Alquimia Política

De reglamento y ranking

Cuando de intuición se trata, a título personal, ella me hace desconfiar de dos tipos de personas: las que se venden exentas de vicios e imperfecciones; y las que dicen adherirse a normas o reglamentos. Las primeras son muy peligrosas y es preferible ni mencionarlas; las segundas son muy hipócritas y como el término de “anti-moral” no existe, porque se es moral o no se es, son personas sin moral dado que sus actos nunca respetan la dignidad humana ni la dinámica real de la vida en sociedad. Igual pasa en las organizaciones de Educación Superior, en las cuales he trabado desde 1991 (primero como preparador, luego como docente, y las cuales conozco bien), en donde se aprecian personajes que se ufanan en llamarse “profesores universitarios”, cuando, en su hacer-haciendo, no cumplen con ese rol, y no me refiero a los de “libre contratación”, que en cierto modo, por su condición “extraña” de contrato no llevan una vida universitaria integral, sino a los llamados “profesores a dedicación exclusiva”, que sólo pernotan en actividades de aula, repitiendo barbaridades que algún osado escribió: no hacen investigación ni extensión. 

Con referencia a esto último es posible que el lector no familiarizado con el lenguaje universitario desconozca el nivel de importancia que la investigación y extensión tienen para una universidad. Antes que nada las universidades cumplen tres funciones en la sociedad: primero investigar y crear conocimiento; luego formar y brindarle las herramientas técnicas y teóricas a los estudiantes para que respondan a sus retos profesionales, eso lo hacen a través de la docencia;  y tercero, llevar ese conocimiento a las comunidades y colocarlo al servicio de ellas para la solución de sus problemas, eso se conoce como extensión. Lo reconocido como “dadores de clases” no son profesores universitarios, menos aún, y elevando el listón, pueden calificarse de académicos. La academia es un asunto muy serio para ser visto a través del crisol de los cargos o puestos burocráticos. El académico no es quien quiera, sino quien pueda. 

Esta reflexión llega porque últimamente se ha estado discutiendo, a nivel nacional e internacional, el problema de la educación superior latinoamericana la cual, tomando como referencia la medición de Ranking académico mundial, instituciones de educación superior latinoamericanas, no aparecen en las primeras doscientas mejores del mundo (el liderazgo de este ranking lo tiene la Universidad Harvard de Estados Unidos de Norteamérica); y cuando aparece una universidad latinoamericana es en el puesto doscientos cincuenta y uno; es decir, algo sucede en Latinoamérica que nos hace estar varios pasos atrás del liderazgo del conocimiento. Si vamos al caso de Venezuela, habría que citar la  Clasificación Académica de Universidades o Ranking Mundial de Universidades en la Web, el cual es un portal que surgió por iniciativa del Laboratorio de Cibermetría, que pertenece al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el mayor centro nacional de investigación de España. La organización fue fundada en 1939, a partir de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, creada en 1907 bajo el liderazgo del premio Nóbel Prof. Ramón y Cajal. El criterio de clasificación es simple: tamaño de la Institución Universitaria, viabilidad en la construcción de nuevo conocimiento, investigación en diversas áreas de conocimiento y matrícula escolar egresada, con colocación directa en el mercado laboral. Si aprecian bien, aquí no se utiliza ese criterio de “altas calificaciones”, aunque es un baremo importante y el cual debe estimularse, sólo se hace referencia a condiciones mínimas de oferta del servicio educativo, y por supuesto se prioriza la investigación y al reflejar el interés en los egresados, se está dando un interés primordial a la extensión, dado que los egresados son la puerta franca directa a las comunidades. 

En este Ranking Mundial, que va del uno hasta “n” número de instituciones de Educación Superior del mundo, hay un aparte por continente y Latinoamérica tiene su aparte; allí, en el caso de las universidades venezolanas, aparece en el puesto  640, la Universidad de los Andes, de Mérida;  848, la Universidad Central de Venezuela,  de Caracas; 1.175, la Universidad Simón Bolívar, de Caracas; 2.718, la Universidad de Oriente Venezuela, de Barcena-Sucre;  2.764, la Universidad Nacional Abierta, de Caracas ; 2.513, la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, de Barquisimeto;3.344, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, de Caracas; 4.977, la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Occidentales Ezequiel Zamora, de Barinas; 5.534, la Universidad Nacional Experimental Simón Rodriguez, de Caracas;  7.723, la Universidad Bolívariana de Venezuela, de Caracas, entre otras. Nombro sólo algunas y las identifico con la ciudad donde funciona el Rectorado de cada Universidad, aunque todas las nombradas tienen vida en todo el territorio nacional. La estadística preocupa por el hecho de que la debilidad mayor que se adjudican estas instituciones para no merecer un lugar más elevado en el Ranking, es la poca investigación que se realiza. Es decir, no están generando el nuevo conocimiento que es la tarea fundamental de una universidad; a ello se une que el número de egresados colocados en el mercado laboral, de manera formal, no llega al veinticinco por cientos (estimando un porcentaje mayor por aquellas carreras de libre ejercicio que para efectos del ranking tienen otro tratamiento); en una palabra, son instituciones que no responden a la expectativa de formación y proyección para lo cual fueron creadas.  

¿Qué lectura se puede tener de esta situación? Que es necesario impulsar las mesas de trabajo del Proyecto de Ley de Educación Universitaria, y hay que reestructurar, de fondo y no de forma, las instituciones experimentales y autónomas que hacen vida universitaria en el país. Es necesario devolverle la majestad académica a la figura del profesor universitario y es necesario incentivar, exigir diría de forma más tajante, que quien ejerza las funciones de docencia en las universidades tenga investigación y extensión como carta de presentación en sus hojas de vida (curriculum). La mediocridad no es ignorancia, es una conducta que está viciando las Comisiones Técnicas y Académicas de las universidades; la ignorancia es una duda razonable propia de la vida en sociedad, esa, la ignorancia, si funcionamos como universidad podremos tener el privilegio de ir minimizándola.  

azocarramon1968@gmail.com 



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Ramón E. Azócar A.

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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