La “verdad” de los medios de comunicación

Hay medios de comunicación que nos conducen al “conocimiento de la verdad” y obstáculos que nos impiden llegar a ella. Creen algunos que, con respecto a los países capitalistas donde está en vigor la “libertad de prensa”, no es muy difícil encontrar la verdad, porque teniendo toda doctrina que les alimenta de intereses y opiniones, algún medio que les sirve de órgano para manipular, los unos desvanecen los errores de los otros, brotando del cotejo la luz de la verdad. Entre todos lo saben todo y lo dicen todo; no se necesita más que paciencia en leer, cuidado en comparar, tino en discernir y prudencia en juzgar. Así discurren algunos. Yo creo sinceramente que esto es pura ilusión, y lo primero que asiento es que, ni con respecto a las personas ni a las cosas, los medios no lo dicen todo, ni con mucho, ni aun aquello que saben muy bien los redactores

Casos hay en que por interesado que parezca el palangrista narrador en faltar a la verdad no es probable que lo haya hecho, porque, descubierta en breve la mentira, sin recurso para paliarla, se convertirá en contra de él de una manera ignominiosa. Si bien se observa, este tránsito de lo conocido a lo desconocido no lo podemos hacer sin que antes tengamos alguna idea más o menos completa, más o menos general del sujeto desconocido, y sin que, al propio tiempo, sepamos que hay entre los dos alguna dependencia. Caben en esta materia reglas de juiciosa cautela, que nacen de la prudencia de la serpiente y no destruyen la candidez de la paloma. 

Al referírsenos algún hecho, cuando el narrador no es testigo ocular y, a veces no permiten preguntar de quien es la fuente, pero la buena lógica prescribe atender siempre a esta circunstancia y no prestar ligeramente asenso sin haberla tenido presente. Lo curioso es que Globovisión, a veces, entre tanta contienda; la opinión pública en ciertos círculos, y quizá en todo el país, está fijada sobre el personaje de marras; de suerte que no parece que se miente de común acuerdo. En efecto, los medios que no carecen de noticias, quizá son los mismos que le han declarado más cruda guerra; pero otros por el contrario, se alimentan de ellos: “Lo que es talento”, nadie se lo niega; “saben mucho y tiene malas intenciones”; pero ¿Qué quieren ustedes…? se han metido en eso y es preciso desbancarles; yo soy el primero en no respetarle como a canal privado, y ojalá, que nos hubiese escuchado a nosotros el Gobierno; nos hubiera servido mucho y habríamos representado un papel brillante.  

¿Veis a ese otro candidato tan honrado, tan inteligente, tan activo y enérgico, que, al decir de Globovisión y otros medios privados, él, y sólo él, puede apartar la Patria del borde del abismo? Escuchad a los correligionarios que le conocen de cerca y tal vez a sus más ardientes defensores: Que es un infeliz ya lo sabemos; pero, al fin, es el sujeto que nos conviene, y de alguien nos hemos de valer. Se le acusa de impuros manejos; esto ¿Quién lo ignora? En el Banco A tiene puestos tales fondos, y ahora va hacer otro tanto en el Banco B. En verdad que roba de una manera demasiado descarada y escandalosa; pero, miren ustedes, esto es ya común…, y, además, cuando le acusan nuestros adversarios los chavistas no es prudente que lo dejemos en las astas del toro. ¿No saben ustedes la historia de ese sujeto? Pues yo les voy a contar a ustedes su vida y milagros… Y se nos refieren sus aventuras, sus altos y bajos, y sus maldades o miserias, o necesidades, y desde entonces ya no padecemos ilusiones y juzgamos en adelante con seguridad y acierto. 

Estas proporciones no las disfrutan por lo común los extranjeros, ni los venezolanos que se contentan con ver y escuchar a Globovisión o con los otros medios de radiodifusión comercial, o con leer el Nazi-onal o el Universal, etc., y así, creyendo que la comparación de los de opuestas opiniones les aclara suficientemente la verdad, se forman los más equivocados conceptos sobre el país, los hombres públicos y las cosas. Señores oposicionistas: No se deben fiar de la verdad del común de los medios privados puestos a prueba muy dura por el pueblo revolucionario. La experiencia nos enseña que en semejantes extremos la debilidad humana suele sucumbir, y la sabiduría nos previene que quien ama el peligro perecerá en él.  

Estamos presenciando a cada paso que los partidarios del Comandante Presidente lo defendemos y protegemos alabando sus bondades y sabiduría; mientras sus adversarios a través de los medios de difusión mediática, le regalan a manos llenas los dictados de ignorante, estúpido, inhumano, sanguinario, dictador, traidor, monstruo y otras lindezas por este estilo. El saber, los talentos, la honradez, la amabilidad, la generosidad y otras cualidades que le atribuimos al Comandante Presidente los cultores de su devoción quedan en verdad algo ajadas con los cumplimientos de los medios de comunicación comerciales burgueses; pero al fin, ¿qué sacáis en limpio de esta barahúnda? ¿Qué pensarán en el extranjero que han de decidirse por uno de los extremos o adoptar un justo medio a manera de árbitro arbitrador? El resultado es andar a tientas y verse precisado o a suspender el juicio o a caer en crasos errores. La carrera pública del personaje en cuestión no siempre está señalada por la oposición con actos bien caracterizados, y, además, lo que haya en ellos de bueno o malo no siempre es bien claro si debe atribuírsele a él o a sus subalternos. 

 Los medios de comunicación privados distinguen siempre al candidato de su devoción; esto es muy bueno en la Mayor parte de los casos, para que el pueblo analice, porque de otra suerte la polémica periodística, ya demasiado agria y descompuesta, se convierte bien pronto en un lodazal donde se revuelven inmundicias intolerables; pero esto no quita que la vida privada de un personaje no sirve muy bien para conjeturar sobre su conducta en los destinos públicos. Quien en el trato ordinario no respeta al pueblo y la hacienda ajena, ¿creéis que procederá con pureza cuando maneje el Erario de la Nación? El sujeto de mala fe, sin convicciones de ninguna clase, sin honor, sin moral, ¿creéis que será consecuente en los principios políticos que aparenta profesar, y que en sus palabras y promesas puede descansar tranquilo el pueblo que se vale de sus servicios? El epicúreo por sistema, que en su medio insulta sin pudor al pueblo y el decoro público, ¿creéis que renunciara a su libertinaje cuando sea elevado a la Magistratura y que de su corrupción y procacidad nada tendrán que temer la inocencia y la fortuna de los buenos, nada que esperar la insolencia y la injusticia de los malos? Y nada de esto dicen los medios de comunicación, nada pueden decir, aunque les conste a los periodistas sin ningún género de duda. 

Los medios no lo dicen todo sobre las cosas. Hasta en política no es verdad que los medios lo digan todo. ¿Quién ignora cuánto distan, por lo común, las opiniones que se manifiestan en amistosa conversación de lo que se expresa por los medios? Cuando se está al aire hay siempre algunas formalidades que cubrir y muchas consideraciones que guardar; no pocos palangrista dicen lo contrario de lo que piensan, y hasta los más rígidos en materia de veracidad se hallan a veces precisados, ya que no a decir lo que piensan, al menos a decir mucho menos de lo que piensan. Conviene no olvidar estas advertencias, si se quiere saber algo más en política de lo que anda por ese mundo mediático como moneda falsa de muchos reconocida, pero recíprocamente aceptada, sin que por esto se equivoquen los inteligentes sobre su peso y ley. 

Cada medio de comunicación burgués refiere las cosas a su modo, según sus noticias, intereses o deseos, y los mismos que saben la verdad son quizá los primeros en oscurecerla haciendo circular las más insignes falsedades. Los que llegan a desembarazarse del enredo y a ver claro en el negocio o callan o se hallan impugnados por mil y mil a quienes importa sostener la ilusión, y la mancha que cae sobre los embaucadores de oficio nunca es tan ignominiosa que no consienta algún disfraz. 

Para dejar, pues, de prestar crédito a una relación no basta objetar que el narrador está  interesado en faltar a la verdad; es necesario considerar si las circunstancias de la mentira son tan desgraciadas que poco después haya de ser descubierta en toda su desnudez, sin que le quede al engañador la excusa de que se había equivocado o le habían mal informado. En estos casos, por poca que sea la categoría de la persona, por poca estimación de sí misma que se le pueda suponer, mayormente cuando el asunto pasa en público, es prudente no darle crédito, y de esto no puede resultar nadie engañado. Será dable no salir engañado, pero la probabilidad está en contra, y en grado muy superior. 

¡La verdad!… Ya no se engaña a nadie, y el pueblo, leyendo en los ojos del palangrista embaucador, le pregunta sin ambages porque no dices la verdad. 

Salud Camaradas.

Hasta la Victoria Siempre.

Patria Socialista o Muerte.

¡Venceremos!

                                                                                     


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Manuel Taibo


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