Nunca me despidiré de mi condición de revolucionario

Esta mañana ha sido particularmente triste para mí. Hay dentro de mí esa fea combinación de tristeza, impotencia y arrechera que hace que se aflojen las lágrimas. Si me pongo a ver, el día no tenía nada de especial, era igual a muchísimos precedentes. Sin embargo ya dentro de mí se revolvían los pensamientos de que de nuevo tenía que buscar mi “unicornio azul” y que el que había encontrado no era más que una ilusión, quizás hasta un efecto alucinógeno. ¡Qué duro es cuando la realidad te abofetea los sueños! ¡Qué fea es la decepción y la desilusión!

Antes de escribir esta carta de despedida, leí otra que me hizo comprender que la decisión de escribirla era necesaria. Sin embargo, ya mi emoción y mi razón habían convergido en indicarme que no podía seguir soportando lo insoportable. Nuestro país está podrido en la más profunda crisis moral de la historia. La corrupción ha hecho terrible metástasis en todo la población y son muy pocos los que enarbolan de manera auténtica la bandera de la moral. Es triste ver al pueblo robándole al pueblo, mientras la capacidad adquisitiva de los asalariados se vuelve nada y la cultura del rebusque se consolida en toda la población. Las inequidades se hacen cada vez más patentes, por un lado los pendejos asalariados, por otro lado los oportunistas y mafiosos. Se dice que estamos en camino a un modelo social superior que llaman socialismo, pero la realidad es que nos encontramos en la más asquerosa de las variantes del capitalismo salvaje. El socialismo es en esencia el control social de la sociedad y lo que está ocurriendo en Venezuela se aleja cada vez más del control social. De hecho, se puede afirmar que hoy por hoy Venezuela está controlada por el caos, valga el oxímoron.

Como nunca estamos a merced de los vicios económicos y sociales. El hampa de cualquier color de cuello nos tiene azotados. Dentro de estos hampones incluimos no sólo a la delincuencia común y a los sicarios y mercenarios que contratan unos y otros, sino a los funcionarios negligentes y corruptos, a los empresarios usureros, a los chavistas oportunistas, a los opositores vende-patria, a los contrabandistas con y sin uniforme. Tal ambiente hamponil se desarrolla en el marco de un “proceso revolucionario” que estaba llamado a significar la máxima felicidad para nuestro pueblo, llamado a hacer crecer lo más hermoso de nuestra condición humana y llamado a ser paradigma de modelo social para el mundo.

Quizás los que me conocen no se sorprendan mucho de este pronunciamiento. Ya en muchos de los artículos que he escrito he mostrado mis críticas hacia el estado de corrupción que tenemos, a esta variante libertina del capitalismo que ha prevalecido en Venezuela por más de un siglo, y a la adopción de un supuesto modelo socialista que nadie es capaz de precisar en qué consiste. Inclusive, hay amigos que me dicen (en broma y en serio) que pronto me verán “saltando la talanquera”. No obstante y a pesar de estarme despidiendo hoy de la etiqueta “chavista”, ratifico mi condición indeclinable de revolucionario, ya que nunca dejaré de luchar por buscar un mundo mejor. En este sentido dejo muy claro que no me verán al lado de quienes impulsaron el paro petrolero, quienes contratan sicarios para realizar guarimbas, perpetrar asesinatos y propiciar la desestabilización del país. Es decir, nunca estaré del lado del que atente contra el pueblo.

También quiero ser muy preciso al señalar que no es por Chávez que dejo de ser chavista. Es más, dentro de mi visión revolucionaria hay la clara influencia de este líder extraordinario, sus pensamientos y sus acciones. Dejo de ser chavista porque no quiero tener la misma etiqueta que utilizan aquellos que están protagonizando la destrucción de mi país y la del sueño revolucionario mundial. Por supuesto, no aludo de esta manera a toda la población chavista venezolana y del mundo que de manera auténtica tiene sus ideales, me refiero “al oportuno, mutilador de cuánta ala”, a la camarilla corrupta que se ha entronizado en las distintas instancias del Estado y que ha usurpado el poder popular.

También debo decir que la influencia de Bolívar, Marx, Guevara y Chávez seguramente está presente en la mayor parte de los revolucionarios venezolanos y latinoamericanos en general. Sin embargo, parafraseando a Alí Primera podemos decir: “Chávez, chavista, no es un pensamiento muerto, ni mucho menos un santo para encenderle una vela.” No hay duda de que Chávez le aportó al movimiento revolucionario mundial un nuevo impulso, sin embargo en su humana condición cometió errores que hoy estamos pagando.

Quizás el mayor error cometido fue el de dejar crecer dentro del aparato del Estado una terrible red de corrupción. La lucha contra ese flagelo, que fue elemento fundamental de la campaña que por primera vez lo llevó a la presidencia de la República, nunca se convirtió en referente claro del accionar del proceso bolivariano. El capitalismo crápula que había caracterizado a nuestro país hasta la cuarta república, asume en la quinta otra variante de capitalismo crápula. Aquella burguesía parasitaria que chupaba de los ingresos petroleros del pueblo bajo el negocio asquerosamente corrupto de adecos y copeyanos le dio paso a otra burguesía parasitaria que muchos denominan “boli-burguesía” o “burguesía roja”.

Es claro que el problema de la corrupción no es para nada exclusivo de Venezuela. De hecho, la corrupción moral que abarca a todas las formas de corrupción representa la principal causa de todos los problemas que afronta la humanidad. El capitalismo es en esencia un sistema social corrupto porque parte del robo de la fuerza de trabajo. Pero más allá de eso, hay que percatarse de que los niveles de especulación, usura, inseguridad, pobreza, problemas de salud y de baja calidad de vida en general disminuirían si lográsemos dominar la corrupción. En este sentido tenemos que darnos cuenta que la lucha contra el capitalismo se inscribe dentro de la lucha contra la corrupción y que no habrá proceso revolucionario que aguante ese cáncer que carcome las entrañas de la sociedad.

Siempre he creído que hablar de revolución y de revolución cultural es hablar de exactamente lo mismo. La cultura tiene muchos aspectos que la caracterizan, pero dado que tengo el criterio de que la corrupción es la principal causa de todos los problemas sociales, tendremos realmente revolución en la medida que tengamos un pueblo cada vez menos corrupto, más comprometido con la lucha anti-corrupción y más decidido a asumir los problemas para resolverlos. Es triste darse cuenta que en estos años del proceso chavista nuestra cultura nacional ha involucionado, especialmente en el sentido moral.

No puedo finalizar este pronunciamiento sin precisar quien fue que escribió ese “Adios al chavismo” al cual hice referencia en el segundo párrafo. Al camarada Roland Denis lo conozco desde la época que formábamos parte del comando de campaña de Andrés Velázquez en el año 1993. Posteriormente me enteré que él y yo formábamos parte de aquella “Desobediencia” vinculada al clandestino Movimiento Revolucionario de los Trabajadores. Hoy de manera sentida y hasta poética nos presenta su mensaje de despedida al chavismo. Sin duda, él conoce mucho más al “monstruo desde sus entrañas” de lo que este humilde servidor ha llegado a conocer y en su mensaje de despedida aporta elementos importantes para comprender nuestra dura realidad, de modo que invito a leerlo en Aporrea del día 28/09/2015.

Hoy por hoy considero a Roland más camarada que nunca y de verdad espero que en algún momento los verdaderos revolucionarios converjamos en un nuevo movimiento que reactive y reimpulse nuestros sueños.
Con todo compromiso revolucionario, se despide del chavismo,


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Felipe Pachano Azuaje

Profesor de la Universidad de los Andes

 pachano@gmail.com

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