Se llama «población bárbara», no oposición

Tal vez sea hora de definir los conceptos de «nación», «pueblo» y «Estado». ¿Por qué? Porque ya tenemos suficientes demostraciones de barbarismo por parte de esta increíble ANTI-POBLACIÓN que nos gastamos en plena República Bolivariana. La oposición venezolana NO es necesariamente el mismo «pueblo», ni constituye la misma «nación» que da origen al «Estado» bolivariano; no porque dicho «Estado» haya sido elegido por una gran mayoría bolivariana, sino porque cualquier sector que no respete las reglas democráticas, que escupa a diario sobre los preceptos constitucionales y no acepte respirar en un país que no se vende, no es un digno representante de la disidencia democrática, sino de la era cuaternaria.

En Venezuela habitan al menos dos tipos de poblaciones, cada una con visiones de mundo y proyectos de vida diferentes, ambas en conflicto por el poder. La democracia es el juego, en principio, al cual todos en una República como la nuestra aceptarían jugar. Salvo, claro, los animales salvajes.

Las reglas del juego se conocen. Si luego de echadas las cartas cualquiera de los sectores representados no se atiene a las consecuencias, el contrato democrático se rompe y el conflicto por ejercer del poder deviene extra-democrático, indefinido y, por lo tanto, caótico. En Venezuela, el sector bolivariano —ganador legítimo de la partida actual— continúa sistemáticamente respetando las reglas del contrato aun cuando éste ha sido roto desde hace años, en forma flagrante y continuada, por una población reticente a toda regla y método racional de selección democrática.

La pregunta inevitable es: ¿Hasta cuándo tendrá sentido para una mayoría democrática seguir respetando a solas un pacto hecho para la igualdad de chances y la diversidad de tendencias?

Veamos lo que es un país:

El concepto de «nación» es relativamente moderno y está basado en algunas ideas alemanas, específicamente neo-kantianas (Fichte), las cuales empiezan por definir el concepto de «pueblo» desde una perspectiva cultural. Así, «pueblo» es una concentración humana cuya cohesión esencial es una lengua común, diversas tradiciones colectivas y una localidad geográfica. Es de esta base cultural —que no etnológica— que nace el derecho de los pueblos de proveerse, o dotarse, de un Estado. Pero en el momento mismo en que el pueblo proyecta, genera y constituye su Estado, dicho Estado no es una entidad meramente representativa de la cultura en que surge, sino una entidad política de ésta. El Estado es, pues, la consolidación de la cultura en ideología, o la dimensión ideológica de la cultura.

Es decir, toda futura «nación» lleva implícito el germen ideológico, o no lo será...

Vieja de apenas 11 años, la Revolución Bolivariana demuestra la existencia de un grave conflicto interno en la sociedad venezolana. Se trata, como sabemos, de una revolución a dimensión universal, pues se quiere humanista, internacionalista y antiimperialista; pero se trata sobre todo —hablando ya en términos menos generales y tal vez menos idealistas—, de una revolución doméstica y perentoria, que enfrenta una situación local, oriunda y muy clara: la desigualdad que ha oprimido a unos y favorecido a otros desde siempre en lo que conocemos como "territorio nacional", y que basta para concretizar dos grupos antagónicos históricamente "insalvables".

La reciente emergencia y toma del poder por parte del sector secularmente oprimido se hizo por canales regulares, constitucionales; es decir, en forma "limpia". No obstante, el sector "saliente" y detentor tradicional del poder ha insistido desde entonces en sabotear por todos los medios posibles el cuadro democrático. Haciendo esto, este sector se declara en consecuencia ajeno al concepto de «nación» (político) que emana del de «pueblo» (cultura); es decir, renuncia por completo a su nacionalidad, así como a la cultura que lo define, y se reduce inexorablemente a una población aparte, a la cual no le interesan para nada los propósitos comunes, democráticos y sociales plasmados por consenso soberano en la Constitución Nacional, sino sus propios y exclusivos intereses (sean éstos cuales fueren).

En forma tácita, pero observando los estándares éticos más elementales del mundo contemporáneo —bien inscritos, de paso, en el espíritu de la ideología bolivariana—, todo individuo o grupo de individuos que se declare hoy en día adverso a la equidad y la justicia sociales es considerado una entidad literalmente "bárbara", nociva para todo proyecto de civilización. Es así como el mencionado sector que pierde el poder en nuestro país y no encuentra otra cosa que dedicarse a subvertir toda regla democrática se auto-elimina socialmente y renuncia a todo derecho nacional; es así como pasa, solito, de excluyente a auto-excluido, y como queda, por lo tanto, voluntariamente fuera de toda legalidad. Una entidad en tales circunstancias no tiene, a decir verdad, muchas opciones. Es por eso que sus actos son esencialmente conspirativos, que sus llamadas protestas consisten en la tergiversación sistemática de cualquier información y que todos sus movimientos albergan el gen de la desestabilización.

He allí por qué este sector (que ahora más bien podríamos llamar anti-sector, pues renuncia a toda regla civil —de civilización—) queda al descubierto en cada esquina. No obstante, sus propios ánimos desesperados lo catapultan siempre más lejos en cada zarpazo, haciéndolo cada vez más peligroso para aquello que detesta (y de lo cual no es ni quiere ser parte), y que constituye la naciente y verdadera NACIÓN.

(La República —no lo olvidemos— Bolivariana de Venezuela es un baby.)

«Nación» (cualquier nación, incluso la nuestra), es aquello que a cierta altura de la historia, a cierto momento de sí misma, se AUTO DEFINE. Es entonces cuando verdaderamente nace una nación. Aquello que comenzó en nuestras tierras con la derrota y expulsión del imperio español, donde tuvieron lugar sendas proezas militares republicanas comandadas por Bolívar, y durante las cuales se empezó a esbozar la idea de lo que debería ser una sociedad post-colonial y justa, fue apenas el comienzo de un largo y complicado proceso en el cual los habitantes de estas tierras estábamos pre-destinados (léase obligados) a llegar a un cierto punto histórico crucial.

El caos que la auto-proclamada «población bárbara» está tratando de crear en nuestro país no puede seguir liderizando el día a día de la vida nacional. Este bárbaro protagonismo antinacional, antisocial y anti-cultural no puede prevalecer sobre las obligaciones políticas del Estado, las cuales se resumen en una protección efectiva de la «nación» y por ende del «pueblo» que legítimamente lo origina. Dicho caos no es inocente, es ramplonamente deliberado, políticamente concebido (pues la «anti-nación» también tiene su ideología) e implementado por una población disociada —no sólo psicológicamente, sino sociológicamente— y corresponde a un estado de guerra declarado y permanente frente al cual el Gobierno Nacional no puede jugar al observador circunspecto, imparcial.

Seamos concretos: entre proyectos tan dispares NO PUEDE HABER NI HABRÁ JAMÁS CONCILIACIÓN HISTÓRICA POSIBLE. Estamos obligados, por lo tanto, a determinar cuanto antes la suerte de nuestra revolución. Nos anotan puntos sucios a diario, pero nuestro destino está aún en nuestras manos.

xavierpad@gmail.com


 



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Xavier Padilla


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