Crónica:
Era domingo por la mañana (21de abril_2024), el sol grisaceo bañaba la plaza de Bolívar en Calarcá, tiñéndola de un dorado cálido y vibrante. El aroma a café recién hecho flotaba en el aire, mezclándose con la algarabía de las palomas y el murmullo de las conversaciones.
Me encontraba allí, saboreando ,una taza café humeante, cuando de pronto, un movimiento brusco interrumpió mi tranquilidad.
Cuatro hombres, bonachones y de mirada severa, emergieron de la nada. Vestían camisetas blancas con el escudo y los colores de Colombia, pero algo en su presencia transmitía una inquietud palpable.
Desplegaron ante mí un pasacalle que heló mi sangre:
"Hay que matar a ese H.P., guerrillero presidente". Las letras negras, garabateadas con furia, parecían escupir odio y violencia.
Estos "caballeros respetables", según se autodenominaban, se dirigían a Armenia, Quindío para participar en la marcha contra el presidente. Sin embargo, era evidente que su objetivo iba más allá que en contra de las reformas sociales, aún pendientes de aprobación en el Congreso. La consigna en el pasacalle lo dejaba claro: era un ataque directo al presidente, un presagio de un odio visceral y desmedido.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La alegría del domingo se transformó en una profunda preocupación.
¿Cómo era posible que el fervor político se hubiera tornado tan tóxico? ¿A dónde nos conducía este clima de polarización y hostilidad?. Esto me hizo recordar la historia de las épocas aciagas de la violencia bipartidista, en los años 40 del siglo XX.
En ese instante, la plaza de Bolívar, antes un oasis de paz y armonía, se convirtió en un espejo de la profunda división que corroía a mi país. La imagen de aquellos hombres, con sus camisetas blancas manchadas de odio, quedó grabada en mi memoria como un recordatorio de la fragilidad de la democracia y el peligro que representa la incitación a la violencia.
Mientras observaba cómo se alejaban, rumbo a su marcha cargada de rencor, me invadió una mezcla de tristeza y determinación. La violencia nunca es la respuesta. El diálogo, la tolerancia y el respeto mutuo son los pilares fundamentales para construir una sociedad justa y pacífica. Solo así podremos superar las diferencias y avanzar hacia un futuro mejor para Colombia.
Sí, Miles de manifestantes, bajo la bandera de la ultraderecha conservadora, recorrieron las avenidas con una quietud que contrasta con la ferocidad de sus consignas. Entre cantos religiosos y oraciones elevadas al cielo, salieron a exigir la muerte del Presidente de la República, Gustavo Petro. Es una imagen que desafía la comprensión.
Un grupo que se identifica con la fe cristiana, que predica la paz y el amor, clama por la eliminación de un líder elegido democráticamente. Un acto que, en su esencia, contradice los pilares mismos de su doctrina. ¿Cómo es posible que en una sola marcha se conjuguen dos fuerzas tan dispares? ¿Cómo puede la paz coexistir con la violencia en el corazón de una misma manifestación? La respuesta, quizás, reside en la complejidad de la naturaleza humana, en la capacidad que tenemos para albergar ideas aparentemente irreconciliables.
Para la ultraderecha conservadora, Petro, no solo representa una amenaza a sus valores tradicionales, sino también el botín del erario público del cual se han servido. Lo ven como un enemigo de la familia, de la religión y del orden establecido. ¡Qué visión tan retrógrada! En su mente, eliminarlo es un acto necesario para preservar su forma de vida sibarita.
Sin embargo, esta visión choca con la realidad de sus propias creencias. La fe cristiana que profesan les enseña a amar a sus semejantes, a perdonar las ofensas y a buscar la paz. ¿Cómo pueden entonces conciliar estas enseñanzas con su deseo de matar al Presidente? La paradoja de la marcha pacífica de la ultraderecha conservadora, si la misma del sagrado Corazón de Jesús, es un reflejo de las contradicciones que habitan en el alma humana.
Es un recordatorio de que la violencia y la paz siempre son tan distintas, y que, a veces, las ideas más opuestas no pueden coexistir en un mismo espacio. Es una invitación a reflexionar sobre la complejidad de nuestras creencias y sobre la necesidad de encontrar un equilibrio entre nuestras convicciones y la realidad del mundo que nos rodea. Sí, un grupo de"ciudadanos del bien", llenos de bondad y amor por su prójimo, se reunieron para expresar su más ferviente deseo: "La muerte del mandatario colombiano".
Con sonrisas radiantes y cantos angelicales, recorrieron las calles, irradiando rabia. En sus pechos, no latía ni un ápice de paz, solo la violencia emanada de sus corazones. Albergaban un profundo anhelo por la muerte del mandatario, a quien clamaban con fervor: ¡Muera! ¡Muera! ¡Que desaparezca de la faz de la Tierra!". Con pancartas que rezaban "Muera el presidente guerrillero". Estos pacíficos manifestantes transmitieron un mensaje claro y contundente: la única forma de lograr la paz en Colombia es matando a quien representa la izquierda democrática colombiana.
Ironía pura: En esta parodia de la realidad, se expone la hipocresía y la incongruencia que a veces se observa en las protestas de la ultraderecha. Reflexión: El texto invita a la reflexión sobre la naturaleza de la violencia y la búsqueda de la paz. ¿Es posible alcanzar la armonía social a través de métodos hostiles? ¿Hasta dónde llega la libertad de expresión cuando se incita al odio y a la muerte?