El dolor de Palestina

En un rincón del mundo, donde la historia se ha tejido con hilos de sufrimiento y resiliencia, se encuentra Palestina, un pueblo que, en un día fatídico, conoció la muerte y la indiferencia. Mientras el líder Nentayau se escudaba tras la mentira, los ojos del mundo se volvían hacia las calles destruidas de esta tierra. Ahí, el hambre pululaba como moscas en un festín de desolación, mientras los ancianos expresaban muecas de dolor y los niños, con inocencia perturbadora, preguntaban: "¿De quién es esa pierna? ¿De quién será esa mano?".

En medio del caos, una muñeca rota yacía entre el llanto lastimero de familias destrozadas. Todo parecía un infierno; todo estaba profanado. Los cristales de las ventanas se convirtieron en dagas que atravesaron el corazón de la dignidad palestina, y el pueblo contuvo su aliento ante el horror que se desarrollaba ante sus ojos.

Aquel acto abominable destapó el rostro del indefenso pueblo, reduciendo a polvo cualquier atisbo de esperanza. La Franja de Gaza se asfixió bajo el peso de las bombas que caían como pálido helio. Sin embargo, el curso del Jordán no podría ser detenido; siempre fluiría como un río infinito, bendecido por la resistencia indomable de su gente.

"Dejémoslo correr en nuestro corazón", se escucha decir entre susurros. Las aguas del Jordán son corrientes sagradas que llevan consigo la memoria y la dignidad del pueblo palestino. Aun Jesús, el carpintero cuya figura resuena en estas tierras, es un reflejo de aquellas límpidas ondas que se niegan a desaparecer.

Las bombas no podrán detener el tránsito de esas aguas diáfanas. Desde el monte Hermón, la dignidad palestina avanza en una marcha heroica hacia la liberación. Hoy, los pueblos del mundo se levantan como vientos huracanados en las calles contra el ángel exterminador que vuela junto al águila imperial, cuyas garras sostienen la muerte.

Unidos en un cordón umbilical de solidaridad y denuncia, claman por justicia ante el genocidio de un pueblo que solo anhela recuperar su dignidad. Palestina es una tierra profanada; su aire lleva consigo los aromas de una muerte pálida y desgarradora.

En medio del dolor colectivo, el pueblo resuena en un coro poderoso; sus voces corren como cántaro en las estrofas del zajal. Una lira escondida entre las ruinas sigue sonando; un anciano cantor sin piernas declama historias de amor, guerra y paz. En cada alma palestina, los versos del zajal son estrofas de rebelión que desafían al olvido.

La vida ha sido cruel; no hay padres ni madres ni hermanos para consolar a los que han partido al edén del paraíso. Una constelación de misiles ha dejado ciegos a sesenta mil mutilados que habitan las moradas del mausoleo sagrado. Diez mil niños muertos vagan entre los escombros de la infamia; sus risas infantiles han sido silenciadas para siempre.

Los patios de las escuelas ahora están mudos; las risas han dejado lugar al eco del lamento. El águila judía lleva en su pico el olivo marchito de sed y destrucción. La patria del carpintero aún no es libre; para sanar esta herida histórica hay que perdonar.

Señor Nentayau: ¡Jesús no consideró a ustedes como enemigos! Él se acercó con compasión y amor hacia todos los pueblos. "Los sanó y los usó como ejemplo para sus hermanos judíos".

En Gaza, alguien germinará la semilla y comenzará a tejer nuevamente el sueño de auténtica hermandad. Mientras tanto, los pueblos del mundo siguen alzándose contra el ángel exterminador que vuela junto al águila imperial.

¡Oh Alá! Ayuda y protege al pueblo de Palestina en su búsqueda incesante por dignidad y esperanza.



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Jhon Jairo Salinas

Dirigente Social, Promotor de Derechos Humanos, Activista del Movimiento Social por la Paz en Colombia, Poeta y Escritor.

 jjsalinas69@gmail.com

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