Con referencia a esto
último es posible que el lector no familiarizado con el lenguaje universitario
desconozca el nivel de importancia que la investigación y extensión
tienen para una universidad. Antes que nada las universidades cumplen
tres funciones en la sociedad: primero investigar y crear conocimiento;
luego formar y brindarle las herramientas técnicas y teóricas a los
estudiantes para que respondan a sus retos profesionales, eso lo hacen
a través de la docencia; y tercero, llevar ese conocimiento a
las comunidades y colocarlo al servicio de ellas para la solución de
sus problemas, eso se conoce como extensión. Lo reconocido como “dadores
de clases” no son profesores universitarios, menos aún, y elevando
el listón, pueden calificarse de académicos. La academia es un asunto
muy serio para ser visto a través del crisol de los cargos o puestos
burocráticos. El académico no es quien quiera, sino quien pueda.
Esta reflexión llega
porque últimamente se ha estado discutiendo, a nivel nacional e internacional,
el problema de la educación superior latinoamericana la cual, tomando
como referencia la medición de Ranking académico mundial, instituciones
de educación superior latinoamericanas, no aparecen en las primeras
doscientas mejores del mundo (el liderazgo de este ranking lo tiene
la Universidad Harvard de Estados Unidos de Norteamérica); y cuando
aparece una universidad latinoamericana es en el puesto doscientos cincuenta
y uno; es decir, algo sucede en Latinoamérica que nos hace estar varios
pasos atrás del liderazgo del conocimiento. Si vamos al caso de Venezuela,
habría que citar la Clasificación Académica de Universidades
o Ranking Mundial de Universidades en la Web, el cual es un portal que
surgió por iniciativa del Laboratorio de Cibermetría, que pertenece
al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el mayor
centro nacional de investigación de España. La organización fue fundada
en 1939, a partir de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas, creada en 1907 bajo el liderazgo del premio Nóbel Prof.
Ramón y Cajal. El criterio de clasificación es simple: tamaño de
la Institución Universitaria, viabilidad en la construcción de nuevo
conocimiento, investigación en diversas áreas de conocimiento y matrícula
escolar egresada, con colocación directa en el mercado laboral. Si
aprecian bien, aquí no se utiliza ese criterio de “altas calificaciones”,
aunque es un baremo importante y el cual debe estimularse, sólo se
hace referencia a condiciones mínimas de oferta del servicio educativo,
y por supuesto se prioriza la investigación y al reflejar el interés
en los egresados, se está dando un interés primordial a la extensión,
dado que los egresados son la puerta franca directa a las comunidades.
En este Ranking Mundial,
que va del uno hasta “n” número de instituciones de Educación
Superior del mundo, hay un aparte por continente y Latinoamérica tiene
su aparte; allí, en el caso de las universidades venezolanas, aparece
en el puesto 640, la Universidad de los Andes, de Mérida;
848, la Universidad Central de Venezuela, de Caracas; 1.175, la Universidad
Simón Bolívar, de Caracas; 2.718, la Universidad de Oriente Venezuela,
de Barcena-Sucre; 2.764, la Universidad Nacional Abierta, de Caracas
; 2.513, la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, de Barquisimeto;3.344,
Universidad Pedagógica Experimental Libertador, de Caracas; 4.977,
la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Occidentales Ezequiel
Zamora, de Barinas; 5.534, la Universidad Nacional Experimental Simón
Rodriguez, de Caracas; 7.723, la Universidad Bolívariana de Venezuela,
de Caracas, entre otras. Nombro sólo algunas y las identifico con la
ciudad donde funciona el Rectorado de cada Universidad, aunque todas
las nombradas tienen vida en todo el territorio nacional. La estadística
preocupa por el hecho de que la debilidad mayor que se adjudican estas
instituciones para no merecer un lugar más elevado en el Ranking, es
la poca investigación que se realiza. Es decir, no están generando
el nuevo conocimiento que es la tarea fundamental de una universidad;
a ello se une que el número de egresados colocados en el mercado laboral,
de manera formal, no llega al veinticinco por cientos (estimando un
porcentaje mayor por aquellas carreras de libre ejercicio que para efectos
del ranking tienen otro tratamiento); en una palabra, son instituciones
que no responden a la expectativa de formación y proyección para lo
cual fueron creadas.
¿Qué lectura se puede
tener de esta situación? Que es necesario impulsar las mesas de trabajo
del Proyecto de Ley de Educación Universitaria, y hay que reestructurar,
de fondo y no de forma, las instituciones experimentales y autónomas
que hacen vida universitaria en el país. Es necesario devolverle la
majestad académica a la figura del profesor universitario y es necesario
incentivar, exigir diría de forma más tajante, que quien ejerza las
funciones de docencia en las universidades tenga investigación y extensión
como carta de presentación en sus hojas de vida (curriculum). La mediocridad
no es ignorancia, es una conducta que está viciando las Comisiones
Técnicas y Académicas de las universidades; la ignorancia es una duda
razonable propia de la vida en sociedad, esa, la ignorancia, si funcionamos
como universidad podremos tener el privilegio de ir minimizándola.