¿Es, también, el bicentenario del déjalo así, del ya veremos, del perro que como manteca?

Que nadie se lo tome como una agresión personal, no pretendo estigmatizar el gentilicio, sólo luchar por superar, lo que me parece, una censurable manera de ser venezolano. Y como esta imputación, luego de las intensas celebraciones bicentenarias que hemos tenido, y sin duda alguna, de tareas bien cumplidas; pudiera parecer un exceso mío, les pido que, sin apasionamientos patrioteros, revisemos ese tumbaito que subyace en nuestra conducta ciudadana, que es la expresión colectiva de cada uno de nosotros. Hacerlo es fundamental, no sólo para los revolucionarios, sino para todos los venezolanos de bien, pues, creo que tenemos malas ausencias.

Tales ausencias, a pesar de los tiempos que corren, no tiene nada que ver con chavistas o escuálidos, ni con pueblo y oligarcas. Las ausencias que veo dejan de lado, y he aquí una grande y decepcionante contradicción, distingos ideológicos, políticos o sociales. Es palpable, de hecho se escucha permanentemente en crónicas y cuentos, el desapego atávico que tenemos por la disciplina y el orden. Pero, también, la ligereza que demostramos ante leyes y normas de conducta, así como eludiendo la responsabilidad por los actos realizados o incumpliendo la palabra prometida. Y peor aún, estas cosas no parecen afectar el prestigio de nadie.

Mencionaré dos ejemplos muy recientes: la precandidata Machado dice a los cuatro vientos ser demócrata convencida y respetuosa de la Constitución, y lo dice sin sentir la necesidad de disculparse por haber respaldado la disolución de los poderes constitucionales. Mientras tanto, y en el lado opuesto, el propio ministro de justicia, frente a los medios de comunicación, le da palmaditas en el hombro a uno de los asesinos psicópatas de El Rodeo, que acababa de matar a veinticinco personas, entre ellos tres GN.

Parte del problema está en que hacemos chistes de todas estas ausencias éticas que acompañan nuestra vida cotidiana. Si dejáramos de hacerlo veríamos más claro, como nuestras obligaciones y tareas son, de alguna manera, afectadas, cuando no interrumpidas, por una (o muchas) de estas situaciones: la improvisación, la inconstancia y la imprecisión; el alboroto, el desorden y la desconsideración; el desparpajo, la mentira, el contubernio y la trasgresión.

Pero, ¿cómo se fue cristalizando esa conducta de hacer rubieras y dejarlas hacer? ¿Tuvo sus raíces en el modo de vida colonial impuesto por la brutalidad española? ¿La adquirimos en décadas de caudillismo primitivo? ¿Será consecuencia de una economía rentista donde la existencia del petróleo, y su valor, no fue producto de nuestro esfuerzo? ¿O fue la suma de todo esto? ¿Y qué ha pasado luego de doce años de revolución?

Ante las dudas recurro a la pregunta tradicional del consuelo: ¿Tal cosa sucederá igual en países vecinos y similares, por ejemplo Colombia, Ecuador o Perú? Porque de lo que estoy seguro es que con el pueblo cubano no pasa lo mismo. Y no se trata sólo de los cubanos, estamos bien lejos de la organización que caracteriza a los gringos, pero ¿somos acaso más comprometidos que ellos? ¿Tenemos la entereza de los bolivianos, y su modestia?

Claro que también me pregunto, cómo, siendo las cosas de esta manera, se pudo producir aquí el actual proceso político que es, sin duda alguna, referencia para muchísimos revolucionarios del mundo. Y voy más atrás: ¿cómo hicimos una guerra de independencia y la llevamos a los países hermanos? ¿Cómo explicar el fenómeno Boves? ¿Cómo la guerra federal? ¿Las guerrillas de los años sesenta? ¿Y el Caracazo? ¿Fueron, todos, momentos de luchas fulgurantes?

Tales preguntas no se responden atribuyendo esa épica guerra independentista, al accionar de un superdotado. O pensando que, a Boves, su resentimiento social lo convirtió en sanguinario caudillo, olvidando que los zambos del Llano, los negros de Barlovento y los mulatos de Aragua lo tenían como su benefactor. Tampoco es muy científico atribuir la Guerra Federal a un episodio protagonizado por un aventurero, como pretendieron hacer, igual que el caso anterior, los historiadores de la derecha. Hay que ubicarse en el siglo XIX venezolano para ver el padecimiento que convirtió a Boves en líder popular y a Zamora en revolucionario adelantado. Siendo así no debería quedar dudas que lo sucedido luego de Zamora, y hasta el pacto de Punto Fijo, fue producto del mismo padecimiento y del oportunismo que esas necesidades no resueltas generó. Pero ¿por qué, entonces, el fracaso guerrillero de los sesenta? ¿Y por qué, luego, el Caracazo? ¿Sería este un acto insurreccional tardío, o simplemente que la frustración por la promesa electoral incumplida se transformó en arrebato oportunista?

¿Y cómo explicar el fenómeno Chávez? Es de un lirismo excesivo imaginarlo como el encuentro de un telúrico Florentino con disciplina militar y el irredento espíritu revolucionario. Su aparición en escena coincidió con momentos en los cuales los llanos estaban controlados por la Compañía Inglesa y cuatro terratenientes adecos, mientras la izquierda venezolana, exceptuando la que Maneiro formó, se entregaba al viva la pepismo, algo muy similar a lo que pasaba en las fuerzas armadas. Pero, Chávez no fue un hecho fortuito, era tal la descomposición de la IV República que, del ejército, siempre manoseado por la derecha, salió el juramento del samán.

Y entrando al asunto central donde esta mala forma de ser venezolano, brevemente descrita, tiene sus peores consecuencias, pregunto ¿Es el proceso bolivariano realmente un proceso revolucionario que irá progresivamente cambiando esa terrible carga histórica o está entrampado, como continuación de la saga, entre un populismo meramente electoral y un estatismo arrogante penetrado por la corrupción?

Pienso que hay, para decirlo así, un ala luminosa y un ala oscura en el vuelo de la escuadra estatal, y no se trata sólo de facciones diferentes (que las hay), son también dos conductas que conviven simultáneamente en muchos de los integrantes de la nave insignia. De una u otra manera, el ala oscura ha logrado poner en marcha, a pesar de la parte luminosa, claras políticas populistas. No me voy a referir al aquelarre que, una maléfica cultura sindical, contraria a los consejos de trabajadores, ha montado en Guayana, voy a mencionar sólo una muestra colateral de esa misma desviación: la pretensión de consagrar en las universidades el voto del personal administrativo, un gremio universitario que, no sólo no ha luchado por eso, sino que es una deformada burocracia (en contenido y tamaño), a años luz de cualquier conciencia revolucionaria. Por otro lado, ese mismo sector oscuro del que hablo, ha impuesto el estatismo en la acción gubernamental logrando, a pesar del impulso que se le dio al poder popular, que no se le entregue a los consejos comunales el papel principal en la construcción de viviendas, metiendo al gobierno en la loca e imposible tarea de cumplir exigentes metas a través de la contratación y construcción directa. El lado oscuro no sólo es arrogante, maquina los beneficios tangenciales que eso le genera importándole un pito las metas.

Voy a hacer aquí (por la importancia del asunto) una pequeña digresión: como arquitecto estoy totalmente convencido que el papel del Estado en política habitacional es producir las transformaciones profundas en la estructura de las ciudades, su tarea de constructor debe centrarse en el urbanismo, creando todas las facilidades para que la gente, como siempre lo ha hecho, construyan sus viviendas. Como comunista no tengo la menor duda que la organización de los ciudadanos, actuando como colectivo, solidario y productivo (tres adjetivos esenciales del socialismo), no sólo puede hacer esa tarea, separándose del lado oscuro de la cultura venezolana, puede, en definitiva, derrotar al capitalismo. Pero vean que este estatismo del que hablo pretende mantener a raya a los consejos de trabajadores, a los consejos comunales y a los consejos estudiantiles. Es decir, asfixiar al Estado Comunal antes que se desarrolle.

Concluyo afirmando que, sin duda alguna, Chávez en sus discursos nos habla de revolución, pero, en los hechos, los cambios culturales que necesitamos para alcanzarla, no acompañan ese discurso, van muy rezagados (y no por culpa de él). Sería prudente entender las implicaciones de esto y no seguir con el cuento de la irreversibilidad del proceso, que es, para decirlo suavemente, una inocentada. Lo que quedó en Rusia luego de setenta años de “todo el poder a los soviets” (al lado de lo cual lo nuestro es un paseo campestre) fue el terrible dolor de los sacrificios inútiles y de la esperanzas perdidas.


jmrr44@hotmail.com


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José Manuel Rodríguez


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