marco de estas tendencias, aceleradas por la salida de la pandemia y la guerra de Rusia/Ucrania-OTAN, el colapso del Silicon Valley Bank, seguido por el Signature Bank, y el First Republic Bank (comprado luego por JP Morgan) volvió a poner en el horizonte la perspectiva ominosa de una crisis del sistema bancario.

Aunque se trata de bancos medianos –y en el caso de SVB con una cartera de clientes en la que priman startups tecnológicas y criptomonedas–, la posibilidad de una corrida bancaria sin contención amenazaba con afectar al sistema de conjunto. De hecho el efecto contagio cruzó el Atlántico y llegó hasta el Credit Suisse, el segundo banco suizo, que tuvo que ser rescatado por el Banco Nacional Suizo ante el desplome de sus acciones.

Esta crisis dejó al descubierto las vulnerabilidades del sistema bancario, que en 2018 bajo auspicio del gobierno de Donald Trump y el apoyo de un sector demócrata se liberó de las regulaciones (tímidas para la magnitud de la crisis) que siguieron a la Gran Recesión, como las llamadas “pruebas de estrés” para los bancos del tamaño de SVB. A esto se suma la burbuja de las startups, en particular las tecnológicas, que recibieron grandes inversiones de capitales de riesgo, incluso antes de que dieran algún tipo de ganancias. Después de una gran expansión en el pico de la pandemia, las grandes empresas tecnológicas vienen respondiendo a la crisis que afecta al sector con una tendencia cada vez mayor a la concentración y despidiendo de a decenas de miles a sus trabajadores.

Para evitar el escenario de una crisis generalizada, y ante la velocidad de la corrida (se retiraron del SVB depósitos por 42.000 millones de dólares en 10 horas) la Reserva Federal y el gobierno norteamericano decidieron rescatar todos los depósitos, esto incluye los depósitos no asegurados porque exceden el límite de 250.000 previsto legalmente.

Políticamente el rescate fue muy impopular (“socialismo para los ricos” como dijo B. Sanders). Por esto, el presidente Biden –que ya anunció que buscará su reelección– intentó presentar que este rescate “lo paga Wall Street” y no los contribuyentes porque los recursos surgen de un fondo financiado por los grandes bancos. Sin embargo es evidente que se trata de una transferencia masiva de dinero hacia los grandes inversores y capitalistas de Silicon Valley, entre los que se encuentran los principales aportantes a las campañas demócratas y también libertarios de extrema derecha simpatizantes de Trump.

La rápida respuesta de la Fed y otros bancos centrales contuvo por el momento esta ronda de quebrantos y corridas, con una combinación de rescates que blindan los balances de los bancos y un nuevo impulso a la concentración bancaria, dado que los grandes bancos como JP Morgan se quedaron con los bancos quebrados a precios irrisorios.

Sin embargo, que no haya llevado a escenarios más catastróficos no significa que el peligro de una nueva crisis bancaria o financiera se haya disipado definitivamente.
La guerra de Ucrania profundizó las tendencias estructurales que se venían desarrollando, en las que se combinan aspectos económicos, políticos y geopolíticos, en el marco de un agotamiento (o crisis profunda) de la globalización neoliberal, puesto de manifiesto con la Gran Recesión de 2008, y más en general de la decadencia hegemónica norteamericana y la emergencia de China.

El colapso del SVB tiene como causa inmediata el impacto de la suba de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal sobre el exorbitante negocio financiero que funcionaba con la premisa del costo prácticamente cero del dinero. En este sentido, es solo la primera manifestación de las consecuencias del fin de la era de la “plata dulce” que primó durante los últimos 15 años. Los programas de QE inyectaron enormes sumas de dinero a la economía, evitaron quiebras bancarias y mantuvieron a las llamadas “empresas zombies”, al costo de que esa masa de dinero fue sobre todo a inflar activos y del crecimiento exponencial del endeudamiento estatal y privado.

La relación de la crisis con la suba de las tasas tiene una cierta analogía con la crisis de las sociedades de ahorro y préstamos (S&L) de la década de 1980, que se hundieron con la suba brusca de la tasa de interés implementada por el entonces presidente de la FED, Paul Volcker. Aunque en este caso las subas son moderadas comparada con los inicios del gobierno de Reagan, la FED implementó en un año la suba de tasas más acelerada en 40 años. Y lo mismo los bancos europeos.

Con la guerra de Ucrania se agudizaron las tendencias inflacionarias que habían surgido producto de las consecuencias de la pandemia, como las políticas de inyección de dinero para estimular la economía y los cuellos de botella en las cadenas de suministro. Las sanciones económicas que impusieron las potencias occidentales a Rusia agravaron la situación con la suba de los precios de la energía y los alimentos, llevando a la inflación a niveles récord en décadas para los países centrales.

En este marco más general deben leerse las tendencias proteccionistas que se vienen desarrollando, o las relocalizaciones parciales de cadenas de suministro. El imperialismo norteamericano ha respondido con la guerra comercial contra China iniciada por Trump y en gran medida continuada por la presidencia de Biden, que en febrero de 2023 aprobó la llamada Ley de “Chips para Estados Unidos” –un programa de financiamiento estatal y estímulos a la industria norteamericana de semiconductores para garantizar la ventaja tecnológica de Estados Unidos frente a China y otros competidores. En relación a esto último, hay una discusión entre diversos analistas –que también atravesó los debates de la Conferencia de la FT– sobre los alcances y consecuencias de este tipo de “política industrial”, centrada por ahora en la producción tecnológica en el marco de las crecientes disputas entre potencias, la reconversión energética y la carrera armamentística.

Los gobiernos y los bancos centrales de las grandes potencias aplicaron la receta monetarista de la suba de tasas para enfriar la economía y bajar así la inflación, aunque tratando de evitar el escenario “estanflación” es decir, que persista la inflación combinado con recesión. El economista marxista M. Roberts plantea que este escenario recesivo en los países centrales podría combinarse con una crisis de deuda soberana en la periferia, sobre todo de países fuertemente endeudados en dólares como Argentina, Pakistán o Egipto. Sri Lanka podría ser un anticipo de este escenario.

La solución monetarista a la inflación supone un ataque significativo a la clase trabajadora, esquemáticamente una recesión que lleve a un aumento de la desocupación que debilite la capacidad de negociación, organización y lucha para lograr una baja sustancial de los salarios. Sin embargo, esta receta que se impuso en los inicios del gobierno de Reagan no fue producto de políticas monetarias sino que implicó derrotas importantes para la clase obrera –huelga de controladores aéreos en Estados Unidos, mineros en Gran Bretaña–. Este es el marco en el que se está desarrollando una nueva oleada de lucha de clases.

[PARTE 2]

LA GUERRA EN UCRANIA Y LAS MAYORES TENSIONES ENTRE POTENCIAS

Escenario actual de la guerra en Ucrania y presiones militares al mayor involucramiento de EE. UU.

Como venimos desarrollando en diversas elaboraciones, la guerra en Ucrania no es una guerra más. Aunque con ritmos que no necesariamente serán lineales, plantea el inicio del cuestionamiento abierto (incluso militar) del orden mundial actual. El cual coincide con el agotamiento de la “restauración burguesa”, entendida como una tercera etapa de la época imperialista que comprendió la ofensiva neoliberal (así como la caída del Muro de Berlín y la restauración capitalista en aquellos países donde se había expropiado a la burguesía) y que encontró sus límites a partir de la crisis capitalista de 2008.

El escenario de la guerra en Ucrania sigue abierto, lo cual supone un elemento central para la evolución de la nueva etapa de la situación mundial. Como señalaba Claudia Cinatti en “A un año de la guerra en Ucrania”: “a pesar de la lógica de escalada que subyace, la guerra aún sigue circunscripta al territorio ucraniano, aunque a medida que se prolonga la guerra y se profundiza la participación de Estados Unidos y las potencias de la OTAN, crece el riesgo de escalada o incluso de algún un accidente involuntario”. En esta delgada línea se mueve el futuro de la guerra. Muestra de ello fue el incidente de marzo pasado con el dron MQ-9 Reaper norteamericano cerca de Crimea (a 60 kilómetros del puerto de Sebastopol) donde un avión de combate ruso, más allá de los detalles, terminó derribándolo. Como sabemos, la niebla de la guerra y el hecho de las informaciones del campo de batalla son parte del conflicto, hace difícil predecir cuales son los próximos pasos y nos deja en el terreno de la especulación. Una especulación necesaria ya que todo indica que nos acercamos a un nuevo momento de la guerra que se viene discutiendo en términos de la sobreanunciada “ofensiva de primavera”.

Hasta ahora podríamos distinguir tres etapas en campo de batalla: 1) Una primera, al comienzo de la invasión, donde el ejército ruso desarrolló una especie de blitzkrieg, de batalla en profundidad, que incluyó el avance masivo de tanques hacia Kiev. Con el tiempo viene quedando más claro que, en aquel entonces, la intensión de Putin nunca fue ocupar la ciudad sino que, partiendo de informes de inteligencia, se basaba en la hipótesis de colapso del gobierno de Zelenski, lo cual obviamente no sucedió. 2) Una segunda etapa, marcada por la retirada del asedio a Kíev, la reorganización y el despliegue de las tropas rusas hacia el sur y el este de Ucrania. En esta etapa los avances rusos permitieron a sus fuerzas la conquista del principal puerto del mar de Azov (y del Donbás) y establecer un corredor terrestre desde la península de Crimea y hasta los territorios de la región del Donbás bajo su control. En un momento se especuló con que estás conquistas se amplíen hacia el lado de Odesa, pero no fue el caso. 3) Una tercera etapa –o parte de la segunda según queramos verla– estuvo marcada por la declaración de anexión de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón. Seguidamente tendrá lugar una contraofensiva ucraniana en el óblast de Jersón que obligará a las tropas rusas a situarse al otro lado de río Dniéper en el frente sur. También retrocederán en el óblast de Járkov en el frente oriental. Se desarrollará una lucha por la consolidación de las posiciones en el este, a través del uso masivo de artillería de ambos bandos con una importante preeminencia rusa y con protagonismo en las zonas más calientes del grupo Wagner.

Se trata de una amplia fase de guerra de desgaste cuyo símbolo viene siendo la batalla por la ciudad Bajmut. Esta etapa continúa hasta la actualidad. La pregunta, obviamente, es qué sigue. Aunque los elementos para contestarla son totalmente insuficientes y plagados de operaciones de todo tipo, corresponde hacer hipótesis.

En este sentido es necesario distinguir dos niveles: Uno que tiene que ver con más con la táctica, otro más con la estrategia en la guerra.

a) En el primero de estos niveles, el más táctico. Se viene configurando una dura “guerra de desgaste” que no se veía hace mucho tiempo. Es importante destacar que un rasgo distintivo de este tipo de guerras es que los bandos intentan desgastarse unos a otros mediante la destrucción gradual de material bélico y tropas. La fuerza se compara con la fuerza. No se esperan “golpes de gracia” sino que se pelea palmo a palmo. La cuestión es quién se desgasta primero.

La guerra de desgaste viene siendo muy costosa para ambas partes, pero por la asimetría entre Rusia y Ucrania, para esta última el peso relativo de las pérdidas sería mucho mayor. Esta comparación es central, porque si bien las fuerzas ucranianas cuentan con una amplia ayuda militar occidental, tanto para el imperialismo norteamericano como para la OTAN se trata de una guerra por procuración, lo que implica, entre otras cuestiones, no poner tropas propias en el terreno. Los soldados, así como los muertos y heridos, por ende, corresponden a las fuerzas ucranianas.

Zelenski parecería estar jugado a lanzar la contraofensiva de primavera, la cual podría ser la última oportunidad para Ucrania de recuperar parte del territorio. Del cuadro general, parece extremadamente improbable que logre sacar a las fuerzas rusas del territorio ocupado. En este escenario, tácticamente la relación de fuerzas aparece más favorable a las fuerzas rusas, a pesar de su propio desgaste.

b) En el segundo nivel, el más estratégico. La estrategia del imperialismo norteamericano, definida esquemáticamente, es desgastar a Rusia utilizando a las tropas ucranianas como “carne de cañón”. Esta política es apoyada por Zelenski bajo el argumento de recuperar todo el territorio ucraniano, lo cual, en términos militares supera ampliamente las posibilidades de las fuerzas ucraniana, de no mediar un cambio radical de las condiciones actuales.

El imperialismo norteamericano viene llevando adelante esta orientación con cierto éxito en lo que respecta al desgaste ruso. La pregunta en este punto es cuál es el límite de la estrategia de valerse de las fuerzas de Ucrania para llevar una guerra de desgaste por procuración contra una potencia como Rusia, una guerra que depende, más allá de toda la ayuda militar, del esfuerzo de guerra exclusivo de las desgastadas fuerzas ucranianas sobre el terreno.

En este sentido, frente al desgaste de las tropas ucranianas, el imperialismo norteamericano puede, o bien seguir profundizando su intervención y apostar a una mayor debilidad rusa, o bien proponerse preparar para, el próximo año algún tipo de escenario que reduzca la intensidad de los enfrentamientos, tomar medidas tendientes a propiciar algún tipo de armisticio a mediano plazo, en el cual ninguna de las partes decline sus pretensiones pero que de algún modo “congele el conflicto”.

Esta es una discusión en curso interna al imperialismo norteamericano como luego retomaremos. Para este, continuar la guerra tiene, entre otros, el beneficio de lograr un mayor debilitamiento de Rusia, seguir reduciendo la dependencia de sus aliados respecto a Rusia, en particular “desacoplar” a Alemania de Rusia. Entre los costos de una guerra larga, está el aumento del riesgo de escalada involucrando directamente a miembros de la OTAN, la menor capacidad de EE. UU. de concentrarse en sus prioridades en Oriente y el aumento de la dependencia rusa de China. Se trata de una discusión sobre los límites de lo que puede obtener el imperialismo norteamericano en términos del objetivo de desgastar a Rusia.

Desde el punto de vista estratégico y sin que medie un gran giro en la guerra que hoy por hoy no está a la vista, toda victoria táctica parcial de Rusia que se traduzca en conquistas territoriales es un triunfo pírrico frente al desgaste, que incluso el sostenimiento de estas mismas conquistas implicaría. En cualquier caso, Rusia tendrá menos libertad de acción (deberá apoyarse más en China, Finlandia pasó a ser miembro de la OTAN y Suecia se prepara para seguir el mismo camino) y no más que antes de la guerra. Aunque la magnitud de esto todavía está por verse.

Ahora bien, en términos globales –de “gran estrategia”, podríamos decir– el debilitamiento de Rusia no está dicho que se traduzca en un fortalecimiento de EE. UU. En lo inmediato, Rusia aumenta su dependencia respecto de China. Sin embargo, esta última, como abordaremos luego, a pesar de sus crecientes rasgos imperialistas, no está en condiciones de disputar con éxito en la actualidad la primacía global frente al imperialismo norteamericano. De allí que el resultado más global de toda esta configuración aún permanece abierto.

Estos elementos hacen el escenario más volátil en el marco de una guerra que lo más probable es que se prolongue y cuyo efectivo resultado aún no está a la vista.

La evolución del conflicto en Ucrania y nuestras definiciones políticas

Como venimos señalado, la principal novedad de la situación actual en términos bélicos es la irrupción de la guerra interestatal con el involucramiento de potencias en ambos bandos, aunque con EE. UU. y la OTAN actuando por procuración.

La política de EE.UU y la OTAN que se continúa en la guerra en Ucrania es la política imperialista de “cercar” a Rusia a través de la expansión hacia el este de la OTAN, aunque sin ir a un enfrentamiento militar directo. Junto con ello, la injerencia en las llamadas “revoluciones coloridas”, buscando capitalizar revueltas contra regímenes autoritarios en función de la expansión de la influencia norteamericana.

La política que continúa Putin con la invasión a Ucrania consiste en recrear un status de potencia militar para Rusia apuntalando la opresión nacional de los pueblos vecinos. Actúa como una especie de “imperialismo militar” aunque no califique como país imperialista en el sentido preciso del término ya que no cuenta con proyección internacional significativa de sus monopolios y exportación de capitales, exporta esencialmente gas, petróleo y commodities, etc. Su “status” más permanente en el sistema de Estados dependerá del resultado de la guerra.

La política del gobierno de Zelenski que se continúa en la guerra es la de subordinar a Ucrania a las potencias occidentales. El proceso político que atraviesa Ucrania desde hace décadas es inentendible por fuera de una trayectoria pendular signada por el enfrentamiento entre las oligarquías capitalistas locales “pro-rusas” y “pro-occidentales”. Esta incluyo la “revolución naranja” en 2004 y su continuidad en Euromaidán de 2014. Alrededor de estos enfrentamientos se ahondó la división fogueada por los intereses de las diferentes fracciones de la oligarquía local. Todo ello agudizado por la existencia de una significativa minoría rusoparlante (alrededor del 30% de población) y el auge de los grupos nacionalistas de extrema derecha. Una guerra civil de baja intensidad que data del 2014. Esta minoría rusoparlante fue destinataria de medidas opresivas, llegando hasta restricciones al uso de su idioma y ataques de los grupos de ultraderecha apañados desde el Estado.

Ucrania es una pieza clave para el imperialismo norteamericano y la OTAN para la “contención” de Rusia y debilitarla como potencia, el plan de máxima sería retomar el camino de subordinarla al orden norteamericano que se había iniciado con la restauración capitalista. Desde 2014/2015, la OTAN ha comandado el proceso de reforma de las FF. AA. ucranianas, incluyendo armamento y financiamiento. En 2020 la OTAN le otorgó el estatus de “socio de oportunidades mejoradas”, y la cumbre de la OTAN de 2021 reafirmó el acuerdo estratégico de que Ucrania se convertiría en miembro de la Alianza, sin llegar a concretarlo. El imperialismo norteamericano a través de la OTAN juega un rol de dirección político-militar del bando ucraniano en función de sus propios intereses: debilitar a Rusia y alinear a sus aliados en su disputa con China.

En este marco, distinguimos entre las sanciones (“guerra” económica) donde las potencias occidentales son protagonistas directas y la guerra propiamente dicha en tanto “batalla en un campo entre hombres y maquinaria” que puede afectar decisivamente el orden internacional, donde EE.UU y la OTAN vienen ampliando su incidencia (inteligencia, armamento, comando, entrenamiento, financiamiento, etc.) pero sin involucrarse directa y abiertamente en el terreno.

Es importante tener en cuenta que esta definición no es definitiva y que hay factores de la guerra misma que presionan hacia un mayor involucramiento de EE.UU. Si esto se modifica y en la medida en que lo haga nuestra posición debería acercarse, con las salvedades del caso, más a la señalada por Trotsky (“Observaciones sobre Checoslovaquia”) en el caso de la crisis de los Sudetes de 1938. Allí, frente a la anexión de Hitler de lo que en ese momento era parte de Checoslovaquia con el argumento de proteger a la población alemana en ese territorio, Trotsky plantea una política directamente derrotista de ambos bandos, en lo que sería uno de los prolegómenos de la Segunda Guerra mundial (finalmente las principales potencias europeas, sin Checoslovaquia, firmarán los Acuerdos de Munich y reconociendo los Sudetes como territorio alemán). A su vez, frente a quienes con un discurso imperialista “democrático” hablaban de defensa de la democracia checoslovaca, Trotsky destacaba la opresión, al interior del país, por parte de los checos contra los eslovacos y los alemanes de los sudetes, entre otros.

Nuestra política desde el inicio del conflicto, que consideramos correcta, sintetizada en la declaración de la FT, fue: “¡No a la guerra! Fuera las tropas rusas de Ucrania. Fuera la OTAN de Europa del este. No al rearme imperialista. Por la unidad internacional de la clase trabajadora. Por una política independiente en Ucrania para enfrentar la ocupación rusa y la dominación imperialista”. Así, en el inicio del conflicto señalábamos la relevancia del elemento de autodeterminación nacional, destacando, al mismo tiempo, las medidas opresivas contra minoría rusoparlante, dentro de los factores a tener en cuenta para una política independiente en el conflicto, marcado por la invasión rusa y la intervención por procuración de EE.UU y la OTAN. Ahora bien, a medida que se amplíe (y ya se fue ampliando) la intervención directa de EE. UU. y la OTAN, aquel elemento de autodeterminación nacional queda cada vez más a un segundo plano para determinar nuestra política en tanto se subordina al enfrentamiento militar entre potencias.

Contra el guerrerismo y el pacifismo burgués en sus dos variantes: pro-otan y pro-ruso/chino

En la centroizquierda y la izquierda podemos identificar, con diferente peso, cuatro grupos de posiciones que se pliegan a los bandos en disputas. Por un lado las corrientes que defienden la intervención en la guerra desde uno u otro “campo” y, por otro lado, aquellas que defienden algún tipo de “paz democrática” imperialista basada en la diplomacia de uno u otro campo.

El grueso de la centroizquierda a nivel internacional se pliega a la propaganda que fomentan la inmensa mayoría de los grandes medios occidentales desde el inicio de la guerra, que intentan utilizar el repudio a la reaccionaria invasión de Putin a Ucrania para presentar a la OTAN como defensora de la paz y la democracia. Buena parte de la izquierda con diferentes matices e intensidades se ha plegado a esta política (LITCI, UITCI, SU, etc.). Desde el inicio del conflicto venimos desarrollando diversas polémicas en este sentido. Algunas de estas corrientes han hecho bandera de la consigna “armas para Ucrania” por fuera de cualquier delimitación de clase ubicándose en los hechos en el campo otanista.

Por otro lado, a menor escala, algunos partidos comunistas y sectores del populismo latinoamericano presentan a Putin –y un bloque con China– como una especie de alternativa al imperialismo y sostienen que a la invasión de Ucrania es una medida necesaria de “defensa nacional” por parte de Rusia frente a la OTAN.

Otra posición, bastante extendida, es la asumida por la mayor parte de la izquierda reformista en Europa (ver polémica de Santiago Lupe) que incluye a sectores de Die Linke de Alemania, La France Insumise, Syriza en Grecia, Podemos y el PCE en el Estado español, etc. En estos casos critican la invasión rusa así como parcialmente la reacción de la OTAN y plantean un alto el fuego y la mediación de la UE para facilitar unas negociaciones de paz. El contenido de clase de estas propuestas es la articulación de “otra política exterior” más efectiva para la defensa de los intereses de los estados de la UE, es decir de sus propios imperialismos.

Por último, una variante de esta política pacifista es aquella que se sustenta en la idea de que la potencia China supondría una suerte de alternativa, sino progresiva por lo menos más benévola, a la hegemonía del imperialismo estadounidense. Una expresión de ello plantea Rafael Poch de Feliú, que aboga por el “multilateralismo”, critica la subordinación europea a EE. UU. y ensalsa una tradición “no hegemónica” de China, la cual actualmente hace propaganda con su “propuesta de paz”, o bien deposita esperanzas en un supuesto multilateralismo de los “no alineados” al estilo de Brasil con Lula. Maurizio Lazzarato, con quien debatimos en “Más allá de la Restauración burguesa”, si bien plantea que “la paz no es una alternativa”, desliza una idea de “mal menor” que se orienta en un sentido similar bajo el argumento de que el imperialismo norteamericano “es mucho más peligroso que el de China, el de Rusia o cualquier otro país, que aún no disponga de los instrumentos militares y financieros para saquear el mundo como lo hacen ahora los estadounidenses”. Por otro lado, hay casos como Gilbert Achcar que ha defendido un campismo alineado con el bando Ucrania/OTAN y, más recientemente, ha denunciado a la administración de Biden por obstaculizar la propuesta China como vía para “la paz”.

Lo cierto es que China, aunque ha visto dificultado su acceso de toda Europa del Este por la guerra, apunta a beneficiarse de la situación que pueda dejar la guerra consiguiendo combustible barato y nuevas condiciones de adquisición de tecnología militar, por ejemplo, y avanzando con la ruta de la Seda vía terrestre sobre Kazajistán, Turkmenistán, Kirguistán, Uzbekistán. Su “modelo” está basado en un régimen de partido único y de sindicatos estatizados y burocráticos que garantizan una dura disciplina de su enorme clase obrera, base insoslayable del crecimiento económico que benefició a las grandes empresas extranjeras y nacionales, siguiendo las reglas del sistema capitalista internacional (FMI, OMC, etc.).

Todas estas posiciones terminan ubicándose detrás de alguno de los “campos” reaccionarios en pugna, ya sea postulando una victoria del campo Ucrania/OTAN o el de Putin, ya sea creando ilusiones en una solución de “paz” imperialista, ya sea articulada por la UE o por China, cuando el guerrerismo de las grandes potencias está en pleno desarrollo. La tarea de los revolucionarios pasa por constituir un polo contra la guerra en Ucrania que plantee la unidad internacional de la clase trabajadora con una política independiente, por el retiro de las tropas rusas, contra la OTAN y el armamentismo imperialista, por una Ucrania obrera y socialista, en la perspectiva de los estados unidos de socialistas de Europa.

Venimos de décadas de globalización imperialista dirigida sin cuestionamientos por EE. UU. Por eso la importante frente al escenario de crecientes disputas entre potencias ir contra toda ilusión en el “multilateralismo”. No hay multilateralismo de izquierda. Contra las visiones que ponen esperanzas en el equilibrio entre potencias y bloques regionales de Estado capitalistas, la lucha por sembrar una política internacionalista proletaria es de primer orden. A aquellas variantes les está planteado oponerles un antiimperialismo y un internacionalismo que una a la clase que conforma los más de tres mil millones de trabajadores del planeta junto con los pueblos oprimidos del mundo para terminar con el sistema capitalista.

Política interna e internacional: las crecientes fricciones burguesas

En el marco del agotamiento del avance unilateral de la integración mundial hegemonizada por EE. UU., se exacerba la contradicción entre la integración internacional de las fuerzas productivas y el retorno del militarismo de las potencias. La guerra en Ucrania y las crecientes tensiones geopolíticas en general atraviesan cada vez más la política interna de los diferentes Estados, especialmente, los imperialistas. Lo hacen en un nivel muy superior al que estábamos acostumbrados durante las décadas anteriores. De prolongarse la guerra y avanzar el militarismo, como todo indica que sucederá –ni hablar si hay un salto en los enfrentamientos militares– esto no hará más que profundizarse.

Thomas Friedman contaba que de un almuerzo con Biden entendió entre líneas que “a pesar de haber unido a Occidente él teme no poder unir a Estado Unidos”. Cada vez más se alzan las voces republicanas en oposición a la intervención de EE. UU. en la guerra en Ucrania. Trump dice que la guerra podría haberse evitado y se postula para “evitar la tercera guerra mundial” con una retórica más aislacionista. Ron DeSantis, que es el Trump de buenos modales al que apuesta el stablishment republicano, llegó a decir que Ucrania no es un interés estratégico de Estados Unidos y que Estados Unidos no debería tomar partido en una disputa entre rusos y ucranianos. El consenso a favor de la guerra en Ucrania, aunque según las encuestas es aun mayoritario, se muestra desgastado por arriba. Nuevos reveses ucranianos en el teatro de operaciones pueden contribuir más a minarlo. Esto también nos habla de un momento delicado respecto a la guerra en Ucrania en relación a EE. UU.

El verdadero consenso entre las clases dominantes norteamericanas está en el enfrentamiento contra China. Ya en su momento Trump había desplegado una política más agresiva de “guerra de guerra comercial” como parte de un proceso de readecuación estratégica de las cadenas de valor que se continúa con Biden preparando el terreno para enfrentamientos superiores. A este “desacople”, EE. UU. también quiere empujar a Europa, empezando por el desacople de Alemania respecto a Rusia aprovechando lo más posible la guerra en Ucrania.

La implicación de EE. UU. en el atentado al Nordstream pone sobre la mesa algo que es más o menos evidente para una parte de las clases dominantes alemanas: que la escalada contra Rusia favorecida por EE. UU. tiene una clara intención de priorizar sus intereses en detrimento de Europa y los de Alemania en primer lugar. Un elemento que, por ejemplo, la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD) está utilizando cada vez más. El diputado Steffen Kotré de AfD en una entrevista a un medio chino había calificado la voladura del gasoducto como un acto de terrorismo de estado perpetrado por EE. UU. De fondo expresa la tensión en las clases dominantes alemanas donde, por un lado, se da un alineamiento con EE. UU. y, por otro, varias de sus principales trasnacionales como Volkswagen, Deutsche Bank, Siemens o BASF, entre otras, buscan apuntalar la relación con China, a cuya economía están ampliamente integradas y de la cual dependen, mientras otros se van a EE. UU. para huir de los mayores costos energéticos.

En este marco, las tensiones entre los diferentes sectores burgueses de cada imperialismo, entre los más transnacionalizados y los que menos, entre aquellos que tienen sus negocios más vinculados a la plataforma china o norteamericana, etc., se transformarán en disputas cada vez más abiertas a medida que avancen las tensiones militares y geopolíticas y la articulación de bloques. Es decir, en la política nacional ya no se jugarán simplemente diferentes políticas para la gestión del capitalismo local y su mejor o peor ubicación bajo el paraguas norteamericano sino, en perspectiva, verdaderos alineamientos de fondo, de confrontación amigo/enemigo en el terreno internacional. Se trata de una cuestión importante que hace que la política al interior de los regímenes burgueses adquiera también tientes más “clásicos” en términos de la época imperialista.

La dinámica de los alineamientos

Frente al bloque liderado por EE. UU., hay un “bloque en construcción” menos consolidado y en estado fluido que tiene en el centro una alianza entre Rusia y China que empezó a tomar más forma y que viene actuado como un polo de atracción para varios países “emergentes”. En el marco de la guerra en Ucrania, China sostiene a Rusia pero públicamente se ubica en una posición de pretendida neutralidad. Se vienen fortalecido cada vez más los intercambios entre ambos países. En 2022, las exportaciones chinas a Rusia aumentaron un 12,8 % –con mucho peso de maquinaria, autos y repuestos– y las exportaciones rusas de petróleo a China aumentaron en dólares un 44 %, mientras que las de gas más que se duplicaron. En este contexto, con la guerra en Ucrania y las crecientes tensiones sino-norteamericanas de fondo, Xi Jinping realizó recientemente su viaje oficial a Rusia, con una agenda que no incluyó solamente la guerra en Ucrania (donde China se postula como “promotor de la paz”) sino también la profundización de los lazos estratégicos entre ambos países y el panorama del “frente oriental” en el pacífico donde EE. UU. tiene una política cada vez más hostil para cercar a China.

Si bien EE. UU. logró alinear detrás de sí a Europa y al bloque con Japón, Australia y Corea del Sur y todo un sector de países votó a favor de las sanciones a Rusia, todo otro sector no las acompañó en la ONU. Como señala Claudia Cinatti en el artículo citado anteriormente, a diferencia de la guerra fría, la mayoría de los países ha desarrollado una “dependencia cruzada” de Estados Unidos, China y Rusia, por lo que van cambiando sus posicionamientos, administrando sus alineamientos en función de intereses económicos, de seguridad o incluso de afinidad política. Rusia y China, como decíamos, actúan como un polo de atracción para varios países del llamado “sur global”, entre los que se encuentran potencias regionales como India, gran parte de África, Asia y América Latina, e incluso aliados históricos como Arabia Saudita (y hasta Israel), que por diversos intereses nacionales, no siempre convergentes, no se han alineado con Estados Unidos en votaciones de las Naciones Unidas.

En este marco, la diplomacia china ha tomado por sorpresa a los norteamericanos oficiando de “componedor” de la relación nada menos que entre Arabia Saudita e Irán. Esta última, contando con el apoyo apenas velado de China para evadir las sanciones “occidentales” para la venta de su petróleo y avanzando en el comercio de armamento con Rusia. Por otro lado, en África, China ha ido avanzando en el último tiempo en convertirse en el principal socio comercial de varios de sus Estados en detrimento de EE.UU, Reino Unido y Francia. Moscú ha ganado creciente peso en países como Mali o Burkina Faso en detrimento de Francia como mostró la reciente gira de Lavrov, que puede verse en espejo con la accidentada gira de Macron quién tuvo que enfrentar la crítica pública del presidente del Congo.

El camino ascendente del militarismo imperialista y el escenario oriental

El choque entre la integración global bajo la hegemonía norteamericana, actualmente en crisis, y el desafío redoblado a este orden mundial por parte de las potencias llamadas “revisionistas” marca las coordenadas de la política que se continúa en la guerra en Ucrania. Se trata de cuestionar este orden unipolar, donde cada una lo hace, por ahora, en los términos en los que EE. UU. les viene planteado el conflicto. En el caso de Rusia en términos directamente militares, en el caso de China aún en términos de “guerra” económica, aunque con crecientes tensiones en el terreno militar. Mientras que para el caso de Rusia señalábamos que actúa como una especie de imperialismo militar, en el caso de China partimos de que cuenta con rasgos imperialistas. Como se ve en los acuerdos financieros y comerciales a cambio de acceso privilegiado al saqueo de materias primas, los intercambios de créditos por derechos de explotación de recursos que hace por ejemplo África y América Latina, su incipiente vocación política de buscar ser un factor de las decisiones internas en algunos países de la periferia capitalista, la propia Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, entre muchos otros aspectos.

Es importante diferenciar entre el fortalecimiento actual de estos rasgos imperialistas y la constitución de hegemonía mundial alternativa por parte de China que implicaría un nivel muy superior de enfrentamiento. La posibilidad de cualquier tipo de “sucesión” de la hegemonía norteamericana, no será en ningún caso pacífica, evolutiva, es decir, no sucederá sin guerras a escala. Lo que involucra también pensar la ubicación de grandes potencias como Alemania y Japón en esta disputa.

En la actualidad, lo nuevo es que la disputa entre China y EE. UU., que en un primer momento se planteó en términos “guerra económica” viene cada vez más de la mano con el aumento de las tensiones geopolíticas/militares por Taiwán y el control del Mar de China Meridional, agregándose como uno de los escenarios más serios de un eventual enfrentamiento entre las dos principales potencias de la actualidad. A la progresiva militarización de la zona se agregó recientemente el acuerdo militar entre EE. UU., Reino unido y Australia (AUKUS) sobre submarinos nucleares de propulsión nuclear dándole acceso a esa tecnología secreta estadounidense a Australia (aclarando que los submarinos no llevarán armamento nuclear). El acuerdo busca adaptar la presencia militar occidental en el Pacífico. El primer objetivo es desplegar, a partir de 2027 y de forma rotativa, cuatro submarinos estadounidenses y un submarino británico en la base australiana de Perth.

Ni EE. UU. ni China parecen querer una guerra por Taiwán en la actualidad. Sin embargo, se viene configurando una sucesión de acciones hostiles (visita de Pelosi, ejercicio militar chino en las cercanías de Taiwán, avance del AUKUS, ejercicios militares conjuntos entre China, Irán y Rusia en el Golfo de Omán, etc.) y medidas comerciales relevantes como las restricciones al mercado internacional de microchips contra China desde octubre de 2022. A fines de enero de este año Biden logró un acuerdo con Países Bajos y Japón para unirse a los controles a la exportación de semiconductores. El curso incremental de estas medidas hace que tengamos que abordar la eventualidad de un escenario de enfrentamiento militar en torno a Taiwán. Claro que un conflicto de tal magnitud, incluso en la hipótesis acotada a las islas taiwanesas Matsu en las costas de China, no solo militarmente sino en términos del capitalismo global, tendría la potencialidad de “desestabilizar” el mundo. Cabe destacar que Taiwán, sede de Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), es el mayor fabricante mundial de semiconductores del mundo, y China es el mayor importador de chips del mundo. Se trata de en un mercado en el que es muy difícil sustituir la producción y que, en caso de guerra, se vería gravemente afectado. Esto constituye un elemento importante en los cálculos de todos los potenciales protagonistas, empezando obviamente por China.

Un conflicto de este tipo no aparece como lo más probable en lo inmediato y no está descartado que en medio de las tensiones se sucedan momentos de distensión. Sin embargo, lo que sí se puede afirmar es que muchas de las medidas mencionadas anteriormente son parte de los aprestos frente a un eventual conflicto futuro, lo cual potencia de hecho las perspectivas de conflicto militar, incluso más allá del intenciones originales de las partes. La forma concreta en que pueda estallar un conflicto militar de este tipo depende de múltiples elementos que hacen que toda hipótesis no pueda ir más allá de la especulación. Su inicio podría tomar diferentes vías, desde la mencionada invasión a las islas Matsu hasta un bloqueo de la isla por parte de China, en represalia a algún tipo de acción, como por ejemplo una declaración de independencia o avance en la asociación militar con EE. UU. Lo importante en este marco es definir los criterios para ubicarnos, los revolucionarios socialistas internacionalistas, ante un hipotético conflicto armado entre China y EE UU por Taiwán.

Con este objetivo tenemos que partir de cuál es la política que continuaría en la guerra cada uno de los bandos. En el caso de EE. UU. sería continuidad de su política imperialista de integración mundial (globalización) basada en la subordinación de China y Rusia capitalistas y, más específicamente, de sus intentos por evitar que China continúe avanzando como potencia poniendo en cuestión el papel hegemónico norteamericano en franco declive.

En el caso de China, se trata de una continuidad de la política del PCCh que restauró el capitalismo en China. La misma fue realizada en toda la etapa anterior bajo los auspicios del capital financiero internacional y, en especial, el norteamericano. Sin embargo, por el peso específico que fue adquiriendo su economía, necesitó –y necesita cada vez más– proyectar el capitalismo chino en términos imperialistas. Lejos de la ideología que la presenta como potencia más benigna, “no hegemónica”, la disputa imperialista actual con el resto de las potencias es el curso más o menos inevitable de la emergencia de la china capitalista del siglo XXI. Es decir, una eventual invasión a Taiwán no sería bajo ningún punto de vista una medida defensiva, como podría ser por ejemplo la de una Estado obrero que está por ser agredido como señalaba Trotsky respecto a Finlandia en 1939, aunque la acción de la burocracia en ese entonces, desde su punto de vista, traía más perjuicio que ventajas. En su lugar se trataría de una extensión de la política restauracionista, donde la china capitalista actual busca romper el cerco para amplificar sus rasgos imperialistas traduciendo su influencia económica global en poderío político-militar.

En el caso de Taiwán, a partir de la emergencia de China como potencia capitalista y sus crecientes disputas con EE. UU., su política ha estado cada vez más tensionada entre ambos polos. Esto puede remontarse hasta 1986 con la creación del Partido Progresista Democrático (DPP) que pasa a agrupar a gran parte de las corrientes que impulsan la independencia de Taiwán. En 2014 tuvo lugar el movimiento de los Girasoles, en el marco del cual unos 200 estudiantes ocuparon el parlamento contra el tratado de libre comercio con China (Acuerdo de Comercio de Servicios) impulsado por el gobierno de Ma Ying-jeou del Koumintang y que contaba con el apoyo de buena parte de la burguesía taiwanesa. El acuerdo no se concretará y finalmente, en 2016 asume la presidencia Tsai Ing-wen del DPP, que es reelecta en 2020. Actualmente, la política de Taiwán encarnada por el gobierno del Partido Progresista Democrático de Tsai Ing-wen consiste en el alineamiento cada vez más ofensivo con el imperialismo norteamericano. Un alineamiento no exento de tensiones internas. Recientemente, mientras Tsai Ing-wen hacía su viaje a EE. UU., Ma Ying-jeou viajaba a China exponiendo estas tensiones internas que atraviesan la isla y a su propia burguesía entre los negocios con China y la dependencia política, económica y militar de EE. UU.

En síntesis, en el caso de producirse el enfrentamiento militar entre China y EE. UU. por Taiwán, y partiendo de la definición de los rasgos imperialista de China, se trataría de una guerra reaccionaria en la que estaría planteado el derrotismo de ambos bandos como definición de base. El desarrollo concreto de la guerra dirá las definiciones complementarias que sea necesario hacer. Esta definición en torno al posicionamiento de los socialistas internacionalistas frente a un eventual conflicto de este tipo hoy es fundamental.

[PARTE 3]

TENDENCIAS MÁS PRE-REVOLUCIONARIAS EN LA LUCHA DE CLASES

Guerra, crisis y lucha de clases

Las condiciones más generales están motorizando un nuevo ciclo de lucha de clases. Las consecuencias de la guerra, que se suman a las que tuvo la pandemia, ya han tenido un efecto inmediato en las condiciones objetivas detrás de los principales procesos. La inflación de los precios del combustible y de los fertilizantes fue un factor clave tanto en los levantamientos en Sri Lanka como en Perú. En Europa los niveles históricos de inflación han marcado las crecientes huelgas en el Reino Unido, también son uno de los componentes en Francia marcada por la lucha contra la reforma previsional, en Grecia el choque de trenes a fines de febrero ha sido un catalizador de una crisis más general luego de años de ajuste. De desarrollarse nuevos capítulos de crisis económica internacional será sobre llovido mojado, extenderán y exacerbarán estas tendencias.

Los ciclos anteriores de la lucha de clases –iniciados en 2010 y en 2019 respectivamente– si bien estuvieron marcados por la crisis histórica del capitalismo de 2008 que implicó un enorme salto en la desigualdad, no tuvieron como trasfondo catástrofes de la magnitud como las que hubo durante la primera mitad del siglo XX. Con la guerra en Ucrania, los efectos residuales de la pandemia y más aún si se desarrollan las contradicciones que atraviesan la economía mundial, aquella situación comienza a cambiar y el capitalismo se acerca progresivamente cada vez más a escenarios más “clásicos” en términos de choques superiores entre las clases. Cabe aclarar que con “más clásicos” no nos referimos, obviamente, a una vuelta a principios del siglo XX, el mundo actual es muy diferente en muchos sentidos (ver, “Más allá de la Restauración burguesa”) y en términos de la subjetividad de la clase trabajadora existe una enorme distancia entre la situación actual, donde venimos de décadas de “restauración burguesa”, y aquella de principios del siglo pasado marcada por la emergencia de las grandes organizaciones obreras (partidos obreros, sindicatos, etc.) y luego por la revolución rusa. De conjunto, esto implica que tenemos que prepararnos para nuevas formas de la lucha de clases, más radicales de lo que vimos en el último tiempo y, a su vez, articular formas de intervención que respondan a la situación concreta (por ejemplo, en torno a la pelea por el frente único, tácticas como los “comités de acción”, a las que nos referiremos a continuación).

Las condiciones geopolíticas y económicas también alientan la mayor dureza de los gobiernos a la hora de enfrentar desafíos de la lucha de clases. Perú es un ejemplo de ello, donde el régimen a pesar de la acumulación de muertos no se movió un ápice y sostuvo, sino su plan inicial de que Boluarte termine el mandato del derrocado Castillo, sí la negativa a elecciones inmediatas, al llamado a constituyente o algún tipo de desvío “democrático”. En este caso, fue posible porque el levantamiento masivo quedó, en buena medida, circunscripto a los sectores campesinos y precarios de determinadas regiones como Puno, Cusco, etc. El protagonismo de estos sectores le dio radicalidad al proceso, sin embargo, la clase obrera de los sectores más estratégicos quedó encorsetada bajo la dirección de la burocracia de la CGTP. La postura más dura de las burguesías también se puede ver en la respuesta ensayada por el Primer Ministro Sunak en el Reino Unido frente a la oleada de huelgas que viene atravesando el país. El ejemplo más sobresaliente en este sentido es el del propio Macron se valió de un mecanismo totalmente bonapartista como el artículo 49.3 para pasar la reforma previsional sin votación a pesar del repudió ampliamente mayoritario de la población.

En este marco, la nueva oleada de lucha de clases trae varias novedades importantes que, potencialmente, pueden contribuir a superar el estadio revueltístico de las últimas oleadas. 1) Desarrollándose tanto en países de la periferia como en países centrales, esta nueva oleada tiene su centro en Europa. 2) Sectores del movimiento de masas tienden a radicalizarse frente al endurecimiento de gobiernos capitalistas y clases dominantes. 3) Tanto el contexto de la guerra en Ucrania y como los desajustes de la economía mundial tienden a agudizar los enfrentamientos. 4) Vemos una mayor centralidad de la clase trabajadora. En el Reino Unido, con huelgas que incluyen personal de enfermería, paramédicos, trabajadores del correo, empleados de ferrocarriles, bomberos, choferes del transporte público y profesores universitarios, entre otros. En Francia, con la lucha contra la reforma previsional de Macron que se ha transformado en un verdadero movimiento de masas de amplias capas de la clase trabajadora extendido a escala nacional. También en Grecia la lucha de clases que se desarrolló a partir del choque de trenes que dejó 57 muertos y puso sobre la mesa todas las consecuencias de años de ajuste estructural, frente a lo cual, además de las manifestaciones, hubo una huelga que incluyó el transporte, la salud, los puertos, etc. (ver, “Una primavera de huelgas en Europa y la potencialidad de la clase obrera” de Josefina Martínez). En América Latina la situación más radical fue la resistencia al golpe en Perú que involucró un bloque social de campesinos, pueblos originarios, trabajadores informales, del interior del país, con tendencias a confluir con sectores de la clase trabajadora de las ciudades que no terminaron de desarrollarse, el régimen logró mantener encapsulado el movimiento y retrocedió. Como parte de esta oleada tuvo lugar la rebelión en Sri Lanka y antes la lucha contra el golpe en Myanmar (el Sur y Sureste asiático se perfila como zona “caliente” de la lucha de clases).

Francia como centro de la lucha de clases en la actualidad

El centro de la lucha de clases de este momento se encuentra en Francia y, más en general, en Europa. Macron aspiraba a fortalecer la proyección del imperialismo francés como potencia en el terreno internacional, así como impulsar una serie de reformas estructurales en el país. Si en el terreno internacional no ha logrado cumplir un rol significativo en el contexto de la guerra en Ucrania y ha retrocedido en la influencia en África, internamente su autoridad encontró un desafío fundamental con el masivo movimiento contra la reforma previsional, mientras que en la Asamblea Nacional se mostró aislado y golpeado tanto por izquierda como por derecha por la NUPES y el lepenismo. Como señala Juan Chingo: “En cuanto a la crisis actual, se produce en un contexto internacional de mayor competencia que pone en dificultades al capitalismo francés. En este sentido, creo que la guerra de Ucrania también desempeña un papel en el endurecimiento de la burguesía francesa. Contrariamente a un período anterior en el que existía la ilusión de un desarrollo pacífico entre las potencias imperialistas, el aumento del presupuesto de defensa demuestra que ya no es así”.

Mucha de la dureza que está mostrando la clase trabajadora de Francia tiene que ver con el carácter marcadamente bonapartista de la propia V república, en un país que es la cuna misma del concepto de bonapartismo. Macron apela cada vez más a estos mecanismos de la V república ideados en 1958 por de Gaulle. En aquel entonces, Francia estaba al borde de la guerra civil, estaba perdiendo su control colonial en Argelia y venía de perder el canal de Suez. El general de Gaulle asumió plenos poderes y elaboró el proyecto de constitución que, con algunas modificaciones, rige en Francia hasta la actualidad. Según la propia constitución la figura del Presidente de la República es quien “vela por el respeto de la Constitución. Asegura, con su arbitraje, el funcionamiento regular de los poderes públicos y la continuidad del Estado”, a su vez, es el jefe de las fuerzas armadas, preside la política de defensa y exterior. Sus potestades incluyen poderes extraordinarios en caso de que las instituciones, la independencia, la integridad territorial (colonias) e incluso cumplimiento de compromisos internacional estén amenazados. El artículo 49.3, que le otorga la potestad al Primer Ministro de tener por aprobada una ley, salvo que triunfe un voto de censura en el parlamento en las 24 horas siguientes, es una pieza más de este andamiaje.

Que después de varias jornadas interprofesionales y casi dos meses de movilización se haya mantenido la masividad, tanto en las grandes ciudades como en las ciudades medianas y pequeñas, mostró la profundidad del movimiento. Que no se haya abierto una nueva dimensión de la lucha, es decir una huelga que se vaya generalizando en la perspectiva de la huelga de masas es responsabilidad central de la Intersindical y su negativa a incorporar toda una serie de reivindicaciones que cambiarían el aquí y ahora de millones de explotados, en especial los más precarios, a la vez que hubiera demostrado una determinación cien veces superior a la clase capitalista. En un segundo momento del conflicto, varios sectores estratégicos de vanguardia apelaron a la huelga reconducible. La medida bonapartista de Macron con la utilización del artículo 49.3 puso en cuestión aquel impasse. Con un Macron cada vez más debilitado y aislado, en respuesta al decretazo, inmediatamente miles salieron espontáneamente a las calles en París y en diversas ciudades. Entonces se abrió un “momento pre-revolucionario”. Fracasadas las mociones de censura contra el gobierno, la huelga del 23/3 volvió a mostrar la dinámica del movimiento. Se vio, en particular, el refuerzo cualitativo de la presencia de la juventud, que se combinó con la continuidad de la huelga renovable en diferentes sectores estratégicos. La multiplicación de las acciones espontáneas dio testimonio de importantes cambios subjetivos que se están produciendo.

Posteriormente, como desarrolla Paul Morao en este artículo, a pesar de que se mantuvo la masividad de las manifestaciones, en el marco de la política de desgaste de la burocracia, los paros en varios sectores comenzaron a mermar. La clave que explica la continuidad de la unidad de la Intersindical está en el intento de evitar que el “momento pre-revolucionario” luego de la votación del 49.3, pegara un salto cambiando la relación de fuerzas, siendo que la lucha contra Macron había adquirido un carácter abiertamente político. Si la unidad sindical que al comienzo del movimiento pudo jugar un rol progresivo, alentado a los trabajadores cansados de las divisiones de los sindicatos a entrar en la lucha, se transformó en un obstáculo, una barrera a la radicalización, dado el peso decisivo de la CFDT en su dirección vetando toda tendencia a una huelga general reconducible. Sin embargo, Macron no ha logrado una vuelta a la normalidad, a pesar del impasse y retroceso de la movilización como consecuencia de la estrategia derrotista de la Intersindical, como muestran las manifestaciones, cacerolazos y diferentes luchas reivindicativas que se están desarrollando.

En el proceso, Révolution Permanente viene cumpliendo un papel muy importante en la organización de los sectores más avanzados. Tanto el NPA como LO han defeccionado de la lucha por la autoorganización de la vanguardia obrera para poder incidir, a partir de allí, en el curso de la huelga contra la estrategia para desgastar al propio movimiento que lleva adelante la burocracia sindical y para imponer una verdadera huelga general que pueda hacer caer en forma revolucionaria a Macron. Révolution Permanente se ha puesto a la cabeza de este objetivo apelando a tácticas de reagrupamiento de los sectores en lucha impulsando el Réseau pour la grève générale (Red por la Huelga General). En su encuentro del 13 de marzo, en Bourse du Travail de París, con más de 600 personas presentes en la sala y unas 900 que lo siguieron el vivo en toda Francia fue un gran éxito político. La Red aparece como un polo genuino de un referencia de vanguardia y de sectores en huelga reconducible o por los salarios, de ahí el gran impacto que tuvo. El 21-3, luego de la aprobación por decreto de la reforma y la derrota de las mociones de censura, se volvió a reunir la Red reflejando el peso en la coyuntura del fenómeno de las huelgas, en especial los sectores estratégicos, y contando con la participación de estudiantes, periodistas e intelectuales importantes. En el marco del endurecimiento de las patronales y el gobierno, imponiéndose con métodos cada vez menos “consensuales” y más abiertamente bonapartistas, sectores del movimiento obrero aparecen madurando en su conciencia a través de la experiencia en la lucha de clases.

La realidad de la Red es que es mucho más amplia que Révolution Permanente, de un carácter distinto de la “coordinación SNCF-RATP” (ferroviarios y colectiveros de una región de París) que impulsamos en la lucha del 2019, formada por muchos activistas, a lo sumo dirigentes locales de los depósitos de buses. En la Red actual hay dirigentes sindicales de la electricidad, delegados de centrales nucleares, activistas importantes del sector de basureros y de los limpiadores de cloacas en región parisina, dirigentes del aeropuerto de Roissy/Charles de Gaulle, dirigentes de algunas fábricas importantes del sector privado, y también de la refinería de Total de El Havre (Normandía), la más grande de Francia, y que siguió en huelga después de la primera victoria legal contra la requisición del 7 de abril. En esta ciudad portuaria e industrial del noroeste de Francia, la Red reúne a varios dirigentes que están en estructuras y en una zona industrial estratégicas donde hicieron paros y bloqueos. En París, en cambio, la Red nuclea a unos 300 activistas independientes de 4 zonas de la cuidad y estuvo al frente, en particular en ferroviarios, de una serie de huelgas que combinaron la lucha en contra de la reforma de las pensiones con reivindicaciones propias, en particular salariales, y que ganaron en ese terreno, tanto en los señaleros del Bourget y del puesto central de Saint-Denis, como los “huelguistas salvajes” del centro de mantenimiento de trenes de Chatillon. Llegaron también algunos informes puntuales de gente de pueblos del interior que se organiza y se considera parte de la “Red” y se siguen estableciendo lazos con colectivos de lucha locales como recientemente con un grupo de sindicalistas de Toulon, a la vez que se mantienen los lazos con colectivos ecologistas como Alternatiba y Les Amis de la Terre, muy implicados en la brutalmente reprimida movilización de Saint-Soline, además de referentes de la lucha de los trabajadores sin-papeles, como Mariama Sidibe del Colectivo de los sin papeles de Paris, que es parte activa de la Red.

La Red que se viene haciendo conocida, ganando simpatía y es el único polo que critica abiertamente en la radio y TV nacionales a la Intersindical, organizó una columna con más de mil personas en la marcha del Primero de mayo y un acto denunciando el retorno de las direcciones sindicales al dialogo con el gobierno. En este momento, a pesar de la caída de la lucha contra la reforma, la Red se viene manteniendo y jugando un rol, en particular en el apoyo a la oleada de huelgas por salarios que se sigue dando y que la burocracia sindical se negó a unir a la pelea de las pensiones, a la vez que plantea un balance de la lucha hasta el momento, denunciando el papel de la Intersindical en que no se desarrollaran los elementos de mayor radicalidad. En el marco de una situación que sigue abierta, habrá que seguir fortaleciendo la coordinación y autoorganización, por lo cual los militantes de Révolution Permanente seguirán apostando a la construcción de la Red, a la vez que abren un debate sobre la necesidad de una organización política, un partido anticapitalista, socialista y revolucionario que sea una herramienta para dar estas peleas y luchar por una alternativa frente a la crisis en curso.

Este polo que constituye la “Red” es parte de nuestra pelea por poner en pie “comités de acción”. Lo cual implica la pelea por lograr la participación de la base en los lugares donde se desarrollen, o al menos del activismo. Se trata de una importante batalla teniendo en cuenta que ni en Francia, ni en general, hay experiencias de autoorganización en movimiento obrero ya incorporadas que apunten hacia allí, lo cual pone en primer plano el papel de los revolucionarios para empujar esas tendencias para lograr constituir instancias como los comités de acción. Esto es clave, tanto para nuestro desarrollo en Francia en lucha con la burocracia, el centrismo y los neorreformistas, como también para nuestra hipótesis estratégica más general como FT-CI y para las posibilidades de avanzar en la construcción de un partido revolucionario en Francia.

Se trata, a su vez, de un rasgo distintivo de la FT-CI que hemos buscado llevar a la práctica en cada momento donde la lucha de clases nos ha permitido hacerlo. Así lo hizo también el PTR en el proceso chileno de 2019 en los diferentes lugares donde le tocó intervenir e impulsando el Comité de Emergencia y Resguardo en Antofagasta que llegó a organizar a buena parte de la vanguardia de la región y a conquistar un importante frente único durante la huelga de 25 de Noviembre de aquel año.

Cabe remarcar que la táctica de los “comités de acción” fue recomendada por Trotsky a los trotskistas franceses para aprovechar cada elemento de radicalización que aparezca en la realidad para organizar a la vanguardia y los sectores de masas que salen a la lucha en instituciones permanentes de coordinación y unificación como el único medio para quebrar la resistencia de los aparatos de la burocracia sindical y reformista e imponer el Frente Único. Al mismo tiempo, sostenía que aquellas instituciones eran la forma de decuplicar la autoridad y la influencia de los revolucionarios y los sectores más avanzados y decididos. Los comités de acción no son un equivalente a los soviets. “No se trata de una representación democrática de todas las masas, sino de una representación revolucionaria de las masas en lucha”, decía Trotsky. Pero al mismo tiempo agregaba que “en ciertas condiciones, los comités de acción pueden convertirse en soviets”, y aclaraba que los soviets rusos, en sus primeros pasos, “no eran en absoluto lo que llegaron a ser después, e incluso en esa época con frecuencia llevaban el modesto nombre de comités obreros o comités de huelga”.

Si bien, este punto lo hemos desarrollado en otros materiales, es importante tenerlo presente ya que el desarrollo de instituciones del tipo de los comités de acción son hoy por hoy la vía por la cual los trabajadores pueden avanzar en tomar las luchas en sus propias manos. En el caso de Francia, para superar la línea de marchas y más marchas sin perspectiva que plantea la Intersindical y pelear por imponer una verdadera huelga general. Ante el desarrollo de la situación en un sentido revolucionario, el desarrollo de los comités de acción abona en perspectiva la emergencia de organismos de tipo “soviet”, no hay un muro entre ambas formas. La pelea por el desarrollo de instituciones del tipo “comité de acción” de coordinación y reagrupamiento de los sectores en lucha es clave para potenciar la influencia política de los revolucionarios en el proceso y para la lucha programática. Al mismo tiempo, nos puede permitir ganar para el programa revolucionario a sectores importantes de la vanguardia, establecer una nueva tradición en la lucha de clases y fortalecer la perspectiva de construir un partido revolucionario en Francia en lucha contra los intentos de capitalización política tanto del neorreformismo de Mélenchon/NUPES como del lepenismo.

Algunas conclusiones para la FT

Trotsky destacaba, a propósito del pensamiento de Lenin, que el internacionalismo “no es en manera alguna una forma de reconciliar verbalmente nacionalismo e internacionalismo, sino una forma de acción revolucionaria internacional”. Y agregaba que, en esta concepción, “el mundo […] aparece como un solo campo de combate en que los distintos pueblos y clases sostienen una guerra gigantesca unos contra otros”. Desde este punto de vista internacionalista es que concebimos desde la FT-CI las diferentes intervenciones que venimos desarrollando en cada país en situaciones muy disimiles.

De los recientes procesos, como FT, hemos intervenido en el levantamiento en Perú, donde partiendo de que somos una fuerza inicial hemos venimos peleando por sentar tradiciones y ampliar la CST, avanzar en instalar el grupo en Lima y fortalecer LID Perú. Para colaborar en este objetivo con los camaradas de la CST, desde diferentes grupos de la FT han viajado compañeros (de Bolivia, de Chile, de Brasil, de Argentina incluyendo a A. Vilca y A. Barry, diputado nacional y legisladora respectivamente). Desde finales del año pasado el centro de la lucha de clases América Latina pasó por Perú. Actualmente nos encontramos ante un repliegue, en principio parcial, de la lucha.

En Argentina, donde está el PTS que es la organización más numerosa de la FT, aunque la crisis del país es profunda y se plantea la perspectiva de mayores enfrentamientos, aún no hay grandes procesos de lucha de clases como los que fuimos mencionando. En estas condiciones es que estamos llevando adelante una lucha preparatoria fundamental por aumentar la influencia política de la izquierda revolucionaria sobre franjas de masas no sólo a través de una gran agitación política “por arriba”, donde decenas de referentes del PTS –nacionales y provinciales que han sido protagonistas de múltiples luchas y experiencias– actúan como “tribunos del pueblo” buscando influir con aspectos de nuestro programa y estrategia con una política hegemónica a los sectores más avanzados, sino avanzando en una construcción de partido orientada hacia las estructuras estratégicas de la clase trabajadora y el movimiento estudiantil, con las asambleas del PTS y las agrupaciones, para, de conjunto, amplificar nuestra capacidad de articular “volúmenes de fuerzas” en la lucha de clases. Como parte del Frente de Izquierda, venimos de dar una importante batalla política en Jujuy, donde Alejandro Vilca (PTS) alcanzó el 12,8 % de los votos como candidato a gobernador, ubicándonos como tercera fuerza a pesar de las maniobras fraudulentas del régimen. A su vez, venimos librando una importante lucha política sobre el programa, la estrategia y la práctica política al interior del FITU.

Ahora bien, como decíamos, el centro de la lucha de clases hoy está en Francia. Toda la FT debe seguirlo con todo para aprender y sacar conclusiones de esta experiencia. Más allá de que no se haya desarrollado la coyuntura pre-revolucionaria que se esbozó luego de la aprobación de reforma jubilatoria a través del mecanismo bonapartista del artículo 49.3, la situación en Francia viene acumulando toda una serie de elementos pre-revolucionarios durante el último período. Desde el movimiento contra ley laboral en 2016 –para ponerle un inicio–, pasando por la rebelión de los Chalecos Amarillos en 2018 y todas las luchas se han desarrollado en los últimos años hasta llegar al actual movimiento contra la reforma jubilatoria. Se han ido coagulando elementos pre-revolucionarios, experiencias y cambios en la conciencia de sectores de vanguardia y de masas que marcan lo que podríamos definir como una amplia etapa de la lucha de clases en Francia que trasciende el conflicto actual.

Esta definición es fundamental ya que plantea que está abierta la posibilidad de avanzar en la construcción de un verdadero partido revolucionario en Francia en la etapa. Esta situación está también por detrás del propio desarrollo que viene teniendo Révolution Permanente, que busca ser parte del proceso de constitución de un partido revolucionario en Francia, siendo en la actualidad la organización más dinámica de la FT con cientos de militantes, que viene de la lucha en el NPA, que cuenta con cuadros y dirigentes en el movimiento obrero y estudiantil, referentes como Anasse y nuevos referentes destacados como Adrien, Elsa y Ariane, relación con importantes intelectuales como Frédéric Lordon, personalidades de la cultura como Adèle Haenel, referentes del movimiento antirracista como Assa Traoré, entre otros, etc. Sobre estas bases tenemos planteado aprovechar los elementos más radicales que da la situación y explotar audazmente la posibilidad de avanzar en poner en pie una organización revolucionaria, socialista e internacionalista.

A su vez, la situación en Francia plantea toda una serie cuestiones estratégicas para la intervención como la importancia de articular reagrupamientos de sectores en lucha con tácticas como los comités de acción que apuntalan la lucha por el frente único, y ofician de eslabón entre la práctica –y la construcción– de una organización revolucionaria y la perspectiva de construcción de consejos o soviets. También cuestiones programáticas, como por ejemplo la necesidad de un pliego común de demandas para unir la lucha contra la reforma jubilatoria a la pelea por la escala móvil de salarios frente a la inflación y, luego del decretazo de Macron, el despliegue ofensivo de nuestro programa democrático radical, nada menos que en el país para el que el propio Trotsky lo formuló originalmente. Todo ello en un proceso que tiene a la clase trabajadora como protagonista con sus métodos (huelga, piquetes, etc.), con una vanguardia que viene de anteriores experiencias de lucha, y al mismo tiempo una importante burocracia unida para desgastar al movimiento, así como políticamente variantes neorreformistas (NUPES) y populistas de derecha que buscan capitalizar el proceso.

Nuestra red internacional de diarios (que actualmente cuenta con 15 diarios y abarca 7 idiomas) tiene que tener un papel principal, no solo en difundir las noticias de Francia y de Révolution Permanente sino en explicar muy bien el proceso, las contradicciones que tiene, por qué fracasa la estrategia de la burocracia, etc. y en qué consiste nuestra política en Francia. Todo esto explicado para que lo puedan comprender los públicos de los diferentes países. Aprovechar para pedir opiniones de intelectuales en cada país sobre el proceso francés. También utilizar ofensivamente el proceso y nuestra intervención para discutir con la periferia de nuestros grupos. Esto es muy importante porque si lo hacemos bien nos puede ayudar a acercar a nuevos compañeros y compañeras a la militancia revolucionaria. La gira del compañero Clément Allochon de Révolution Permanente por Argentina, que incluyó su intervención en el acto del 1ro. de mayo en Plaza de Mayo, fue muy importante para el PTS en este sentido, también se han realizado en etapas anteriores del conflicto charlas con compañerxs de Révolution Permanente en el Estado Español. Nos proponemos desarrollar este tipo actividades internacionalistas en las principales organizaciones de la FT-CI. Todas estas discusiones hacen a la calidad de los grupos que estamos construyendo. Salvando las distancias, así como Trotsky en 1931 llamaba a todas las secciones de la Oposición de Izquierda Internacional a poner como prioridad el seguimiento de la lucha en España, hoy todas nuestras organizaciones deberían vibrar alrededor del proceso francés.

Como empezó a mostrar Francia, cuando se desarrollan procesos profundos que ponen al orden del día las tendencias a la huelga general, grupos de algunos cientos como el nuestro con una política correcta pueden jugar un rol en reorganizar a la vanguardia y dar saltos en influencia política y construcción. El proceso en Francia puede tener consecuencias internacionales desde el punto de vista subjetivo si se desarrollan, y a medida que lo hagan, los elementos pre-revolucionarios de la etapa. Tenemos que buscar todas las vías para aprovecharlo como FT y en cada país.



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