Vivimos en el imperio de la mentira. En forma de IA, la tecnología está al servicio de la manipulación de lo real, para que parezca natural lo que es artificial; la mentira de la publicidad comercial y política. La mentira en forma de discurso político, demagogia, distracciones y disimulos. La mentira como voluntad de negar la realidad, como todas esas caras bellas, felices, tristes y necesitadas que vemos repetirse de forma insistente en las redes sociales para que les demos un like convertible en dinero. La mentira que la gente cree, y se cree el mentiroso, como las mentiras de Maduro. Maduro se miente creyéndose un superhéroe, edulcorado por las mieles del poder. La mentira que se opone a la verdad, un mundo amoral donde todo tiene un precio pero nada vale, todo se compra y se vende, todo cambia pero en la superficie, en el fondo sigue siendo mercancía, "valor de cambio"; algo que aparenta ser venerable, cuando todos sabemos que se trata de una baratija. Vivimos en el imperio de la mentira como la única verdad del "sistema".
La mentira como engaño se alimenta de la ignorancia y ella se adueñó de nuestra voluntad. Más que ignorantes hoy nos gobiernan las ganas de ser ignorantes. La marca del futuro es la "voluntad" de despreciar el conocimiento, como algo femenil e indigno para un individuo de éxito. Lo que abunda en las calles son adultos, jóvenes y niños neurasténicos, indiferentes e irrespetuosos con todo: personas, normas, autoridad; soberbios, malcriados. Hoy hay más sordos porque nadie escucha, mudos funcionales porque nadie sabe hablar o comunicar sus sentimientos y afectos, insatisfechos se sienten satisfechos. La educación se compra barata en las redes sociales, como se compra cualquier pacotilla en los mercaditos de la calle. Junto al conocimiento, la herencia y la tradición también son despreciados los valores humanos fundamentales, como el respeto a la vida. Se desprecia la solidaridad humana y la dignidad de cada quien por ridículas y pasadas de moda, solo vale el abuso y el desprecio al otro, "todos los días sale un pendejo a la calle…" -dice el pícaro. Vivimos bajo la ley del más osado, desvergonzado, de un pícaro que busca un fatuo éxito personal sobre el fracaso de los otros.
La educación, templo sagrado de la humanidad, necesaria para la permanencia de nuestra especie en la tierra, se degrada en el mercado capitalista. El ser humano es el único animal que necesita de la educación y el conocimiento como sostén de su existencia y su existencia como "especie" depende de su capacidad de crear, de reinventarse cada instante; el humano es su propia obra. Hasta donde sabemos, el resto de las especies viene con una carga instintiva que los hace superar la muerte en los dramáticos primeros momentos de la vida y más allá, hacia un largo retornelo biológico (o hasta que el capitalismo los devora). El humano, en cambio, debe ser educado constantemente para sostener su presencia en la tierra. Educar con ese propósito es humanismo..
El humano es único, como individuo y como ser social que es, único porque necesita equilibrio en esa doble condición para trascender la vida, como se sostiene en equilibrio el funámbulo sobre la tensión de una cuerda, sin caer al vacío y recorrer la línea de la vida transmitiendo su experiencia a nuevas generaciones, abrevando conocimiento a la gran obra humana. La educación es esa cuerda, que hoy se ha roto haciendo que el hombre pierda el centro y todo lo confunda; lo social, lo común se diluye en una masa gregaria de depredadores compitiendo y peleando entre sí, haciendo que nuestra permanencia en el tiempo se vea amenazada seriamente, "¡qué importa la humanidad o cualquier otra especie!, ¡lo que vale es tener, ganar dinero y mucho!" -dice el tonto-. Para eso se usa ahora la educación, para ganar dinero y para gastarlo como un alcohólico avaro e incontinente,... al costo de secar el futuro de la humanidad, de que desaparezca nuestra obra civilizatoria de la faz de la tierra en una guerra estúpida entre seres estúpidos.
Después de Fidel, Chávez fue el último humanista que tuvo impacto en la política mundial, el último que puso a pensar -a amigos y enemigos- sobre el destino de la humanidad como una desgracia política, no sólo como una fatalidad metafísica, sino en cómo salvarla del capitalismo, su espíritu egoísta materialista y su modelo de producción. Fue de los últimos políticos educadores, algo inconcebible para la soberbia y el orgullo blanco, europeo, y para el lastre de la mentalidad pequeña burguesía que le sirve. Chávez no esperó a delegar esa misión a ningún edecán o ministro, lo hizo personalmente -y ahora se sabe por qué: ahí está Maduro desvergonzado, con su nuevo mejor amigo Capriles Radonsky, restaurando la 4ta república en unas elecciones de diseño, hechas a la medida-…
Una verdadera revolución se hace en el espíritu, en la consciencia. Una verdadera revolución trata de forjar el carácter donde no lo hay, para inventar un nuevo individuo, y hoy, el desenfreno por competir en el mercado, la incontinencia del codicioso, hace que el carácter del carácter, "la disciplina vital" para obrar en favor de la humanidad, desaparezca. El individuo del capitalismo es volátil, cambia con el viento del mercado, con la mirada fija en ilusiones, busca dinero y ratos de emociones pasajeras, como son todas las emociones, viviendo cada día el calco del anterior.
Lo sagrado es la obra humanista, y esta obra, en este momento crítico para la existencia de la humanidad, solo se puede retomar en socialismo, igualando y socializando las condiciones materiales de vida para que cada quien pueda crecer de forma individual en el trabajo creador y productivo de todos para todos, pueda aportar a la civilización, liberado el de riñas estúpidas e inútiles, para que cada cual y cada quien aporte al "templo del humanismo" su particular legado civilizador.
Una nación es un proyecto humano colectivo engrandecedor del espíritu de permanencia, y el hombre, el humano, debería ser un proyecto de vida digna, pero hoy no somos una nación ni sumamos proyectos de vida con dignidad, cargada de amor al prójimo y nobleza, todo el mundo está agotándose en el mismo asunto de comprar y gastar en ratos de euforia, sin transmitir valores, sin pensar en el porvenir. Mientras haya humanidad sobre la tierra, vivir por una razón sagrada es vivir para siempre.