El valor de la desobediencia

Siempre se nos ha dicho  que la obediencia es un valor.  Pero  lo es  cuando la autoridad es legítima, las órdenes son justas, se enmarcan en los derechos humanos  y posibilitan la convivencia. La obediencia ciega a la autoridad es uno de los valores más perversos  de la cultura violenta, sobre el cual se han asentado muchas tragedias, dictaduras y opresiones. Históricamente, reyes, emperadores,  señores feudales, esclavistas, explotadores,  tiranos y dictadores  han insistido siempre  en que la obediencia es una virtud y la desobediencia es un vicio.  Pero una formación en la obediencia elimina la capacidad crítica  e inhibe al individuo para tomar decisiones propias favoreciendo las soluciones autoritarias. Es lo que sucede en el mundo militar que forma para obedecer  sin la posibilidad  de incumplir  las órdenes, pues la desobediencia acarrearía el castigo, la degradación, o incluso la cárcel y la muerte. Me imagino que habrá militares que no están de acuerdo con la  declaración del Ministro de la defensa,  Vladimir Padrino López,  cuando afirma  que la “oposición no será nunca poder político  en la vida mientras exista una Fuerza Armada Nacional Bolivariana como la que hoy tenemos”, pero por temor a las consecuencias, se callan.  ¿Acaso esta declaración no es una rotunda negación de la democracia? Y si es así, ¿para qué  convocan entonces a elecciones y pretenden ganar con ellas una legitimidad que están negando? 

Es importante reconocer la desobediencia como valor,  que es fundamental para dignificar la vida. Cuando la autoridad viola abiertamente la Constitución, irrespeta las leyes, no escucha ni muestra ninguna intención de cambiar, la desobediencia es un valor necesario e irrenunciable. En regímenes de fuerza, la educación para la paz ha de ser pues una educación para la desobediencia. La paz no es sólo la ausencia de guerra. No puede haber paz donde no están cubiertas las necesidades más elementales para vivir, donde hay miedo, resignación,  sumisión, obediencia impuesta y autoritarismo. 

La desobediencia a órdenes injustas o a  leyes  opresivas es siempre fuente de progreso y de gestación de lo nuevo. Sin actos de desobediencia nunca se hubieran  conquistado los derechos humanos, la abolición de la esclavitud, el voto de la mujer, el respeto a las minorías. Gandhi, Martin Luther King, Mandela, entre muchos otros, obedecieron la voz de sus conciencias y se negaron a obedecer leyes injustas. 

El gran escritor argentino Jorge Luis Borges escribió: “ Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez” . 

Algo parecido  pensaba el escritor italiano Giovani Papini,  cuando escribió: “ ningún dictador puede mantenerse en el poder él solo. Siempre necesita de varios círculos de serviles a su alrededor. A todos ellos los recompensa de acuerdo al grado de servilismo que demuestran, en la medida en que obedezcan sin chistar sus órdenes”.  Muchos de ellos, seducidos por la ambición o con la ilusión de estar cercanos al poder y disfrutar de sus beneficios, pierden todo  vestigio de ética, terminan acallando  la voz de sus conciencias, y se convierten en personas serviles y  sin dignidad. Hay también algunos, que cegados por la ideología a la que no quieren renunciar,  siguen  defendiendo unos principios, sin capacidad crítica o autocrítica para ver que los resultados niegan por completo sus presupuestos  teóricos. 



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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