¿Se relevará al delincuente común por el d. comercial?

En nuestras cárceles y demás centros privativos de libertad

A los pendejos solía llamárseles “paga gases”, una expresión metafórica proveniente de los tiempos coloniales y mantuanos. En aquellos terribles tiempos de opresión descarada e importada de España, al personal esclavo y domesticado se le atribuía toda la carga de olorosidad característica de la energía eólica que solemos despilfarrar como alivió a los deseos frustrados  de expulsar  nuestras aguas mayores, lo que ocurría cada vez que la señora mantuana de marras se hallaba en la iglesia o ante visitas encopetadas como ella, y esta y no otra persona era la autora de semejantes explosiones muy bien silenciadas, y como todas esas señoronas tenían la misma costumbre esclavista, todas se entendían perfectamente entre sí.

 

Asimismo, mucho bla, bla, oral y escrito en variopintos medios, se ha pronunciado sobre las posibles y variadas causas sociales de la delincuencia juvenil, y ni tan juvenil. Las estadísticas de mayor confiabilidad y aciertos “numéricos” revelan que la pobreza económica figura entre  los primeros lugares causales de delitos que usualmente son atribuidos  al delincuente común, al “ratero”, al belicoso y agresivo, pero, particularmente y por razones clasista burguesas, atribuido en última instancia  y automáticamente a los irresolubles problemas económicos, y como sólo tienen problemas de esta índole los proletarios, los pendejos, para que el resto de la sociedad, los adinerados, sean protegidos, es lógico inferir  que se haya diseñado todo tipo de legislaciones conocidas en materia de Seguridad Pública, todo el Derecho Penal, diseñados, establecidos y procedimentados sobre la base de que los trabajadores esclavos, feudales y ahora burgueses ,  o pobres, serían los posibles y más frecuentes delincuentes de todo tipo de delitos y faltas contra la paz burguesa y contra el patrimonio de quienes tienen o más tienen. Los delitos sacerdotales, frecuentes y reiterados, ha costado digerirlos por el prejuicio contrario que se tiene acerca de la inocencia atribuida en primera instancia a los herederos de los créditos dejados por Jesucristo, y testados en los descendientes de San Pedro.

 

No negamos la comisión de delitos por parte de los pobres, pero lo que no debe seguirse soslayando es que los delitos comerciales no sean definitivamente castigados con el respeto merecido y universal debido a la igualdad de derechos y obligaciones de todas las personas, independientemente de sus ocupaciones regulares. Debe entenderse que el más común de los delitos es el cometido por los nuemeros comerciantes inescrupulosos que, por lo menos, en este paísa reinan  más que en cualquier otro.

 

Ser comerciante no puede seguir siendo excusa evasiva para violar las leyes como se ha estilado dentro del Estado Burgués. Por tales razones, ahora y por ahora suponemos que esas hermoseadas, adecentadas y hasta “aburguesadas” y mejor organizadas cárceles de ahorita bien podría ser usadas para que los presos convencionales sean relevados y reemplazados por los delincuentes en general, y entre estos los que siguen robando de lo lindo con remarcajes de precios entre otras menudencias. Es hora de acabar con los eufemismos de especulador, de usurero, de derechistas, de antirrevolucionarios. Todo hace pensar que estamos, como antes pero con mayor gravedad, ante los más conspicuos delincuentes disfrazados de comerciantes. El comercio bien podría ejercerse con otra moral diferente a la inmoralidad burguesa conocida y aplicada por ahora. 



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Manuel C. Martínez M.


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