El desvirgue

La pasada semana, grávida en aromas de derrota roja, fue un poema al
orgullo mancillado. La defloración electoral del proceso bolivariano.
Aporrea abrió una sección especial dedicada al análisis de las causas,
a la lluvia de denuncias y acusaciones, a los mea culpa y al llanto
fúnebre.

La oposición y sus medios se ufanan de la primera victoria, casi como
si este evento marcara el principio del fin de su pesadilla
mediáticamente amplificada.

La escena más común para nosotros debe haber sido el caminar con la
mirada baja, sin la menor gana de encontrarse con la expresión
triunfal en las caras del escuaca promedio, y ni hablar de los
sentimientos de culpa de los altos funcionarios que tenían algún cargo
volátil en esa estructura etérea, demagógica y cuartorepublicana
llamada Comando Zamora al enfrentar a la víctima principal de su
supuesta ineptitud.

No pudo el recato durarle mucho siquiera al dueño del himen rasgado:
luego de una elegante resignación al desflore cuando aún manaba esa
sangre virgenal, la embarró ante lo más granado del conservadurismo y
el ritual evocando el origen fecal del resultado electoral frente al
alto mando militar.

Tenía que pasar alguna vez, y pasó. Ya la revolución no es inmaculada,
ya sabe del pecado de la derrota, ya no se puede hablar de nueve o más
arepas ni flamear la bandera de la victoria inmarcesible.
Se ha escrito hasta la saciedad de la guerra sucia, de matrices
mediáticas, de la resistencia acérrima de los sectores más
conservadores... como si fuesen actores nuevos.

No lo son, y lo demuestra la matemática; la oposición sigue en su
misma magnitud, y algunos de los votos que marcaron la derrota fueron
"nuestros"... porque la propuesta inicial tenía algunas taras que la
asamblea terminó de embarrar, y porque no se supo "vender" bien la
propuesta.

El triunfalismo y la demagogia apostaron a la docilidad del votante
para suponer que aceptaría el paquete completo porque los beneficios
compensaban las fallas.

Pero el pueblo habló, con sus afirmaciones, con sus negaciones y
particularmente con sus abstenciones.
Y si este es un gobierno del pueblo, le toca escuchar bien y entender
el mensaje.

Le toca darle al pueblo las herramientas para desarrollar SU
propuesta, más directa y accesible, sin tanta palabrería leguleya, más
abierta a opciones de aumentar su participación (ejemplo: disminuir el
número de firmas necesarias para convocar referenda, hasta obviarlas
de cuajo en el caso de los revocatorios de cargos de elección popular,
y permitir la reelección indefinida de estos).

Una propuesta popular tendrá aceptación popular, gústele o no a
quienes liban las mieles del poder constituido.

¿Perdió el pueblo? No. Tiene ahora el chance de elaborar una propuesta
más a la medida del pueblo, sin subterfugios que en la práctica
secuestran su posibilidad de participar en el gobierno real, el "alto"
gobierno, y le dejan apenas unas rendijas de responsabilidad en la
gestión local.

¿Perdió Chávez? Sí... y quizás haya sido la mejor cosa que pudo pasar,
SI ES QUE APRENDE LA LECCIÓN, pues le queda abierta la vereda de una
solución que lo acercará mucho más al ideal que sembró en el pueblo.
¿Ganó la oposición? No. Simplemente llegó al fin a aceptar la
Constitución que rechazó en el 99, sin agregarle ni una coma.
La pelota está en nuestra cancha. Nos toca jugar con inteligencia y
esfuerzo colectivo, sin distracciones inútiles de asambleas para un
partido que no existe y que no hace falta si es que pretende seguir
imponiendo la estructura piramidal de poder cupular contrapuesto al
peso de la base.

Mientras tanto el ejecutivo deberá dedicarse de una buena vez a
resolver los problemas que nos complican la vida. No hay excusa para
que sigamos siendo víctimas de la delincuencia y del
desabastecimiento, no hay excusas para la ineficacia de la burocracia
estatal buchona y supernumeraria que se nos coló de la cuarta a la
quinta intacta con todos sus vicios y se engrosó aún más en estos
años, no hay justificación para construir nuevas estructuras para
educación y salud si dejamos que la falta de mantenimiento y la
negligencia las conviertan en cementerios de buenas intenciones.

Y no olvidemos la justicia, que tiene una deuda colosal con todos
nosotros. No puede ser que un gobierno presidido por un militar no
tenga los cojones necesarios para imponer orden por encima de las
instituciones y del ejército de abogados codiciosos que secuestran ese
derecho fundamental de la ciudadanía que es la justicia.

No puede ser que las leyes burocraticen el poder popular o se
conviertan en obstáculos que impidan sancionar a los delincuentes,
sean de shorts y cachucha o sean de cuello blanco, ni a los medios que
nos magnifican desproporcionadamente esas mismas injusticias que
generan insatisfacciones con el fin de convertirlas en chispas de
rebelión popular o para desestabilizar al país y mantenerlo en una
insana situación de zozobra.

Esas insatisfacciones roban votos, y en Venezuela no vota la CIA ni el
Fondo Monetario Internacional; votamos los ciudadanos venezolanos, y
con votos es que resolvemos nuestras diferencias, hasta ahora y ojalá
por siempre.

La Asamblea Nacional y las asambleas legislativas estatales deben ser
seriamente cuestionadas en cuanto a su efectividad en la solución de
los problemas del colectivo; si no tienen contacto con este se
convierten en unos cónclaves cerrados que deliberan a espaldas del
pueblo que paga sus estipendios y que los eligió en muchos casos de
manera anónima por el voto-lista.

No hay mal que por bién no venga; saquemos el máximo provecho de esta
defloración para que nos convierta en adultos.

muninifranco@gmail.com


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Franco Munini.


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