No a las bestias

El sábado pasado, un niño de apenas cuatro años, murió a consecuencia de las heridas que le causó un perro de raza pitbull, mientras se encontraba de visita en una casa de la parroquia Antímano. Y ése no es el primer caso. Ya en enero del año en curso la prensa destacó diez personas heridas por ataques severos de perros pitbulls en el Municipio Libertador, y el pasado 8 de agosto se informó de la muerte de un ciudadano en el sector Copacabana de Guarenas, cuando lleno de pánico, trepó a un muro para escapar de un pitbull y sufrió una caída con fractura del cráneo.

Sinceramente, no entiendo por qué, ante situaciones como la planteada, algunas personas optan por defender al “pobre animalito”, que ha sido víctima de una “mala educación” por parte del propietario. Las razas actuales de perros, han sido objeto de una prolongada selección artificial, en la búsqueda de ciertas características consideradas “útiles”, según el criterio de quienes dirigen la manipulación genética. Por ello, así como hay razas de ganado vacuno “creadas” para producir grandes volúmenes de leche, o para que acumulen una gran masa muscular (razas de carne), existen razas de perros que han sido seleccionadas por su tamaño, pelaje, ferocidad, velocidad, fortaleza o cualquier otro rasgo fenotípico.

En consecuencia, quien sea propietario de un animal representativo de razas consideradas como de ataque por su agresividad y fuerza, tales como los pitbull, rottweiller, doberman, mastín napolitano o fila brasileño, sabe que tiene en su casa un arma de cuatro patas, y que por lo tanto debe tener las herramientas necesarias para controlar a la bestia en caso de agresión contra sí mismo o contra terceros. Por elemental precaución, esos animales no pueden circular libremente por las vías públicas, ya que son una amenaza colectiva.

Basta una consulta ligera en Internet para conseguir casos similares de seres humanos, mayormente niños y ancianos, heridos o muertos por ataques de perros feroces en España, Francia, Perú, Brasil, Colombia, Costa Rica o Chile, por sólo citar algunos ejemplos. En una plaza de Villa Urquiza en Buenos Aires, se registró mediante video, el ataque de un pitbull a su propietario el 15 de junio pasado, mientras que en Costa Rica un joven nicaragüense fue asesinado en diciembre de 2005 por dos rotweillers, luego de un ataque que duró casi una hora, sin que la policía local fuese capaz de salvar a la víctima.

En Francia la legislación obliga a los propietarios de pitbulls a registrarlos, vacunarlos y esterilizarlos, además de que se prohíbe su presencia en la calle y en el transporte público. En Chile la normativa que regula la tenencia de perros potencialmente peligrosos, establece la obligatoriedad de un seguro de responsabilidad civil por los daños que el animal pueda causar a terceros, así como la inscripción de la fiera en un registro público, entrenamiento, mantenimiento en lugares seguros y circulación en la calle sólo bajo cadena y bozal.

De acuerdo a las informaciones de prensa, una ordenanza de la Alcaldía de Libertador impone multa de siete millones de bolívares al dueño del perro, así como el decomiso del animal en caso de ataque. Pero eso no basta, ya que, como sucedió el sábado pasado, las agresiones no sólo ocurren en las vías públicas sino también dentro de las casas. La experiencia muestra que esos animales no se comportan como domesticados, sino como fieras salvajes que no pueden coexistir con los seres humanos. Las contemplaciones románticas de los defensores de los derechos de los animales no tienen cabida ante situaciones como éstas, porque el recurso más importante de cualquier país es su gente.

charifo1@yahoo.es


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Douglas Marín


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