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Perfil del corrupto

¿Por qué hay tanta corrupción en el Brasil? Tenemos leyes, sistema judicial, policías y medios de comunicación vigilantes. Sin embargo prevalece la impunidad, que es la madre de los corruptos. ¿Conoce usted a algún notorio corrupto brasileño? ¿Fue procesado y está en la cárcel?

El corrupto no se considera a sí mismo como tal. Como experto, actúa movido por la ambición del dinero. No es propiamente un ladrón. Se trata más bien de un refinado chantajista, de ésos de conversación agradable, sonrisa amable, gentiles zalamerías. Anzuelo sin cebo, no pican los peces.

El corrupto no se expone; extorsiona. Considera un derecho el recibir comisión; el porcentaje como pago por servicios; el desvío, una forma de apropiarse de lo que le pertenece; la caja dos, una inversión electoral. Son tontos los que hacen tráfico de influencias sin sacar provecho.

Hay varios grados de corruptos. El corrupto oficial se vale de la función pública para obtener ventajas para sí, su familia y sus amigos. Cambia la placa del auto, le costea viajes a su mujer a cargo del erario público, utiliza tarjeta de crédito deducible del presupuesto del Estado, hace gastos y obliga al contribuyente a pagar. Considera natural la sobrefacturación, la ausencia de licitación, la competencia con cartas marcadas.

Su lógica es corrupta: “Si no aprovecho ahora, otro va a lucrar en mi lugar”. Su único temor es el ser pillado in fraganti. No se avergüenza de mirarse al espejo, y casi ni teme ver su nombre citado en los periódicos o que aparezca su rostro en la TV.

El corrupto no tiene escrúpulo en dar o recibir cajas de güisqui por Navidad, regalos caros de los proveedores o patrocinar vacaciones de jueces. Le ablandan con regalos, y de ese modo él salta la burocracia que retiene las cantidades de dinero público.

Está el corrupto privado. Nunca menciona cantidades, solamente insinúa. Es el rey de la metáfora. Nunca es directo. Habla con circunloquios, seguro de que el interlocutor sabe leer entrelíneas.

El corrupto ‘franciscano’ practica el agarro acá y doy allá. Su lema es: “quien no llora no mama”. No ostenta riqueza, no viaja al exterior, se hace el pobretón para encubrir mejor las anomalías. Es el primero en indignarse cuando se habla de corrupción.

El corrupto ostentoso gasta lo que no gana, construye mansiones, acumula, convencido de que la adulación es amistad y la sonrisa cómplice, ceguera.

El corrupto cómplice asiste al video de la diputada embolsando una propina sucia e incluso finge no creer lo que ve. Y la perdona, para que más tarde sea él el perdonado.

El corrupto previsor mira de reojo hacia la Copa del Mundo de Fútbol en el año 2014, y hacia los Juegos Olímpicos en Rio de Janeiro el 2016. Sabe que los Juegos Panamericanos de Rio en el 2007, presupuestados en US$ 350 millones, consumieron en verdad US$ 1.800 millones

El corrupto no sonríe, agrada; no cumplimenta, extiende la mano; no elogia, inciensa; no posee valores sino saldo bancario. Se corrompe de tal manera que ni se da cuenta de que es un corrupto. Se considera un negociante exitoso.

Melifluo, el corrupto está lleno de dedos, se arrima a los honestos para aprovechar su sombra, trata a los subalternos con una dureza que le hace parecer el más íntegro de los seres humanos.

Mientras los corruptos no vayan a dar en la cárcel, al menos nosotros, los electores, podemos impedirles que sean elegidos para funciones públicas.



Frei Betto es asesor de movimientos sociales y autor de la novela “Minas del oro”, entre otros libros.

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