Si los pobres cobraran derecho de autor por cada vez que lo nombran serían los seres más ricos del planeta, sin embargo, este renglón no está incluido entre los "royalty" (anglicismo que significa regalía). Es frecuente escuchar a los religiosos, exponiendo desde los púlpitos o escenarios, las arengas o sermones abogando por los desposeídos; a los políticos en sus campañas electorales asegurando que gobernarán para los despojados; a los presidentes asegurando que sacarán a los más necesitados de su estado de miseria; a los medios de comunicación y las redes sociales les mostrando a los usuarios la pobreza que conmueve las diferentes regiones del planeta. Cuántas novelas no se han escrito sobre este tema; cuántas obras de teatro no han hecho llorar a un público que se siente consternado ante la indigencia ajena; muchas óperas resaltan en su argumento musical la miseria de la protagonista que por lo general muere por una falta de atención médica debido a su extrema penuria. En fin, pareciera que la pobreza es un estado natural de miles millones de personas, una forma de estar lejos de los estándares de lo que se llama una sociedad, es decir, una manera de no ser.
Si me detengo en la religión, los sacerdotes recomiendan la oración para estar cerca de Dios, con el argumento de que en esto consiste la felicidad. El alma inmortal, una vez que su dueño muere lo recibirán los ángeles del cielo para sentarlo a diestra de Dios. Lo único malo es que ningún alma inmortal ha regresado del cielo para informar a los mortales en qué consiste la felicidad celestial. Presumo que la fila de almas inmortales para colocarse al lado del Todopoderoso será inmensa. Es por eso que, cuando era monaguillo, recuerdo ante el temor del Juicio Final, las admoniciones del cura párroco cuando me citaba una frase de la Sagrada Escritura: "No seas lento con el señor, ni os demoréis día tras día, porque su ira llegará cuando no estéis apercibido". No deseaba ser víctima de la furia del Omnipotente que coartara mi felicidad. Ante el temor de la ira del Señor, los pobres, pecadores reiterados, les será imposible, una vez fallecido, conseguir la felicidad eterna y así se convertirá en un alma errante en perpetua pena.
El médico del hospital le dirá al pobre que lo más importante, por encima de todo, es la salud, esta le asegurará una vejez sin achaques. Lo que parece desconocer el curador, es que para tener buena salud es indispensable tener dinero para comprar las proteínas, los carbohidratos y las grasas. Por esta vía a muchos de los pobres se les niega la posibilidad de lograr una vida saludable, así como también, la felicidad por carecer de recursos para comprar los alimentos. En caso de enfermarse el pobre, si no existe un sistema de salud pública adecuado, de seguro que el menesteroso no tendrá peculio para acudir a una clínica, ni tampoco para comprar medicinas. Es la felicidad de los sin nada.
No hay político que en sus campañas electorales no ofrezca acabar con la pobreza. Todos conocen la manera para eliminar el problema, a pesar de que nunca ha entrado y mucho menos convivido en un rancho o en una casa donde la miseria sea parte de la cotidianidad. Desde hace muchas décadas los socialdemócratas, los socialcristianos y ahora los neoliberales ofrecen planes y programas para la descartar las necesidades que afectan a los humildes y a pesar de que los especialistas, supuestamente, atacan la dificultad de la carencia, han pasado siglos y la pobreza se mantiene. Es la felicidad de los infelices.
Cuando los candidatos llegan al poder aquellos ofrecimientos de la abolición de la pobreza se los traga la burocracia y la corrupción. Aquellas promesas de la felicidad para los pobres caen en el olvido y se hace presente la prosperidad de los avaros empresarios ávidos de riquezas. Estos delincuentes de trajes de diseño por siglos han aumentado sus cuentas bancarias a costa del erario público, en complicidad con los gobernantes de turno. La felicidad para los infelices se la dejan al próximo gobierno.
Para los sociólogos la felicidad consiste en alcanzar altos niveles de educación, un pueblo culto siempre será más feliz que una masa ignorante. El problema estriba en que el pobre no tiene acceso a la educación ni a nivel primario, tampoco a la Educación Media y mucho menos a la universitaria por carencia de recursos. Los incultos, los faltos de conocimiento serán infelices, serán presas fáciles de los manipuladores de oficio. De igual manera, los juristas afirman que la felicidad de un pueblo estriba en un buen sistema de justicia. En una sociedad donde un juez y un fiscal tienen un precio, la policía se asocia con la delincuencia y las cárceles están abarrotadas de pobres, no creo que los miserables, impedidos de comprar la justicia, puedan alcanzar la felicidad.
No solo los pobres están condenados a ser seres infelices, en un mundo cruel como el actual, donde el fascismo está alcanzando nuevamente posiciones de poder se hace presente la injusticia, la iniquidad, el racismo, el segregacionismo y otras formas de violencia actuando sobre ciertos sectores de sociedad. Son notorios los casos de invasiones de gobierno contra un sector de una población, es el caso del genocidio en la franja de Gaza, con la propensión al extermino del pueblo palestino por parte del sionismo israelí. El criminal de guerra Netanyahu, en su afán expansionista, tal como los antiguos emperadores, está masacrando impunemente a los palestinos de la franja de Gaza, ante la mirada imperturbable de la comunidad internacional. Más de cincuenta mil personas aniquiladas, en colaboración con los gobiernos de EEUU y la UE, una ciudad completamente destruida y arrasada, niños y mujeres asesinados cruelmente, víctimas de los bombardeos reiterados de aviones sionista, por el único delito de ser palestino. Miles de niños deambulan recorriendo los escombros que quedan de la antigua ciudad, en el intento fracasado de encontrar a su familia y su hogar, que de seguro nunca encontrará. Estos infantes huérfanos de todo, nunca hallarán la felicidad, esta se le fue negada desde temprana edad y lo más seguro que su mente, al recordar las imágenes vividas en su niñez, una vez adulto se convertirá en odio y en un afán de venganza contra aquellos que acabaron con sus sueños e ilusiones. Esta es la felicidad de los infelices.
No cabe duda, unas pocas personas están empeñadas en hacer infelices a millones y para lograr su objetivo se trazan planes y sobre todo, cuando ocupan posiciones de poder, o también cuando el dinero lo permite. Es el caso de Donald Trump junto con un grupo de millonarios, quienes están empeñados en diseñar un mundo donde solo los ricos se hagan más ricos y los pobres más pobres, es decir, más infelices. Para estos personajes la felicidad es patrimonio de un sector privilegiado y para esto necesitan apoderarse de todos los recursos del planeta, sin importar los males que les cause a poblaciones enteras. Con ese propósito el presidente rojizo decreta, como una caricatura de emperador, medidas que afectan a millones de personas, inclusive hasta los mismos estadounidenses. Este, en su afán expansionista, aspira apoderarse de México, Canadá, Groenlandia, el canal de Panamá, dicta medidas arancelarias que conmoverá, no solo a los otros países, sino a los connacionales que estarán condenados a vivir en pobreza. No solo serán 40 millones de pobres gringos, recién, como consecuencia de sus malas decisiones de jefe de estado aumentarán los miserables que carecerán de alimentos, salud, educación, empleo y de las comodidades a las que están acostumbrados. La felicidad de los hijos de Tío Sam cada día se está alejando. El sueño americano convertido en pesadilla.
El depredador Doanld Trump no está solo en sus tropelías, como es la deportación colectiva e ilegal de miles de trabajadores de Centro y Sudamérica que se fueron al norte en busca de una mejor calidad de vida que no se les ofrecía en su tierra natal, producto de los malos gobiernos liberales. Hombres y mujeres que atravesaron la frontera para trabajar en empresas, industrias y fincas estadounidenses, para beneficio propio, contribuyendo con su trabajo al crecimiento de la economía de un país que se formó y creció con emigrantes provenientes de todas las naciones del planeta, sobre todo de Europa. Hoy por hoy, aquellos hijos de inmigrantes, sobre todo la familia de Donald Trump y muchos de los miembros de su gabinete, tal como Marco Rubio, hijo de expatriados cubano, se convirtieron en potentados, algunos de ellos racistas y segregacionistas. Tal como afirmé, el gordinflón rubicundo no estás solo en sus arbitrariedades, como son la aplicación de medidas coercitivas ilegales contra otros países, aplicación de altos aranceles a las exportaciones, la deportación ilegal de migrantes, el secuestro de cientos de venezolanos y de otras regiones, en complicidad con el presidente de El Salvador Nayib Bukele , violación de los derechos humanos a los raptados al negarle el derecho a la defensa, el robo de niños, la violación masiva de derechos humanos, crímenes de guerra, apropiación indebida de los bienes de los trabajadores venezolanos secuestrados, engaño a la comunidad internacional al imputar a los migrantes venezolanos de pertenecer a una extinta banda criminal llamada "tren de Aragua". Una forma de secuestrar a las personas el derecho a ser feliz.
Es notorio como pocos adinerados como Trump, Bukele, Marco Rubio, la goda María Coriana entre tantos, asumen la potestad el negarle el derecho a ser feliz a millones de personas, solo con el afán de poder y el propósito de aumentar sus riquezas a costa de las desgracias de otros infelices. Por fortuna, la vida o el destino tiene la forma de cobrar los abusos de unos pocos sobre terceros. No creo que la anatomía del gordinflón rubicundo de Donald sea una muestra de felicidad, lo mismo afirmo sobre el rostro de la goda María Corina, cuyo envejecimiento evidencia el desgaste en su afán de poder y de entrega del país a las corporaciones y gobierno foráneos.
La experiencia demuestra que los gobiernos neoliberales de la derecha no buscan la felicidad de las personas, su único objetivo es apoderarse de las riquezas de otras naciones. Tan solo los gobiernos socialistas y progresistas pueden ofrecer distribución equitativa de las riquezas, educación y salud pública gratuitas, planes de vivienda para personas de bajo recursos y sobre todo un futuro que le asegure a los jóvenes un mundo mejor donde la felicidad no sea un patrimonio de unos pocos. Razón tuvo el filósofo griego Aristóteles: "La felicidad es la finalidad última de la existencia humana". Lee que algo queda.