Alexander Fernández Rodríguez, en dolor mayor

No solo el pequeño Alexander de apenas doce años, sino también su compinche, su compañero, cuyo nombre aún se desconoce, al parecer de dieciocho años, asesinados sin ningún temor ni razón, en el municipio Tibú, en el Departamento Norte de Santander, frontera caliente de Venezuela con Colombia.

Todos los venezolanos y venezolanas, lloramos hoy a estos dos hijos de la Patria. Y clamamos justicia.

Pero la justicia ya vendrá demasiado tarde para recuperar la sonrisa, las tiernas vidas, juguetonas, inocentes de dos pequeños que no tienen la culpa de la maldad del mundo, de pasar y encontrarse en un país que, como califica muy bien mi amigo secreto Diogenes, es hoy el infierno de Latinoamérica.

Una nación que, con el perdón de Dios, me niego a llamar hermana mientras sigan esos gobiernos narco paramilitares rigiendo sus vidas. Mientras el bueno pueblo colombiano no levante su voz, a todo pulmón, para rescatar lo que aún pueda quedar de esencia patria, la que buscó Simón Bolívar, al quererla integrar en la Gran Colombia.

Mientras el llamado paro en Colombia de hace pocos meses no se convierta, como observamos, sólo en jóvenes como carne de cañón para civiles armados, que los buscan y persiguen entre los rincones escondidos en la sombra de la noche.

Dos pequeños venezolanos, que nos duelen como si fuesen nuestros hijos. Ellos son en verdad nuestros hijos, la generación que debe ser de relevo, ellos que no tuvieron ninguna oportunidad de ser niños, de recibir las bondades de una educación, de un hogar cálido donde se los atendiera con una comidita las necesarias tres veces al día, donde se les permitiese crecer sanos, ejerciendo sus cuerpos, su intelecto, toda su creatividad, la de los niños, inmensa.

Dos niños venezolanos de los cuales no nos resulta difícil imaginar las razones de encontrarse allá, en Tibú, esa noche aciaga cuando fueron asesinados.

Pero no sólo, fueron expuestos sin misericordia, sin al menos considerar su cortísima edad, al escarnio público. ¿Es que esos comerciantes no tendrán hijos?

Apreciados lectores, ¿no son esos comerciantes igualmente culpables de su muerte? ¿No son las personas que grabaron el instante, a ellos maniatadas sus manos con cinta adhesiva? ¿Esos mismos que a voz alta vaticinaron, logrando tener su propio peso, "no queremos verlos mañana por allá, tirados en alguna orilla de la carretera?

No hubo ni siquiera mañana, ya no tendrán ese futuro.

Y me pregunto, ¿qué hacen los venezolanos en el mundo, esos que tienen voz, figuras públicas, ante este hecho? ¿También callarán? ¿Qué dice Gustavo Dudamel nuestro insigne y famoso director de orquesta, allá en la Ópera de París?

¿Qué dirá nuestro Edgar Ramírez (¿todavía nuestro?) actor ya famoso de Hollywood, sobre estos pequeños asesinados sin alguna misericordia? ¿Qué dicen nuestros venezolanos, en las grandes ligas?

Todos ellos tuvieron su oportunidad en nuestro país para luego saltar a la gloria. Aquí en Venezuela nacieron, tal como esos niños, pero hasta ahí llegaron estos. Los otros famosos se formaron, crecieron hacia lo grande, hacia representarnos con gran orgullo, llevando el nombre del país bien en alto. La venezolanidad famosa, internacional, dispersa por el mundo.

Uno esperaría, tal vez con cierta ingenuidad, que hablen y denuncien, manifiesten y nos acompañen en el dolor que hoy nos arropa a todos y todas.

¿Qué pasa con Yulimar Rojas, nuestra inmensa deportista, orgullo nacional? ¿Para que servirá tanta gloria, si no salpica, aun mínimamente, en nuestra juventud? ¿En planes, por ejemplo, para asistir a nuestros niños emigrantes? ¿Se quedará en medallas y trofeos de metal que no significan absolutamente nada frente a la sangre que corría por las venas de Alexander y su compañero? Sangre nuestra, sangre venezolana.

¿Quién ayudará a los cientos de niñas y adolescentes, jóvenes y mujeres, sometidas al machismo y al sometimiento del ignorante, del desenfadado colombiano? ¿A la trata de blancas? Tal vez un macho paramilitar, pues en la frontera es el pan nuestro de cada día, tal vez un macho no con esos vicios de muerte, pero ya contagiado, hasta las vísceras, de tanta violencia.

Para ellas, un tiro no es nada, ellas venezolanas, repudiadas por su nacionalidad, allá en ese país terrible, sin familia, sin nadie quien las respalde y proteja, ellas allá son consideradas nadas. También pueden sucumbir en cualquier momento. Ya ha sucedido, y debe estar sucediendo.

¿Y qué dirán los españoles que ayer celebraban pomposamente el genocidio en nuestra América?

Alexander Fernández Rodríguez: ¿les suenan estos apellidos españoles? ¿Los reconocen? ¿Quedarán callados los Reyes, el gobierno, el mismo Aznar, aupando al gobierno de esos delincuentes?

Tibú es un municipio, que nos relata Gustavo Petro, "está al servicio de los paramilitares. La frontera quedó en manos de las mafias"

¿Entonces, el Gobierno bolivariano abriendo las fronteras? Me cansé de tantas decisiones "convenientes". Basta ya de abrirles las puertas a quien nos ha robado Monómeros, a quien antes se llevaba nuestra gasolina, por miles y miles de litros, a quien acaparaba nuestros alimentos, hechos aquí, para los venezolanos, cuando estábamos en la peor situación posible. A quien nos secuestró nuestra moneda, el Bolívar, riéndose a más no poder, jugando antes, ahora y seguramente mañana a seguirnos desestabilizando.

Basta de abrirles nuestras fronteras a quien permite la instalación de las bases militares estadounidenses para que puedan controlarnos, y acceder rápidamente, en el caso se requiera, a nuestro país soberano.

Basta de darle paso a quienes desde ese territorio organizan magnicidios, con drones y lanchas, basta de darles paso a quienes han acogido y protegido lo peor del gentilicio venezolano, lo torcido, lo malo, la derecha apátrida. A quienes dan refugio a delincuentes como el Coqui, de la Cota 905, allá un héroe nacional, organizándose de nuevo para agredirnos. Basta Ya.

Y me sumo junto a mis compañeros de Alumnos Desde Donde Sea, a la pasión sincera, al grito de dolor de Miguel Ángel Pérez Pirela, en su excelente programa de anoche, donde junto a todos nosotros, mandó a esos colombianos, responsables del asesinato a nuestros niños, a la misma mierda.

Esos niños hoy protagonistas, pero hay muchos por ahí ocultos, que no vemos, que no sabemos. A todos lo del gobierno de Duque, cómplice sin lugar a dudas, responsable mayor, los mandamos al mismísimo lugar. Sin remilgos, sin aspavientos, sin falsos pudores.

Porque cuando se hace necesario, es nuestro deber expresarnos, como sea, donde sea, y drenar nuestro más profundo dolor, con ese grito, intentando, sin lograrlo, acallar un instante nuestro llanto.



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Flavia Riggione

Profesora e investigadora (J) Titular de la UCV.

 flaviariggione@hotmail.com

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