Los perros españoles y los perros de los españoles en la esclavitud y tiranía sobre América india

Chávez siempre repetía que la dominación nos llevó a saber más de Grecia o Roma que de nuestro propio país y de los países sometidos de nuestro continente. Es el caso del pueblo maya, Guatemala, que presento durante muchos años una resistencia obstinada a la asesina y destructiva dominación de los españoles, los cuales con el gran cinismo que los caracteriza financia hoy a quienes investigan sobre su dominación criminal. Yo por mi parte llego a este conocimiento acerca de los mayas por casualidad. Esas historias todavía son desconocidas hoy para nosotros.

La dominación pasada, presente y futura se caracteriza por un elemento central, la pérdida de identidad, nacional, cultural, individual del dominado. Al intentar conocer nuestra historia real hay que desafiar los mitos impuestos y reivindicar a nuestros verdaderos héroes del Pueblo, respaldarse con documentos históricos para enterarnos de la resistencia intensa y formidable contra la invasión española, encarnando la dignidad y perseverancia de nuestros pueblos originarios. Aunque al final fueron devastados, hay que entender su lucha como un canto de libertad, identidad y autonomía que resurge en el amanecer de esta nueva era que estamos ensayando y pintando en Venezuela.

En esta carnicería criminal y salvaje, como todo lo español, desempeñaron un papel fundamental los perros de presa, que era un uso desconocido por los indígenas. Éstos, sumados a los caballos, armaduras, arcos, ballestas y arcabuces contribuyeron al triunfo, toda una tecnología superior y rematada por la iglesia católica que rivalizaba, también como siempre, en crueldad con los sanguinarios españoles. Fueron estos perros, los curas y soldados, el terror de los nativos.

Las crónicas de la época refieren testimonios de indios atacados por «perros enormes, con orejas cortadas, ojos de fiera de color amarillo inyectados en sangre, enormes bocas, lenguas colgantes y dientes en forma de cuchillos, salvajes como el demonio y manchados como los jaguares». Es de señalar que en la época precolombina los indios poseían perros de pequeña talla y cuerpo menudo.

De esta suerte, entre las bestias de 4 patas españolas se refiere a Becerrillo, cuyo amo era Juan Ponce de León, que combatió a los caribes, este perro era de color bermellón, de gran talla e inteligencia, reconocía a los indígenas dóciles, mientras que con los belicosos era implacable. Murió víctima de una flecha envenenada.​ Gonzalo Fernández de Oviedo habla de Becerrillo. Decía que diez soldados con Becerrillo se hacían temer más que cien soldados sin el perro. Por ello tenía su parte en los botines, y recibía una paga como la de un soldado.

Vasco Núñez de Balboa aperreó al cacique Trecha y a cincuenta indígenas que halló allí, echaba a todos a los perros, pensando que los justicieros mordían a los pecadores.

De estos perros que emplean en los combates se refieren cosas que aunque no quisiéramos, no deben ser olvidades: se les tiran a los indígenas armados lo mismo que a fugaces ciervos o jabalíes cuando se los azuza. Acaeció a veces no ser necesario usar las espadas, flechas ni otros dardos para derrotar a los enemigos que salían al encuentro, pues en haciéndoles señal y soltando los perros que iban delante del escuadrón, aterrorizados por la torva mirada y los inauditos ladridos de los perros, vacilaban y abandonaban la pelea y las filas, asombrados de la infernal invención de España.

Leoncico, hijo de Becerrillo, acompañó a su amo, en un gran número de batallas, y como consecuencia de su continuada intervención en las campañas promovidas se tejieron, una serie de mitos y leyendas surgieron sobre la figura de este perro. La mayoría de estas se encontraban apoyadas por los escritos de los cronistas españoles, en los que se afirmaba que los dientes del animal habían adquirido un color rojo de tantos nativos a los que matara y que en casi todas las contiendas acababa con la vida de más indígenas que cualquier soldado del ejército. De este perro se decía que diez soldados con Becerrillo se hacían temer más que cien soldados sin el perro. Por ello tenía su parte en los botines, y recibía una paga como la de un soldado.

Este desprecio hacia quienes defendían sus naciones y querencias además del respaldo de los curas, los cronistas salvo algunas excepciones los tenían por homúnculos, seres aquejados de defectos tan graves e irremediables que hacían imposible la convivencia con los castellanos, o la conversión consciente a la religiosidad cristiana. Lo cual justificaba su aniquilamiento.

En las actuales circunstancias del mundo donde la devastación que han hecho todos los países imperialistas en Siria, Libia, en Gaza, que para ellos es una selva, debemos pensar que ellos no nos ven como países, sino como terrenos baldíos habitados por sub humanos, por lo que también está vigente la salvaje conquista imperialista de la América India, ahora con nosotros.



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Oscar Rodríguez E


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