Pocas horas
después, la jauría política adeco-copeyana condenaba el “atentado contra la
democracia” y “las instituciones” en interminables transmisiones
radioeléctricas propaladas por la superestructura burguesa, para lavarle la faz
a la funesta alianza de “la guanábana”. Desde el “Caracazo”, en 1989, Venezuela
había cambiado pero ellos ni se habían dado cuenta: el apoyo popular a los
partidos hegemónicos estaba erosionado desde hacía bastante tiempo, debido a la
ineficiencia en la gestión pública y la abyecta corrupción. El estamento
militar progresista no era indiferente a ello.
El MBR-200
(Movimiento Bolivariano Revolucionario-200) hizo vida dentro de un entramado,
de por sí, reaccionario. Si bien las fuerzas armadas son el aparato disuasivo-represivo
del Estado burgués para desmovilizar a las masas y apartarlas de las sendas de
la subversión ciudadana, éstas también pueden coadyuvar –en determinadas
circunstancias- en el impulso a movimientos revolucionarios dentro de las
sociedades. El paradigma más cercano que tenemos –de lo anterior- es el de la
Revolución de los Claveles, acaecida en Portugal el 25 de abril de 1974, la
cual dio al traste con la férrea dictadura de Antonio de Oliveira Salazar en la
nación lusa. Independientemente de la traición de Mario Soares y del Partido Socialista
portugués a la motivación inicial del “25 de abril”, los factores marxistas
dentro del Ejército fueron la mecha que incendió Lisboa y sus alrededores con
el verbo “de ruptura” anticapitalista de los jóvenes capitanes de Movimiento de
las Fuerzas Armadas (MFA). El hecho de que un grupo de militares se atreviese a
desafiar el “orden establecido” en Venezuela, a pesar de que éstos no se declararan
marxistas o “progresistas”, era ya un síntoma revolucionario y –a la vez- un
elemento de desquiciante preocupación para la plutocracia local arrodillada al Imperio
estadounidense.
Quizás el error
que nunca se perdonará la mafia adeco-copeyana será el haber sacado al aire –en
vivo y directo- al Comandante Chávez, con el pretexto de que éste hiciera un
llamado a los alzados en armas y se rindieran. En una magistral y brevísima
pieza discursiva de gallardía, el cabecilla de la acción asumía la autoría del
acontecimiento mientras deslizaba un punzante “por ahora” que retumbaría –por
años- en el inconsciente colectivo venezolano. Lo de Chávez fue un reto al
putrefacto andamiaje edificado por Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito
Villalba, a principios del decenio de 1960. La aparente claudicación de Chávez
era una rotunda victoria en sí: en la orfandad de las derrotas el asumió –sin
tapujos- la paternidad de una de ellas. La clase política del puntofijismo era
un “collage” de poses forzadas, medias verdades, verborreas inocuas y elusión
de responsabilidades políticas. Chávez aceptó su adversidad y la convirtió en
una oportunidad única para acabar con el aletargamiento de las masas. El 4 de
febrero fue para el Comandante lo que el Cuartel Moncada, de 1953, significó
para Fidel: la Historia se ha encargado de absolverlos a ambos.
¿REBELIÓN MILITAR O GOLPE DE ESTADO? LA SEMÁNTICA DE LA
BURGUESÍA
Desde 1992 se han
utilizado cualquiera clase de argumentos de cafetería para descalificar la
rebelión militar del 4-F, a pesar de que muchos de los que hoy se rasgan las
vestiduras por la “democracia representativa”, celebraron histéricos la
irrupción de Chávez como militar sublevado. Algunos espetan que la fecha de
marras no puede celebrarse porque hubo muertos. Otros arguyen que se trató de
un vulgar “golpe de milicos”. Habrá que explicarles dos cosas:
a) Si el 4-F hubo una insurrección militar, ¿cómo no iba a
haber muertos? Si existían dos bandos en pugna –rebeldes y leales- ¿cómo éstos no
iban a enfrentarse? En una guerra -y el 4-F se asemejó bastante a una- hay
heridos y muertos, es inevitable. Si diéramos por justa la condena al 4-F
porque hubo decesos, también deberíamos culpar a Simón Bolívar por los caídos
en la Guerra de Independencia o execrar al Che por los occisos de la guerra de
guerrillas emprendida desde la Sierra Maestra. Peor aún, como el 24 de junio de
1821 hubo muertos en la Batalla de Carabobo, ya no podríamos celebrar más tan
icónica fecha. De estúpidos, ¿no? Lo relevante es el significado histórico de
las efemérides y su innegable influencia en nuestro presente liberador.
b) Técnicamente, Hugo Chávez y sus compañeros no pueden ser
acusados de “golpistas”, ya que nunca consumaron el control de la sede de
gobierno y tampoco depusieron al Jefe de Estado en ejercicio. Por ello se habla
de “insurrección” y no de “golpe”. Para
muestra, un botón: el único que el 4-F se atrevió a acusar de “golpistas” a los
militares patriotas fue el mafioso de David Morales Bello (AD), en el extinto
Congreso Nacional. En los medios de comunicación del “establishment”, incluida
Venezolana de Televisión (VTV), las frases de rigor eran: “soldados rebeldes” y
“soldados leales”. Nunca oímos el vocablo “golpistas”. ¡Vamos más allá! En el
expediente castrense abierto a Chávez y sus compañeros de armas, después de la
asonada del 4-F, la acusación formulada es la de “rebelión militar”. Lo de
“golpistas” no aparece por ningún recoveco del citado texto legal. Por el
contrario, el 11 de abril de 2002 sí fue un Golpe de Estado, debido a que se
capturó la sede de gobierno y se defenestró –por 47 horas- al Jefe de Estado en
funciones. ¿Habrán entendido –por fin- los “loritos” de la derecha vernácula?
EL “SACUDÓN” O “CARACAZO”: EL
GÉNESIS DE LA REVOLUCIÓN
El 27 de febrero de 1989 fue el “corrientazo” inicial -hasta la médula- que
experimentamos como gentilicio. Atrás habían quedado los deshilachados
calendarios de la Venezuela Saudita; del “ta’ barato, dame dos”; del encender
un cigarrillo con un “Benjamín”; y de hacer mercado (despensa) en Miami. La
nación entera aterrizó de “barriga” en el ámbito del Tercer Mundo a finales de
la década de 1980. Hasta esa reveladora jornada de febrero, muchos todavía se
creían en el Primer Mundo y volteaban hacia otro lado para ignorar la
estridente pobreza que rozaba el 80% de la población, en 1988. La devaluación
del bolívar, ocurrida el 18 de febrero de 1983, desató en Venezuela una espiral
inflacionaria sin precedentes y el poder adquisitivo de la clase trabajadora
cayó de manera estrepitosa. Aunado a ello, se instauraron dos fenómenos
desconocidos hasta esa época: la especulación y la escasez artificial
(acaparamiento).
La desesperación de millones de compatriotas se acrecentaba: los sueldos no
alcanzaban, los productos se encarecían cada vez más y lo poco que se podía
adquirir con el salario mínimo, lo escondían los empresarios y comerciantes
parásitos. No era gratuita la conspiración económica de la burguesía contra el
pueblo: después de 1983 ésta cayó en cuenta de que era más provechoso acaparar
y especular –hasta lograr alzas constantes de los precios- que seguir las
reglas “decentes” del mercado capitalista. Con la especulación y el
acaparamiento de productos se invertía lo mínimo en la manufactura de bienes y
se extraía la máxima plusvalía imaginable.
En diciembre de 1988, Carlos Andrés Pérez (CAP) ganó las elecciones
presidenciales y Acción Democrática obtenía un segundo mandato consecutivo. CAP
evocaba la era de la bonanza petrolera y el derroche, lo cual fue un mensaje
subyacente muy atractivo para vastos sectores de la clase trabajadora y las
capas medias. Las políticas pseudopopulistas de Pérez, en su primer gobierno
(1974-1979), le endilgaron una imagen de papá “bonachón” y éstas eran un
referente crónico de esa obscena perorata adeca del “robar y dejar robar”.
Pero la “luna de miel” de CAP con las masas duró poco: venderse al Fondo
Monetario Internacional (FMI) salió caro a su reputación de adeco “buena
gente”. La aplicación de un paquete de ajuste del organismo multilateral hizo
estallar a un pueblo hastiado de la inflación (de 80% en 1989), la especulación
y el boicot patronal de bienes de consumo prioritario. La gota “neoliberal”
desbordó la paciencia de los más desposeídos y la hecatombe no se hizo
aguardar: el ajuste de tarifas de electricidad, agua y telefonía básica (+40%),
junto con el aumento de la gasolina, provocaron una impactante rebelión popular
contra el puntofijismo. Se había roto la “vitrina” de la democracia pitiyanqui
en América Latina y se desvelaba el país “de mentirita” que nos machacaban desde
los mecanismos de propaganda de la superestructura capitalista. La leyenda se
evaporó en cuestión de horas: las revueltas civiles y los saqueos estremecían
el país donde “nunca pasaba nada”.
El saqueo de establecimientos y centros comerciales, lejos de ser un acto
vandálico, era un manifiesto político involuntario y ambulante del “hoi-poloi”
en contra de los explotadores que escamoteaban la mercancía necesaria para el
sustento de millones de familias. El martes 28 de febrero en horas de la tarde
-y ante el apagón informativo reinante en los medios locales- decidimos
sintonizar Z-86 (860kHz) y Radio Hoyer 2 (105.1MHz), ambas localizadas en la
isla de Curazao, y escuchamos algo que reflejaba la gravedad de los
acontecimientos de 1989: las protestas en Venezuela eran las más
multitudinarias y violentas desde la caída de Marcos Pérez Jiménez, en 1958.
La brutal represión del Estado burgués con el objetivo de aplastar a las
masas, no tuvo compasión. El exterminio de más de tres mil venezolanos, en
febrero de 1989, escribió la partida de defunción del Pacto de Punto Fijo y
sepultó al binomio partidista más influyente del “Ancien Régime”, Acción
Democrática y COPEI, en la necrópolis de la ignominia. El ex Ministro de
Defensa de CAP, Itallo Del Valle Alliegro, sacralizado por los aparatos de
propaganda, fue la simbología nefasta del poderío militar avasallante sobre la
clase trabajadora y los más desposeídos. Chávez y sus soldados rebeldes, el 4-F,
hicieron una enmienda histórica a la Fuerza Armada y mostraron –una vez más- la
potencialidad revolucionaria que yace al acecho en el ámbito castrense de
cualquiera nación de la Tierra.
CHÁVEZ ES HOMBRE DE ADVERSIDADES:
DEL 4-F AL CÁNCER
El Comandante Chávez ha demostrado crecerse en las coyunturas dramáticas y
sortearlas a su favor: enfrentó con valentía la derrota del 4-F, su posterior
reclusión y –finalmente- cimentó el camino electoral para el triunfo en 1998.
El año pasado superó con creces su convalecencia por el tumor cancerígeno en la
región pélvica y ha brindado signos inequívocos de buena salud. Verbigracia, su
alocución de más de nueve horas ante la Asamblea Nacional es una prueba
contundente de lo pretérito. El reciente anuncio del Líder de la Revolución acerca
de una nueva intervención quirúrgica con el fin de retirar una lesión, no nos
preocupó en demasía. Él es el hombre de los retos. Confiamos, desde el primer
instante, en su rápida recuperación y “Kronos” nos ha otorgado la certitud de
ello.
Al igual que el año pasado, la plutocracia ha forjado la resurrección de un
novel flanco de ataque contra el proceso bolivariano: la supuesta “salud
deteriorada” de Chávez. Ante la imposibilidad de ganar las elecciones del
venidero 7 de octubre, la burguesía echa mano de la guerra sucia para torpedear
la inminente reelección del Comandante. Hoy, como ayer, la oligarquía se topará
con un Chávez vigoroso, radical e infatigable.
Desde luego, la autocrítica inexorable es que no deberíamos depender de
nuestro Líder por los siglos de los siglos. Imperativo es consagrarse a la
formación de cuadros sólidos dentro de los partidos del Gran Polo Patriótico y
de líderes populares indiscutibles que engrosen la perentoria vanguardia
revolucionaria del presente, del futuro. Anclarse en las antípodas de lo
anterior sería traicionar –con alevosía- el espíritu del “Caracazo” y del 4-F. Chávez
lo sabe. Sólo así nuestro proceso será realmente indestructible.
ADÁN GONZÁLEZ LIENDO