¡Ganamos una! Por el precio de la carne regresa “el gustoso”

-"¡Coño! Armando, traje este pescado que tenía hace más de un mes en el congelador para que hagamos un sancocho".

Eso me dijo mi amigo apenas le abrí la puerta de la casa que da a la calle, mientras me mostraba una aparentemente pesada bolsa que pendía de su mano derecha, y agitaba la izquierda donde tenía prendido un litro de un buen escocés.

-"Lo único que no traje son aliños, casabe y hielo, que bien sé de todo eso tienes", agregó mi amigo mientras, habiéndome puesto a un lado, entraba a casa, entendiendo aquello de hecho como una invitación, sin dudar un instante, costumbre entre nosotros acendrada, los de esta parte del mundo.

Por supuesto, el lector sabe que hablamos del pasado.

Cuando saqué el pescado de aquella bolsa supe que estaba viejo y hasta "quemado" por el tiempo de congelación. Pero era mero. Y esto avivó la perspectiva que pese todo pudiese darnos un sancocho apetecible y hasta de buena calidad. Porque, mero es mero. Además, era de buen tamaño y eso es por demás ventajoso. No me amilané y menos hice ningún comentario a mi amigo, quien tomó además la iniciativa, así somos nosotros, de llegar hasta el congelador de mi casa a ponerle hielo a dos vasos que también tomo de la vitrina destinada para ellos y se disponía a servirnos dos tragos, a la roca, como nos gusta.

Después de esperar un rato que el pescado se descongelase para, como decimos los orientales de la playa, "componerlo", lo que no es otra cosa que escamarlo, quitarle tripas, agallas y luego cortarlo en pedazos de determinado tamaño, opté por empezar a aplicar la receta de la conocida canción de Luis Mariano., en la canción "El sancocho".

Esperé que la "verdura" o sea, la auyama, ocumo, yuca, etc., a la que se había unido el aliño, o para mejor decirlo, ají dulce, cebolla y ajo, para agregarle el pescado. Como dice el mismo Luis Mariano, le añadí limón y sal con la debida discreción. Esperé el tiempo que la costumbre a uno le indica y probé la sopa. Mi sospecha se confirmó. No estaba gustosa por el tiempo del pescado en el congelador. Los orientales de la costa suelen decir, que el mejor pescado para una sopa es "el del bote". Eso quiere decir, aquel que está fresco, pasó de la mar al bote.

Ante aquel compromiso de no quedar mal ante mi amigo y tampoco hacerle quedar mal a él señalándole la causa de aquel pobre resultado, lo que sería un proceder de mal gusto, opté por pensar qué hacer. Registré cuanto rincón se me ocurrió y hallé un cubito, de esos de las empresas gringas, de pescado. Para decirlo propiamente, uno de esos químicos que transfiere un sabor a pescado o pollo. Lo usé y se produjo la magia que el sancocho tomó vida o cuerpo. Sucedido aquello llamé a mi amigo para que probase y no solo le dio su aprobación sino que desbordó en elogios hacia mí y más brindis. Mientras yo me decía a mis adentros, ¡hasta en esta vaina nos joden los gringos!

Esta pequeña historia la recuerdo ahora viendo el precio de la carne, que ha llegado a un millón de bolívares el kilo. Ahora mismo, cuando le aumentaron el salario a los docentes y se dice como si fuese gran cosa que se hizo en el 100 %, lo que hace a la mayoría llegar a unos cuatro millones mensuales, que solo alcanzaría para comprar un kilo de carne y un pollo quincenalmente. Pero también porque he visto, como el kilo de hueso pelado, le venden en trescientos mil. De donde mis recuerdos han vuelto a los tiempos del "gustoso".

Volveremos entonces a los tiempos y costumbres de antes, de cuando la hambruna, como comprar un kilo de ese hueso, envolverlo en pequeña bolsa de tela, guindarla encima de la cocina y de vez en cuando, usarlo para la sopa. Se desata la cuerda de la cual pende la bolsa con los huesos, se deja bajar al fondo de la olla a la que se ha incorporado el agua y todo lo que haga falta. Una vez el cocinero se haga la ilusión que la sopa tomó el gusto de carne, se vuelve la bolsa o el "gustoso" a su sitio hasta la próxima vez.

Lo demás es pura ilusión y hasta imaginación poética, como que este proceder es propio de una revolución socialista. Pues tiene algo de original, nacionalista y soberana. Pudiera, pese el estado de los huesos, ser más sano que consumir esos químicos de los cubitos y además es una respuesta nacional a la cultura imperial. Pero también tiene el valor que, ya que el gobierno no hace mucho, dicho así para que no nos llamen exagerados, el pueblo si tiene sus respuestas y si no pasa a la ofensiva, por lo menos resiste con toda la ilusión, creatividad y fortaleza de las que es capaz. Lo único malo, no es que no haya escocés, sino que ni siquiera guarapita.



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Armando Lafragua


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