Mi renuncia al Ministerio del Poder Popular para la Salud

Miranda, abril de 2018

Sres.

Ministerio del Poder Popular para la Salud

Sus Despachos

"No basta que el médico haga por su parte

cuanto debe hacer, si por otro lado no concurren

al mismo objeto, los asistentes y demás circunstancias exteriores"

HIPÓCRATES

Me dirijo a ustedes en la oportunidad de informarles que he tomado la decisión de retirarme del empleo que presto como médico en el hospital Victorino Santaella, dependiente del Ministerio para la Salud. Me desempeñé en esta actividad desde el mes de julio de 2014 hasta este mes de abril del año corriente. Durante este lapso, he visto las malas condiciones de lugar, tiempo y modo, como se presta el servicio. También he visto las acciones desinteresadas, nobles y sacrificadas de compañeros de faenas que tienen una dedicación casi apostólica de su trabajo.

El espacio hospitalario ha sido abandonado, como abandonado ha sido el de la mayoría de los hospitales de Venezuela, que ahora son lugares en los que continuamente se deterioran las instalaciones de uso común, las habitaciones, la sala de emergencias, los ascensores, los pasillos y hasta la morgue. Es un verdadero infortunio que los quirófanos no estén acondicionados para realizar las actividades quirúrgicas. Por razones de temperatura, entre otras, los pacientes que ingresan a ellos con una patología, no sólo no encuentran solución para la misma, sino que corren el riesgo de contraer una adicional.

El paciente que acude a nosotros para sanarse, debe esperar largas horas y hasta días para recibir atención, y en más de una oportunidad la atención no llega, o llega tan tardíamente, que la enfermedad se agrava y se hace compleja, y no es extraño que sobrevenga la muerte. La falta de oportunidad para la atención debida se asocia, en muchos casos, a la carencia de los equipos necesarios para adelantar los exámenes auxiliares de diagnóstico, lo que a su vez es derivado, bien por la falta de dotación, o de la desidia en el mantenimiento de los equipos que deberían estar listos para cumplir su cometido.

La falta de medicamentos es otra estación en el vía crucis que experimenta un paciente. Es muy triste que personas que llegan al hospital no cuenten con los antibióticos, suturas, gasas, analgésicos u otros productos farmacéuticos necesarios para resolver un padecimiento. Todavía peor, es que se le añada peso a la carga, dándole un récipe para que se los procure en alguna farmacia en la cual el medicamento no lo encuentra, o si lo encuentra, el precio que debe pagar es tan alto que sencillamente no puede adquirirlo. Cualquiera puede imaginarse lo que esto acarrea.

Esta realidad se empeora, cuando se le informa al paciente que el servicio sólo se le puede dispensar por un médico general, toda vez que no hay especialistas. Tal situación es inocultable. La administración de los servicios de especialización es pésima porque se contratan pocos especialistas y cuando se contratan no se aplica la regla universal de igual trabajo igual salario, produciéndose distorsiones que desalientan el buen rendimiento de los médicos. Habría que acotar que, en todo caso, las remuneraciones son viles e irrisorias, y se podría decir que nuestros prestadores de salud en el área pública, están entre los peores pagados del mundo.

A pesar de las circunstancias descritas, que ponen de relieve la angustia profunda de los pacientes por las condiciones precarias en la atención a su salud, debo destacar que muchos médicos y auxiliares con las mejores capacidades, y con una sensibilidad sin límites, casi hacen milagros para que se produzca la sanación del paciente. Ese personal sufre los problemas del transporte público pero intenta llegar a tiempo, sufre la falta de acreditación porque no hay ningún contrato individual ni colectivo que certifique la labor que se rinde, sufre la precariedad de un salario que no le cubre sus necesidades básicas cuando se le paga, habida cuenta que muchas veces no se le paga o el pago es tardío.

Esos médicos son mis compañeros de trabajo, como lo son todos aquellos que prestan servicios en condiciones semejantes en la República. Ellos cargan con la negligencia de otros, autoridades o no, que son los auténticos responsables de las calamidades narradas. Con esos médicos sensibles me reúno, intercambiamos temas en el área médica y también, entre murmullos, comentamos sobre la cruz que estamos cargando, y sobre la cruz que llevan los pacientes que, por infortunios exponen sus vidas. Muchos de mis compañeros han pensado en irse del país, y me entristece, pero no hay argumentos válidos para retenerlos. Tal vez en otras latitudes se les reconozcan los méritos que hoy y aquí no se les reconocen.

Renuncio y no sé cuál será mi destino, pero hay momentos que obligan a la adopción de decisiones drásticas, y éste es uno de ellos. No debo despertar ilusiones en un enfermo que consigna su confianza en mí porque estoy enfundado en una bata blanca y llevo colgado un estetoscopio. Estoy consciente de que mi tarea es mía, y es la que escogí libremente como oficio, pero entiendo también, que se trata de una actividad de equipo, compartida con mis compañeros, quienes hacemos suponer a quienes nos solicitan, que contamos con el instrumental necesario para el alivio o la cura definitiva del paciente.

La administración de la salud de la que ahora guardo distancia, es peligrosamente tóxica y desesperanzadora, y yo no quiero ser parte de la desesperanza y de una burocracia falsificada e indolente. No obstante, mi condición de médico no la pierdo ni la perderé jamás. Estoy seguro que un porvenir no tan lejano nos proporcionará condiciones dignas y decorosas, y las satisfacciones profesionales que ahora están impedidas.

En esta línea de pensamiento quiero ser categórico. Para esos que han llevado los servicios de salud a la postración, que son muy maduros depredadores de la infraestructura hospitalaria, y que han menoscabado la atención a la gente en mi país, y que han devenido en portadores de impericia, negligencia y desidia, consigno el más terco de mis olvidos.

En otro sentido, vaya a los pacientes que nos buscan y son nuestra razón de ser, la aspiración de que un día puedan recibir una atención respetable. Asimismo, vaya a mis compañeros diligentes que portan la condición de médicos con humildad, pericia, dedicación y también con justificado orgullo, mi permanente recuerdo por lo que aprendí con ellos, mi reconocimiento y admiración por una dedicación que los hace estandartes de este sacrificado oficio al cual dedicamos lo mejor que tenemos. Así es, nuestros actos han estado guiados siempre, por la sabiduría que nos da la pasión y la razón, como sentimientos rectores de nuestra existencia profesional. Me voy, pero con las seguridades de un pronto reencuentro.

Diego Segundo Simón Gutiérrez Fassano

MPPS: 105291

CI: 18740020



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