En la sociedad regida por el modelo del espectáculo permanente —donde la realidad permanece oculta, aunque, a veces, emerge para sorpresa de todos—, son muchos los que de alguna manera viven del y para el espectáculo. Como las gentes exigen espectáculo permanente, porque entretiene y, en muchos casos, alivia la carga de ser uno mismo, la mayoría se incorpora como personajes o espectadores al mundo del espectáculo, especialmente a aquel que procura el mercado animado por el consumismo, basado en la irrealidad. Se ha impuesto con tal vigor que la existencia es apariencia, porque ha sido desplazada por lo virtual.
Evidentemente, la política de actualidad en las sociedades ricas y avanzadas no podía permanecer al margen del ambiente reinante, por eso también interviene en el espectáculo. Aporta su doctrina, importada de los altos centros del poder foráneo, y sus personajes, resultantes de ese producto intelectual llamado democracia representativa, que pese a hacerse llamar políticos no lo son en sentido estricto, solo se trata de miembros de la burocracia estatal elegida por sorteo de manera temporal; a diferencia de la burocracia de empleo que goza de estabilidad en el aparato estatal. Conforme a su función oficial, el papel a representar se formaliza conforme a los mandatos constitucionales y se consolida en la práctica fabricando leyes y decretos para cuanto se les ocurre, procurando dar efectividad a una gobernanza llamada de progreso. Tal modelo se ha consolidado en las sociedades que suenan como las adelantadas del momento, todo ello para mayor gloria de la sinarquía mandante, quien se ocupa realmente de promover esas normas en interés de su negocio económico global. De tal manera que la forma de gobernar viene previamente envasada, y ejercerla es simplemente desenvasarla. A tenor de las facultades que confiere el decreto e instrumentos similares y vía partido político del que depende, la burocracia electiva asume su papel formal de servir de correa de transmisión eficiente de las consignas doctrinales de los verdaderos mandantes.
La actuación oficial de la burocracia electiva en su proyección pública, representada en términos de partidos políticos, enlaza con el panorama generalizado de espectáculo, ya que, más allá de practicarlo, es espectáculo en sí misma. De ahí que su actuación se mueva en el escenario del teatro de los medios de comunicación para servir lo oficial, la verdad absoluta, la que aspira a colocarse más allá de la tendencia social al bulo y corregir las desviaciones doctrinales. Es su valiosa voz la que dice la última palabra al respecto, simplemente porque está respaldada por el decreto que lleva el cuño del partido gobernante y el aval formal del Estado. Todo lo demás, especialmente la discrepancia, se excluye por falaz. En este acto, los personajes con el traje de la burocracia electiva representan con mayor o menor acierto su papel y, aunque sean pésimos actores, hay que soportarlos porque cuentan con el respaldo del poder que obliga al auditorio a tolerarles y, además, a pasar por sus verdades sin rechistar.
Sin embargo, no todo es lucirse desde el ejercicio de la autoridad, puesto que el voto exige seducir a las masas para conservarla. Como el espectáculo es una demanda de la sociedad adicta al entretenimiento continuado, solo goza de su favor el que mejor entretiene a sus integrantes. Lo nuevo es un argumento decisivo para seguir con el proceso, y en este punto hay que hacerse cómplice del mercado, ofertando al votante lo que está de moda, de ahí que la burocracia electiva esté obligada a servir bonitas palabras y mucha apariencia, porque es lo que vende.
No habría que obviar, en el desempeño del papel de la burocracia electiva, lo que se refiere a dar lustre a la imagen del personaje, aunque en términos más discretos. El mitin frecuente y la permanente presencia en la escena, dirigidos a alimentar el contacto con el público, es la parte sustancial de la otra cara del puro espectáculo del personaje. En ella prima el interés particular, que suele ser coincidente en el gremio, puesto que lo que importa es la permanencia en el puesto a toda costa, tanto por el disfrute del poder como por el salario ocasional y sus añadidos; siempre con la vista puesta en perpetuarlo, aunque sea en otra dimensión. Para ello hay que aprovechar el aire publicitario que coyunturalmente dan los medios al personaje que representa, puesto que cotiza comercialmente.
A veces, azuzadas por los problemas que las afectan, las gentes, inocentemente creen que sus gobernantes van a resolver los problemas que trae consigo la súbita aparición de la realidad —como en el caso de catástrofes imprevisibles—, ignorando que su papel da para poca cosa, simplemente trata de ser ilusionante pero no realista. En este caso, resulta que los burócratas electivos no están para resolver problemas, sino para continuar animando el espectáculo político, cobrar por el trabajo y escurrir el bulto en los asuntos serios. Hay que dejar claro que su papel en este punto es cubrir el expediente, conforme al formalismo, al papeleo, al trabajar lo menos posible, buscando apoyo en la lentitud y utilizando los subterfugios propios de la burocracia a la que pertenecen. Debe tenerse en cuenta que no se trata de auténticos políticos, sino de burócratas por mandato legal, acogidos a la protección estatal alineada con la globalización y, como tales, deben ampararse en lo que dicen las constituciones, las leyes, los reglamentos, las circulares, los consejos de sus innumerables asesores que suplen sus deficiencias formativas, respetar la jerarquía y cumplir las órdenes de los que realmente mandan.
En definitiva, los burócratas electivos resultado de las democracias de los países económicamente más aventajados están ahí, en el escenario político mediático, solamente para entretener con sus cosas a la ciudadanía, eludiendo los verdaderos problemas usando silencios forzados o utilizando fuegos artificiales. Decir hacer y no hacer nada efectivo por su país, esta parece ser la faceta más llamativa del papel encomendado a esa burocracia electiva gobernante en un mundo global repleto de espectáculo, en tanto no pierdan el favor de los votantes.