Rebelión en la pocilga

Parafraseando a Groucho Marx, tengo una tesis. Si no os convence, tengo otras. Incluso os puedo presentar el asunto no como tesis sino como hipótesis... distópica que no por ser distópica es menos consistente. Pero sería una hipótesis de trabajo para preservarnos de la tesis. Del mismo paño que la probable respuesta a la pregunta del por qué se manipulan los coronavirus en los laboratorios, que supongo que será la investigación de la vacuna. Razón ésta, la de la manipulación, por la que a algún laboratorio se le puede haber escapado un virus de esa clase porque no había seguridad suficiente en "ese" laboratorio. De lo que no tengo ni tesis ni hipótesis es del por qué y del para qué patentar, registrar, a nombre de una persona física o jurídica un virus...

He aquí, pues, mi tesis, o mi hipótesis. Pues este relato puede llamarse de ambas formas. ¿No se os ha ocurrido lo que voy a decir, alguna vez? A mí tampoco, hasta lo que estamos viviendo.

Si yo tuviera ese impulso, creo que consideraría como la primera medida más eficaz para dominar al mundo la de persuadir el Estado al ciudadano, que le conviene, por su propio bien, tolerar el chantaje del Estado; que debe aceptar de buen grado y de una manera permanente las proscripciones de los especialistas en salud que forman parte del Estado, porque en caso contrario será declarado malhechor público y cuanto menos severamente multado. El saber de los expertos, de los especialistas, de los doctos, en cualquier materia pero especialmente en la química, la médica y la farmacéutica -por cierto estrechamente unidas-, le dará a la sociedad, a cada sociedad y a cada individuo, las claves de una vida menos peligrosa en materia de salud. Por ejemplo, hace mucho que los Estados presionan para que la sociedad deje de fumar. Y a cambio, ponen a su disposición y según sea su poder adquisitivo, en el comercio libre bebidas alcohólicas a granel, y en el estraperlo toda clase de alucinógenos. Ambos, alcohol y sustancias psicotrópicas, nos sugiere el Estado porque nos subestima, que son menos dañinos que el tabaco pese a saber todo el mundo que embrutecen y destruyen la personalidad mil veces más. ¿Persigue virtualmente el Estado el uso del tabaco para favorecer el recurso al alcohol, dejando simplemente fuera de la ley el tráfico, que no el consumo, de los alucinógenos? ¿Trata el Estado de que la gente, al perder a causa de estos y aquellas buena parte de su consciencia e integridad mental, sea más feliz o menos desgraciada? Y ahora que vivimos un avatar inédito en la historia de la humanidad, ¿será más feliz todavía el ciudadano si, una vez más, hace caso al Estado y sacrifica su normal desenvoltura en favor de la pública salud?; si la sacrifica, usando cubrebocas, guardando entre sí las distancias los humanos, hablando a todas horas, meses y meses, de contagios, de fallecimientos, de toda clase incidentes en torno a ese organismo unicelular y de los incontables detalles acerca del mismo que podrían encerrarse en gruesos volúmenes para un bien dotada biblioteca de virología?

Estas preguntas y su respuesta en positivo tendrían sentido si el mal extendido que aqueja a la sociedad fuese natural y alterase considerablemente las tasas de mortalidad tomando como referencia, por ejemplo, la de los últimos cinco años. Pero está ya comprobado que ese mal no lo es, no es natural, y ni aun así, ni aunque lo fuera, afecta significativamente a quienes tienen sus defensas inmunológicas en orden. Por lo que se hace muy sospechosa tanta preocupación del Estado por la acción de este virus al mediar un cúmulo de circunstancias y de datos: dudosa confiabilidad la que merece la "organización mundial de la salud", dudosos propósitos del Foro de Davos, extrañas maniobras entre personal de laboratorios estadounidenses y personal de un laboratorio chino reunidos el pasado año en un laboratorio de la provincia china de Wuhan... Esto, por un lado. Por otro, dudosa tecnología de comunicación que se supone muy peligrosa por la radiación al humano que comporta, la cual una parte de la sociedad mundial intenta evitar. Por otro lado, y esto me parece fundamental, situación ruinosa del sistema económico de libre mercado imperante en el planeta; un sistema que ordinariamente alardea de ser el más eficaz para toda la sociedad humana, que está haciendo aguas, como ese gigantesco crucero que hace más de un siglo naufragó precedido de la aureola de ser la embarcación más segura de la Historia. Y mientras todo eso ocurre con la población del mundo asustada, temblorosa, psicológicamente debilitada, según mi tesis o hipótesis, es que espectros humanos preparan un nuevo orden mundial a lomos de las proscripciones de los conspiradores que se apoyan en parte en la industria farmacéutica. Y digo espectros, porque aunque las sospechas recaen sobre varios personajes y distintas instituciones internacionales, como el Foro citado y el Club Bilderberg, no se sabe a ciencia cierta quienes andan detrás de lograrlo, y tampoco nada se dice sobre la investigación que sin duda los Servicios de Inteligencia de los países han de estar practicando.

Pero el método al que me refiero al principio es claro: hacer que cada individuo se sienta "convencido" a actuar como el poder le dice, que ha de convertirse no en una conducta de obligado cumplimiento sino en un placer objeto de agradecimiento, por preservar el Estado nuestra salud y por disfrutar de un seguro de vida gratuito. El poder mira por nosotros. Está en todas partes. Como el dios del panteísmo de Spinoza. Y últimamente, con motivo de esta extraña situación, se ha producido el milagro de la aparición de otro poder que, me temo, es concluyente. Tan definitivo, que es mucho más eficaz que el propio poder militar y que las armas convencionales. Hablo del poder farmacéutico asociado al epidemiológico. Pues bien -sigo con el método eficaz- , una vez persuadida la inmensa mayoría de la población de que debe actuar como ambos en comandita le recomiendan primero y luego ordenan a través del poder político y éste a través del policial e incluso el militar, el Poder ya tiene el terreno allanado. Cualquier discrepancia, cualquier divergencia, cualquier disonancia, cualquier modo de actuar públicamente en materia de salud y mañana en cualquier otra que no sea la decidida, mezcla de persuasión e imposición, habrá de ser vista por el común de la población y de los medios como desviación, transgresión y heterodoxia. Y como en los tiempos en que se quemaba a los herejes, la propia población se convierte en cómplice del poder para actuar conforme al punto de vista de éste que hace suyo. Todo ello, aunque sean numerosos los científicos en el mundo que discrepan. Pero aún queda otro dato inconveniente en contra del Poder. ¿Quién, en su sano juicio, puede creer que a los gobiernos y a los especialistas que le asesoran les preocupa tanto la salud pública como para paralizar la vida normal, la laboral, la económica y por eso adoptan confinamientos y medidas drásticas para evitar contagios y fallecimientos, cuando medicamentos probadamente eficaces para combatir ciertas patologías (como por ejemplo el sofosbuvir, de la farmacéutica Gilead, para la hepatitis C, o como el elikis, de Pfizer,para cardiopatías severas) tienen un precio prohibitivo para el enfermo pero el Estado no reporta ayuda económica a miles y miles de ellos para ser tratados con ambos medicamentos? ¿Cómo es posible que extrañe a tantos, que tantos otros no sólo no aprobemos sino que rechacemos lo que los gobiernos de todos los países están haciendo con esta supuesta pandemia? Que enfermen y mueran los que tengan que enfermar o morir de lo que sea. No somos inmortales. Hemos venido a la vida para vivirla con sus luces y sus sombras. La vida es un avatar, una sucesión de riesgos... Es más, la vida con miedo no vale la pena vivirse.

Siguen la tesis o la hipótesis... Los mismos gobernantes están siendo objeto de manipulación por los autores de la infamia. Ellos también deben reaccionar. No se dejen impresionar por el número de contagiados y de fallecidos. Si el virus no está manipulado -que lo está-, la propia dinámica del virus retornará a su normalidad. Y si es un virus cuyo genoma se ha modificado en el laboratorio -que lo ha sido- es artificial y no hay vacuna posible que haga el milagro.

A menos que por "nueva normalidad" entendamos una autarquía médico-farmacéutica que maneja al poder político mundial como una marioneta, o un poder político mundial que se sirve del poder médico para convertirse en autarquía. Como el dictador franquista se repartía el poder con el clero nacionalcatolicista. Véase, ¡por Dios! que, con la necesidad o el pretexto de salvaguardar la salud pública, se está introduciendo la disciplina del rebaño: la argamasa que necesita en todo momento y sin excusa, toda dictadura...

No someterse a test ni a vacunas es el mandamiento. No estamos ante buenas intenciones, frente a una prevención estricta de la enfermedad, frente a una buena obra. Esto no es profilaxis más que una ínfima parte del propósito. Hay mucho más detrás de todo. Hay demasiados discrepantes en el conocimiento de la Biología, de la Química y de Virología como, aparte nuestras profanas pero instintivas sensaciones, para no intuir que este estado de cosas no es un espectáculo premeditado. Esto parece obedecer más bien a un proyecto siniestro para debilitar el "yo" de la persona y en general afectar a la correlación de fuerzas que hay en la sociedad, en todas las sociedades, en la humanidad. Es preciso despertar a esta pesadilla que nos llega por dos vías: por la de sugestión y por la del imperativo legal. Porque, desde luego, desde la tesis o la hipótesis, esto no ha hecho más que empezar...



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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