Nicolás Maduro y las hijas de Soberbia

"No le temo a Dios"

Nicolás Maduro Moros

"La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano (…) Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; más donde hay humildad, habrá sabiduría"

Salomón, Rey de Israel

"La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder"

José de San Martín

I. Tres hijas de Soberbia: Presunción, Ambición y Vanidad

El vicio que más resalta la ausencia de humildad es la fea soberbia. Se mira con más agrado acciones malas a las que acompaña la humildad, que obras buenas inficcionadas de soberbia. "Humildad es andar en verdad, soberbia es andar en mentira" (Teresa de Jesús, Sexta morada 10,7); cuando no se reconoce la verdad sale la mala hierba de la soberbia, de la que a su vez proceden otras y otras.

Según Gregorio Magno, la soberbia es "la reina de los vicios", "la raíz de todo mal", del que nacen todos lo demás. Gregorio sostiene que el orgullo se manifiesta de cuatro formas: "Cuando se piensa que el bien deriva de nosotros mismos; cuando se cree que, si nos es dado desde lo alto, es por nuestros méritos; cuando uno se vanagloria de poseer algo que no tiene; cuando, despreciando a los demás, se aspira a aparecer como los únicos dotados de determinadas cualidades".

En esta misma línea y nutriéndonos aún con la sabiduría de este padre de la Iglesia latina, vale la pena detenerse un instante también sobre el hecho de que el orgullo se sitúa entre lo insoportable y el ridículo:

"Todo lo que hacen los demás, incluso cuando está bien hecho, no le gusta al orgulloso; le gusta únicamente lo que él hace, aunque esté mal hecho. Desprecia siempre las acciones de los demás y admira siempre las propias porque, haga lo que haga, cree haber hecho algo especial y, en eso que hace, se mueve por un afán de gloria y para que redunde en beneficio propio; en todo cree ser superior a los demás, y mientras a dando vueltas a sus pensamientos sobre si mismo tácitamente proclama su propia alabanza. Alguna vez, además, está talmente satisfecho de sí mismo que, cuando se engríe, se deja llevar por discursos exhibicionistas".(Gregorio Magno)

La soberbia es hipertrofia del yo, es aquella patología que conduce a perder el sentido del límite, a exaltarse desmesuradamente a sí mismo. La misma palabra "soberbia" deriva del término latino superbia, cuyo prefijo "super" indica ya un sentido de superioridad de sí mismo, un sentirse superior a los demás. Se puede comprender así la afirmación de Jacques Marin según la cual "el mayor obstáculo del amor no es el egoísmo, sino el orgullo".

Es significativo que toda la tradición espiritual cristiana haya definido como soberbia el pecado del primer hombre (Genesis 3), porque la soberbia es la autoconstitución del yo como señor de todo y de todos. El soberbio, el orgulloso, no reconoce a Dios como su origen, no lo reconoce como Señor. Más aún, ocupa su lugar y subvierte su señorío, porque el señorío de Dios es para el otro, mientras que el del hombre es para sí mismo, sin los otros y contra los otros. Y si en el principio el orgullo puede ser un acto, una opción libre y puntual, con el tiempo puede convertirse en un estilo de vida y en una forma de comportamiento, que convierte al hombre en un ser auténticamente luciferino, satánico.

» »» » Se conoce a un soberbio porque:

  • Siempre quiere tener razón.

  • Aparenta y se hace valer a cualquier precio. En todo pretende ser el primero y figurar, y cuando pierde insulta y echa las culpas a otros.

  • Quiere que todos le aplaudan y desprecia a los demás.

  • Si alguien le advierte de una falta, se enfada y contesta.

  • Parece admirar sus propios defectos: "¿Por qué no cesas de croar? 'Me encanta mi voz', respondió la rana".

  • Es vanidoso cuando algo le sale bien.

  • Solo habla de sí mismo y de sus cosas. Cuando habla de los demás es para menospreciarles o para agrandar sus defectos.

  • No sabe pedir perdón a sus padres, a sus compañeros, a nadie.

  • Miente para hacerse el interesante.

  • Es envidioso como esa rana que vio como herraban al caballo y presentó también sus patas.

  • Si no le salen bien las cosas se desanima en seguida.

  • Como gallo que canta demasiado rato, se lastima la garganta.

  • Cree que no necesita de nadie.

  • Se expone a choques frecuentes porque viaja por una carretera donde hay demasiado tráfico, desaprovechando la autopista sin peaje de la modestia, que además va casi siempre vacía.

» »» » Pero no hay que perder la esperanza. Un gallo estaba convencido de que era la potencia y belleza de su canto lo que hacía despertar el sol cada mañana. Un día, agotado, se quedó dormido y descubrió que eran los rayos del sol quienes hacían posible el amanecer, y no su canto.

II. Las malas hierbas

La mala hierba de la presunción

El presuntuoso cree poder hacer cosas que superan sus propias fuerzas sin requerir del auxilio de nadie. Se juzga demasiado bien a sí mismo: pasa por alto las propias limitaciones y enaltece las propias habilidades buscando llamar la atención sobre ellas. Su irrealismo le lleva a situarse permanentemente en circunstancias en las que muy difícilmente cede: dime de qué presumes y te diré de qué careces. De ahí surge el desaliento, causa a su vez de nuevas caídas, que sin embargo no reconocerá, aunque al final le duelan: el que siendo asno se crea gamo, se desengañará al saltar una zanja.

El presuntuoso evita las pequeñas virtudes que pasan inadvertidas y busca las virtudes "vistosas". Ignora que río ancho no hace ruido. Tú, aunque seas mandarín, ten en cuenta que no eres más que el hijo de tu madre.

La mala hierba de la ambición

La ambición es codicia egocéntrica. Si no ponemos coto voluntariamente a lo que tenemos, seremos tenidos por lo que nos tiene, pues como dijo Séneca "el que tiene mucho desea aún más, lo cual prueba que todavía no tiene suficiente; en cambio, el que tiene bastante ha llegado a un punto al cual el rico no llegará jamás". La ambición consiste en buscar la honra que no se merece y que no se puede alcanzar. Pero en última instancia lo que no se puede alcanzar es el superego, y por eso la ambición no es deseo desmedido de poder o de dominio, sino exagerado apego al yo, ambición del yo enfermo.

» »» » El yo enfermo aparece en todas las patologías. Cuanto menos conforme consigo está un yo, tanto más necesita ser reconocido: es un síntoma infalible. El yo del ambicioso es fundamentalmente ciego espiritualmente, la ambición ciega el espíritu. Es también un vicio depauperador: el pobre carece de mucho, pero el ambicioso siempre de todo aunque tenga casi todo.

La codicia

La codicia es la Taenia solium: nos atenaza más cuanto más tragamos. En el desenfreno consumista la codicia es fomentada y excitada: "¿qué hay de malo en pasarlo bien?", "si yo trabajo ¿por qué no puedo gastar mi tiempo y mi dinero como quiero?". "No renuncies a nada", bombardea la publicidad con gran dominio del proceso de retroalimentación que se da entre las pasiones y la abdicación de la voluntad.

Pero quien persigue a dos liebres no atrapa ninguna. ¿Sabremos aprender a decir «no, gracias» al desenfreno consumista, pero no sólo para ahorrar unos centavos, sino también para poder compartir hacia fuera y crecer hacia dentro? «No gracias», porque eso no lo necesitamos, porque lo vemos claramente superfluo y además porque tenerlo nos deshumaniza al potenciar nuestra falta de solidaridad. "No gracias", ante el instinto de vivir con desmesura que nos hace olvidar que vivimos en un mundo limitado. Con nuestra renuncia podemos alcanzar entre todos una vida más humana.

La mala hierba de la vanidad

La vanidad es el amor desordenado a ser estimado por los demás. Se distingue de la soberbia por cuanto en esta última la persona se complace en la propia excelencia, en tanto el vanidoso se complace en el reconocimiento que los demás le tributan. Generalmente la vanidad procede de la soberbia: quien se estima más de lo que vale desea ser muy estimado por los demás.

» »» » Un cuervo que había robado un trozo de carne se posó en un árbol, y una zorra que lo vio quiso adueñarse de la carne. Se detuvo y empezó a exaltar sus proporciones y belleza, diciéndole además que le sobraban méritos para ser el rey de las aves y que sin duda podría serlo si tuviera voz. Pero, al querer demostrar a la zorra que tenía voz, dejó caer la carne y comenzó a lanzar grandes graznidos. Aquélla se lanzó y, después que arrebató la carne, dijo: "cuervo, si también tuvieras juicio, nada te faltaría para ser el rey de las aves".

Vanidad de vanidades y todo vanidad, vacío de vacíos y todo vacío es quien se cree lleno de plenitudes y todo plenitud. No existe persona tan vacía como aquella que está llenísima de sí, ni tan opaca como la que piensa brillar más, aunque muchos hombres se agolpen hacia la luz no para ver mejor, sino para brillar más. Salomón dice que resulta insoportable la criada cuando se convierte en heredera de su señora, así que "sería peligrosísimo para el alma que ha sido por mucho tiempo esclava de sus pasiones el que de repente llegase a ser dueña y señora de ellas, porque podría convertirse en orgullosa y vana. Es necesario que poco a poco y paso a paso adquiramos este señorío, en cuya conquista los santos y las santas emplearon muchas decenas de años".

» »» » No te estires más de lo que alcanza la cobija. No te envanezcas, que no hay vanidad que cien años dure. No seas gallo vanidoso, que no sirve para gran cosa. ¿O es que piensas que el sol ha salido esta mañana para oír hacer gárgaras? El gorrión que vuela detrás del halcón cree que éste huye de él.

REFERENCIAS

CARLOS DIAZ, Soy amado, luego existo (VOL. II), Desclee de Brouwer

https://www.aporrea.org/actualidad/a259312.html

https://www.aporrea.org/pachamama/a235616.html

 



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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