Algunas cuestiones filosóficas

Pues de escribir las cosas

Que uno tiene en el seso

Yo voy preso

Tú vas preso

Él va preso

Aquiles Nazoa

Estoy completamente de acuerdo con la propuesta de Alain Badiou y otros más, de que la filosofía tiene mucho que decir acerca de los temas de gran actualidad, que son el plato suculento de los debates de la opinión pública: guerras, luchas políticas, catástrofes naturales, las bravuconerías y bluffeos de los poderosos, las mentiras públicas, las amenazas, las mentiras. Vuelve a hacerse pertinente aquel llamado de Marx en la undécima tesis sobre Feuerbach, acerca de que, más allá de interpretar el mundo, hay que transformarlo. Aunque, sacado de contexto, puede parecer un elogio al pragmatismo y el tareísmo. Porque también hay que reconocer, Karl, que este mundo es bastante complejo y, como bien dices en otras partes de tu extensa obra, hay que trabajar el conocimiento, es necesaria la ciencia y el pensamiento, para poder entender esta complejidad en la cual vivimos. Y la filosofía, y aquí retomo a Badiou, tiene mucho que decir en el debate político más candente. En lo que me atañe, hoy el periodista tiene que filosofar igual que cualquier otro mortal, como diría Gramsci.

Por ahora, como decía el tercio aquel, vienen a mi mente algunos temas filosóficos de gran actualidad: el de la universalidad, específicamente la de los derechos humanos, la verdad, la violencia en la historia, la virtud, la democracia, las relaciones entre la cultura y la política, el rol de los intelectuales, científicos o pensadores y creadores, entre otros asuntos. No los tocaré todos en esta ocasión, porque fatigaría a los lectores. Tal vez les dedicaré otros artículos.

Empecemos por la universalidad. Desde Aristóteles, lo universal se refiere a TODOS los miembros de un conjunto de seres: objetos, personas, animales, etc. Este "todos" se opone, lógicamente, diría Kant, a los "algunos" de los enunciados particulares y el "uno" de los singulares. En términos matemáticos, es el cuantificador mayor: son todos, sin excepción. Por eso, cuando se habla de la universalidad de los Derechos Humanos, estos son propios (son una propiedad esencial, otra categoría filosófica) de todos los seres humanos, sin distinción de sexo, nacionalidad, preferencia gastronómica o sexual, militancia política, religión, gusto musical, color de la piel, forma de caminar, idioma, estatura, edad, maneras de rascarse la espalda, y demás rasgos que pudieran distinguir a los humanos. Como son esenciales, nacen con el ser. Es más, son humanos porque tienen esos derechos. Y viceversa, si son humanos, tienen esos derechos. Son consustanciales (más filosofía). Usted nace con esos derechos. O sea.

Por eso, ciertos intelectuales llamados "decoloniales" están pelados cuando distinguen los derechos humanos según sean de su filiación política los afectados, o no. Los derechos humanos son iguales para Rocío San Michel, Martha Lía Grajales, María Alejandra Díaz o, vamos más allá, Iris Valera o Delci Rodríguez. La universalidad de los derechos humanos no es un invento "imperialista". Otra cosa es que el imperialismo norteamericano (y el ruso, y el chino, inglés, español, francés, etc.) hayan usado el justificativo de los Derechos Humanos para justificar una política que muchas veces fue criminal. No hay necesidad de que me lo recuerden: EEUU tuvo muchos "hijo de putas" militares cometiendo crímenes de lesa humanidad (es decir, la violación masiva de los derechos humanos) a nombre de la reservación de la democracia y los derechos humanos. Es más, guiados por el multiculturalismo, instituciones internacionales, deben interpretar las peculiaridades de ciertas etnias indígenas, para, al final, proteger de los malos tatos, violaciones y abierta explotación de los niños de 6 años, es decir, sus derechos humanos. Ahí no vale que digan que esas violaciones son "peculiaridades de la diversidad cultural". Lo mismo vale para las violaciones a los derechos de las mujeres, o la negación a que estudien o trabajen. El argumento multicultural se suspende en aras de una "interpretación" basada en el respeto UNIVERSAL de los derechos humanos.

Más equivocados están esos intelectuales cuando subordinan consideraciones universales o generales (otro concepto lógico filosófico) a conveniencias geopolíticas, que al final se entienden como defensa del gobierno que me paga los viajes en avión, estancias en hoteles, la comida y honorarios profesionales, por defender a un presidente "compañero". Con esa trampita argumental del antiimperialismo se va al carajo eso del "compromiso del intelectual" (Zola, Sartre) y el "intelectual orgánico" (que, de paso, tomándole la palabra a Gramsci, es de clase; no determinado por una relación de simple tarifado). Hay trampas argumentales que tienen a un montón de gente (cada día menos, por cierto). Eso de defender o justificar o simemente negar, violaciones de derechos humanos porque el gobierno que las comete se defiende del imperialismo, es una falacia "geopolítica". Sobre todo, cuando viene de un intelectual "decolonial", heredero, de cierta forma, de la teoría de la dependencia y la lucha por el socialismo, aunque afirme que Marx fue eurocéntrico. No tiene nada de "decolonial" esas posiciones mercenarias.

Peor si esos mismos intelectuales "decoloniales" justifican la persecución política, ya no contra políticos profesionales, sino contra investigadores y académicos, como Edgardo Lander, Emiliano Terán, Francisco Javier Velasco, Santiago Arconada y otros más. Es toda la libertad de pensamiento, de pensamiento crítico, de investigación, que esos mismos "intelectuales decoloniales" han aprovechado muy bien en Europa y los EEUU, en los centros académicos del "imperio mesmo", además de los viajecitos financiados por el gobierno de Venezuela. Aquí se produce la rara coincidencia entre Trump, persiguiendo académicos norteamericanos en su país por investigar la verdadera situación de genocidio en Gaza, y Ramón Grosfogel.

La verdad es la primera víctima de las guerras. Esto lo dijo alguien que no recuerdo, pero es verdad. La verdad es incompatible con las guerras, porque la información está al servicio de la propaganda, aunque sí tiene que ver (la verdad) con los debates teóricos y disputas metodológicas. Hay por lo menos dos grandes tipos de verdad (como decía en mi libro "Interpretar el Horizonte"): las verdades epistémicas y las "vitales". Las primeras, se consiguen en el cuerpo del discurso científico o en el periodismo ético y de investigación, justificadas por la rigurosidad lógica de las deducciones, la fiabilidad de la documentación o la solidez de las corroboraciones empíricas, experimentaciones u observaciones. No se trata de la verdad definitiva de los dogmas, es la verdad científica que, según Popper, es un conjunto de hipótesis, siempre sujetas a refutación, pero, aún así, tienen más fuerza que la simple impresión personal o las doctrinas de las religiones, incluida la "chavista", fundamentada en la simple fe o la autoridad (del caudillo, por ejemplo: lo que diga Maduro o Chávez). Lo que denominé "verdad vital" tiene más que ver con el "sentido de la vida" que mantiene con energía incluso al sometido en un campo de concentración, como demostró Frankl, y las ideas que heredamos de las tradiciones que conforman nuestra cultura.

Yo me guío, en este tema, por verdades vitales propias de la modernidad: es decir, la verdad, la crítica, la corrobación. Todo DEBE ser sujeto de crítica y duda. Por eso, no es válida la interpretación que hace días escuché de una pequeña burócrata de un medio de comunicación oficial, que daba una versión invertida de la teoría de las instituciones de Acemoglu, reciente premio Nobel de Economía. No sé de dónde sacó esa distorsión, o si fue una mala lectura de alguna mención que de dicha teoría hizo la erudita Mibelis Acebedo en su columna de El Universal; pero la simpática "pequeña burócrata" (el doctor Téllez, dixit), artesana de paso, sostuvo, en una ligera polémica con otros intelectuales, salpicados por la detención forzosa de Martha Lía Grajales, que había que confiar en las instituciones para que estas funcionaran. Para ella, la confianza es la causa de la eficacia, validez y corrección de las instituciones, y no, su funcionamiento efectivo. Es una versión pequeño-burocrática del dogma: hay que creer en las instituciones (o sea, la Fiscalía, la Asamblea Nacional, la presidencia, el CNE, etc.) para que estas funcionen. No se hace necesario que éstas funcionen bien, válida, eficiente y correctamente; sino, de una, creerles para que todo lo demás esté all right. Por supuesto, esta fe es digna de los fanáticos que disfrutaban cuando llevaron a Giordano Bruno a la hoguera. La legitimidad no se logra con una buena gobernabilidad; sino que es variable independiente: la fe y la autoridad.

Pero, bueno, ya está bueno de filosofía por ahora. All we are saying is give Constitution a chance, especialmente, el principio de la soberanía popular consagrada en el artículo 5 de nuestra constitución, y que fue violada el 28 de julio de 2024. Ah, y sería bueno leer a Rosa Luxemburgo, a quien, tal vez, le dedique el próximo artículo.



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Jesús Puerta


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