Autonomía e Integración de las Clases Sociales en una Venezuela que emigra

En Venezuela, aunque mediada por todo el proceso politico bolivariano que nos caracteriza y como en todas las sociedades contemporáneas, se encuentra estructuradas en torno a tres clases sociales básicas, alta, media y baja, cuyas características en torno a su autonomía e integración social, son ejes clave para comprender distintas manifestaciones tanto de cohesión como de fragmentación social, en ese choque Titanic-co, que ha sido enfrentar la dominación imperialista.

Como cada clase ejerce un nivel distinto de autonomía e integración social, determinado por su acceso desigual a recursos materiales, simbólicos y relacionales, y que la autonomía no es una condición abstracta, sino una capacidad históricamente situada y socialmente mediada, en una Venezuela que había sido bañada tanto por el flujo de dineros petroleros como por la corrupción de sus clases gobernantes se habían expresado y conformado como expresiones de clase.

En este contexto encontramos que la clase alta, aunque ahora menos, aun goza de una autonomía expandida: domina flujos económicos y posee capital educativo, cultural, relaciones internacionales, aunque se ha visto muy disminuida en lo político y en vías de desaparición, arrasados sus privilegios por el movimiento popular y politico bolivariano emergente, ello no le ha impedido no solo tomar decisiones sobre su propia vida, sino también influir en el diseño de estructuras colectivas.

La emigración ha impactado a este sector en dos sentidos: por un lado, ha facilitado la relocalización de capitales y familias hacia destinos con mayor estabilidad; por otro, ha generado una desconexión progresiva con el tejido nacional, debilitando su integración simbólica con el país.

La clase media, por su parte, siempre ha tenido una autonomía ambigua. Cuenta con un grado moderado de autodeterminación, menor que la clase alta, pero esta está sujeta a tensiones estructurales como la precarización laboral y la fragilidad institucional, manteniendo de todos modos sus ínfulas con la clase baja, a quien no se cansa de mostrarle su "altura" social. La emigración ha tenido un efecto ambivalente: muchos han partido en busca de mejores condiciones, lo que ha fragmentado redes familiares y profesionales; quienes permanecen, enfrentan una sobrecarga de responsabilidades y una sensación de estancamiento, lo que erosiona su integración tanto vertical como horizontal.

Es así como esa clase media, históricamente portadora de aspiraciones de movilidad y estabilidad, ha sido una de las más golpeadas por la emigración, no solo por el desequilibrio estructural del país donde se desenvolvía, sino en la presunción de una altura económica y social que sentía estar pronta a alcanzar. Lo inaccesible tiene sensación de cercanía.

Muchos de sus miembros, especialmente jóvenes profesionales, técnicos y emprendedores, han optado por partir ante la imposibilidad de proyectar un futuro deseado dentro del país. Esta fuga ha generado una doble fractura: por un lado, la pérdida de capital humano y redes productivas; por otro, una sensación de orfandad simbólica entre quienes permanecen, que ven cómo se desmoronan referentes familiares, laborales y comunitarios. La autonomía de esta clase se ha visto erosionada por la precarización de sus condiciones materiales, mientras que su integración social se ha vuelto más frágil, marcada por la incertidumbre y el repliegue individualista.

La clase baja siempre, antes como ahora, ha sido pobre en Venezuela, por lo que enfrentaba una autonomía severamente restringida. Su vida cotidiana atravesada por limitaciones materiales y exclusión estructural se resiente menos por la intensa escasez actual por las condiciones en que vivían. Ella integró la emigración, como todo, a su estrategia de supervivencia, pero esta situación es más fuerte que lo anterior, y aunque el envío de remesas ha aliviado ciertas carencias, también ha generado dependencia e incertidumbre, porque la informalidad o el rebusque muchas veces no alcanza. La ausencia de sus jóvenes y trabajadores ha debilitado redes locales, afectando la capacidad de organización y resistencia colectiva.

Así que la emigración ha operado como una válvula de escape frente a la exclusión estructural de la clase baja. Y a la hora de partir muchos lo han hecho en condiciones de vulnerabilidad extrema, sin garantías ni redes de apoyo en el destino. Para quienes se quedan, las remesas representan un alivio económico, pero también una forma de dependencia que no resuelve las causas profundas de la desigualdad. Además, la salida masiva de jóvenes ha debilitado el tejido comunitario, afectando la organización barrial, la participación política y la reproducción cultural. La autonomía de esta clase sigue siendo mínima, y su integración se ve afectada por la fragmentación de vínculos y la sobrecarga de quienes deben sostener hogares desmembrados.

La integración social que heredamos de anteriores movimientos políticos partidistas, no fue suficiente ni tuvo la coherencia necesaria para resistir los desafíos que hemos tenido que enfrentar bajo el liderazgo, siempre presente de Hugo Chávez, para superar las desigualdades estructurales que nos marcaban como país. En esa lucha enfrentamos los efectos tremendos de una doble "hemorragia" social, como es la emigración de incontable número de venezolanos y la hemorragia económica que es representada por la devaluación y la inflación permanente que hace frágil todas las iniciativas que se toman en todos los órdenes. En esa necesidad de reconstruir, recomponer las estructuras venezolanas, sus vivencias y modo de vida, creemos que la propuesta de Venta Anticipada de Divisas por el importador, es válida para contribuir en todos esos esfuerzos ya permite la creación de los escenarios propios, endógenos y de creación de riqueza para todos.



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Oscar Rodríguez E


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