Manuela la mujer (V)

Así fue el retorno de Manuela a su amadísima patria, ya el general Sucre, enviado por Bolívar, se ocupa de tomar posesión de Riobamba, a trescientos kilómetros al sur de Quito. Va de batalla en batalla, para poder alcanzar la ciudad. Manuela lejos de detenerse hasta aguardar el resultado de los sucesos, deja a su padre en Guayaquil y se va al combate de frente con las tropas libertadoras. Por instinto y por tendencia conoce la vida del guerrillero, lo que le place por entero, y se entera de la forma de pensar de Bolívar, al que espera conocer pronto.


Al llegar a Quito, ocurrían grandes acontecimientos, la ciudad se preparaba para recibir triunfalmente al Libertador de Colombia. Sin duda que lo desconocido para esta mujer, era el nuevo horizonte que le esperaba, aunque ella se había declarado: libre, libérrima, en cuanto a moral, revolucionaria, belicista, tempestuosa, desprendida, generosa y su vida la había desenvuelto en un mundo de fantasías, su carácter lo definía muy bien y ella misma lo predicaba: “soy amiga de mis amigos y enemiga de mis enemigos”.


QUIEN LO IBA SIQUIERA A IMAGINAR, ALLÍ COMENZARIA PARA MANUELA LA MUJER, SU VERDADERO Y UNICO AMOR Y PARA EL LIBERTADOR DE COLOMBIA LA PASION Y EL ENCANTO MAS GRANDE DE SU VIDA.


El 16 de Junio, desde las primeras horas de la mañana, una grande multitud del pueblo y sus alrededores, se reunían en la plaza y a todo lo largo de la calles por donde iban a desfilar aquellos aguerridos hombres, se adornaron con banderas y los balcones con flores, las damas lucían sus mejores ajuares, lo que contribuía a enriquecer en emoción y colorido aquel gran homenaje popular.


A eso de las diez de la mañana, se encendió el bullicio y los gritos de: ¡ahí vienen! ¡ahí vienen! Acompañados de las músicas marciales de la banda de guerra, se acercaban a la plaza, y los sonidos de las campanas de los templos son echados a vuelo, fuegos artificiales estremecen al pueblo de felicidad, aquel cortejo triunfal era maravilloso, la tensión de todos aquellos ciudadanos explotaba como un gran cañón libertario, la expectativa general se hacia inefable.


El Libertador de Colombia entra a Quito seguido por sus oficiales, por el norte lo está esperando el General Sucre, también en compañía de varios de sus revolucionarios.


Bolívar monta un hermoso caballo blanco, tascaba nervioso e impaciente el freno, de tal forma que hombre y corcel se confundían con aquella ola de emoción gloriosa, 600 jinetes vienen detrás.


El Libertador vestía -describe el historiador Alfonso Rumazo González, en su tríptico Bolivariano- “uniforme de gala que brilla con el sol, uno de esos soles quemantes de junio en aquella región. A su paso por las calles empedradas, resuenan los cascos de los caballos, lluvias de flores, millones de aplausos y vivas, delirio, frenesí, son arrojados a los rostros de esos combatientes victoriosos con un fervor que nunca presenciaron esas calles ya casi tricentenarias”.


El cortejo se dirige hacía la plaza mayor, donde están situadas otras bandas, los toques de corneta y el ruido de las salvas de la victoria se confundían con el inmenso clamor de voces que gritaban: ¡Viva Bolívar! ¡Viva nuestro Libertador! Los aborígenes, con sus típicos y pintorescos trajes y sus largas mantas de lindos colores, elevaban aún mas sus esperanzas al vislumbrar en el calido fervor de este homenaje, un verdadero horizonte de libertad tras de tantos siglos de esclavitud. Tratan de romper los anillos de seguridad para acercarse a Bolívar, lo rodean y lo obligan a detenerse, lo tocan, lo saludan con respeto y con emoción casi religiosa.


Seguido por esa ola de pueblo, Bolívar logra llegar a la esquina diagonal del Palacio del Obispo, en uno de aquellos balcones está Manuela quien lo detalla totalmente, lo ve con el sombrero en la mano y saludando cortésmente, no le quita los ojos de encima, ella está allí en compañía de su madre, tíos y amigas, espera impaciente que el vencedor pase cerca de su balcón. En el preciso momento en que el Libertador esta bajo su dominio, Manuela le arroja una corona de laurel la cual cae sobre él, al levantar sus ojos chocan con los de la quiteña, con su maravillosa sonrisa y con sus brazos blanquísimos, finos, que parten de los hombros desnudos como dos llamaradas de amor, las sonrisas se cruzan acentuadamente. Bolívar clava en ella su mirada de fuego y con una gentil venia agradece el homenaje que ya nunca mas va a olvidar.


Cosas de la vida, fue un momento definitivo para la vida sentimental de ambos, con esas miradas cruzadas, se iniciaba un amor y una pasión histórica e inmortal, el cielo de Quito les cubría sus almas y los iluminaba porque a partir de allí vivirían para amarse en un para siempre.


Para Manuela, este fue su momento decisivo, el que cambiaria por completo su existencia. Después de tanta espera y búsqueda de amores inútiles, encontraba al hombre, esos minutos para ella fueron siglos, sintió el dominio hondo de la nueva emoción, ella lo había anhelado íntimamente desde hacía tanto tiempo, que ahora el destino le daba la voluptuosidad de ese sentimiento, del poder y de la gloria.


(Continuará…)


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Víctor J. Rodríguez Calderón


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